lunes, 16 de diciembre de 2024

«Los que se quedan», de Alexander Payne.


 Una Navidad distinta: un vistazo a los recovecos de las almas torturadas.

 

Título original: The Holdovers

Año: 2023

Duración: 130 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Alexander Payne

Guion: David Hemingson

Reparto: Paul Giamatti; Dominic Sessa; Da'Vine Joy Randolph: Carrie Preston: Gillian Vigman; Tate Donovan: Michael Malvesti: Pamela Jayne Morgan; Greg Chopoorian; Dustin Tucker; Ian Lyons; Bill Mootos; Howard Breslau; Osmani Rodriguez; Jon DiVito;

Matt DiVito; Ian Dylan Hunt; Michael Provost; Brady Hepner; Oscar Wahlberg; Naheem Garcia; Colleen Clinton.

Música: Mark Orton

Fotografía: Eigil Bryld.

 

          Los descendientes, magnífica película de Payne, ya fue un ejercicio de análisis psicológico del que el director sacó frutos extraordinarios. Lo mismo, en un contexto muy distinto, sucede con esta película de anécdota navideña que acaba convirtiéndose en un drama que desnuda los prístinos valores morales de quien se nos presenta como el clásico cínico que soporta sus tareas profesorales con el olímpico desprecio de quien contempla desde su superioridad formativa a los jóvenes canallas que se maleducan en las mil y una maneras de trepar en la vida al margen de la ética de la responsabilidad.

          Llega la Navidad y algunos alumnos han de quedarse en el internado, de estilo victoriano, donde estudian, en Nueva Inglaterra, cerca de la capital de Massachusetts, Boston. Algunos de ellos son alumnos del profesor de Estudios clásicos, Paul Hunham, un divertido Paul Giamatti que, tras quedarse solo al cargo de la custodia del alumno más problemático, Angus Tully, interpretado con absoluta convicción por Dominic Sessa, ira perdiendo las capas defensivas con que se protege frente a la íntima realidad de su fracaso existencial y profesional, a medida que evolucione la situación y se le vaya de las manos, hasta cierto punto, la relación con el muchacho.

          En cuanto quedan solos en el gran internado, un centro educativo al más puro estilo británico, tiene uno la sensación de que vamos a entrar en una película de terror al estilo de El resplandor, de Kubrick, por esos recorridos de celador que hace el profesor. Junto al profesor y a los alumnos se queda con ellos la cocinera que los atenderá, una mujer que acaba de perder a su hijo de diecinueve años en la guerra de Vietnam y está viviendo un luto dolorosísimo. La actriz Da’Vine Joy Randolph representa con exquisitez los variados matices de la madre entre doliente y airada, y desarrolla una relación con el profesor muy particular. Con todo, una vez que han venido a «rescatar», a última hora, a cuatro de los alumnos castigados, el verdadero meollo de la película estriba en la relación casi entre iguales que se establece entre el profesor y el alumno cuya madre no va a buscarlo para pasar las Navidades con ella, porque son las primeras con su nuevo marido y quiere entrar en la vida de este poco a poco, algo que le parece incomprensible al hijo.

          Se ha vuelto una tradición audiovisual repetir ciertas películas en dos festividades muy marcadas, de confesión cristiana: Navidades y Semana Santa. ¿Cuántas veces ha visto cualquiera Qué bello es vivir, de Capra, siempre con la misma emoción…? Los que se quedan es una película navideña, eso es innegable, pero sería algo así como la versión triste de los perdedores, magníficos en su grandeza y hasta heroicos en algunas de sus decisiones, influidos, sin duda, por ese milagro que es siempre la aparición de las relaciones humanas movidas por la calidez sin par del afecto, del cariño, de la empatía, de la solidaridad y, sobre todo, de la generosidad, que es lo que ocurre cuando los tres habitantes solitarios del colegio deciden ir a pasar el día de Navidad en Boston, una licencia que tendrá, más tarde, sus correspondientes efectos dramáticos, pero eso ya pertenece a un desenlace que solo en parte nos sorprende, porque se manifiesta en él una suerte de redención individual muy hermosa y emotiva.

          He tenido en todo momento la sensación de estar viendo una película francesa, porque la vida torturada del joven Angus —y el propio nombre ya indica un cierto estado kierkeggardiano—, el único alumno del profesor que aprueba, me ha recordado Los cuatrocientos golpes de Truffaut y Adiós, muchachos, de Malle. Hay en las maneras y en las miradas torturadas del joven no querido por su madre, una indefensión tan fuera de lo común que el espectador, a pesar de lo que ve, y de sus maneras desafiantes, intuye una gran tragedia en su vida. Todo ello se va a ir descubriendo a lo largo de los días que pasará en compañía del profesor con quien acaba estableciendo una relación de complicidad que anuncia un intercambio de confidencias sobre sus propias vidas que nos obligará a contemplarlos, a ambos, de muy diferente manera de como se presentan ante nosotros al inicio de la película. El punto culminante acaso sea cuando el joven engaña a su profesor para ir al cine y, durante la proyección, pretextar que va al lavabo para escabullirse e ir a donde «necesita» ir que no es otro sitio que al sanatorio mental donde está internado su padre, de quien él suele decir a quienes le preguntan por él que está muerto. La entrevista del padre y del hijo es de una emotividad francamente impactante, del mismo modo que, a su manera, lo es el encuentro accidental del profesor con un viejo compañero de estudios que trepó gracias a plagiarlo a él, y ante quien representa una vida de éxito académico que choca con lo que sabemos de él, aunque en esa representación colabora el alumno, para sorpresa de su profesor.

          Lo sorprendente de esta película de Payne es el modo como desde la vivencia de lo cotidiano, sin aspavientos ni afectaciones, ni mucho menos imposturas, el discurso existencial de ambos personajes va creciendo hasta un desnudamiento pudoroso pero intenso de sus desdichadas vidas, lo que los iguala y vuelve cómplices, y permite a los espectadores asistir al prodigio de la emergencia de la verdad abriéndose paso entre las capas de mentiras con que todos construimos la versión que estimamos oportuna de nuestra vida. ¡Y cómo se agradece esa metamorfosis liberadora! Boston es el marco de este ejercicio, lugar donde reside la hermana embarazada de la cocinera, quien pasa con ellos el día de Navidad, lo que contribuye a aliviar en parte ese duelo que la destroza y le tiene agriado el carácter, aunque no se recata a la hora de afearle al profesor su insensibilidad ante las necesidades de los castigados en fechas tan señaladas.

          No estamos ante una película que fomente la tópica «alegría de vivir» o los almibarados «buenos sentimientos», que parecen lo propio de la Navidad, sino ante una obra profunda sobre los recovecos del alma humana, allá donde no dejamos que nadie acceda, salvo en circunstancias extraordinarias, y esa es la Navidad de que se hace bandera en la película, por supuesto.

          ¡Y que disfruten del desenlace!

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