Un comienzo espectacular para un polar lleno de silencios.
Título original: Un flic
Año: 1972
Duración: 96 min.
País: Francia
Dirección: Jean-Pierre
Melville
Guion: Jean-Pierre Melville
Reparto: Alain Delon; Richard Crenna; Catherine Deneuve; Riccardo
Cucciolla; Stan Dylik;
Michael Conrad; Simone Valère; Paul Crauchet; André Pousse; Catherine
Rethi; Jean Desailly; Henri Marteau; Valérie Wilson; Philippe Gasté; Dominique
Zentar.
Música: Michel Colombier
Fotografía: Walter Wottitz.
Sexta película de Melville
que aparece en mi Ojo y última del autor, cuya prematura muerte, a los
55 años, nos privó seguramente de obras sobre cuya calidad solo es posible
hacer cábalas, pero bien fundadas, porque desde Bob, el jugador hasta
este policiaco la trayectoria de Melville es la propia de un innovador que, por
cierto, no acababa de encajar en el cine «nacional» francés, dada su querencia
hacia el cine negro usamericano. Aunque el polar es un género
genuinamente francés, las películas de Melville siempre van algo más allá de la
estandarización de un género, por arraigado que esté en los hábitos
cinematográficos del país y cuente con obras muy destacadas. Se trata, en todo caso,
de una perspectiva que, aun teniendo orígenes del otro lado del charco, a mí al
menos me resulta muy, pero que muy francesa. En todo caso, los de la nouvelle
vague vieron enseguida que el cine de Melville era muy digno de ser encarecido
y celebrado. Estamos ante su última película y es cierto que el planteamiento
es brillantísimo, que el nudo es muy atractivo y que el desenlace flojea algo,
pero siempre dentro de una calidad muy por encima de cualquier otro producto al
uso.
Una banda de atracadores entrados en
años decide desvalijar una sucursal bancaria ubicada en los bajos de un
edificio cuya sola fotografía causa ya admiración, ¡cuánta más al observar los
magníficos encuadres de Melville en un día de niebla que genera una atmósfera
casi surrealista, como si todo ocurriera en el interior de un sueño! Se trata
de una barriada nueva, con anchas calles por las que el coche de los
atracadores se mueve con una elegancia perfectamente recogida en encuadres que
tienen algo de paisaje de De Chirico; situación que vuelve a reproducirse en
las tomas de las calles de un París desierto, salvo la presencia de los
personajes.
El cerebro de los atracadores tiene un
club y está unido a una vampiresa que, curiosamente, es la amante del comisario
de policía interpretado por un Alain Delon, a quien sirve también de
confidente, aunque las confidencias principales las recibe de un travestí con
quien intercambia ambiguas miradas de deseo que dan a entender una relación que
no se explicita en la película. Otra cosa son las maneras violentas de un
comisario desengañado y un punto amargado, peleado con el mundo sin que sepamos,
tampoco, exactamente por qué. El personaje, en consecuencia, presenta ciertos
rasgos estereotipados, pero la interpretación de Delon resuelve a su favor
cualquier duda de los espectadores. Tengamos presente que su labor policial,
repetida ad náuseam, a través de las comunicaciones que reciben en el coche
patrulla, casi podríamos decir que «exigen» una cierta frialdad, la propia de
la rutina que hace callo en cualquier conciencia y en cualquier profesionalidad.
La banda tiene muy estudiado su plan,
del mismo modo que realiza al milímetro su segundo golpe: el robo de dos maletas
de droga que le son sustraídas al delincuente que las lleva en el interior de
un tren e izadas a un helicóptero que vuela paralelo a la marcha del tren. Se
trata, acaso, de las mejores escenas, rodadas con un trucaje perfectamente
realizado. A mí esas escenas de un robo tan ingeniosamente perpetrado me han
traído a la memoria las incomparables de la película de Rififi, de Jules
Dassin, una obra maestra del género de atracos perfectos.
