El ácido retrato de un periodismo desaparecido o fue hermoso hasta que se acabó.
Título original: The Paper
Año: 1994
Duración: 110 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Ron Howard
Guion: David Koepp, Stephen Koepp
Música: Randy Newman
Fotografía: John Seale
Reparto: Michael Keaton, Marisa Tomei, Glenn Close, Robert Duvall, Jason
Robards, Roma Maffia, Clint Howard, Randy Quaid, Spalding Gray, Bruce Altman.
Ron Howard cae dentro de ese
elenco de directores a los que se suele clasificar como «todoterreno», dada la versatilidad
desde la que dirigen proyectos muy disímiles, pero con no poco éxito de
taquilla, como sucedió con la más premiada, Una mente maravillosa, que
le valió un Oscar a la mejor dirección, entre otros; y antes con Cocoon
e incluso con Willow, que también tuvieron excelentes acogidas por parte del público.
Posterior a las
dos últimas, The Paper es una película que acaso pasara algo
desapercibida, a pesar del excelente reparto, tanto entre los jóvenes, Keaton y
Tomei, como entre los veteranos, Duvall y Close. El mundo del periodismo es
casi un género propio en el cine usamericano, porque el cuarto poder ha
alcanzado en ese país una categoría de institución democrático determinante que
no tiene en otros países. La famosa «prensa libre» como contrapoder de la política
tiene en Usamérica un predicamento que ya quisiéramos en otros países, como el
nuestro, en el que la bandería, el sectarismo y la obediencia al poder político
de turno lo convierten en una caricatura de lo que realmente ha de entenderse por
ese concepto.
Howard se
acerca al mundo del periodismo modesto, a un periódico que sin ser específicamente
sensacionalista, lucha, como todos, por conseguir exclusivas, primicias y,
sobre todo, historias que tengan un
impacto entre el público. La redacción de The Paper, un auténtico
organismo vivo, cuya febril actividad acerca, en parte, la película a las
comedias alocadas, aunque no llega a dejarse ir por esa senda, algo que tampoco
hubiera estado mal, la verdad. Con todo, la comprimida acción, algo así como «un
día en la vida de un periódico cualquiera», presenta una excelente variedad de
tramas que acabarán confluyendo en un final perfectamente resuelto, algo que
otorga un valor especial al retrato de ese periodismo de combate e investigación
en el que, aunque desde aquí, desde España, nos parezca mentira, la verdad y la
fidelidad a los hechos ocupan un lugar central.
Michael Keaton,
acaso buscando papeles alejados del que le hizo famoso: Batman, de Tim
Burton, se mete en la piel del editor (en nuestro periodismo «director») de un
diario modesto del que aspira a salir porque él y su mujer están esperando una
criatura — ella, periodista como él, acabará teniendo un papel muy especial en
la película— y necesitan un cierto desahogo económico del que ahora no gozan.
Las exigencias de la profesión, totalmente incompatible con la vida familiar,
como se suele ver en la mayoría de las películas que tratan este tema, se va
imponiendo a lo largo del día porque, tras haber «robado», en su entrevista con
el editor del diario rival, una línea de investigación periodística, se apodera
del editor y de la redacción un frenesí que acabará llevándolo a un acerbo enfrentamiento
con la directora comercial del diario, con una secuencia final en la rotativa
que vale su peso en oro.
Hasta ese momento, sin embargo, la película
acentúa el carácter coral de la misma, porque, como organismo vivo que es, ni
siquiera el desempeño de los papeles principales se bastan para asegurarse de
que esa ágil maquinaria al servicio de la realidad logre sus objetivos: todos
son imprescindibles. La buena mano de Howard se advierte en el desarrollo de
las historias paralelas del propietario, de la directora comercial y del editor
y su mujer, de modo que todas acaben viéndose ligadas en un final de infarto,
perfectamente llevado por el director.
No estamos ante ninguna película «definitiva»
sobre el mundo del periodismo, y en este Ojo hemos criticado algunas de
ellas que, como El cuarto poder, de Richard Brooks, tienen, por así decirlo, más valor específico;
pero esta película de Howard tiene un don: aunar a la perfección la visión romántica
de una profesión llena de luces y de sombras con una comedia ácida sobre los
entresijos de las noticias, la política y la deuda de honor que los periodistas
tienen siempre con la verdad, caiga quien caiga. Como dice una línea del diálogo,
«en este periódico puede que hayamos exagerado o levemente distorsionado la
realidad, pero jamás hemos publicado una mentira», y eso es lo que desata el
conflicto final: tener que optar entre una primera plana que no responde a la
verdad o deshacer lo hecho y rendirle tributo.
La película, por lo dicho, se deja ver con
absoluta complacencia y los espectadores entregados a ese retrato del verdadero
periodismo de ayer, de hoy y no sé ya, la verdad, si de siempre…, no repararan
en pequeños defectos propios de una película que abarca mucho y no decepciona,
y cuyo final le reconcilia a uno con el espíritu de las buenas comedias, ese
género que atraviesa esta película de principio a fin con excelente resultado.
¡Que la disfruten!
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