Allen sin chispa...ni pizca de magia. |
Magia a la luz de la luna o el primum vivere… de un autor demasiado irregular.
Título original: Magic in the
Moonlight
Año: 2014
Duración: 97 min.
País: Estados Unidos
Director: Woody Allen
Guión: Woody Allen
Fotografía: Darius Khondji
Reparto: Emma Stone, Colin
Firth, Marcia Gay Harden, Jacki Weaver, Eileen Atkins, Simon McBurney, Hamish
Linklater, Erica Leerhsen, Jeremy Shamos, Antonia Clarke, Natasha Andrews,
Valérie Beaulieu, Peter Wollasch, Jürgen Zwingel, Wolfgang Pissors, Sébastien
Siroux, Catherine McCormack.
Se trata ya de una cita obligada, el hecho de ir a ver la
última película de Woody Allen sin saber uno si va a encontrarse con una obra
maestra o con un bodrio infumable, un pasatiempo, un entretenimiento aburrido,
cuando no con un insulto al espectador como la horrorosa Vicky, Cristina, Barcelona de triste recuerdo. Allen no es un
cineasta que viva de las rentas, porque cuando toca, y se ve que esta vez “no
tocaba”, hace películas como la reciente y muy valiosa Blue Jasmine verdaderamente notables. Hay quien incluso ha
descubierto un algoritmo curioso: años pares, bodrio; años impares, excelentes.
Pocas fallan, como Interiores o Stardust memories, que son de años pares
ambas.
Reclamado desde Europa, donde se le ve más como un poderoso agente
comercial de propaganda turístico, Allen lleva ya algunos años en el viejo
continente tomando a los productores como nuevos indios, en justa reciprocidad
histórica, y a cambio de ciertos exteriores del rodaje o la mención de la
ciudad en el título de la película, hace caja con una facilidad espantosa, sin
que por ello se resienta lo más mínimo –salvo entre algunos críticos– su
reputación. Allen será siempre Allen, sobre todo en Europa, por supuesto. No
olvidemos, sin embargo, que aquí ha rodado auténticas obras maestras como Match point (impar, 2005), por ejemplo.
Magia a la luz de la luna es una
comedieta aburrida que tomando como hilo conductor los intentos de un mago para
desacreditar a una reputada vidente espiritista que quiere hacerse de oro con
la credulidad de los millonarios de la Costa Azul francesa, no tiene ninguna
entidad dramática ni fílmica. Los personajes viven unas vidas absolutamente
planas, sin ningún relieve, y ni siquiera hay un conflicto central, por decirlo
así, que pueda captar la atención de los espectadores, que asisten, si
coinciden conmigo, a menudo bostezando, a una demostración absoluta de falta de
recursos fílmicos. Si las películas de encargo existen, Vicky… fue la nuestra –la peor de la serie, sin duda–, esta es, sin
duda, una prueba irrefutable. Hablar de una lejana inspiración en la figura
espectacular de Harry Houdini lo único que haría sería confundir al espectador.
El gran Houdini, judía como Allen, escéptico y racionalista a machamartillo,
emprendió una campaña de desacreditación de los espiritistas que tan de moda se
pusieron en los años 20 y 30 del pasado siglo; una lucha en la que chocó con su
gran amigo Conan Doyle, un ferviente defensor de los creyentes en la
comunicación con los espíritus, acaso porque él ya tuvo la experiencia de
resucitar a un muerto como Sherlock Holmes… Houdini incluso llegó a concertar
con su mujer un código secreto con el cual podrían confirmar que, si había tal
cosa como el diálogo con los espíritus, pudiese confirmar que se trataba de él
y no de un impostor. Muchos lo intentaron, y su esposa se prestaba a la prueba
con todos, pero, obviamente, ninguno lo descifró nunca.
El aire de comedia sofisticada y decadente, demimondaine..., ambientada en los años
30, con unos personajes totalmente estereotipados, de ninguna de las
manera capta el interès del espectador por unos asuntos tópicos y un enfrentamiento de fondo mantenido
desde posiciones irreductibles y tramposas. Las interpretaciones de Emma Stone
y de Colin Firth, sobre todo la de este último, demasiado sobreactuado, tampoco
colaboran para complacer al espectador, porque no se advierte en ellas ni un
gramo de autenticidad. Cuando la atención del espectador deriva hacia el
vestuario vintage buscado en parte y
diseñado en parte por la española Sonia Grande, reconocidísima profesional de
su ramo, es que poco interés encontramos en aquello de lo que los personajes
nos quieren hablar. En fin, esperamos con paciencia la próxima película impar
del maestro neoyorquino, a ver si el algoritmo se cumple.
A pesar de
todo lo que he escrito, reflejo de mi visión absolutamente subjetiva, es muy
probable que muchos espectadores allenianos incondicionales se lo pasen bien viéndola,
porque, aunque sea en pequeñas dosis hay breves destellos de su grandeza, como
en buena parte de la secuencia en el observatorio astronómico. También descubrimos
algún personaje secundario que consigue arrancarnos la sonrisa, como el
filarmónico hijo de la millonaria, enamorado de la vidente y con quien acabará
compitiendo el mago por el amor de ella. Hay diálogos con un cierto ingenio,
pero de poco vuelo, porque el marco general de la obra, el contexto inverosímil
por pura inanidad, le suaviza la posible agresividad.
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