El espectáculo exótico de India frente al colonialismo tóxico británico.
Título original: A Passage
to India
Año: 1984
Duración: 163 min.
País: Reino Unido
Dirección: David Lean
Guion: David Lean. Novela: E. M. Forster. Obra: Santha Rama Rau
Música: Maurice Jarre
Fotografía: Ernest Day
Reparto: Judy Davis; Victor
Banerjee; Peggy Ashcroft; James Fox;
Art Malik; Alec Guinness; Nigel Havers; Richard Wilson; Antonia
Pemberton;
Roshan Seth; Saeed Jaffrey; Michael Culver; Clive Swift; Ann Firbank; Rashid
Karapiet;
Dina Pathak.
A pesar de tener un referente de
contrastada calidad, como E.M. Forster, autor de quien James Ivory cuajó una
adaptación de altísima calidad en Una habitación con vistas, y a pesar
de contar con una producción a la altura de sus éxitos precedentes, Lawrence
de Arabia y Doctor Zhivago, hay en esta película de Lean algo que
nos entibia el entusiasmo con que uno se sienta a verla, quizás por un exceso
de expectativas, porque, vista la película en su totalidad, está claro que hay
momentos de enorme fuerza cinematográfica que, sin embargo, se pierden en la
confusión deliberada del incidente que provoca el agrio enfrentamiento entre un
rendido admirador de los británicos que, por esa confusión, ni siquiera
malintencionada, se ve en el brete de someterse a un juicio del que puede
depender su propia vida.
El «modelo» seguido para la película
ambientada en Italia se sigue en esta que sucede en India, al menos en cuanto
al vehículo narrativo que constituyen la señora Moore, madre del juez de la
localidad adonde van, y su joven nuera. Ambas viajan en compañía del nuevo
Gobernador, con quienes comparten una cena en la que se advierte enseguida el
racismo propio de los colonizadores británicos, que consideran a los indios
poco menos que como seres netamente inferiores. A ese respecto, la actitud
anticolonialista del director no engaña, porque cuando llega el tren que lleva
al Gobernador, hay un recibimiento popular entusiasta que contrasta, en un
plano calculado, con los rostros serios de un grupo de mujeres que no parecen
entender a cuento de qué vienen esas manifestaciones de alegría en el
recibimiento. Mrs Moore y su futura nuera, Adela, llegan a India con un espíritu
absolutamente romántico, el de los viajeros que buscaban emociones y
sensaciones extremas en el contacto con otros pueblos y culturas. No hay
diferencia entre los viajeros románticos ingleses que recorrieron España en el
siglo XIX y la de las dos mujeres que arden en deseos de entrar en contacto con
los «nativos»,a quienes quieren acercarse desde el respeto y la curiosidad.
Accidentalmente, el doctor Aziz entra en contacto con la señora Moore, y, a
partir de ahí, y a través del Director de la escuela británica, defensor del
entendimiento con los indios, se estrecha una relación que permitirá, a las
mujeres y a los espectadores, adentrarnos en el conocimiento de una situación
social que en nada se diferencia del racismo usamericano respecto de los
negros. La figura del profesor, que tiene a su servicio a una suerte de santón
hindú, también profesor —encarnado por Sir Alec Guinness de un modo que hoy
resultaría denunciado por el wokismo radical como una vejación incalificable—,
sirve de intermediario entre el doctor indio que admira a los ingleses y sus
traiciones y las dos mujeres. Estas van a aceptar enseguida la propuesta de expedición
turística a unas cuevas dignas de verse, y que, anticipadamente, hemos tenido
ocasión de ver en la oficina donde Adela está sacando los billetes para el
largo viaje a Oriente. La excursión le supone al complaciente doctor una
inversión que le obliga a endeudarse, pero su agradecimiento por haber sido «distinguido»
por el trato con las dos inglesas, y muy especialmente por la señora Moore, lo
lleva a cometer semejante exceso. El espectador lo agradece, sin duda, porque
esa parte «turística» de la película, en escenarios naturales grandiosos es un
aliciente de primera magnitud. De hecho, el colorido, las costumbres, los
adornados elefantes en que las llevan, las propias cuevas en las que los juegos
del eco crean una atmósfera intimidadora, casi sobrenatural, forman parte de lo
mejor de la película. Lo que sucede, sin embargo, es que la señora Moore sufre
un ataque de ansiedad y ha de salir a duras penas de la cueva, dado el cortejo
que las acompaña, y, cuando Aziz y Adela deciden subir a la parte alta donde
hay otras cuevas dignas de verse, de repente, mientras Aziz busca a la joven, la
vemos salir corriendo de una cueva, llena de rasguños inexplicados y correr
ladera abajo hasta un coche que la recoge y la devuelve al pueblo, donde es
custodiada por dos británicos que la amparan y apoyan su denuncia contra Aziz
por violación.
La película, a partir de ese momento,
da un giro espectacular, porque hemos pasado de la visión idílica de la
confraternización entre ingleses y
nativos a un enfrentamiento que acaba adquiriendo, dada la popularidad del
médico entre sus vecinos, un sesgo político que apreciamos en el desarrollo del
juicio.
Sellada queda mi voz en el relato de
los acontecimientos, porque, así que se convoca el juicio, los enfrentamientos
se producirán incluso en el seno de la comunidad británica, lo que aporta una
brizna de esperanza y permite entrever que, tarde o temprano, un régimen
coloquial manu militari tiene los días contados.
Ha habido momentos de la película en la
que me han venido a la memoria imágenes de la prodigiosa película de Jean Renoir,
El río, ambientada en India también y llena de un colorido que tiene mucha
similitud con el de esta película que, sin alcanzar el virtuosismo de otras
obras suyas anteriores, es todo un espectáculo que no desagradará a ningún
espectador, por exigente que sea.
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