domingo, 26 de marzo de 2023

«Mientras seamos jóvenes», de Noah Baumbach.

 

Una historia de vampirismo artístico en Nueva York o no ponga un joven adulador en su vida, si usted pasa de los cuarenta…

Título original: While We're Young

Año: 2014

Duración: 97 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Noah Baumbach

Guion: Noah Baumbach

Música: James Murphy

Fotografía: Sam Levy

Reparto: Ben Stiller; Naomi Watts; Amanda Seyfried; Adam Driver; Charles Grodin; Brady Corbet; Maria Dizzia; Dree Hemingway; Adam Horovitz; Adam Senn; James Saito; Ryan Serhant; Greta Lee; Ashley James; Matthew Maher.

 

         Noah Baumbach ha de cargar con el sambenito de ser un epígono de Woody Allen, y en parte, como ocurre con así todos los tópicos, algo de razón hay en ello, siquiera sea porque sus personajes se mueven en una Nueva York que no es pertenencia exclusiva de Allen, suelen ser intelectuales paraizquierdistas o artistas de clase media alta y tienen problemas sentimentales y familiares, entre otros. A su favor tiene que sus comedias agridulces tienen una estructura y solidez que no suelen tener muchas de las que rueda Allen, aunque, hasta la fecha, Baumbach no ha rodado ninguna que supere con creces las obras maestras de Allen, por supuesto.

         Mientras seamos jóvenes es una historia ambientada en el mundo del cine, específicamente en el de los documentales, y tiene como protagonista a un documentalista en crisis que no sabe cómo salir de un proyecto que se ha ido enredando a lo largo del tiempo, como les ocurre a quienes escriben una tesis doctoral o una novela biográfica y la avalancha de datos suele obligar  a replanteamientos que acaban poniendo en entredicho incluso lo ya rodado o investigado. Su pareja es hija de un «maestro» consagrado del documentalismo, algo así como una «institución» dentro de ese género tan particular que Michael Moore devolvió a plena actualidad con Bowling for Columbine y Fahrenheit 9/11, y al favor del público. Fuera de los grandes hitos, sin embargo, los documentalistas han sido siempre vistos como un escalón inferior respecto de la ficción. Por eso la trama resulta novedosa para los espectadores, máxime con un desarrollo tan inteligente de la historia como el guion nos la presenta, escrito por el propio director.

         Una pareja, impecablemente interpretada, aun en sus sobreactuaciones, por Ben Stiller, con muchos tics allenianos, y Naomi Watts, una de las grandes estrellas femeninas de los últimos tiempos, siempre dispuesta a participar en todos aquellos proyectos que se salgan del adocenamiento y el cine de estrellas, como es el caso, está de visita en casa de unos amigos que acaban de ser padres. La escena inicial frente a la criatura, hasta que se descomponen cuando empieza a llorar y se buscan el uno al otro como recurso, sin saber ninguno de ellos qué se hace con el «muñeco» en casos semejantes, es tan graciosa como prefiguradora de lo que está ocurriendo, que ellos, decididos a no tener hijos, se van marginando de las vidas de los amigos que sí han escogido la paternidad.

         En el curso de una de las clases que da el documentalista en la Universidad se le acerca un joven que, por la vía de la adulación aparentemente sincera, se gana el interés del profesor, lo que los lleva, mediante insospechadas coincidencias, a iniciar una relación que no tarda en revelar el interés del joven, quien se está iniciando en el género del documental y está dispuesto a dejarse aconsejar e incluso aleccionar por quien tuvo un éxito que aún se recuerda entre los cultivadores del género.

         Los protagonistas, de esa mediana edad que los acerca más a la madurez que a la juventud, se van dejando contagiar por las maneras liberadas y juveniles de sus nuevos «amigos» y se distancian de los anteriores, en un viaje de descubrimiento que choca con la estética «vintage» que preside la vida de los jóvenes.

         Aprovechando las circunstancias, el joven documentalista —un papel cínico en el que Adam Driver brilla a gran altura, a diferencia de la única película de Noah Baumbach, Historia de un matrimonio, que me decepcionó totalmente, hasta el punto de sentir la clásica «vergüenza ajena»— se acerca como rendido admirador al suegro de su nueva amistad, la gran institución usamericana en su género, con la complacencia de su hija. A partir de ese acercamiento, la trama se va desvelando poco a poco, porque la familiar del protagonista, cuya relación con su célebre suegro es algo mas que nefasta, compite con el aprovechamiento que hace el joven Driver del yerno, no solo para usarlo como apoyo de su propio documental absolutamente fake, sino para medrar ante los ojos de su célebre suegro.

         Estamos, pues, como decía en el título, ante una clásica historia de vampirismo artístico que se desarrolla paso a paso, todos medidísimos, para solaz de los espectadores, quienes ven cómo dos adultos desnortados acaban metamorfoseándose en jovencitos alternativos y pasan por sus experiencias místico-alucinógenas con un candor que vale su peso en oro. Naomi Watts está espléndida y tiene una rara química con un Ben Stiller quien, alejado del histrionismo de otras populares películas suyas, gana mucho con el perfil de artista alleniano de su protagonista, bicicleta incluida para los desplazamientos.

         Tres son las vías narrativas que se van entretejiendo: el homenaje a toda su carrera que va a recibir el suegro; el rodaje del documental del protagonista que se va eternizando en el tiempo y el documental del nuevo amigo del protagonista, quien acabará usando en él incluso parte del material de ese proyecto inacabable. La manera como se va articulando la imbricación de las tres vías es, en el fondo, el mérito narrativo de la película, al margen, claro está, de unas actuaciones naturalistas absolutamente espontáneas dentro de la artificialidad de las casualidades que no existen, porque los espectadores se dan cuenta tarde, pero a tiempo, de que las untuosas maneras de Eve, en Eva al desnudo, de Mankiewicz, son el antecedente de las de Driver en el sutil enredo en que acaba alzándose con el premio del plácet del suegro, desprestigiando a quien pretende salvaguardar ese bien intangible que es la veracidad del género, que no admite ni trampa ni cartón. Pero ya me estoy excediendo. En la mejor tradición de las comedias o tragicomedias urbanas neoyorquinas, esta película de Baumbach excede a muchas competidoras y dejará en los espectadores un buen sabor de boca.

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