miércoles, 16 de marzo de 2022

«Dos mujeres», de Vittorio de Sica o el zarpazo de la guerra.

 

La salvaje destrucción de la inocencia: el hiperrealismo, más allá del neorrealismo, de los horrores de la guerra o Sophia Loren en su máximo esplendor.

 

Título original: La Ciociara

Año: 1960

Duración: 100 min.

País: Italia

Dirección: Vittorio De Sica

Guion: Cesare Zavattini, Vittorio De Sica. Novela: Alberto Moravia

Música: Armando Trovajoli

Fotografía: Gábor Pogány (B&W)

Reparto: Sophia Loren, Jean-Paul Belmondo, Raf Vallone, Eleonora Brown, Carlo Ninchi, Emma Baron, Antonella Della Porta, Renato Salvatori.

 

         ¡Qué suerte, la de ser aficionado a un director, Vittorio de Sica, en este caso, y encontrarte con películas como esta, tan apabullante como triste, tan deslumbradora como tenebrosa, que aún no has visto! Nada más acabar de verla he pensado que Sophia Loren merecía el Oscar a la mejor interpretación. Ahora sé que lo obtuvo y que la película recibió el correspondiente a la mejor película extranjera. No había para menos. El título en español es engañoso, porque, a fuer de rigurosos, habría de verse titulado Una mujer y una niña, aunque lo suyo era que se mantuviera el de la región geográfica, la Ciociaria, que le da título en Italiano, o La campesina, que se le dio a la novela de Moravia que también se llama como el original de la película. La Ciociaria es la región campesina donde se refugia Cesira, la protagonista, con su hija después de sufrir el bombardeo de Roma. Allí nació y allí espera ser acogida por los parientes que le queden hasta que se acaba la guerra. Antes de abandonar Roma, la protagonista tiene una aventura amorosa con el vecino carbonero que promete cuidar de su tienda, se advierte que bien podría enamorarse de él, pero él está casado y tiene hijos, aunque sea un matrimonio roto. Se lanza al camino, pues, en una travesía en ferrocarril que, por causa de la guerra se ve interrumpida, razón por la que decide seguir el camino a pie hasta la aldea, aunque pasa una noche en una casa en la que aparecen dos fascistas para interesarse por los hijos desertores de la dueña, con los que ella se enfrenta con el desparpajo insolente del que la protagonista da muestras a lo largo de toda la película: una mujer que sabe velar por sí mismo y por su hija excepto cuando tiene lugar el hecho que sobre el que Moravia construye su novela: la violación de la madre y la hija, en una iglesia, a cargo de los goumiers, las tropas marroquíes al servicio del ejército francés, unos aguerridos combatientes que, como vanguardia de las tropas regulares, desafiaban a los alemanes en los terrenos mas escabrosos e inaccesibles. Aquel  valor se vio totalmente opacado por los criminales excesos de los combatientes, quienes, en unos hechos que en Italia se conocen como la Marocchinate, violaron a mujeres, ancianas, niñas, niños y sacerdotes hasta en más de dos mil ocasiones, lo que indujo a los responsables franceses a retirarlos de Italia. Muchos de los responsables de esos crímenes de guerra, no obstante, fueron detenidos, juzgados y ejecutados. Esa es la base histórica, pues, de la novela que, en  1957,  publicó Alberto Moravia.

         El viaje y la estancia de la mujer y su hija en los montes del Lacio mezclan, hasta ese momento, la preocupación por la seguridad de ambas con un tono de comedia que solo en contadas ocasiones se ve interrumpido por  apariciones como la de los dos fascistas, primero con la prepotencia de quienes mandan en el país, y, al final, como dos pobres diablos que huyen después de que el Duce hubiera caído en manos de los partisanos que lo fusilaron, junto a su amante, Clara Petacci, antes de entregar los cadáveres a la masa, que los colgaron boca abajo en una plaza de Milán. La película, más allá del dramático hecho histórico, se fundamenta en la descripción de un personaje, el de Cesira, que deja maravillado a cualquier espectador, porque Sophia Loren encarna una campesina apegada a la realidad, pícara e ingenua al mismo tiempo, madre amantísima de una hija que «le ha salido» excesivamente devota, una mujer de rompe y rasga, capaz de plantarle cara al lucero del alba en defensa de los suyos y de lo justo. Ese mismo carácter que la lleva a considerarse capaz de todo es, al final, lo que la acaba «perdiendo», porque, a pesar del caos que supone el final de una guerra, con unos en retirada desesperada y los otros ebrios de venganza, ella no es capaz de protegerse ni de proteger a su hija de la violación salvaje que ambas sufren, paradójicamente, en el interior de una iglesia destruida por los bombardeos.

         Incontables son, las películas en las que he visto a Sophia Loren, desde Un matrimonio a la italiana, también de Vittorio de Sica hasta Una jornada particular, de Ettore Scola, pasando por Deseo bajo los olmos, de Delbert Mann, pero reconozco que en ninguna de ellas la he visto como en esta, tan poderosa en la tragedia como la Magnani, tan seductora como Claudia Cardinale, tan enigmática como Monica Vitti y tan popular como ella misma en las innumerables comedias en las que ha encarnado un tipo de mujer como el de Cesira, llena de tanta vitalidad y optimismo como de cautela frente a los más que transparentes deseos que suscita en los hombres su exuberante anatomía. Aquí el infeliz  que sucumbe a sus encantos es un Jean- Paul Belmondo que acababa  de rodar Al final de la escapada, de Truffaut, y Moderato Cantabile, de Peter Brook. En un rol de hombre tímido y comunista convencido que se opone a la guerra y pretende acercar a sus vecinos a la cultura, acaba siendo absorbido por la pasión que la madre le inspira, y son verdaderamente idílicas las dos escenas, una en el campo y otra bajo el fuego enemigo, en la que el hombre se rinde al erotismo que Cesira respira por todo su cuerpo. No tardará en ser capturado por unos alemanes que huyen para que les muestre una ruta por donde poder huir, lo que implicará un final inevitable, aunque no por ello, cuando ambas mujeres se enteran de él, menos sentido. Para ese momento, sin embargo, ellas ya han pasado por su otra muerte, la de haber sido violadas por los goumiers, en una secuencia de fortísimo impacto emocional, con una actuación indescriptible de la joven Eleonora Brown, quien tuvo una muy corta carrera, pues se retiró del cine a los 19 años. En esta película, en la que encarna la inocencia absoluta de los 13 años pudorosos y de firmes convicciones religiosas, asistimos a la trágica metamorfosis de quien  por vía traumática ha dejado de ser una niña y se ha convertido en una mujer cuyo resentimiento se dirige, en primer lugar, contra quien no ha sabido defenderla ni preservarla. No sigo, no obstante, porque la película sufre un acelerón dramático en su último tramo que lo justo es que el espectador se enfrente a lo que, para muchos críticos, parece una reacción inexplicable de la hija, pero que resulta, al menos desde mi punto de vista, absolutamente congruente.

         A los espectadores españoles nos llama la atención el parecido que se aprecia entre la Loren y las últimas actuaciones de Penélope Cruz, pero, todo ha de decirse, hay un abismo entre ambas, porque tanto en la vena popular como en el registro dramático, la Loren alcanza unos niveles de magisterio que en la Cruz son un pálido reflejo. Con todo, quedará claro, para todos, cuál es el espejo inalcanzable en el que se mira la actriz española, quien solo en Jamón, Jamón, de Bigas Luna, consigue acercarse algo al poderío de la Loren.

No hay comentarios:

Publicar un comentario