Una sorprendente y divertida comedia loca de Otto Preminger en su accidentada carrera realizadora.
Título original: Danger-Love at Work
Año: 1937
Duración: 84 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Otto Preminger
Guion: James Edward Grant, Ben Markson, Buddy G. DeSylva
Música: Cyril J. Mockridge
Fotografía: Virgil Miller
(B&W)
Reparto: Ann Sothern; Jack Haley; Mary Boland; Edward
Everett Horton; John Carradine; Walter Catlett; Benny Bartlett; Maurice Cass; Alan
Dinehart; Etienne Girardot; E.E. Clive; Elisha Cook Jr.
Aunque la carrera de Preminger
tiene en su haber algunas de las mejores películas de todos los tiempos, Laura,
la primera, su desarrollo no estuvo exento de serias dificultades, y el
director austriaco, nacido en una ciudad que hoy forma parte de Ucrania, hubo de luchar contra demasiadas adversidades
para poder hacer el cine que quiso, incluso hasta el punto de haberlo tenido
que dejar y dedicarse al teatro, hasta que, finalmente, y no sin dificultades, consiguió
desplazar a Rouben Mamoulian de la dirección de Laura y hacerse él responsable de lo que luego devendría un clásico del cine negro, aunque hubo de pelear
también para que Clifton Webb fuera quien apareciera en escena, en vez de Laird
Cregar, protagonista de The Lodger, de John Brahm, de un «malo»
demasiado tosco para un papel que requería una exquisitez que Webb encarnó a la perfección.
A cualquier espectador le resultará
chocante que un director como Preminger figure como director de una screwball
comedy absolutamente fiel al género, pero en las antípodas de sus obras más
destacadas. Se trata, sin embargo, de su segundo encargo en Hollywood, y está
claro que quien quiere medrar en un mundo tan difícil como el de los grandes
estudios no puede ni debe rechazar ningún encargo, porque cada uno de ellos
supone un aprendizaje que, obviamente, permitirá, después, la realización de
obras de más largo aliento. De hecho, ni
siquiera después de Laura puede hurtar el bulto a encargos como Centennial
Summer, no estrenada en España y que trataré de ver en cuanto pueda, el
último musical de Jerome Kern.
Amor en la oficina es un gozoso
y continuo disparate que tiene un estupendo arranque que no va a ceder en ningún
momento, porque incluso cuando parece que la trama puede decaer algo, irrumpe
en escena, casi con la vehemencia de Groucho Marx, uno de mis comediantes
favoritos: Edward Everett Horton, auténticamente genial en la muy olvidada Esposas
solitarias, de Rusell Mack. Su entrada, como novio de la hija supuestamente
cuerda de una familia totalmente extravagante, supone casi un antes y un
después en la trama, si bien todo el peso de la película cae sobre los hombros
de Jack Haley, quien se hiciera famoso por ser el hombre lata de El mago de
Oz, de Victor Flemning. Junto a él, Ann Sothern contribuye eficazmente a la
peculiar historia de amor que se va gestando entre el abogado de una firma que
ofrece a la familia una fortuna por una propiedad cuya venta ha de ser autorizada
por todos y cada uno de los miembros de la familia, un empeño del que el
anterior abogado enviado por la firma ha salido escaldado, en lo que es el arranque
de la película. Este género exige no solo un dominio del ritmo frenético, sino
unos actores que convenzan a los espectadores de que sus propias manías no son
un disfraz hilarante, sino una manera harto curiosa de vivir la vida. El
reparto, impagable, cuenta con un John Carradine magnífico y con Benny
Bartlett, un auténtico niño prodigio musical hoy, sin embargo, absolutamente
desconocido, y que aquí interpreta un superdotado que prácticamente lo sabe
todo, pero a quien odian, por su soberbia, buena parte de quienes lo rodean,
familiares y servicio. Otros dos clásicos secundarios, E.E. Clive, el eterno
mayordomo de decenas de películas, y Elisha Cook Jr., especializado, sin embargo,
en perdedores psicópatas, contribuyen a esa armonía interpretativa que consigue
la sonrisa y en ocasiones la carcajada del espectador, porque, en eso, Preminger
es fidelísimo al género, no hay momento de descanso y el cada uno a lo suyo que
se funde en el hilo conductor de la narración, la venta de la propiedad,
funciona a la perfección.
La película es una muestra inequívoca
del cine para pasar un rato divertido, y aunque es imprescindible aceptar la
situación e ir entrando poco a poco en el alocado mundo de la familia
Pemberton, la recompensa deja muy buen sabor de boca, y nos sorprende, sobre
todas las cosas, que Preminger haya sido capaz de dirigirlo. Vista desde España,
bien podríamos decir que la película está totalmente en la onda del teatro de Enrique
Jardiel Poncela y, específicamente, de Eloísa está debajo de un almendro.
Y uno lamenta que en nuestro cine no haya cuajado, salvo casos muy esporádicos,
este género alocado y tan divertido.
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