jueves, 26 de octubre de 2023

«Una canta, la otra no», de Agnès Varda, o los opuestos caminos del feminismo.

Un doble retrato de la mujer en los tiempos de la «revolución de las flores».

 

 

Título original:  L'une chante, l'autre pas

Año: 1977

Duración: 115 min.

País:  Francia

Dirección: Agnès Varda

Guion: Agnès Varda

Música: François Wertheimer

Fotografía: Charles Van Damme

Reparto: Valérie Mairesse; Thérèse Liotard; Gisèle Halimi; Marion Hänsel; Ali Raffi;

Jean-Pierre Pellegrin; Mona Mairesse; Francis Lemaire.

 

          Si es de 1977, ya podemos comenzar a hablar de un pasado muy lejano, en este 2023 de nuestras demagogias, shitprops y populismos de medio pelo y un cuarto de frase desbarrada, de ahí que se precise algo de contexto para tratar de acercarnos a una película que está en las antípodas de la deslumbrante Cléo de 5 a 7, de la misma autora, poseedora de una obra muy irregular. A punto de cumplirse una década de la revuelta juvenil de mayo del 68, y andando en fase *periclitante la más antigua revolución jipi, o de las flores, las dos vidas que nos ofrece Varda en su historia vienen a ser, en su radical diferencia y contraste, dos visiones de la vida casi antagónicas. De un lado, la ridícula Pomme (Pauline en realidad), una cantante que aspira a vivir revolucionariamente en una suerte de comunismo primitivo sororal, viajando por todo el país y atormentando a sus pobres auditorios solo por el beneficio de la limosna; y, de otro, Suzanne, cuyo marido, fotógrafo, se ha suicidado y quien, tras abortar de un tercer hijo que no desea, porque no puede mantenerlo, se convierte en una activa trabajadora social en pro del control de la natalidad y del acceso al aborto. La historia arranca cuando, mediante el engaño, Pomme consigue dinero de sus padres y lo usa para pagarle el aborto a Suzanne. Tras el agresivo enfrentamiento con sus progenitores, propio de la abismal distancia generacional en los comienzos de los 60, Pomme se lanza a la aventura de vivir por su cuenta e inicia una vida artística plagada de desengaños y limitaciones, y en la que llega a unirse a un joven estudiante iraní que la lleva a Irán, en una de las fases más interesantes de la película, y descubre allí lo que supone convertirse en «la esposa de», por lo que, a pesar de haber tenido un hijo con Darius, ella decide regresar a Francia, dada la asfixia moral que sufre en un país incluso aún no teocrático, porque la revolución iraní islamista se produjo en 1979, y el presente de ambos personajes es 1972, cuando acaban encontrándose, ambas protagonistas,  en una manifestación en pro del derecho al aborto. Muy chocante, por ejemplo, incluso para nuestro presente, es el arreglo al que llegan Pomme y Darius: ella se queda de nuevo embarazada de él, para tener un hijo «para ella» y el primero regresa a Irán con su padre.

          El comienzo de la película es apabullante, porque el fotógrafo, con tienda abierta en la que no entra nadie, realiza fotografías muy hermosas y llenas de una exquisita sensibilidad. Por azar, Pomme ve las fotos de su amiga Suzanne y se decide a entrar y a posar para el fotógrafo atormentado por las escasas perspectivas profesionales que tiene su magnífico trabajo. Toda esa parte introductoria es, fílmicamente, de lo mejorcito de la película, y funciona como un corto con un final estremecedor, dado el ahorcamiento del artista. Tras él, y salvando la parte iraní, la película sigue dos direcciones muy distintas, una, la verdaderamente importante: cómo logra Suzanne salir adelante con sus dos hijos, a pesar de tener que volver a casa de sus padres, que la acogen casi como a una sierva, y el modo como accedemos a su intimidad y sus tentativas de emparejarse, al tiempo que desarrolla una necesaria labor social. Ese «verismo» en su justo medio choca, sin embargo, con la aventura jipi de Pomme y su lucha feminista a través de la comuna matriarcal y sus canciones —un insulso repertorio, todo ha de decirse— de protesta, batalla y deseada persuasión.

          El encuentro de las amigas, diez años después del terrible suceso tras el que sus caminos se separan, permite al espectador contrastar una y otra biografía y sacar sus conclusiones, por supuesto. De lo que duda es de que la autora se incline por Suzanne, dado el relieve que concede a la aventura supuestamente renovadora de la vida que propone la «caravana de mujeres» que recorre con su vida alternativa el país. Hay, a mi juicio, una suerte de panfilismo buenista que tiende a sobrevalorar lo que ahora conocemos como «movimientos alternativos», y desde la distancia de 2023 advertimos, sobre todo, la ingenuidad del entusiasmo con que la autora los contempla.

          No es esta una de las mejores películas de Agnès Varda, está claro, y sin decir que el tiempo haya pasado por ella de forma inmisericorde, pues algunos tramos de la película son magníficos, deja en el espectador un regusto de esas buenas intenciones de las que está empedrado el infierno, lo que le quita la complejidad y densidad de otras obras suyas de mucho mejor ver.

          A pesar de lo dicho, y descontando las bobas molestias ideológicas, la película puede ser vista sin demasiado enojo, para apreciar en lo que valen, y valen mucho, sus mejores momentos.

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