La máxima calidad con la mínima inversión: el dominio del relato… y Ella Raines…
Título original: Phantom
Lady
Año: 1944
Duración: 83 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Robert Siodmak
Guion: Bernard C. Schoenfeld. Novela: Cornell Woolrich
Reparto: Franchot Tone; Ella Raines; Alan Curtis; Aurora Miranda; Regis
Toomey; Fay Helm; Elisha Cook Jr.; Thomas Gomez; Joseph Crehan; Doris Lloyd; Virginia
Brissac.
Música: Hans J. Salter, Frank Skinner
Fotografía: Elwood Bredell (B&W).
Robet Siodmak,
cuyo renombre comenzó con un documental rodado con un equipo en el que se
hallaba Edgar G. Ulmer, Billy Wilder, Fred Zinnemann o su hermano, el guionista
Curt Siodmak, también novelista y director de cine, Gente en domingo, se
formó en el cine Alemán emergente que dominó la Europa cinematográfica de los
años 20 y 30 a través, sobre todo, de la todopoderosa productora UFA. Educado
en el expresionismo de sus mayores y de los genios que ya realizan obras
maestras, Siodmak emigró a Usamérica tras la llegada al poder de los nazis y,
tras unos tanteos «al servicio de», tuvo la oportunidad de demostrar con esta
película que iba a convertirse en un puntal de un género que ha apasionado a
los espectadores desde que nació —dicen los expertos que con El desconocido
del tercer piso, de Boris Ingster, película en la que también actuaba, por
cierto, como en esta de Siodmak, ese
genio secundario de la actuación que fue Elisha Cook Jr.— y al que Siodmak ha
contribuido con obras universalmente reconocidas.
Aunque el
presupuesto de esta película indicaba que podíamos estar ante una producción de
serie B, porque el actor mejor pagado fue Franchot Tone, que solo actúa en la
segunda mitad de la cinta, el equipo formado por Siodmak consiguió,
técnicamente, remontar esa condición inicial para ofrecernos una muy sólida
muestra del mejor cine negro de una década tan brillante para el género como la
de los años cuarenta.
La trama es
bien sencilla: un hombre discute con su mujer. Se va a un bar. En la barra
conoce a una mujer a quien invita a ir con él a un espectáculo de variedades,
para no malgastar las dos entradas que tenía para ir con su mujer. La conocida,
ataviada con un extravagante sombrero, comparte con él la velada y al regresar
a su casa se encuentra con tres extraños en ella que, sin identificarse, le
permiten entrar al dormitorio para levantar la sábana que cubre el cadáver y
reconocer que se trata de su esposa. La policía se identifica y el
interrogatorio a que es sometido lo convierte rápidamente en sospechoso. A
pesar de que la policía se aviene a verificar su coartada, el noctámbulo,
ingeniero de una importante empresa, se encuentra con una realidad que no se
esperaba: lo recuerdan a él, pero no que fuera acompañado por una mujer. Cuando
la noticia de la muerte de la mujer y su detención llega a oídos de su
secretaria, interpretada magistralmente por Ella Raines, esta toma la decisión
de, sin haber dudado nunca de la inocencia
del hombre que es su jefe y de quien está secretamente enamorada, buscar
activamente a esa mujer que, tras la condena a muerte, puede librarlo de la
silla eléctrica.
Que la
investigadora sea una mujer supone una curiosa novedad en el género. Y sus «armas
de mujer» para progresar en la intervención la llevan a interpretar a una mujer
de vida fácil y alegre que seduce al batería de la miniorquesta del espectáculo
en el que la cantante sudamericana, interpretada por Aurora Miranda, llevaba un
sombrero exactamente igual que el de la coartada del ingeniero acusado de
homicidio. Esa indagación, además, nos va a llevar a una de las mejores
secuencias de la película, la grabación de una jam session jazzística en un reducido cubículo en el que
el batería entra para acompañar al grupo y alcanzar un estado casi de delirio,
con unas tomas sin apenas distancia respecto de los músicos y con unas
posiciones de cámara casi inverosímiles. Poco a poco va seduciendo al música
hasta que este acaba reconociendo que le han pagado para contar una versión falsa
de los hechos. Cuando la secretaria llama al policía que se ha sumado a su
causa, por los escrúpulos de conciencia que le ha supuesto la firmísima convicción
del acusado en una coartada que ha acabado volviéndose contra él, y este llega
a la casa del sospechoso y suben para hacerle confesar, se encuentran con su
cadáver, pero es el primer momento en que conocemos la identidad del asesino, interpretado
por Franchot Tone, un destacado actor a quien la mayoría de los espectadores
recuerda por una película en la que interpretaba a un presidente de los Estados
Unidos: Tempestad sobre Washington, de Otto Preminger, otro director
alemán triunfante en Hollywood. Tone interpreta a un escultor, amigo del
ingeniero y algo más que amigo de la mujer de este, quien sufre de unas
migrañas que lo enloquecen e incitan al asesinato, porque tiene toda la
sensación de que sus propias manos se independizan del imperio de su voluntad y
actúan por su cuenta. Este personaje es un acierto y una riqueza en la trama,
porque acompaña a la investigadora en la segunda parte fe la película sin que
esta sepa que lleva al lado al asesino de la mujer de su jefe. Por las reacciones
del personaje, Siodmak parece haberse inspirado en Las manos de Orlac,
de Robert Wiene, y esta película haber sido la inspiración de Anatole Litvak
para La noche de los generales, en la que Peter O’Toole sufre un padecimiento
similar al de Tone en esta película. Como se advierte, así pues, no se trata de
una obra menor, sino de un ejercicio de estilo que rinde pleitesía a los grandes
descubrimientos del claroscuro del cine expresionista. Por otro lado, la
historia, muy bien trazada, pertenece a una narración de Cornell Woolrich,
autor eminente de obras que conocieron excelentes versiones cinematográficas,
como La venta indiscreta, de Hitchcock, autor con quien Siodmak tiene
algunas deudas, y no hay más que reparar en ciertos planos del pañuelo con que
quiere deshacerse el escultor de la secretaria, por ejemplo…
Quien quiera
adentrarse en las claves de un género que Siodmak contribuyó a definir con su
trabajo, aquí tiene una excelente muestra que no le dejará indiferente.
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