miércoles, 14 de julio de 2021

«Invisibles», de Gracia Querejeta: la ambición del minimalismo.

 

Cine rohmeriano de mujeres en una vuelta de tuerca a la tradicional «guerra de sexos» para que lo vean con mucha atención los hombres.

 

Título original: Invisibles

Año: 2020

Duración: 83 min.

País:  España

Dirección: Gracia Querejeta

Guion: Santos Mercero, Gracia Querejeta

Música: Federico Jusid

Fotografía: Juan Carlos Gómez

Reparto: Emma Suárez, Adriana Ozores, Nathalie Poza, Blanca Portillo, Fernando Cayo, Pedro Casablanc, Francisca Horcajo.

 

        

               He de reconocer que negocié el visionado sin excesivos reparos por la presencia de tres actrices que, imaginé, no se prestarían a una película toscamente militante, y así ha resultado ser, para mi alivio y para el disfrute de todos los espectadores. De hecho, acabé, dadas las horas…,  quedándome solo ante las tres historias que se iban mezclando, semanalmente, en el paseo concertado con dicha frecuencia por las tres…, iba a escribir «amigas», luego pensé en «compañeras» y en ningún caso en simples «conocidas»; lo cierto es que la propia relación entre las tres mujeres que han pasado de los 50 y hablan sobre sus invisibilidades respectivas, de muy diferente naturaleza, es una relación dialéctica que va cambiando a medida que van emergiendo en sus conversaciones no solo sus propias vidas, sino la verdadera relación que existe entre las tres, todas ellas personalidades muy distintas.

         Sí, la estructura peripatética de la película se mantiene a lo largo de todo el metraje: no salimos, por así decirlo, del parque donde se reúnen para caminar las tres, y en esas citas emergen las tres vidas que se van perfilando a través de las conversaciones entre las tres mujeres, muy distintas,, tanto que, como les ocurre a ellas, ni siquiera saben si en realidad pueden considerarse «amigas» unas de otras. En todo caso, se trata de una amistad muy sui géneris, porque no excluye ni la función consoladora ni la agresividad más descarnada, cuando se trata de los reproches que exigen determinados comportamientos. Sí, del mismo que se hace camino al andar, también vivimos al dialogar, y esos dos senderos que se recorren, el físico del parque y el psicológico del diálogo incesante dotan a la película de un realismo muy directo que, por la buena estructura del guion, sabe atrapar al espectador, interesarlo en lo que esas mujeres nos están contando. Si es una queja universal, al margen de la invisibilidad, el que a las mujeres «no se las escuche», ha quedado claro que esta película «obliga», con muy buenos modos, a ello, para disfrute del espectador, porque el experimento de la terapia psicológica peripatética, con sus dosis de confesión e incluso de expiación, captan, a pesar de algunas truculencias, el interés de los espectadores.

         Por lo que llevo dicho, es una obviedad deducir que todo el peso de la película recae en las interpretaciones de Emma Suárez (¡Jamás se me despinta su presencia en La ardilla roja, de Medem!), Adriana Ozores (siempre genial en cualquier aparición que tenga en pantalla, ¡esos genes familiares!) y Nathalie Poza, quien borda el que quizás sea el papel más difícil de los tres, el de la boba ingenua y optimista. Una alta ejecutiva, una profesora absolutamente quemada y una florista  recién casada de quien abusa la hija de su actual pareja son las tres personas que van a hacer un striptease radical que nos va a descubrir sobre todo sus miserias, porque la película es algo así como una mirada a cara de perro hacia la suave cuesta del declive biológico, por más que las tres tengan aún sobrada energía para hacer frente a esa situación y a otras; pero está claro que lo que capta la atención de los espectadores es el drama, no la descripción de la felicidad. Lo que Gracia Querejeta y Santos Mercero dosifican muy bien es la alternancia entre los dramas individuales y los momentos jocosos a que dan pie sus situaciones individuales, con comentarios muy mordaces, sarcásticos a veces, e incluso faltos de humanidad, si se tercia…, y de ahí el replanteamiento individual que cada una de ellas hace sobre la índole de su verdadera relación con las otras, lo cual contribuye a equilibrar esa agria perspectiva del declive del que hablaba antes.

         La película, por lo tanto, no engaña a nadie: la palabra tiene el lugar de privilegio, pero, como en los tiempos del nacimiento de la filosofía, el contacto con la naturaleza estimula decididamente la fluencia reflexiva o narrativa o confesional y ahí sí que la interpretación destaca decididamente, porque no solo se trata de contar unas historias, sino de conseguir que los espectadores empaticemos para bien o para mal con esos personajes cuyas flaquezas exhiben sin pudor alguno frente al mundo, porque las interlocutoras de cada una de ellas somos los espectadores: revelar una confidencia a alguien, mostrar un dolor, compartir una alegría nos une al mundo en su totalidad, porque logramos salir de nosotros mismos, vaciarnos, purificarnos. Y eso es lo que hacen las tres amigas: revelarse para rebelarse frente a esa invisibilidad que los años parecen verter sobre ti.

         Supongo que los críticos de piel fina tendrán sus más y sus menos a la ahora de enjuiciar el carácter trágico o melodramático o «traído por los pelos» de los conflictos existenciales que nos revelan Elsa (Suárez), Julia (Ozores) y Amelia (Poza), pero el realismo y la verosimilitud de todos ellos pueden vencerlos. Claro que se concentran demasiados en la menos de hora y media de metraje, pero la vida muy a menudo también nos lo junta todo de tal manera que no nos deja ni tener un poco de perspectiva para asimilar cuanto nos ocurre.

         No es una película «experimental», ya la califico yo de rohmeriana (y aun en su implícito sentido de romería…), y sí una película valiente que busca la complicidad del espectador, quien ha de situarse junto a esas amigas como otro paseante más para compartir con ellas las tres vidas nuestras de cada día que Gracia Querejeta nos ha dado.

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