lunes, 28 de febrero de 2022

«The sound of Fury», de Cy Endfield, represaliado por McCarthy.

 


Un alegato contra el periodismo sensacionalista y la «justicia» de las masas…

  

Título original: The Sound of Fury

Año: 1950

Duración: 85 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Cy Endfield

Guion: Jo Pagno, Cy Endfield. Novela: Jo Pagno

Música: Hugo Friedhofer

Fotografía: Guy Roe (B&W)

Reparto: Frank Lovejoy, Kathleen Ryan, Richard Carlson, Lloyd Bridges, Katherine Locke, Adele Jergens, Art Smith, Renzo Cesana, Irene Vernon, Cliff Clark, Harry Shannon, Donald Smelick, Joe Conley.

 

         Extraños, los caminos del séptimo arte. Cuando fue estrenada The Sound of Fury, una crítica feroz a un cierto tipo de periodismo agitador de masas, y de paso a esas masas agitadas que se tomaban la justicia por su cuenta y acababan linchando a delincuentes de crímenes horrendos, la película fue un fracaso total: a nadie le gusta que le acusen de comportamientos antidemocráticos y fascistoides en el país donde la exhibición del orgullo democrático es rasgo constitutivo de la nación. No tardaron en ver la mano negra de la agitación comunista dispuesta a desacreditar al país, por más que la novela de Pagno, publicada por la recomendación y protección de Faulkner, estuviera basada en hechos reales acaecidos en 1933, aquellos duros años de la Gran Depresión.

La falta de empleo y la pobreza extendida se apuntan como las causas determinantes de la «flaqueza» del protagonista, con un hijo y otro en camino, y sin nada que ofrecer a su familia, a pesar de haber buscado trabajo con denuedo. Por esos azares tan propios de cualquier vida, el desesperado currante acaba en unos billares donde un dandi de medio pelo se entrena para luego jugar en perfecto estado de forma las partidas en las que la apuesta no baja de 50 dólares, un fortunón para la época. Enredado por la labia del «triunfador», con innegables dotes de penetración psicológica para ver con claridad cuándo está ante la viva imagen de la desesperación, de la cual él puede sacar excelente beneficio, el protagonista, medio humillado por el «emprendedor», la secuencia de la habitación, donde el dandi exhibe su poderío en la calidad de sus ropas, es de una ambigüedad extrema y confusa, por el grado de intimidad que presupone entre dos recién conocidos, decide entrar a trabajar para él como conductor cuando él se dedique a atracos de poca monta que se irán complicando por la violencia incontrolable del jefe y, sobre todo, cuando decida organizar un secuestro para pedir un rescate, big money. La película, cuya acción en casi todo momento contemplamos desde el punto de vista del padre de familia que, por llevar algún dinero a casa, ha sido capaz de vender su alma al diablo de la delincuencia y la amoralidad extremas, tiene un ritmo en crescendo que discurre paralelo al arrepentimiento del ingenuo pater familias. La aparición de dos mujeres con quienes quiere salir de fiesta el dandi con su socio para que sirvan, también, de coartada y, de paso, tener amarrado a quien por sus flaquezas morales podía darle algún problema añade a la historia una visión sórdida de las aspiraciones de las mujeres, muy distintas. El papel de Katherine Locke, una manicura cuya máxima aspiración es conseguir un hombre soltero con quien casarse, y cuya noche de diversión con el atormentado protagonista acaba como el rosario de la aurora, añade una dimensión patética a la historia, del mismo modo que la reacia sumisión de la vampiresa de turno, Adele Jergens, espectacular en su papel de «triunfadora» frente a la modesta manicura.

En cuanto el criminal aficionado, llevado por la desesperación, confiesa su complicidad en el crimen materializado por el dandi y la mujer huye a revelarlo a la policía, entra en acción el joven periodista que, merced a un artículo sensacionalista que poco menos que arenga a las masas para que se defiendan por sí mismas frente a la ola de crímenes que los acechan, intenta labrarse un futuro en el medio, aunque su viejo maestro le recrimina que se haya dejado llevar por ese sensacionalismo y no haya sido capaz de discernir la dimensión humana de los acusados, a quien poco menos que se presentaba como bestias salvajes. La irrupción de la mujer del acusado, que lleva al periodista la carta que le ha escrito su marido es uno de los momentos moralmente más complejos y emocionantes de la película. La reacción del periodista, como la del sheriff, arengando a los ciudadanos amotinados sobre las virtudes de la democracia, llegan ya demasiado tarde: como en Furia, de Fritz Lang, cuando la masa hierve, lo primero que desaloja del recipiente es la cordura. El asedio a la prisión donde se ha hecho fuerte el sheriff da pie para, en un montaje febril y visualmente poco explícito, dada la nocturnidad en que se desarrolla, culminar una denuncia que, dado el pésimo recibimiento de la película, obligó a los productores a cambiar el título para colocar en él el motto del violento dandi protagonista, Try and get me, de modo que se desviara la atención a la lectura de la película como la de la «caza» de la bestia, en vez de como lo que Cy Endfield realmente filmó.

Hoy, la película puede verse casi como una película «neorrealista», en la medida en la que el trabajador desesperado acaba involucrado en un crimen que le repugna pero en el que participa como cómplice. Incluso las escenas del matrimonio accediendo a los bienes a los que, sin su desempeño criminal, no hubieran tenido acceso, forma parte de la nube de culpabilidad que se va apoderando del hombre honrado que no ha sabido resistirse a la tentación suprema del dinero «fácil».        

Esta película de Cy Endfield no creo que haya tenido la difusión que merece, y lo cierto es que el «tipo» que encarna Lloyd Bridges se «come» al atormentado protagonista desde su aparición en el billar. Podemos hablar, en efeto, de una de las grandes interpretaciones de Bridges, quien siempre brilló a enorme altura en sus interpretaciones. Ello contribuye, no podía ser de otra manera, a la enorme solidez del conjunto, de lo que resulta una película a la altura de clásicos tan potentes como esa Furia, de Fritz Lang, a la que hacíamos referencia. Endfield, perseguido por el comité de McCarthy hubo de exiliarse a Inglaterra, y de esa época, sepan los seguidores de este Ojo, es muy digna de ver Ruta infernal. Avisados quedan.

        

        

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