Una Navidad distinta: un vistazo a los recovecos de las almas torturadas.
Título original: The
Holdovers
Año: 2023
Duración: 130 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Alexander Payne
Guion: David Hemingson
Reparto: Paul Giamatti; Dominic Sessa; Da'Vine Joy Randolph: Carrie
Preston: Gillian Vigman; Tate Donovan: Michael Malvesti: Pamela Jayne Morgan; Greg
Chopoorian; Dustin Tucker; Ian Lyons; Bill Mootos; Howard Breslau; Osmani
Rodriguez; Jon DiVito;
Matt DiVito; Ian Dylan Hunt; Michael Provost; Brady Hepner; Oscar
Wahlberg; Naheem Garcia; Colleen Clinton.
Música: Mark Orton
Fotografía: Eigil Bryld.
Los
descendientes, magnífica película de Payne, ya fue un ejercicio de análisis
psicológico del que el director sacó frutos extraordinarios. Lo mismo, en un
contexto muy distinto, sucede con esta película de anécdota navideña que acaba
convirtiéndose en un drama que desnuda los prístinos valores morales de quien
se nos presenta como el clásico cínico que soporta sus tareas profesorales con
el olímpico desprecio de quien contempla desde su superioridad formativa a los jóvenes
canallas que se maleducan en las mil y una maneras de trepar en la vida al
margen de la ética de la responsabilidad.
Llega la
Navidad y algunos alumnos han de quedarse en el internado, de estilo victoriano,
donde estudian, en Nueva Inglaterra, cerca de la capital de Massachusetts,
Boston. Algunos de ellos son alumnos del profesor de Estudios clásicos, Paul
Hunham, un divertido Paul Giamatti que, tras quedarse solo al cargo de la
custodia del alumno más problemático, Angus Tully, interpretado con absoluta
convicción por Dominic Sessa, ira perdiendo las capas defensivas con que se
protege frente a la íntima realidad de su fracaso existencial y profesional, a
medida que evolucione la situación y se le vaya de las manos, hasta cierto punto,
la relación con el muchacho.
En cuanto
quedan solos en el gran internado, un centro educativo al más puro estilo
británico, tiene uno la sensación de que vamos a entrar en una película de
terror al estilo de El resplandor, de Kubrick, por esos recorridos de
celador que hace el profesor. Junto al profesor y a los alumnos se queda con
ellos la cocinera que los atenderá, una mujer que acaba de perder a su hijo de
diecinueve años en la guerra de Vietnam y está viviendo un luto dolorosísimo.
La actriz Da’Vine Joy Randolph representa con exquisitez los variados matices
de la madre entre doliente y airada, y desarrolla una relación con el profesor
muy particular. Con todo, una vez que han venido a «rescatar», a última hora, a
cuatro de los alumnos castigados, el verdadero meollo de la película estriba en
la relación casi entre iguales que se establece entre el profesor y el alumno
cuya madre no va a buscarlo para pasar las Navidades con ella, porque son las
primeras con su nuevo marido y quiere entrar en la vida de este poco a poco,
algo que le parece incomprensible al hijo.
Se ha vuelto
una tradición audiovisual repetir ciertas películas en dos festividades muy
marcadas, de confesión cristiana: Navidades y Semana Santa. ¿Cuántas veces ha
visto cualquiera Qué bello es vivir, de Capra, siempre con la misma
emoción…? Los que se quedan es una película navideña, eso es innegable, pero
sería algo así como la versión triste de los perdedores, magníficos en su
grandeza y hasta heroicos en algunas de sus decisiones, influidos, sin duda,
por ese milagro que es siempre la aparición de las relaciones humanas movidas por
la calidez sin par del afecto, del cariño, de la empatía, de la solidaridad y,
sobre todo, de la generosidad, que es lo que ocurre cuando los tres habitantes
solitarios del colegio deciden ir a pasar el día de Navidad en Boston, una
licencia que tendrá, más tarde, sus correspondientes efectos dramáticos, pero
eso ya pertenece a un desenlace que solo en parte nos sorprende, porque se
manifiesta en él una suerte de redención individual muy hermosa y emotiva.
He tenido en
todo momento la sensación de estar viendo una película francesa, porque la vida
torturada del joven Angus —y el propio nombre ya indica un cierto estado
kierkeggardiano—, el único alumno del profesor que aprueba, me ha recordado Los
cuatrocientos golpes de Truffaut y Adiós, muchachos, de Malle. Hay
en las maneras y en las miradas torturadas del joven no querido por su madre, una indefensión tan fuera de lo común que el espectador, a pesar de lo que ve,
y de sus maneras desafiantes, intuye una gran tragedia en su vida. Todo ello se
va a ir descubriendo a lo largo de los días que pasará en compañía del profesor
con quien acaba estableciendo una relación de complicidad que anuncia un intercambio
de confidencias sobre sus propias vidas que nos obligará a contemplarlos, a
ambos, de muy diferente manera de como se presentan ante nosotros al inicio de
la película. El punto culminante acaso sea cuando el joven engaña a su profesor
para ir al cine y, durante la proyección, pretextar que va al lavabo para
escabullirse e ir a donde «necesita» ir que no es otro sitio que al sanatorio
mental donde está internado su padre, de quien él suele decir a quienes le
preguntan por él que está muerto. La entrevista del padre y del hijo es de una
emotividad francamente impactante, del mismo modo que, a su manera, lo es el
encuentro accidental del profesor con un viejo compañero de estudios que trepó
gracias a plagiarlo a él, y ante quien representa una vida de éxito académico
que choca con lo que sabemos de él, aunque en esa representación colabora el alumno,
para sorpresa de su profesor.
Lo
sorprendente de esta película de Payne es el modo como desde la vivencia de lo
cotidiano, sin aspavientos ni afectaciones, ni mucho menos imposturas, el
discurso existencial de ambos personajes va creciendo hasta un desnudamiento
pudoroso pero intenso de sus desdichadas vidas, lo que los iguala y vuelve
cómplices, y permite a los espectadores asistir al prodigio de la emergencia de
la verdad abriéndose paso entre las capas de mentiras con que todos construimos
la versión que estimamos oportuna de nuestra vida. ¡Y cómo se agradece esa
metamorfosis liberadora! Boston es el marco de este ejercicio, lugar donde
reside la hermana embarazada de la cocinera, quien pasa con ellos el día de Navidad,
lo que contribuye a aliviar en parte ese duelo que la destroza y le tiene agriado
el carácter, aunque no se recata a la hora de afearle al profesor su
insensibilidad ante las necesidades de los castigados en fechas tan señaladas.
No estamos
ante una película que fomente la tópica «alegría de vivir» o los almibarados «buenos
sentimientos», que parecen lo propio de la Navidad, sino ante una obra profunda
sobre los recovecos del alma humana, allá donde no dejamos que nadie acceda,
salvo en circunstancias extraordinarias, y esa es la Navidad de que se hace
bandera en la película, por supuesto.
¡Y que disfruten
del desenlace!
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