Un alegato contra el periodismo sensacionalista y la «justicia» de las masas…
Título original: The Sound of Fury
Año: 1950
Duración: 85 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Cy Endfield
Guion: Jo Pagno, Cy Endfield. Novela:
Jo Pagno
Música: Hugo Friedhofer
Fotografía: Guy Roe
(B&W)
Reparto: Frank Lovejoy, Kathleen Ryan, Richard Carlson, Lloyd Bridges,
Katherine Locke, Adele Jergens, Art Smith, Renzo Cesana, Irene Vernon, Cliff Clark,
Harry Shannon, Donald Smelick, Joe Conley.
Extraños, los caminos del
séptimo arte. Cuando fue estrenada The Sound of Fury, una crítica feroz
a un cierto tipo de periodismo agitador de masas, y de paso a esas masas
agitadas que se tomaban la justicia por su cuenta y acababan linchando a
delincuentes de crímenes horrendos, la película fue un fracaso total: a nadie
le gusta que le acusen de comportamientos antidemocráticos y fascistoides en el
país donde la exhibición del orgullo democrático es rasgo constitutivo de la
nación. No tardaron en ver la mano negra de la agitación comunista dispuesta a
desacreditar al país, por más que la novela de Pagno, publicada por la
recomendación y protección de Faulkner, estuviera basada en hechos reales
acaecidos en 1933, aquellos duros años de la Gran Depresión.
La falta de empleo y la pobreza extendida se
apuntan como las causas determinantes de la «flaqueza» del protagonista, con un
hijo y otro en camino, y sin nada que ofrecer a su familia, a pesar de haber
buscado trabajo con denuedo. Por esos azares tan propios de cualquier vida, el
desesperado currante acaba en unos billares donde un dandi de medio pelo se entrena
para luego jugar en perfecto estado de forma las partidas en las que la apuesta
no baja de 50 dólares, un fortunón para la época. Enredado por la labia del
«triunfador», con innegables dotes de penetración psicológica para ver con
claridad cuándo está ante la viva imagen de la desesperación, de la cual él
puede sacar excelente beneficio, el protagonista, medio humillado por el
«emprendedor», la secuencia de la habitación, donde el dandi exhibe su poderío
en la calidad de sus ropas, es de una ambigüedad extrema y confusa, por el
grado de intimidad que presupone entre dos recién conocidos, decide entrar a
trabajar para él como conductor cuando él se dedique a atracos de poca monta
que se irán complicando por la violencia incontrolable del jefe y, sobre todo,
cuando decida organizar un secuestro para pedir un rescate, big money.
La película, cuya acción en casi todo momento contemplamos desde el punto de
vista del padre de familia que, por llevar algún dinero a casa, ha sido capaz
de vender su alma al diablo de la delincuencia y la amoralidad extremas, tiene
un ritmo en crescendo que discurre paralelo al arrepentimiento del
ingenuo pater familias. La aparición de dos mujeres con quienes quiere
salir de fiesta el dandi con su socio para que sirvan, también, de coartada y,
de paso, tener amarrado a quien por sus flaquezas morales podía darle algún problema
añade a la historia una visión sórdida de las aspiraciones de las mujeres, muy
distintas. El papel de Katherine Locke, una manicura cuya máxima aspiración es
conseguir un hombre soltero con quien casarse, y cuya noche de diversión con el
atormentado protagonista acaba como el rosario de la aurora, añade una dimensión
patética a la historia, del mismo modo que la reacia sumisión de la vampiresa de
turno, Adele Jergens, espectacular en su papel de «triunfadora» frente a la
modesta manicura.
En cuanto el criminal aficionado, llevado
por la desesperación, confiesa su complicidad en el crimen materializado por el
dandi y la mujer huye a revelarlo a la policía, entra en acción el joven
periodista que, merced a un artículo sensacionalista que poco menos que arenga
a las masas para que se defiendan por sí mismas frente a la ola de crímenes que
los acechan, intenta labrarse un futuro en el medio, aunque su viejo maestro le
recrimina que se haya dejado llevar por ese sensacionalismo y no haya sido
capaz de discernir la dimensión humana de los acusados, a quien poco menos que
se presentaba como bestias salvajes. La irrupción de la mujer del acusado, que
lleva al periodista la carta que le ha escrito su marido es uno de los momentos
moralmente más complejos y emocionantes de la película. La reacción del
periodista, como la del sheriff, arengando a los ciudadanos amotinados sobre
las virtudes de la democracia, llegan ya demasiado tarde: como en Furia,
de Fritz Lang, cuando la masa hierve, lo primero que desaloja del recipiente es
la cordura. El asedio a la prisión donde se ha hecho fuerte el sheriff da pie
para, en un montaje febril y visualmente poco explícito, dada la nocturnidad en
que se desarrolla, culminar una denuncia que, dado el pésimo recibimiento de la
película, obligó a los productores a cambiar el título para colocar en él el motto
del violento dandi protagonista, Try and get me, de modo que se desviara la
atención a la lectura de la película como la de la «caza» de la bestia, en vez
de como lo que Cy Endfield realmente filmó.
Hoy, la película puede verse casi como una
película «neorrealista», en la medida en la que el trabajador desesperado acaba
involucrado en un crimen que le repugna pero en el que participa como cómplice.
Incluso las escenas del matrimonio accediendo a los bienes a los que, sin su desempeño
criminal, no hubieran tenido acceso, forma parte de la nube de culpabilidad que
se va apoderando del hombre honrado que no ha sabido resistirse a la tentación
suprema del dinero «fácil».
Esta película de Cy Endfield no creo que
haya tenido la difusión que merece, y lo cierto es que el «tipo» que encarna
Lloyd Bridges se «come» al atormentado protagonista desde su aparición en el
billar. Podemos hablar, en efeto, de una de las grandes interpretaciones de
Bridges, quien siempre brilló a enorme altura en sus interpretaciones. Ello
contribuye, no podía ser de otra manera, a la enorme solidez del conjunto, de
lo que resulta una película a la altura de clásicos tan potentes como esa Furia,
de Fritz Lang, a la que hacíamos referencia. Endfield, perseguido por el comité
de McCarthy hubo de exiliarse a Inglaterra, y de esa época, sepan los
seguidores de este Ojo, es muy digna de ver Ruta infernal.
Avisados quedan.
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