El ojo que ve,
el corazón que no juzga: la road movie como tragicomedia.
Título original: A Perfect
World
Año: 1993
Duración: 138 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Clint Eastwood
Guion: John Lee Hancock
Reparto: Kevin Costner; Clint Eastwood; Laura Dern; T.J. Lowther; Keith
Szarabajka;
Leo Burmester; Paul Hewitt; Bradley Whitford; Bruce McGill; Jennifer
Griffin; Kevin Jamal Woods; Mary Alice; Wayne Dehart.
Música: Lennie Niehaus
Fotografía: Jack N. Green.
Clint Eastwood
ha demostrado ser un director con intereses muy diversos y difícilmente
encasillable, del mismo modo que, como actor, demostró una acusada
versatilidad en papeles de muy distinta naturaleza. Auténtico icono del western,
cuyos personajes en la trilogía de Leone lo preservan ya en el panteón de la
inmortalidad, supo, sin embargo, tras su paso por los thrillers violentos de
Don Siegel, acercarse, de un modo muy original, a realidades tan diferentes como
los entresijos del rodaje de La reina de África, esta historia de solo
aparente poca miga, Un mundo perfecto, pero llena de auténtico calor
humano o el boxeo femenino y los conflictos paterno-filiales en Million Dolar
Baby, por no hablar del fenómeno de la inmigración que aparece en su
reputadísima Gran Torino. Estamos, pues, ante un director que supo
labrarse una carrera que, a mi entender, ha superado con creces la de actor,
por la entidad y calidad de sus obras.
Si Sin
perdón fue considerada y reconocida como la película que, tras Silverado,
de Lawrence Kasdan, revitalizaba definitivamente el género del western,
Eastwood se planteó una película que le permitiera huir de la rutina de apegarse
a los éxitos para acabar desgastándose, acaso, en la mera repetición. Nada
mejor, pues, que esta curiosa road movie de trepidante inicio e insólito
desarrollo, porque las huidas de los presos de las cárceles no suelen incluir
secuestros de niños como rehenes para asegurarse de que la policía ha de
pensárselo dos veces antes de estrechar su cerco sobre los fugados. Cuando de
boca de los Rangers, mítico cuerpo de policía de Texas, cuyo sheriff
interpretado por Eastwood se implica en la captura de los fugados, sabemos que
de los dos fugados uno es un broncas y el otro un asesino despiadado, nos entra
un temblor incontrolado al saber que el segundo es Butch, el personaje
interpretado por Kevin Costner en la mejor interpretación que le he conocido,
dados sus muy limitados recursos interpretativos, a pesar de su éxito, sobre
todo entre el público femenino. No tardamos, cuando el compañero de fugas
intenta abusar depravadamente del rehén,
en comprobar cómo se las gasta Butch, porque lo fulmina de un disparo, para
seguir la huida con el niño. La escena en el interior del coche, cuando Butch
le facilita la comprensión entre una amenaza y un hecho, una secuencia muy de
Eastwood…, precede al momento en que deja al niño con la pistola apuntando al
colega de huida, antes de que, amenazado por el preso, el niño salga corriendo
a esconderse en un maizal cercano… El niño, un prodigio de interpretación,
aunque con una muy discreta carrera posterior, es hijo de una Testigo de Jehová
que, en época de Halloween, por ejemplo, no participa en esa popularísima
fiesta que tiene a los niños como protagonistas, lo cual marca, de inicio, una
suerte de marginación respecto del mainstream social que favorecerá el
acercamiento al secuestrador, sobre todo porque ambos son típicos casos de hijos
sin padre que se han criado, por lo tanto, sin referente masculino que
complemente o equilibre la influencia materna. Y este es, en el fondo y en la superficie, el
meollo de la película, de generosa extensión temporal, pero es obvio que el
desarrollo de ese acercamiento ha de ser paulatino para ser creíble, de otro
modo estaríamos más cerca del cine milagroso que del realista.
