Título original: Behind Locked Doors
Año: 1948
Duración: 62 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Budd Boetticher
Guion: Eugene Ling, Malvin Wald. Historia: Malvin Wald
Música: Irving Friedman
Fotografía: Guy Roe
(B&W)
Reparto: Lucille Bremer, Richard Carlson, Douglas Fowley, Ralf Harolde,
Thomas Browne Henry, Herbert Heyes, Gwen Donovan
Título original: The Killer is Loose
Año: 1956
Duración: 73 min.
País: Unidos Estados Unidos
Dirección: Budd Boetticher
Guion: John Hawkins, Ward Hawkins, Harold Medford
Música: Lionel Newman
Fotografía: Lucien Ballard
(B&W)
Reparto: Joseph Cotten, Rhonda Fleming, Wendell Corey, Alan Hale Jr.,
Michael Pate, John Larch, Dee J. Thompson, John Beradino, Virginia Christine,
Paul Bryar.
El aprendizaje
esencial de la concisión y una obra magnífica del mejor noir
usamericano, con un Wendell Corey soberbio.
Una sorpresa
mayúscula en Filmin: El asesino anda suelto, de Budd Boetticher, el
excelente director de westerns con los que encumbró a Randolph Scott. Mi Conjunta
y yo lo conocimos cuando La2 tenía ciclos como el suyo, el de Busby Berkeley o
el insuperable de Douglas Sirk presentado por el malogrado cineasta Antonio
Drove. Asociado al Far West, así pues, el cartel del anuncio de su película me
intrigó, porque echaba de menos el vestuario habitual del género usamericano
por excelencia. Pero sí, Boetticher no solo dirigió esta estupenda incursión en
el noir, sino que, años antes, en plena fase de aprendizaje del oficio,
realizó otro, Behind Locked Doors, que preludiaba, en cierto
modo, los hallazgos de El asesino anda suelto. El primero, que yo he
visto en segundo lugar, es un film de muy bajo presupuesto, rodado casi todo él
en interiores, los de un sanatorio mental donde se refugia —ese soplo le ha llegado
a una periodista, quien busca a un investigador privado para que se avenga a
«internarse» en él para comprobarlo— un juez, imaginamos que prevaricador, en busca y captura, por cuya
cabeza se ofrecen 10.000 dólares de recompensa. La película apenas dura una
hora y era de las que servían para rellenar programas dobles, pero ha de
reconocerse que Boetticher ha sabido exprimir a la perfección todos sus
elementos para generar una intriga que ya quisieran otras, con mayor
presupuesto, poder mantener como él lo hace. A diferencia del cinematografista
de Un asesino anda suelto, Lucien Ballard, tiene en su haber títulos
como Atraco Perfecto, de Kubrick o Grupo salvaje, de Peckinpah,
Guy Roe se movió en thrillers de menor presupuesto pero también con directores
de la talla de Cy Endfield, Richard
Fleisher, Anthony Mann o Douglas Sirk. ¿En qué se nota? En el uso inteligente
del claroscuro en las dependencias del sanatorio para contribuir de forma muy
efectiva al suspense que acompaña la peripecia del investigador privado que se
hace pasar por el esposo enfermo de la periodista. La figura del detective
simpático y galán, amén de en bancarrota, razón básica para aceptar la
propuesta de la periodista, permite al espectador empatizar con él y seguir sin
respiración su peripecia como enfermo que, ¡no podía ser de otra manera!, es
descubierto, lo que significa que la periodista ha de recurrir a un plan B que
le permita saber en qué consiste exactamente el deterioro de su esposo, que ni
siquiera permite que pueda verlo. No revelo nada de la trama porque está tan
bien ligada y transcurre en tan poco tiempo que sería imperdonable por mi parte
hacer tal cosa. Eso sí, que quede claro que la película tiene alicientes
propios que la hacen recomendable, y sirve al espectador para ver el
crecimiento artístico del director en “su” otra película de suspense.
El asesino
anda suelto arranca con un atraco que se complica y le complica la vida al
cómplice que trabaja en el banco para los atracadores. Una vez que este ha sido
descubierto, se atrinchera en su casa y recibe con disparos a la policía.
Cuando esta fuerza la puerta de entrada, un bulto en la penumbra irrumpe en el
salón y los agentes, Joseph Cotten al mando, disparan contra él, abatiéndolo.
Enseguida, el silencio sobrecogedor y la rendición del empleado nos permiten
saber que han matado a su mujer, de quien
su marido estaba mucho más que enamorado. La película hubiera sido muy
otra de no haber contado con la actuación magistral, uno de los grandes papeles
de su carrera, de un actor discreto, pero magistral: Wendell Corey, a quien todos recuerdan en su
papel de policía en La ventana indiscreta, de Hitchcock, entre otros. Su
«composición» del marido vengativo que hace de la venganza el único objetivo de
su vida es uno de los pilares de la película. Redimiendo penas por buen
comportamiento, el atracador se convierte en preso modelo y, como premio, es
enviado a una granja de la penitenciaría donde tiene fácil acceso a la huida,
algo que no tarda en hacer, asesinato incluido del conductor del camión que ha
de llevar, con él de acompañante, las verduras al mercado. Desde ese momento,
la película mezcla dos ejes narrativos que se potencian mutuamente: la huida
del prisionero, que, mediante disfraces consigue burlar todos los controles que
le salen al paso, y la convicción del policía de que su mujer es el objeto
último del deseo de venganza del atracador. A ella, su marido le hace creer que
es él ese objetivo, y decide exponerse, con el apoyo de sus compañeros
camuflados, al asalto final del atracador. Es estremecedora la frialdad del
personaje interpretado por Corey, quien juega permanentemente con su miopía
para disfrazarse y pasar inadvertido. Que se ha desarrollado su vertiente
psicópata resulta evidente desde que ha de atender a un viejo excompañero del
ejército que solía hacerle bullying, llamándolo «ranita» y poniendo de
manifiesto su apocamiento. Tras la muerte de su mujer, sin embargo, esa
pusilanimidad se convertirá en una determinación psicópata de acabar con la
mujer del policía que mató a su mujer, y esa ausencia de emociones y gélida
inclinación incluso al asesinato se manifestará hasta el desenlace. Por el
camino, sin embargo, la aventura de su itinerario hasta el domicilio del policía
estará sembrada de lances escalofriantes, no poco ingenio y un suspense
conseguido plano a plano por quien nos ha entregado un verdadero ejercicio de hermosa
y meritoria caligrafía del cine negro, si bien se trata de una película prácticamente
olvidada y que conviene «rescatar». Me lo agradecerán.
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