domingo, 15 de diciembre de 2024

«El forastero», de William Wyler, en estado de gracia.

Un recital de dirección, interpretación (Cooper vs. Brennan) y la fotografía de un maestro de maestros: Gregg Toland.

 

 

Título original: The Westerner

Año: 1940

Duración:100 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: William Wyler

Guion: Jo Swerling, Niven Busch. Historia: Stuart N. Lake

Reparto: Gary Cooper; Walter Brennan; Doris Davenport; Fred Stone; Forrest Tucker; Paul Hurst; Chill Wills; Lilian Bond; Dana Andrews: Charles Halton; Trevor Bardette; Tom Tyler; Lucien Littlefield; C.E. Anderson; Stanley Andrews; Arthur Aylesworth; Bill Beauman; Hank Bell.

Música: Dimitri Tiomkin

Fotografía: Gregg Toland (B&W).

 

          Solo la presencia de Gregg Toland, justo antes de rodar con Welles Ciudadano Kane, serviría para justificar el visionado de esta película de Wyler que a buen seguro suscitó la sana envidia del gran John Ford. Si añadimos la presencia del eterno secundario de Ford, Walter Brennan, en un papel hecho a su medida, la película aspira ya a la condición de «grande»; pero si le sumamos la presencia de un Gary Cooper socarrón, despistado, vaquero libre que tiene el cielo por techo y galán a su pesar, es muy probable que continuemos acercándonos a donde quería yo llegar desde el principio: «obra maestra»… Es término que se aplica a veces con demasiada facilidad, y en cuanto a películas del oeste se refiere es nutrido el grupo de las que recibe tal calificativo, con total merecimiento. Añadamos, para redondear la historia, que la trama se desarrolla en el contexto de la enconada lucha entre ganaderos y agricultores durante la «conquista del oeste», lo cual, en sí mismo, no añade galones, cierto, pero cuando aparecen secuencias como las del incendio, por fuerza hemos de rendirnos al carácter épico de un rodaje excepcional. Por si faltaba algo para acabar de perfilar el uso que hacemos de la maestría en relación con esta película, quizá hayamos de recordar que el juez Roy Bean es devoto admirador de la cantante Lily Langtry, lo que le servirá al forastero, alegando haberla conocido, evitar ser ahorcado por robar un caballo, del mismo modo que la película se abre con el ahorcamiento de un granjero que, al defenderse de los ganaderos, mató un novillo. Esa devoción constituye una línea narrativa que nos llevará a un desenlace espectacular que rompe las leyes habituales del western, porque, en vez de en la calle mayor de la localidad, el temible duelo se celebra en el patio de butacas de un teatro donde, finalmente, actuará la cantante, y para cuya actuación el juez Bean ha comprado todas las localidades, de modo que solo él pueda disfrutar del espectáculo. Aún nos queda por añadir a modo de comparación de las clásicas de la mala educación, según la pacatería tradicional, que hay una versión sobre las aventuras de ese personaje real, Roy Bean, El juez de la horca, de John Huston, interpretada por Paul Newman en el mismo papel que Walter Brennan, y, habiendo visto las dos, puedo decir que, con ser míster Newman quien es, no le llega a la altura de la suela de los zapatos a Walter Brennan.

          La historia es una versión muy libre de la vida real del tal Roy Bean, con una vida digna de haber sido llevada al cine sin inventar nada, pero ya se sabe que las personas legendarias admiten más ficciones que documentales, de ahí la versión tan libre que vemos en El forastero. Cole Harden (Gary Cooper) es apresado por haber robado un caballo, esa es la denuncia de quien, ante el juez Bean, incluso lleva al caballo ante la barra de la cantina, que es sala de juicios, como ha sido frecuente en el género, para que «testifique» a preguntas de su dueño, lo cual el caballo hace moviendo el cuello y la cabeza de forma afirmativa. «La ley al oeste del Pecos» es el título que se autoadjudica el regentador de la cantina donde, sin ninguna preparación legal, imparte la ley del modo más arbitrario imaginable. Mientras juzgan al forastero, llega una campesina para quejarse de que hayan colgado a uno de los suyos, y acaba insultando con contundencia al «payaso» que ejerce como juez. El forastero, que ve el cartel de Lily Langtry presidiendo la cantina, se arriesga a camelar al juez con la historia de haber conocido personalmente a la cantante, lo cual, yendo de una a otra cosa, y mediando no pocas copas, le va a permitir salvar la vida. La escena de ambos en la misma cama al día siguiente, con una resaca de campeonato, tiene una comicidad que engaña, porque, a pesar de que la relación del forastero y el juez, en torno a Lily Langtry tiene no poco de comicidad, el fondo real del enfrentamiento entre ganaderos y campesinos se va a revelar como una lucha sin cuartel en la que el juez juega sucio y en la que el forastero acabará poniéndose, amor de por medio, del lado de los campesinos.

