La crudeza de las pasiones públicas y privadas, el sexo y el poder, en un pequeño pueblo del sur de Italia en la posguerra.
Título original: La legge
Año: 1959
Duración: 126 min.
País: Italia
Dirección: Jules Dassin
Guion: Jules Dassin. Novela:
Roger Vailland
Música: Roman Vlad
Fotografía: Otello Martelli
(B&W)
Reparto: Gina Lollobrigida,
Pierre Brasseur, Marcello Mastroianni, Raf Mattioli, Teddy Bilis, Melina
Mercouri, Yves Montand, Vittorio Caprioli, Lidia Alfonsi, Gianrico Tedeschi,
Bruno Carotenuto, Luisa Rivelli, Paolo Stoppa, Nino Vingelli, Edda Soligo.
Jules Dassin tiene thrillers que
forman parte de la historia del género y aun del cine, como Rififi, y su
obra mantuvo durante mucho tiempo unos niveles de calidad extraordinarios,
incluso habiéndose exilado en Europa, donde rodó, en Londres y en París,
películas magníficas. En 1960 rodó Nunca en domingo, y, a partir de ahí,
ya no volvió a retomar la brillantez que lo había caracterizado. La presente, La
ley, es una película extrañísima, al menos la versión que yo he visto en
Filmin y que imagino que será la «original», porque se basa en el Premio
Goncourt de Roger Vailland, que describe las relaciones de poder y sexuales en
un espacio casi claustrofóbico en el que pocas cosas quedan resguardadas del
conocimiento público en la intimidad de los hogares.
La acción transcurre en un pequeño pueblo
del sur de Italia, al estilo del de la película de Lina Wertmüller, Los
basiliscos, y con personajes no muy distintos de esta, porque desde el gran
terrateniente, hasta el ingeniero agrónomo destinado para desecar los pantanos
y evitar la malaria, pasando por el mafioso local, Brigante, un inspiradísimo
papel de Yves Montand, la nómina toda de los personajes nos enfrenta a una
realidad muy anclada en el pasado y con interrelaciones personales que se guían
por códigos no solo antiguos, sino, además, abstrusos para quien no forme parte
de esas tradiciones, algunas de ellas bárbaras, como el juego de La ley (la passatella,
en italiano), que convierte la humillación y el dominio sobre los demás en una
fuente de problemas sociales.
Dada la abundancia de actores italianos,
el protagonismo de la Lollobrigida y de Mastroianni hubiera debido exigir que,
a pesar de la novela en la que se basa, la película hubiera optado por el
italiano como lengua principal; pero no: todos los actores, incluso los
desocupados que abarrotan el banco corrido de piedra de la plaza principal a la
espera de que don Cesare elija a uno u otro para trabajar algunos días o los
niños que cantan canciones irónicas contra el mafioso local se expresan en los
diferentes niveles de la lengua francesa.
A mí, la verdad sea dicha, ver a la pareja
a la que he hecho referencia representar a dos personajes italianos que hablan
exclusivamente en francés en un pequeño pueblo del sur de Italia me deja
absolutamente anonadado y me saca de la trama con una facilidad asombrosa. Una
vez aceptada la convención —no en balde ha visto uno mil disparates incongruentes
de ese tipo a lo largo de su vida de espectador—, está claro que Dassin tiene
los recursos necesarios para captar a los espectadores e interesarlos por esas
relaciones entre bárbaras y primitivas que, en un alarde de sofisticación
grosera, valga el oxímoron, nos retrata los mecanismos del poder y del deseo en
ese ambiente degradado y, aparentemente, sin esperanza. La exhibición sensual
de la Lollobrigida, objeto de deseo de los tres protagonistas principales, el
ingeniero, Don Cesare y Brigante, nos lleva de la mano a situaciones «al límite»,
de las que ella sale siempre victoriosa, a pesar de que el robo a un turista suizo
amenaza con llevarla ante el juez de la localidad, la esposa del cual está
enamorada del hijo de Brigante, un pescador y guitarrista que se debate entre
la obediencia al padre, que quiere hacer de él un abogado, y su deseo de
libertad. Esa historia es, quizás, con una espléndida, seductora y elegantísima
Melina Mercouri, de lo mejor de la película, porque abraza no solo la esperanza
del amor de un joven impetuoso, sino el desengaño de un matrimonio en el que la
propia protagonista ignora cómo acabó, dado el abismo de frialdad que lo separa
de su esposo. El intento de fuga conjunta en el autobús, con todos los
ingredientes del neorrealismo, es uno de los excelentes momentos de la
película, como también lo son el desarrollo del juego en el que se humilla al
fiel sirviente de Don Cesare, quien ocupó el lugar de padre de las hijas que le
hizo a una sirvienta, que heredaron, a capricho del padrone, el lugar de
la madre, dos de ellas, porque Marietta siempre ha esquivado esa «llamada», a
pesar de sentir por él no poco afecto. La turbulenta relación de la madre y las
hermanas con Marietta, para que todas ellas puedan beneficiarse de la
generosidad de Don Cesare, llega a extremos de violencia que no dejan de
sorprender, por la sentina moral desde la que nacen.
La ley, aunque los núcleos de acción
nos permiten conocer el tipo de sociedad que describe, y los caracteres
principales del pueblo, presenta una cierta indefinición, ¡acaso la de la
propia realidad!, en cuanto al género por el que se decanta, porque el tono
ligero de comedia con el que se siguen los pasos de Marietta contrasta con la
tragedia que preside otras partes de la película o la desfiguración facial
metafórica como se resuelve el asedio de Brigante a la moza lozana, escenario,
por otro lado, de sus amores con el ingenuo ingeniero en un papel «clásico» de
Mastroianni en la cinematografía italiana.
La película, rodada en escenarios naturales
a los que Dassin les saca un excelente partido, la imagen de las ovejas en la
playa es muy poderosa, así como el espacio del caserón del terrateniente, con
gallinas sueltas por la casa, como si se borrasen los límites entre civilización
y naturaleza, y, en ese ambiente de degradación, emerge todopoderosa la figura
del «humillado» En el juego de la ley, Tonio, el criado de don Cesare, que
también desea hasta la locura a Marietta. He de confesar que buena parte de la
película, al comienzo, me despistó, porque no sabía bien bien cuál era el
sentido de la misma, pero a medida que se va perfilando el eje central de la
misma en torno al codiciado objeto de deseo para todos los demás personajes que
es Marietta, todas las piezas van encajando y la película deja de ser una
aproximación festiva al sur italiano para convertirse en un notable discurso sobre
la naturaleza humana y sus estrategias de poder y sumisión. Y he de confesar
que el blanco y negro, aun mostrándonos tan bellos paisajes naturales, refuerza
ese discurso con la solvencia fantástica de quien ya había fotografiado Stromboli, de Rossellini
y, tras esta, hará lo propio con La dolce vita, de Fellini.
En suma, una película extraña, lingüísticamente,
pero muy próxima a dos corrientes del cine italiano, la comedia bufa y el
neorrealismo, extraña y felizmente unidas en esta película de múltiples
narraciones intensas, divertidas y aun terribles, como la propia vida.
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