La salvaje destrucción
de la inocencia: el hiperrealismo, más allá del neorrealismo, de los horrores
de la guerra o Sophia Loren en su máximo esplendor.
Título original: La Ciociara
Año: 1960
Duración: 100 min.
País: Italia
Dirección: Vittorio De Sica
Guion: Cesare Zavattini,
Vittorio De Sica. Novela: Alberto Moravia
Música: Armando Trovajoli
Fotografía: Gábor Pogány
(B&W)
Reparto: Sophia Loren,
Jean-Paul Belmondo, Raf Vallone, Eleonora Brown, Carlo Ninchi, Emma Baron,
Antonella Della Porta, Renato Salvatori.
¡Qué suerte, la
de ser aficionado a un director, Vittorio de Sica, en este caso, y encontrarte
con películas como esta, tan apabullante como triste, tan deslumbradora como
tenebrosa, que aún no has visto! Nada más acabar de verla he pensado que Sophia
Loren merecía el Oscar a la mejor interpretación. Ahora sé que lo obtuvo y que
la película recibió el correspondiente a la mejor película extranjera. No había
para menos. El título en español es engañoso, porque, a fuer de rigurosos,
habría de verse titulado Una mujer y una niña, aunque lo suyo era que se
mantuviera el de la región geográfica, la Ciociaria, que le da título en
Italiano, o La campesina, que se le dio a la novela de Moravia que también
se llama como el original de la película. La Ciociaria es la región campesina
donde se refugia Cesira, la protagonista, con su hija después de sufrir el bombardeo
de Roma. Allí nació y allí espera ser acogida por los parientes que le queden
hasta que se acaba la guerra. Antes de abandonar Roma, la protagonista tiene
una aventura amorosa con el vecino carbonero que promete cuidar de su tienda,
se advierte que bien podría enamorarse de él, pero él está casado y tiene
hijos, aunque sea un matrimonio roto. Se lanza al camino, pues, en una travesía
en ferrocarril que, por causa de la guerra se ve interrumpida, razón por la que
decide seguir el camino a pie hasta la aldea, aunque pasa una noche en una casa
en la que aparecen dos fascistas para interesarse por los hijos desertores de
la dueña, con los que ella se enfrenta con el desparpajo insolente del que la
protagonista da muestras a lo largo de toda la película: una mujer que sabe
velar por sí mismo y por su hija excepto cuando tiene lugar el hecho que sobre
el que Moravia construye su novela: la violación de la madre y la hija, en una
iglesia, a cargo de los goumiers, las tropas marroquíes al servicio del
ejército francés, unos aguerridos combatientes que, como vanguardia de las
tropas regulares, desafiaban a los alemanes en los terrenos mas escabrosos e
inaccesibles. Aquel valor se vio
totalmente opacado por los criminales excesos de los combatientes, quienes, en
unos hechos que en Italia se conocen como la Marocchinate, violaron a
mujeres, ancianas, niñas, niños y sacerdotes hasta en más de dos mil ocasiones,
lo que indujo a los responsables franceses a retirarlos de Italia. Muchos de
los responsables de esos crímenes de guerra, no obstante, fueron detenidos,
juzgados y ejecutados. Esa es la base histórica, pues, de la novela que, en 1957, publicó Alberto Moravia.
El viaje y la
estancia de la mujer y su hija en los montes del Lacio mezclan, hasta ese
momento, la preocupación por la seguridad de ambas con un tono de comedia que
solo en contadas ocasiones se ve interrumpido por apariciones como la de los dos fascistas,
primero con la prepotencia de quienes mandan en el país, y, al final, como dos
pobres diablos que huyen después de que el Duce hubiera caído en manos de los
partisanos que lo fusilaron, junto a su amante, Clara Petacci, antes de
entregar los cadáveres a la masa, que los colgaron boca abajo en una plaza de
Milán. La película, más allá del dramático hecho histórico, se fundamenta en la
descripción de un personaje, el de Cesira, que deja maravillado a cualquier
espectador, porque Sophia Loren encarna una campesina apegada a la realidad,
pícara e ingenua al mismo tiempo, madre amantísima de una hija que «le ha
salido» excesivamente devota, una mujer de rompe y rasga, capaz de plantarle
cara al lucero del alba en defensa de los suyos y de lo justo. Ese mismo
carácter que la lleva a considerarse capaz de todo es, al final, lo que la
acaba «perdiendo», porque, a pesar del caos que supone el final de una guerra,
con unos en retirada desesperada y los otros ebrios de venganza, ella no es
capaz de protegerse ni de proteger a su hija de la violación salvaje que ambas
sufren, paradójicamente, en el interior de una iglesia destruida por los
bombardeos.
Incontables
son, las películas en las que he visto a Sophia Loren, desde Un matrimonio a
la italiana, también de Vittorio de Sica hasta Una jornada particular,
de Ettore Scola, pasando por Deseo bajo los olmos, de Delbert Mann, pero
reconozco que en ninguna de ellas la he visto como en esta, tan poderosa en la
tragedia como la Magnani, tan seductora como Claudia Cardinale, tan enigmática
como Monica Vitti y tan popular como ella misma en las innumerables comedias en
las que ha encarnado un tipo de mujer como el de Cesira, llena de tanta vitalidad
y optimismo como de cautela frente a los más que transparentes deseos que
suscita en los hombres su exuberante anatomía. Aquí el infeliz que sucumbe a sus encantos es un Jean- Paul
Belmondo que acababa de rodar Al
final de la escapada, de Truffaut, y Moderato Cantabile, de Peter
Brook. En un rol de hombre tímido y comunista convencido que se opone a la
guerra y pretende acercar a sus vecinos a la cultura, acaba siendo absorbido
por la pasión que la madre le inspira, y son verdaderamente idílicas las dos
escenas, una en el campo y otra bajo el fuego enemigo, en la que el hombre se
rinde al erotismo que Cesira respira por todo su cuerpo. No tardará en ser
capturado por unos alemanes que huyen para que les muestre una ruta por donde
poder huir, lo que implicará un final inevitable, aunque no por ello, cuando
ambas mujeres se enteran de él, menos sentido. Para ese momento, sin embargo,
ellas ya han pasado por su otra muerte, la de haber sido violadas por los goumiers,
en una secuencia de fortísimo impacto emocional, con una actuación
indescriptible de la joven Eleonora Brown, quien tuvo una muy corta carrera,
pues se retiró del cine a los 19 años. En esta película, en la que encarna la
inocencia absoluta de los 13 años pudorosos y de firmes convicciones
religiosas, asistimos a la trágica metamorfosis de quien por vía traumática ha dejado de ser una niña y
se ha convertido en una mujer cuyo resentimiento se dirige, en primer lugar,
contra quien no ha sabido defenderla ni preservarla. No sigo, no obstante,
porque la película sufre un acelerón dramático en su último tramo que lo justo
es que el espectador se enfrente a lo que, para muchos críticos, parece una reacción
inexplicable de la hija, pero que resulta, al menos desde mi punto de vista,
absolutamente congruente.
A los
espectadores españoles nos llama la atención el parecido que se aprecia entre
la Loren y las últimas actuaciones de Penélope Cruz, pero, todo ha de decirse,
hay un abismo entre ambas, porque tanto en la vena popular como en el registro
dramático, la Loren alcanza unos niveles de magisterio que en la Cruz son un
pálido reflejo. Con todo, quedará claro, para todos, cuál es el espejo
inalcanzable en el que se mira la actriz española, quien solo en Jamón, Jamón,
de Bigas Luna, consigue acercarse algo al poderío de la Loren.
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