La versión
libérrima de un mito cuyas escabrosas sordideces no dan
respiro… ni le hacen «justicia» al doble industrial de Norma Jeane Mortenson.
Título original: Blonde
Año: 2022
Duración: 166 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Andrew Dominik
Guion: Andrew Dominik. Novela: Joyce Carol Oates
Música: Nick Cave, Warren
Ellis
Fotografía: Chayse Irvin
Reparto: Ana de Armas, Bobby
Cannavale, Adrien Brody, Julianne Nicholson, Evan Williams, Xavier Samuel,
Caspar Phillipson, Toby Huss, Sara Paxton, Chris Lemmon, Dan Butler, Garret
Dillahunt, Lucy DeVito, Michael Masini, Ned Bellamy, Scoot McNairy, Rebecca
Wisocky, Catherine Dent, Spencer Garrett, Eden Riegel, Tygh Runyan, Sonny Valicenti,
Haley Webb, David Warshofsky, Ravil Isyanov, Judy Kain, Time Winters, Jerry
Hauck, Patrick Brennan, Colleen Foy, Mike Ostroski, Rob Brownstein, Rob Nagle,
Jeremy Shouldis, Eric Matheny, Ryan Vincent, Warren Paul, Mia McGovern Zaini.
Confieso que, en
su momento, abandoné la lectura de Blonde, de Joyce Carol Oates, hacia la página 400,
cansado de la morosidad con que lleva al lector al corazón de un mito
cinematográfico y social del siglo XX, acaso uno de los más impactantes y
duraderos junto al cuarteto de Liverpool: The Beatles. Es cierto que en los
traumas de infancia podemos hallar la explicación del significado de los rasgos
definitorios de una vida adulta; pero no siempre se hace justicia al libre albedrío
de los individuos con esa suerte de terrible determinismo. Añadamos, por si a
alguien se le olvida, que Blonde no es una biografía ni quiere serlo,
sino una novela, un relato de ficción sobre la vida de Marilyn Monroe en el que
la autora se toma cuantas libertades argumentales le parecen convenientes para
«desentrañar» una vida cuya «desnudez», real o figurada, está en la base de su
fama. ¿Cuál es el problema de este planteamiento? Muy sencillo, y ha aparecido
en las diferentes reacciones adversas que ha sufrido la película: el personaje
Marilyn Monroe es un mito del siglo XX, de absoluto “dominio común”, razón por
la cual lo más probable es que un espectador se acerque a cualquier creación
sobre ella con un ánimo «documental», para «saber» más de la vida «real» de la
protagonista. En lugar de esa «información», el espectador obtiene una visión
de Marilyn que deambula por el terreno de la ficción sin apartarse demasiado, en
apariencia, de la vida «reconocible» de la actriz. Algo muy diferente de lo que
hizo Simon Curtis con Mi semana con Marilyn, en la que narra un episodio
olvidado de la vida de actriz en Inglaterra, mientras rodaba El príncipe y
la corista, de Laurence Olivier y después de que Arthur Miller, en plena
luna de miel con su reciente esposa, volviera a Usamérica. Este recuerdo me
trae a la memoria la excelentísima interpretación de Michelle Williams como
Marilyn, en todo momento creíble. No me ha pasado lo mismo con la alabada y
reconocida interpretación de Ana de Armas, juicio al que me sumo, sobre todo en
los planos largos; pero, a pesar del ajustado continente representado por la
actriz de forma impecable, constantemente percibía algo en la expresión de De
Armas que me parecía una traición a Marilyn: era un envoltorio vacío: nada de
todo aquello que la mirada entre confiada y escéptica de Norma Jeane era capaz
de transmitir en cualquier pose fotográfica o en cualquier plano aparecía en la
película…, ya digo que a pesar del extraordinario desenvolvimiento de la actriz
y el increíble trabajo de adaptación a la mímica y a la dicción de la mítica actriz
usamericana .
De Andrew Dominik
he visto dos películas que me han gustado, una más que otra: El asesinato de
Jesse James por el cobarde Robert Ford , en exceso parsimoniosa, y Mátalos
suavemente, que me pareció un neonoire deslumbrante, con un Pitt y
un Gandolfini en el zenit de su arte. En Blonde, sin embargo, e imbuido
por ese afán de denuncia del famoso heteropatriarcado que late, poderoso, en la
novela de Oates, el director se ha lanzado a tumba abierta a una visión de
Marilyn tan «desde dentro» que incluso no tiene reparos en colocar la
cámara en el útero de Marilyn para mirar desde él el mundo imposible del
deseado embarazo. La documentación indica, al parecer que Marilyn Monroe sufrió
tres abortos espontáneos, uno de los cuales se refleja de un modo muy chusco en
la película, a diferencia de lo que sucede en la novela, lo que quiere decir
que hay una adaptación de Blonde que es incluso infiel a la propia novela.
Mientras que el tropezón en la playa fue en las escaleras de la casa, el aborto
se produjo no en la playa, sino cuando, según la novela, ella bajó sola al sótano,
lugar donde se fijaban sus alucinaciones.
La realización
mezcla el blanco y negro y el color de un modo un tanto arbitrario, aunque
puedo reconocer que me haya pasado inadvertido el orden secuencial que no he
sabido detectar, y junto a colocaciones de cámara como la intrauterina, hay secuencias
«aceleradas», presagio de la violencia inminente, como la indignación de
DiMaggio por las fotos de ella desnuda, el rodaje en plenas calles de Nueva
York, junto a más de dos mil personas de la escena icónica del respiradero del metro
levantándole las faldas en La tentación vive arriba, de Wilder o los
efectos de la ingestión de drogas que perseguían objetivos opuestos: la
relajación y la activación, es decir, explota al máximo las distorsiones de las
tomas para supuestamente, acercarse a la intimidad de la protagonista, quien,
más allá de querer convertirse a toda costa en una gran actriz, estuvo expuesta
a desequilibrios emocionales que en buena parte tienen su origen en haber sido
separada de su madre siendo aún una niña, cuando ella, hija de padre
desconocido, tuvo que se ingresada en un sanatorio mental. Este punto del
abandono paterno constituye uno de los ejes alrededor del cual construye Joyce
Carol Oates su novela, porque condiciona no solo la ficticia aventura con los dos
hijos tarambanas de dos celebridades de Hollywood, sino también la figura del
padre que ella va buscando en sus matrimonios, y que, obviamente, no encuentra.