El cuidado de Melville por la puesta
en escena lo lleva a escoger un edificio moderno en el que se ubica en París la
comisaría de policía donde trabajo el comisario. En él abundan las escenas en
las que la superposición de planos compone imágenes de fuerte contenido
geométrico, lo cual contrasta severamente con el contenido degradado socialmente
que lo visita «forzadamente», como, por ejemplo, el travestí confidente del
comisario, a quien este humilla con una violencia, como dije antes, no exenta
de cierta turbiedad en el deseo, una personalidad fronteriza que Delon expresa
a la perfección. Su rival, y sin embargo conocido, es justo lo contrario, pero
el nexo de unión entre ambos, la hierática y gélida Catherine Deneuve, con muy
escaso papel, no duda entre el hombre maduro y rico y el policía relativamente
joven, bien mozo y de turbia personalidad.
Se sabe, desde las primeras muestras del
género, que está escrito que el criminal nunca vence, pero en el modo como la
policía logra capturar a los responsables del atraco a la sucursal y del robo
tiene que ver con el incidente del banco en que un empleado «modelo» se juega
el pellejo haciendo sonar la sirena de alarma y se enfrenta con un arma
escondida a los asaltantes, a uno de los cuales consigue herir de muerte, razón
por la que han de desentenderse de él en un hospital que no puede sino
certificar su muerte. De ese hilo, finalmente, acabará tirando la policía para
ir descubriendo uno por uno a los miembros de la banda. Todo ello, por cierto,
siguiendo los pasos de la delación y una clara sospecha de los círculos íntimos
que los delincuentes suelen anudar antes de formar una banda para dar un golpe.
Insisto, la elegancia de la cámara, la
sólida puesta en escena, sobre todo en el primer tercio de película, así como
la sobria interpretación en tono menor, sin buscar excesos ni alardes
interpretativos, confieren a la película una solidez que ya nos gustaría para
películas policiacas actuales, la verdad sea dicha. Las escenas de conducción,
tanto de miembros de la banda como del coche de policía del comisario son bazas
seguras de la película, sobre todo cuando, a través del cristal trasero del vehículo,
vemos cómo se aleja en zoom inverso un escenario como el del Arco del Triunfo
parisino, por cierto. Melville siempre es una apuesta segura para los amantes
del cine de atracos perfectos que no lo acaban siendo.
Sólo esa referencia que haces a que sus encuadres y las imágenes que presenta esta película recuerda a Chricco y su pintura metafísica, esa que se caracteriza por sus imágenes de misterio y enigmáticas atmósferas, logradas con perspectivas e iluminaciones irreales ya me la hace apuntármela, aunque el Polar francés no sea uno de mis géneros favoritos, más que nada porque a diferencia del cine negro americano, nunca hay finales felices, sieeempre es demasiado tarde para cambiar nada, toodo son personajes ambiguos, fríos, lacónicos que se zambullen en esa oscuridad que se te termina metiendo dentro – al menos a mi que me mimetizo con lo que veo en la pantalla- no suelen dar un respiro y uno suele salir un tanto arrastras de estas películas, son para disfrutar en fases de plena euforia por si tiran demasiado hacia abajo : ) Delón suele resolver a su favor cualquier duda de los espectadores, es y será un grande! Me fijaré en este zoom inverso del Arco del Triunfo parisino, descuida! Mil gracias de nuevo. Me he acercado a comentarte hoy además de a disculparme por mi tardanza en agradecerte el comentario del otro día y todo lo demás, porque además te he enviado lo que mea has pedido, de corazón, mil millones de gracias .. ya puedes sentirte feliz por tu buena acción del día jajaja eres un tipo fantástico… al estilo Bogart pero más y mejor, por supuestísimo ¡!! Un beso!
ResponderEliminarPD
Por si no me vuelves a ver porque voy a inmolarme en una entrada desntro de un rato por la que me van a lapidar jajaja que sepas que ha sido un inmeeeenso placer hacerte conocido en letras, otra vez graaacias, sieeempre y por todo gracias!!! ; )
Bueno, espero que la "molación" sea a fuerza de elogios por tu valentía... Gracias por los cumplidos. Ya me dirás algo de los aforismos. Un beso.
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