El segundo eje
narrativo de la película es el del lado de la ley y la persecución que
emprenden, con todo el despliegue de las fuerzas policiales para barrarle el
paso al fugitivo. Ahí vuelca Eastwood la parte cómica de la película, no exenta
de una subtrama de abuso machista a la que pone expeditivo remedio el Ranger,
porque al equipo de búsqueda del secuestrador ha sido asignada una criminalista
que ha de colaborar con un estamento policial, los Rangers, no demasiado
receptivo a integrar a las mujeres en su cometido. Hemos de conocer la vida marginada
en la que ha crecido Sally, papel interpretado con mucha solvencia por Laura Dern,
para que el Ranger la acepte en igualdad de condiciones como parte del equipo,
aunque, propiamente, es casi nulo su papel en el desenlace, del que me abstengo
de referir nada, aunque es esta una película que fue muy vista en España y
debemos de ser pocos los que, por una u otra razón, no la vimos en su momento ni
hemos tenido ocasión de hacerlo desde que se estrenara hace ya treinta y un
años. Por fuerza ha de destacarse la secuencia cómica en que el conductor de la
caravana donde se ha instalado la comisaría rodante que persigue al fugitivo
decide perseguir a este a campo traviesa sin reparar en que lleva un remolque
que, efectivamente, por uno de esos botes sobre el terreno, acaba separándose
del coche y circulando en paralelo a este hasta que la salvaje naturaleza los
obliga a parar… Se ha de saber que esa caravana es la que va a usar el
Gobernador para hacer campaña para la reelección, campaña de la que forma parte
la entrevista con la madre ante los medios, por supuesto… No es el único
momento en que Eastwood nos distrae la atención del peligro que sufre el niño
en manos del fugado, como si quisiera aligerar una tensión creciente que no
sabemos cómo va a acabar, aunque empezamos a sospecharlo con la secuencia en la
que el niño asiste al inminente asesinato de una familia negra que los ha
acogido, pero cuyo padre maltrata al nieto, lo que provoca la furiosa reacción
de Butch, y ahí lo dejo, porque el final de esa secuencia inicia el desenlace que
sorprende a propios y extraños por la fatalidad que lo preside.
El excelente
guion de John Lee Hancock, también director,
nos permite asistir a la evolución de la relación entre el duro forajido
y el niño deseoso de poder hacer todo aquello tan prohibido por el rigor moral
de su madre. Se trata de una conexión emocional que no nos pilla por sorpresa,
porque responde a un patrón tradicional, y ahí tenemos Hunted, ese
peliculón soberbio de Charles Crichton con una situación parecida a la de esta
película, pero con una variación sustancial: en esta, el protagonista adulto,
un maravilloso Dirk Bogarde, pretende dar esquinazo a un niño que lo escoge
como figura paterna a la que no quiere renunciar, y sí, también es una película
de camino, aunque sin coches… En Un mundo perfecto, sin embargo, los
coches y vehículos ocupan un lugar preeminente, porque, al modo del western, es
metáfora del caballo que permite a los fugados continuar su escapada. Bien
divertida es la secuencia, por ejemplo, en la que, tras pasar con una familia
en su coche el cordón policial, después de haber estado a punto de que el niño,
solo en el coche, no pudiera evitar el choque con el coche nuevo de la familia,
Butch los deja en la cuneta, con las maletas, y huye con el niño. Insisto en
que el lazo de confianza e incluso cierto cariño que se establece entre los dos
protagonistas alcanza la categoría de «entrañable», por más que ello no impida
un desenlace parcial, que nos deja de una pieza, antes del definitivo.
La puesta en
escena de la película, Usamérica hacia 1963, es impecable y afloran en ella aspectos
de la vida social, como el racismo, perfectamente tratados en la película. Lamento
ahora, retrospectivamente, no haberla visto antes, pero estoy seguro de que mi
experiencia como espectador me ha permitido disfrutar mucho más de ella hoy de
lo que lo hubiera hecho entonces. El título, propiamente, es de lo más significativo,
porque es usado como antífrasis: el mejor de los mundos es aquel en que un hijo
sin padre se convierte en el padre adoptivo de otro hijo sin padre, y ambos, al
margen de la ley, estrechan los más sólidos lazos emocionales que quepa imaginar.
Si a eso añadimos la crítica acerba de los comportamientos de muchos de los
personajes con los que se cruzan al albur de su huida los fugados, comprendemos
sobradamente las muchas cargas de profundidad moral que contiene una película
aparentemente tan sencilla.
Sí, por supuesto, esas relaciones en modo alguno pueden ser modelo de nada, pero no creo que Eastwood pretenda dar lecciones, sino expresar emociones, y esas se multiplican en la película. La escena de la casa del matrimonio negro, cuando los ata y amordaza como preludio de su ejecución es increíble, sobre todo por la interpretación del niño, quien encarna la única justicia inmaculada posible. Voy viendo que esto de no ver las películas cuando están de moda te permite, tiempo después, verlas con mayor objetividad. Un beso, María.
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