Confundir el
cine de terror con los golpes de efecto amerita mediocridad narrativa… Un cine
de «terror» para adolescentes…
Título original: Smile
Año: 2022
Duración: 115 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Parker Finn
Guion: Parker Finn
Música: Cristobal Tapia de
Veer
Fotografía: Charlie Sarroff
Reparto: Sosie Bacon, Jessie
T. Usher, Kyle Gallner, Caitlin Stasey, Kal Penn, Rob Morgan, Judy Reyes,
Gillian Zinser, Kevin Keppy, Scot Teller, Nick Arapoglou, Sara Kapner, Setty
Brosevelt, Jerry Lobrow, Perry Strong, Vanessa Cozart, Shevy Berkovits
Gutierrez.
Por azares que
no vienen al caso vimos, mi Conjunta y yo, esta película en un cine de
Calatayud, en parte porque estaba de la mano de Azar que lo hiciéramos para, a
la salida, al pasar por la Colegiata, poder asistir a un concierto, gracias al
cual la pudimos visitar, pues apenas hay días en que tal cosa pueda hacerse. La
Colegiata, ¡fantástica! Smile, una decepción profunda más en este género
de terror que parece haber perdido el oremus desde el advenimiento de Viernes 13
y Freddy Krueger, entre otras; pero no es el momento de sintetizar aquí la
historia de un género en el que bien podrían entrar obras maestras como Repulsión,
de Roman Polansky, desde luego, sino de advertir que los sustos, el uso de la música
como instrumento privilegiado para crear tensión, etc, no justifican la
adscripción al género, o lo hacen, en todo caso, como una posible serie B. El cine estaba lleno de adolescentes, y la acomodadora, como si regentara un colegio, hubo de emplearse a fondo para atajar sus inocentes desmanes...
El estreno en
la dirección de Parker Finn, así pues, no ha sido muy brillante, a mi juicio,
pero en la película hay algunos planteamientos que nos indican que podía haber
sido «otra cosa» muy distinta, porque la figura de la psiquiatra de urgencias
que ha de lidiar con casos extremos en muy pocos minutos, y de cuya decisión
incluso puede depender conservar o no la vida de los pacientes daba de sí no
poco para captar y mantener la atención de los espectadores. Derivar, como
hace, hacia las teorías de las conjuras, las cadenas paranormales de posesión
y, finalmente, la explicitud de lo maligno en modo alguno contribuye a dotar
ala película de la credibilidad que, en otros momentos, se había logrado, como
en el enfrentamiento entre ambas hermanas acerca de la responsabilidad de cada
cual en el suicidio de la madre, un hecho determinante de la trama y que se nos
muestra desde el inicio de la película, o el enfrentamiento entre la pareja que
convive antes de plantearse un próximo matrimonio.
La trama se
inicia a partir del suicidio de una paciente en la consulta de urgencias de un
hospital, un hecho cometido ante la impasible y aterrorizada doctora a la que
no deja de extrañarle la sonrisa con que la joven ingresada lleva a cabo su
propia degollación. A partir de ese momento, y sin duda traumatizada por lo que
ha visto, decide «escarbar» en el pasado de la joven, gracias a la ayuda del
policía con quien estaba comprometida y a quien abandonó para iniciar una nueva
vida. Coinciden, de nuevo, cuando él ha de interesarse, como policía, por las circunstancias
del suceso, si bien ella no recurre a él hasta que su percepción de la realidad
comienza a alterarse y se siente en peligro, amenazada no sabe exactamente por
qué o por quién. De hecho, asistimos a un proceso de posesión que la propia
doctora contempla entre perpleja y necesitada de saber todos los extremos de lo
que está ocurriendo, porque hay una «cadena» de suicidios cuyos eslabones han
muerto todos con la mueca de la sonrisa impresa en la cara.
En esta película,
como en cualquier otra en la que el terror se vehicula a través de lo
inesperado, en forma de sustos, violentos movimientos de cámara, lentas
aproximaciones de esta o el uso de la música que nos va preparando para lo
esperado y, al mismo tiempo, inesperado, porque lo propio del género es
sorprender al espectador con lo que menos imagina, hay un detalle que no puede pasar
desapercibido al espectador, por zote que sea: la insistencia de la
protagonista en repetir por activa y por pasiva que no está «loca» cuando todos
sus actos indican justo lo contrario, y a ello se añade la total impasibilidad de los colegas y de su novio, que
no aciertan a internarla para ser ayudada con las propias armas de la
psiquiatría y/o el psicoanálisis. Reconozco, eso sí, que una técnica empleada en
la trama: la presencia ante ella de la persona con quien habla por teléfono
tiene la virtud de generar un estupendo desasosiego en el espectador. Pongamos
por caso cuando recibe la visita de su psiquiatra y, tras descolgar el teléfono
para responder a la llamada entrante, se da cuenta de que le está hablando al
otro lado de la línea quien tiene delante, en cuya faz se dibuja una sonrisa
que es preludio de «lo peor».
Ignoro por qué
la película ha derivado hacia modelos tan estandarizados del género, como la
cabaña aislada donde ella se negó a ayudar a su madre para que le hicieran un
lavad de estómago que la salvara, una decisión tan liberadora en su momento
como esclavizadora en la vida adulta, porque jamás ha podido desprenderse de
aquella culpa que ha dirigido, desde los cimientos, la construcción de su biografía.
Aunque a
ciertos críticos ni les ha convencido la actuación de Sosie Bacon, hija del
actor Kevin Bacon, se ha de reconocer el considerable esfuerzo de la actriz por
dotar de credibilidad la angustia del personaje, muy acertado en el proceso de desequilibrio
que sufre, aunque cargue las tintas en exceso y tenga extraños momentos de
lucidez que no se compadecen con el proceso de enajenación que está viviendo.
En su conjunto, los recursos extranarrativos de que se vale el director para
generar los sustos bien pudieran haber servido para otra cosa bien distinta si
hubiera profundizado más en el «caso clínico» de la protagonista y, entonces
sí, hubiera tenido total sentido el miedo de su pareja a saber con quién está
conviviendo, porque el temor a la locura de ella por parte de él queda
totalmente inexplorado, y es, sin embargo, una veta narrativa de indiscutible
interés, porque la marginación que sufren los enfermos mentales es uno de los
actuales problemas sociales que exigen una solución.
A pesar de que,
en resumen, resulta más efectista que especial, lamento mucho que el director
haya desperdiciado tan buenos mimbres como tenía entre manos si no hubiera
tenido que «perderse» por esas conjuras de medio pelo y por un final tan
barroco como desperdiciado… Recuerden los espectadores que siempre tienen la
opción de ver El hombre que ríe, de Paul Leni…
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