          Cuando todo parece discurrir plácidamente, tras haber mediado el forastero entre los campesinos y el juez, y cuando están a punto de iniciar la cosecha, un súbito ataque de los ganaderos con teas ardientes quema los campos de maíz y extiende la quema a las viviendas de los campesinos y sus graneros y corrales. Cuando el desánimo del espectador ante un final tan insulso choca con tan vivísimas escenas de acción, el vuelco es total hacia la mayor de las admiraciones, porque se trata de secuencias con un vigor extraordinario, del que ya antes se han dado algunos ejemplos muy significativos, como la lucha inicial entre ganaderos y campesinos o la lucha a puñetazos del forastero con uno de los campesinos, rodada con un gusto exquisito que juega con el polvo del terreno y las sombras en el suelo de los contendientes. Pero las secuencias del incendio te dejan boquiabierto, y no es la primera ocasión en que la fotografía consigue efectos tan espectaculares, porque toda la película tiene planos exteriores de insólita belleza.

          No quiero arruinarle la historia a nadie, pero el desarrollo de la película a partir de incendio no decepciona en absoluta, y menos aún cuando la historia da un giro tan grande como el de la actuación de la venerada Lily Langtry en un teatro en el que se desenlaza la película. A título anecdótico, y recordemos que estamos en Texas, que había sido mejicana hasta 184, los esbirros del juez arrancan los carteles que anuncian la actuación de la cantante, para indicar que no será posible asistir, porque el juez ha comprado todas las entradas, para disfrutar él solo de ella, y justo debajo aparece el cartel de una corrida de toros…

          Algunos defenderán que El forastero es un título menor en la filmografía de Wyler, pero, a mi juicio, tiene todos los ingredientes para verla como una auténtica obra maestra del género.

2 comentarios:

  1. "El forastero" (The Westerner, 1940) representa una joya del western clásico que merece ser considerada una auténtica obra maestra del género. La película, dirigida por William Wyler a sus 37 años, destaca por su sólida construcción narrativa y su capacidad para mantener al espectador absorto en la trama.

    La fotografía de Gregg Toland, quien poco después filmaría "Ciudadano Kane", eleva la película a cotas extraordinarias, especialmente en las secuencias del incendio y en los planos exteriores de insólita belleza. La cámara adopta posiciones innovadoras, escondiéndose tras ruedas de carros y cercas, otorgando al espectador una perspectiva única y voyeurística.

    El dueto protagonista resulta memorable: Walter Brennan ofrece una interpretación magistral como el juez Roy Bean, superando incluso a la posterior versión de Paul Newman del mismo personaje. Gary Cooper aporta su característico carisma como el forastero socarrón y despistado.

    La trama se desarrolla en el marco del conflicto entre ganaderos y agricultores, pero trasciende esta premisa con una narración depurada y estilizada. El film destaca por sus diálogos agudos y momentos de humor inteligente, culminando en un desenlace espectacular que rompe con las convenciones del género al trasladar el duelo final al patio de butacas de un teatro.

    La película recibió tres nominaciones al Oscar y se alzó con una estatuilla. Su combinación de iconografía del western mudo con elementos románticos propios de su época la convierte en un documento histórico fascinante del desarrollo del género.

    La obra trasciende la simple categorización de "western" para convertirse en una reflexión sobre la justicia, la amistad y el espíritu emprendedor del Oeste americano. Su vigencia y calidad técnica la mantienen como un referente indiscutible del cine clásico.

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