Una historia sobre el aborto y sobre el amor en Nueva York.
Título original: Love with the
Proper Stranger
Año: 1963
Duración: 100 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Robert Mulligan
Guion: Arnold Schulman
Música: Elmer Bernstein
Fotografía: Milton R.
Krasner
Reparto: Natalie Wood; Steve
McQueen; Edie Adams; Herschel Bernardi; Tom
Bosley;
Harvey Lembeck; Penny Santoni; E. Nick Alexander.
El otro día buscaba en mi Ojo
la crítica de esta película y, para mi sorpresa, resulta que no la hice, y no
se me ocurre otra explicación que la de que formara parte de un programa doble
de crítica, en torno al aborto, que por alguna razón no completé con el
visionado de la otra película. Vista la ausencia, contribuyo, pues, a la presencia en este Ojo de una
película que, aunque propia de una época, comienzos de los 60, en la que aún no
se había popularizado la revolución moral de los jóvenes, se atreve con un tema
que, independientemente e las épocas, siempre ha sido controvertido: el aborto.
Robet Mulligan,
como Sidney Lumet o John Frankenheimer, Marti Ritt o Robert Altman, pertenece a
la conocida como generación de la televisión, donde todos ellos han aprendido
el oficio, y a todos ellos les une una fuerte impronta social en sus películas,
volcadas hacia un realismo que no elude temas candentes como , en este caso, el
del aborto, si bien no tardamos en advertir que lo que apunta como drama acabará
derivando hacia la comedia romántica. La buena noticia es que la pareja
protagonista, Natalie Wood y Steve McQueen, lo borda y le da a la película una
realidad que logra incluso imponerse a los viejos tópicos de la familia
italiana, el sentido del honor y la cómica persecución del «novio accidental»
por parte de los hermanos de la protagonista. Si añadimos la presencia de un
candidato a emparejarse con la hermana que representa la melifluidad masculina
frente a la virilidad del don Juan y empedernido soltero, vemos que se perfila
una película que aúna el cine costumbrista con el cine social, una mezcla
extraña, pero de la que Mulligan sale con un notable muy alto.
La historia se
abre con la platea vacía de un local adonde los músicos sin trabajo acuden para
ser contratados. Steve McQueen enseguida se perfila, dominador de ese ambiente
bohemio, como un protagonista que va a ser «asaltado» por una amante
circunstancial, de la que ni consigue acordarse, que se ha quedado embarazada y
le pide ayuda para abortar. El músico pretende escurrir el bulto, pero poco a
poco va haciéndose una composición de lugar y, por supuesto, recordando la
noche del origen del problema actual. Ella es una dependienta de los grandes
almacenes Macy’s, lo que no solo nos permite adentrarnos en una de las
instituciones comerciales de Usamérica, sino que buena parte del metraje
transcurre en las calles de Nueva York, emparejándose con ese «ansia de
exteriores» de la nouvelle vague francesa. No llega a tener, la ciudad,
el protagonismo que en la generación posterior, la de Woody Allen, por ejemplo,
pero es muy meritorio el acercamiento al pálpito cotidiano de la ciudad. La
fotografía de Milton Krasner, espléndida, contribuye, sin embargo, a potenciar
la calidad de Nueva York como escenario cinematográfico. Súmesele la música de Elmer
Bernstein, y comenzamos a entender el porqué del atractivo de esta película. Espléndidos
son los planos desiertos donde se han citado los protagonistas para la realización
del aborto clandestino, y sobrecogedores los planos del piso deshabitado en
cuyo suelo despliegan los abortistas su material operativo, unos preparativos
que le meten el espanto en el cuerpo al protagonista, quien decide evitar que
su amante ocasional pase por ese riesgo inequívoco.
A partir de
entonces, y dado que la protagonista es una mujer que no acepta la «limosna» de
un casamiento exclusivamente «reparador» que condenará a los tres, a ellos y a
la criatura, a la infelicidad, decide asumir la maternidad sin casarse y,
además, decide independizarse económicamente de su familia en un apartamento
donde deje de estar controlada por su madre y sus hermanos. Y las escenas «familiares»,
aunque tópicas, no dejan de tener un realismo muy conseguido. Lo difícil de aceptar
es que Steve McQueen sea también hijo de emigrantes italianos, pero así es, y
la entrevista con sus padres, a quienes va a ver con ella, mantienen el listón
de la otra.
Una vez que la
película abandona el tema del aborto, entramos de lleno en la comedia romántica,
y ahí la cosa se pone entre estupenda y tópica, porque ambos personajes son
caracteres fuertes que defienden una independencia y una individualidad no
sujeta a transacciones sociales. La escena en el apartamento de ella, adonde lo
invita para cenar, es un claro ejemplo de dos roles que chocan tanto como se
atraen. El revés de la trama consiste en que los hermanos, algún que otro golpe
escapado…, consiguen del don Juan que acepte casarse, pero, dada la naturaleza
de su generosa determinación, ella se niega a aceptarlo, por las razones de infelicidad
antes referidas.
La difícil
historia de amor, así pues, entre una mujer fuerte e independiente y un don
Juan que en modo alguno quiere renunciar a su libertad, le valga esta para lo
que le valga…, ocupa la última parte del metraje y tiene un desenlace bien
curioso, llamativo y «moderno», en términos de realización cinematográfica.
Recordemos que
Mulligan ha dirigido todo un clásico, antes de embarcarse en esta «pequeña
historia», Matar a un ruiseñor, por lo que, a pesar de esos tópicos que
menudean en el relato, Amores con un extraño, con un trabajo que le valió a la
Wood una nominación para el Oscar, tiene sólidos valores imaginativos y una
fluidez narrativa muy sólida. No da la impresión de que pueda haber mucha «química»
entre protagonistas tan desiguales, pero les aseguro que consiguen crearla en
todas y cada una de las escenas que comparten, para regocijo de los espectadores.
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