El «territorio» que «imprime carácter» o la otra cara del bucolismo…
Título original: As bestas
Año: 2022
Duración: 137 min.
País: España
Dirección: Rodrigo Sorogoyen
Guion: Isabel Peña, Rodrigo
Sorogoyen
Música: Olivier Arson
Reparto: Marina Foïs; Denis
Ménochet; Luis Zahera; Diego Anido; Marie Colomb; Luisa Merelas; José Manuel
Fernández y Blanco; Xavier Estévez; Gonzalo García; Federico Pérez; Javier Varela; Pepo Suevos; Machi
Salgado; Emile Duthu.
El elogio de la naturaleza, de la belleza
del cultivo de la tierra y de las muchas exigencias y gratificaciones del trato
con las bestias, del bucolismo en general, lo solemos entonar los urbanitas con
un desconocimiento bastante notable de lo que supone no haber tenido más que esa
circunstancia desde que se nace hasta la edad adulta. Y de eso trata esta dura
película inspirada en un suceso real, aunque, muy a lo lejos, los aficionados
al cine enseguida rastreamos una vieja e impactante película con la que esta
comparte algún vago parecido, siquiera sea en el modo como se va tensionando la
situación hasta llegar a la apoteosis final o, en este caso, al anticlímax: que
prece al frío desenlace, me refiero a Perros
de paja, de Sam Peckinpah, con un soberbio Dustin Hoffman y un desenlace
magistral.
La vecindad, y más cuando hay contenciosos
pendientes entre los vecinos, suele deparar excelentes tramas, como la no
demasiado vista Buenos vecinos, de Hafsteinn Gunnar Sigurðsson,
cuya crítica titulé «Islandia no es el paraíso», un título que bien podría valer
para la película de Sorogoyen, cuyas primeras imágenes tan definitorias son de
lo que acontecerá después. Tan es así, que me parece muy difícil aguarles la
fiesta a los espectadores que vayan a verla si se hace una sinopsis que desvele
incluso el desenlace. Lo importante, como casi todo en la vida, no es el resultado
final, sino el trayecto. De hecho, como acabo de decir, esas primeras imágenes,
tan violentas, de los mozos tumbando al caballo salvaje para cortarle las
crines, aunque aquí no se haga en el
corral donde manda la tradición, son harto expresivas de los derroteros que
seguirá la trama, algo que se intuye, sin más, desde las primeras interactuaciones
sociales entre el francés y sus vecinos, sobre todo dos hombres, uno de ellos
con cierto retraso mental, que parecen extraídos del propio terreno como las
hortalizas o tan aclimatados a él, y sus exigencias, como el ganado que
cuidan. Si el matrimonio francés
representa la libertad de tránsito y de asentamiento, como los de los caballos cimarrones de los montes
gallegos.
El contencioso aparece enseguida, y en
ello tiene un cierto punto de contacto con Alcarrás, de Carla Simón,
porque si en la Franja catalanoaragonesa son los «huertos» solares los que
acaban con los frutales, en As bestas son los «parques» eólicos a los
que solo dos vecinos propietarios de unos terrenos comunales se niegan a vender para instalarlos: los franceses
y otra pareja con la que aquellos se avienen.
Esa tirantez está en la base de todo, pero luego se van añadiendo otras
consideraciones que sitúan el enfrentamiento más cerca de lo que podría
entenderse como «lucha de clases»,
aunque, en uno de los mejores diálogos de la película, en la que no abundan,
los lugareños que odian al francés —para ellos la mujer no cuenta, pero ella
les reserva una sorpresa…—, los cetrinos nativos de una de las cuatro casas
dispersas que forman la aldea, odian al francés porque este ha tenido una vida
ciudadana, ha estudiado y ha tenido, en definitiva, la oportunidad que ellos,
atados por su madre, a la tierra y al ganado, nunca han tenido. La pregunta
clave, ¿y qué haríais con el dinero de los molinos?, la responde enseguida el
hermano desafiante, ¡un papel magistral de Luis Zahera!, justo oponente del
inconmensurable de Denis Ménochet, que le da una réplica magnífica: comprar un
taxi e instalarse en Orense. O sea, la vuelta a la naturaleza de los urbanitas
es el reverso del deseo todopoderoso de los lugareños: emigrar a la ciudad y trabajar
en algo que los aparte de la tierra y de las bestias.
Se dilucidan en la historia, así pues, asuntos
no menores, pero ha de reconocerse que los lugareños están descritos como
habitantes de lo que quizá deberíamos llamar la Galicia profunda, pues ese
concepto usamos para el cine usamericano y sus comunidades diminutas con
personajes como estos hermanos bravucones y dispuestos a hacer de sus
arbitrariedades ley. La selección de la oscura cantina donde se fragua el enfrentamiento,
alimentado más por el resentimiento social, propiamente, que por una
pertenencia de clase, es impecable y nos retrotrae, todo sea dicho salvando las
distancias pertinentes, a las novelas de doña Emilia Pardo Bazán, esas dos
joyas del naturalismo novelístico del XIX que son Los pazos de Ulloa y La
madre naturaleza, porque a esa raigambre pertenecen ambos hermanos y la
propia madre, que también juega su papel.
La realización de Sorogoyen tiene la
virtud de sujetar y dosificar a su antojo la tensión con una habilidad
sorprendente. Vale que el protagonista francés colabora lo suyo, dado el
pacifismo al que parece adscrito, por duras que sean las provocaciones de los
hermanos, pero Sorogoyen alimenta la historia con las dificultades de la pareja
gala para sacar adelante su explotación agrícola y ello permite empapar la obra
con una presencia dominante de la naturaleza, sea la que rodea la casa, sean
los bosques por donde camina el hombre con su perro, a quien el hermano sin
luces parece tener más dominado que el propio amo, por cierto, lo que genera
una mayor inquietud al espectador, quien asiste impasible al cerco que se estrecha
en torno al atrevido personaje opuesto a las explotaciones de las renovables
que acaban con el paisaje y con las nobles artes de la agricultura y la
ganadería, o poco menos.
Ya lo he dicho, no puedo extenderme
sobre el desarrollo de la historia, pero la potencia de las imágenes y la violencia
de las relaciones humanas convierten la película en una auténtica experiencia.
Es cierto que, en ocasiones, la película roza el tremendismo de algunas series
televisivas, y bordea ese peligroso sendero de las realizaciones netflixianas,
pero la aparición de la hija de los franceses y un diálogo estremecedor con la
madre la apartan de ese peligro. ¡Cómo se adensa de significado sobre las
relaciones humanas la película con ese diálogo entre madre e hija, tan lleno de
reproches como de amor! ¡Y de qué manera se extiende la amenaza a la propia
hija, en ciertas miradas inquietantes, en ciertos movimientos sospechosos, en
ciertas insinuaciones o conatos de peligro!
Bien merecida tiene la fama, la película,
y daba gusto estar en una sala totalmente llena, bastantes semanas después de
su estreno. No se la pierdan.
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