En la tradición
de la gran comedia usamericana, Fielder Cook adereza con una brillante estética
propia de los 50, no de finales de los 60, una estupenda insustancialidad.
Título original: How to Save a Marriage and Ruin Your Life
Año: 1968
Duración: 102 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Fielder Cook
Guion: Stanley Shapiro, Nate
Monaster
Música: Michel Legrand
Fotografía: Lee Garmes
Reparto: Dean Martin, Stella Stevens, Eli Wallach, Anne Jackson, Betty
Field, Jack Albertson, Katharine Bard, Woodrow Parfrey, Alan Oppenheimer,
Shelley Morrison, George Furth, Monroe Arnold, Claude Stroud.
Que me lluevan piedras, ¡y aun los
clásicos chuzos (suizos…) de punta!, por traer a este Ojo una película
que ni siquiera pasaría el filtro menos escrupuloso sobre el machismo
tradicional en el que se ha fundamentado buena parte de la comedia usamericana «de
situación», como recientemente hemos podido revisitar en la ya indefendible La
tentación vive arriba, de Billy Wilder. Mi primer motor ha sido la
curiosidad, por ver algo más de quien alabé hace muy poco un espléndido drama
laboral, Patterns, de insólita actualidad, porque parece que para las
relaciones laborales no pasa el tiempo, dado los idénticos motores que ha
tenido, tiene y tendrá el sistema productivo. Intenté ver una película histórica
sobre Napoleón, Águila enjaulada, pero la deleznable falta de
calidad de la versión que han colgado en YouTube me lo impidió. Lástima, porque
no tenía mala pinta.
La versión en
español del título inglés se come la segunda parte, lo que deja al espectador
que nada sepa de la película sin la posibilidad de maliciarse lo que va a ver,
la enésima versión del tema de «la guerra de sexos»: How to Save a Marriage
and Ruin Your Life… («Cómo salvar un
matrimonio y arruinar tu vida…») Y de eso va, en efecto, la trama tópica
y archirrepetida, pero con un valor narrativo tan efectivo que, a pesar de lo imposible
que se nos hace considerar cierta visión de la mujer como la que da la película,
la seguimos con cierta complacencia y disfrutamos de algunos gags tan bien construidos
como el de la mentira del bachelor Dean Martin sobre la muerte de su primera
esposa, a la que juró, en su lecho de muerte, que nunca se volvería a casar. Improvisó
la mentirá al contemplar la lápida de una mujer que tenía su apellido, Sloane.
No digo nada más, pero el descubrimiento accidental de la mentira por parte de
la cándida protagonista, una espectacular
Stella Stevens, va a dar pie a un desarrollo que se convertirá en uno de los
mejores gags de la película. Recordemos además, porque la ocasión lo exige, que
el guionista de esta comedia es el mismo de Confidencias de medianoche,
de Michael Gordon, una de mis comedias preferidas, y así tendremos una
referencia para valorar esta película poco conocida, pero que a más de dos les
hará sonreír y pasar un buen rato.
La historia
tiene que ver con la «mediación» que un agente de bolsa intenta entre un
empresario y su mujer, de quienes fue padrino de boda. Las intervenciones de
Anne Jackson, la amante del amigo, y de Eli Wallach, son de lo mejorcito de la
película, por cierto, y sorprende ver a Wallach en un papel que no sea de «villano»,
en los que se especializó.
Una serie de malentendidos, un recurso
sobre el que está construida toda la película, con notable arte, todo hay que
decirlo, porque no es fácil «sostenerlos» durante tanto metraje, y aquí, sin
embargo, se mantienen perfectamente hasta el desenlace, una suerte de «revolución
de las amantes oprimidas» que no deja de tener su gracia, porque, en el intento
de apartar a su querida de su amigo, el protagonista le alquila un apartamento
justo al lado del de la querida con quien tan bien se entiende el empresario, pues
halla en ella refugio de su histérica esposa. Un bloque de apartamentos de lujo
que tiene toda la pinta de no estar habitado más que por «queridas» y a cuyo
frente está una encantadora Betty Field en su penúltimo papel en el cine, el último
fue en La jungla humana, de Don Siegel.
La película arranca con unos títulos de
crédito de un tiovivo en el que se pasean los protagonistas y que vuelve a
aparecer al final de la película con lo que podría considerarse una elipsis
narrativa y su último gag amable. Inmediatamente después, asistimos a un
intento de acoso laboral por parte del jefe de sección de la protagonista, aunque
la joven le da las merecidas calabazas.
A resultas de suplir a una compañera para entregar un pedido, la joven acaba
entregándoselo a su jefe en el nido amoroso donde se refugia. La escena con la
propuesta de promoción que le hace el jefe de la empresa frente a la candidez
personificada de la empleada, que no ata cabos ni con cola, no tiene
desperdicio y genera un poco el tono de los malentendidos que van a producirse
a lo largo de la película, una vez que Dean Martin confunde a esa empleada con
la amante de su amigo. En origen, el papel estaba pensado para Marilyn Monroe,
pero su muerte hizo que el proyecto se guardase en el cajón, aunque vale decir
que Stella Stevens, una de las sonrisas más encantadoras del Séptimo Arte —¿quién
fue capaz de no enamorarse de ella en La balada de Cable Hogue, de Sam Peckinpah,
que rodaría dos años después?—, realiza una interpretación muy convincente,
amén de la oportunidad que tiene de lucir un vestuario que la favorece
enormemente, y del que los aficionados a la moda pueden disfrutar con fruición.
Si añadimos que la música es de Michel Legrand, entonces la suma de factores curriculares va
acercando la película a lo que deberíamos entender por una excelente comedia cuya
base políticamente incorrecta no nos deja saborearla con adhesión, pero sí con el beneplácito por lo
que tiene de ingeniosa y, sobre todo, de estrictamente cinematográfica, porque
los amplios planos y la excelente puesta en escena nos la acerca a las grandes
comedias del género. Por otro lado, pocas comedias de los 40 y 50 aguantan la
mirada crítica de la igualdad sin excepciones entre hombres y mujeres de
nuestros días. Tiene la película, pues, y no deja de ser un «valor» añadido,
una perspectiva de «documento sociológico» que si no es una excusa para verla,
tampoco es algo que podamos desdeñar.
Dean Martin en el papel de solterón
empedernido, con club de amigotes más londinense que neoyorquino, que intenta
salvar el matrimonio de su amigo, es una elección archiidónea, porque realmente
apenas sí tiene que actuar, dada la reiteración con que ha representado ese
papel en el cine. Hay incluso un momento, cuando ella quiere vengarse del humillante
engaño que ha sufrido, en que la comedia parece acercarse a la screwball
comedy, y ahí es donde se cruza la historia con la de la tumba, pero no
llega a desmelenarse tanto el guion y pronto volvemos a unos usos lisistráticos
que nos acercan a la comedia clásica de siempre.
Dada el olvido en que cayó el director, no
es una comedia demasiado vista y en la única crítica de FilmAffinity que hay se
advierte el esfuerzo del redactor para no reconocer que se lo ha pasado
estupendamente viéndola, a pesar de los pesares señalados. Yo lo reconozco
paladinamente e invito a que sea vista. La tienen en Filmin.
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