Este crítico se
pregunta seriamente no solo qué ha querido narrar Dominik, porque la película
se queda a medio camino de muchas posibilidades: el tradicional juguete roto,
la víctima de un sistema industrial corrupto, el medro a través de los
favores/abusos sexuales, la indefensión de quien no podía controlar el devastador
impacto erótico de su propio cuerpo en los demás, la formación de una actriz
con impulsos perfeccionistas, la degradación del star system y la degeneración
del poder político, la historia de una drogadicción asociada a la conquista de
la celebridad, el ídolo devorado por los consumidores, los miedos al paso del
tiempo y la pérdida inevitable del atractivo físico como único reclamo propio,
la dependencia de una imagen prefabricada tras la que desaparece como un
fantasma la Norma Jeane que nunca pudo ser el «refugio» en los tiempos
borrascosos, a fuer de desdibujarla por la inevitable presión del personaje
mediático para seguir nutriéndose de sus dispares intentos fílmicos, de sus escándalos transgresores y de
una libertad desafiante que contribuyó, eso ha de reconocérselo, a ensanchar
los horizontes de la sensualidad y de la sexualidad de las mujeres de su época,
yan pacata, por lo general; sino también a qué última ratio responde la a veces
enfebrecida y vertiginosa filmación de una vida que parece haber sido vivido al
dictado de las diferentes drogas que la Monroe consumía. El resultado, sin
embargo, está claro: Marilyn vivió una vida atormentada en la que apenas, a juzgar
por la película, tuvo un momento de felicidad.
Ahora bien, si en lugar del efectismo
dramático evidente con que nos quiere impactar Dominik hubiera escogida la vía
de descubrir esos momentos de serenidad y placer inequívoco en la vida de la
gran estrella, sin salir de Blonde los hubiera encontrado, porque frente
a la imagen plenamente asquerosa que nos da del presidente Kennedy, la hija de
este, Caroline, si es que ha visto este nervioso film tendencioso, se debe de
estar preguntando por qué Dominik no ha escogido filmar el primer encuentro romántico
de ambos en la caseta de la piscina de la mansión donde se conocieron, para
luego endosarnos la ficción del desastroso segundo encuentro, amputado también
en la película respeto del narrado en Blonde.
Los conocedores, dentro de lo que cabe, de
la vida de la actriz, echarán de menos momentos carismáticos asociados a ella,
como el del Happy Birthday a Kennedy con un traje totémico actualmente
degradado por una «influencer», o tempora o mores…, o rodajes decisivos
en su carrera cinematográfica como Bus Stop, de Joshua Logan, película
producida por ella o la última The Misfits, «Vidas rebeldes», de John
Huston. Sí aparece el conflictivo rodaje de Con faldas y a lo loco, de
Billy Wilder, con un cameo virtual de Tony Curtis con De Armas en una reproducción
de una escena. Pero ni rastro de la película de Yves Montand que precipitó el
divorcio con Miller o la aventura británica con el regreso precipitado de
Miller cuando estaban, prácticamente, compaginando luna de miel y el trabajo
inexcusable de ella.
En términos generales, la producción es
excelente, y los actores están perfectamente escogidos. Hasta Adrien Brody da
el papel de Miller con total verosimilitud, y la perfección de la puesta en
escena y del vestuario se ajustan como un guante, según he podido ver después
en un documental sobre la actriz, a cómo ella vistió en sus días. Y ha de
reconocerse que De Armas se ajusta al papel físicamente con mucha propiedad, si
bien ya dejé recado del vacío espiritual que a este crítico le dejaba la
expresión de su dolor. No así la de su frivolidad lanzando besos a la multitud
en los estrenos, etc., que calcaba a la perfección.
Finalmente, confieso que he retomado la
lectura de Blonde, si bien con mi experimentada capacidad de lectura rápida, y
no me cabe sino recomendarla a los fanáticos de las celebridades, porque,
aunque mezcladas con la ficción, los devotos verán desfilar por sus páginas al «Todo
Hollywood» y no precisamente con su mejor rostro… La obra está compuesta con la
técnica del collage y se nota el exceso de información y la ausencia de un plan
definido para la narración, pero se ve que Carol Oates quería escribir una obra
«popular» y es posible que lo haya conseguido. No sucede lo mismo con la película
de Dominik, aunque peca también de dispersa, pero tampoco es de recibo el exabrupto
de Boyero, porque ni de lejos la película es «exclusivamente» el histérico
desgarro emocional de la actriz, cuya vida, bien es cierto, da para justificar
eso y más. Sí, el «personaje» Marilyn era el glamour, la sensualidad, la risa y
miradas pícaras, la ternura, la inocencia, la ingenuidad y el desamparo que
busca la protección masculina, pero «eso» era ciertamente la ficción que, sin
embargo, Dominik casi ha excluido por completo de su película, para daros otra
infinitamente más sombría. Júzguela cada cual como estime conveniente, pero la
película admite una visión desprejuiciada. Y la vida seriamente documentada de
Marilyn, una lectura. Pero, y vuelvo al principio, que nadie confunda biografía
y novela, por favor.
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