lunes, 15 de abril de 2024

«Un optimista de vacaciones», de Henry Koster o las pesadillas familiares…

 

Un guion feliz de Nunnally Johnson para una comedia familiar apta para todos los públicos…

 

Título original:  Mr. Hobbs Takes A Vacation

Año: 1962

Duración: 116 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Henry Koster

Guion: Nunnally Johnson

Reparto: James Stewart; Maureen O'Hara; Lauri Peters; Fabian; Harold Miller; John Saxon; Lili Gentle; Marie Wilson; John McGiver; Reginald Gardiner; Natalie Trundy.

Música: Henry Mancini

Fotografía: William C. Mellor.

 

          Entrado el calor con ímpetus bien conocidos de poco tiempo a esta parte, una comedia veraniega sobre las vacaciones de una familia numerosa es un visionado perfecto del inmediato futuro que a muchos les espera en menos de tres meses. Los primeros compases de la música de Mancini evocan, creo que en justo homenaje, los de las partituras de Alain Romans para Las vacaciones de Mr. Hulot y de Mon oncle, de Tati, porque, en el fondo, debió ser difícil sustraerse al poderoso influjo que, tras el estreno de ambas ejerció el genio francés del humor. Nunnally Johnson construye un excelente guion sobre una novela de Edward Streeter, autor, a su vez, de otra sobre la que Vincente Minnelli realizó uno de sus grandes éxitos: El padre de la novia. Nunnally Johnson fue también director, entre otras, de una comedia creo que muy poco vista, pero que constituye un magnífico botón de muestra de sus dotes como autor de comedias: How to Be Very Very Popular, pero los aficionados recordarán con una franca sonrisa en los labios su excelente guion para Cómo casarse con un millonario, de Jean Negulesco, donde la Monroe hizo gala de una más que poderosa vis cómica como bellezón cegato. Koster rodó algunas comedias, pero no fue el género en el que más destacó. Rodó Un mayordomo aristócrata, con David Niven, una versión de Al servicio de las damas, la difícilmente superable película de Gregory La Cava, con un inspiradísimo William Powell.

En esta ocasión, y ayudado por un reparto de campanillas, nada menos que Mauren O’Hara y James Stewart, en su primera película juntos, Koster le sacó un excelente partido a una puesta en escena que no desdeña ni siquiera un guiño a la casa de Norman Bates en Psicosis, a juzgar por el desvencijado caserón alquilado, a pie de playa, donde la familia Hobbs va a pasar sus vacaciones familiares, con todos los hijos del matrimonio, el menor, la adolescente y las hijas casadas, con los yernos y los nietos: la ilusión de la madre contrasta con el escepticismo y la resignación del padre, como si supiera exactamente lo que se le viene encima. La historia comienza, sin embargo, con  la llegada al trabajo, tras las vacaciones, del banquero Hobbs y la redacción  de un memorándum dictado a su secretaria «para ser leído solo tras mi muerte», y a partir de ahí, tras ese inicio con tan magnífico humor negro, pues le habla desde la tumba…, y en un largo flashback, se nos cuentan las idílicas vacaciones de un matrimonio y sus difíciles relaciones con las tres hijas de la familia y el niño, adicto a la televisión (y específicamente a los westerns) de un modo solo comparable a como los niños y jóvenes hoy están abducidos por los móviles.

Un planteamiento costumbrista depende en gran manera de la selección de episodios y de ciertos motivos recurrentes que  van apareciendo hasta conseguir esa carcajada por efecto de la acumulación, y ahí la historia cumple con creces, y aun se excede cuando aparece en escena la pareja formada por el empresario que quiere contratar al yerno en paro, que se instala en la destartalada mansión de la familia un fin de semana para «conocer los antecedentes del candidato». La pareja, ambos, John McGiver y Marie Wilson, esta en su último papel en el cine, eleva el nivel de la comedia bastantes enteros, por las situaciones que origina su estrechísimo puritanismo que acaba, finalmente, como el rosario de la aurora… Por el medio, claro está, las vacaciones son el terreno ideal para solventar ciertos problemas de comunicación intergeneracional que afectan, sobre todo,  al padre, poco propenso a hacerse cargo de la educación de sus hijos. Ciertas historias paralelas no hacen sino alargar innecesariamente una película que con los conflictos de la propia familia ya tendría suficiente materia, pero tampoco molestan. La vida de verano, y todo lo relativo al deficiente funcionamiento de las «entrañas» de la mansión, las visitas a la playa, al club náutico y una variante del cine de terror que anunciaba la casa y que, sin embargo, se manifiesta en la salida en barco de padre e hijo, consiguen que la película se vea con cierta complacencia, aunque el trasfondo tradicional de algunos roles les parecerá a los puritanos del wokismo poco menos que de juzgado de guardia. A otros nos sorprende, por ejemplo, la salida del protagonista de un ascensor lleno de fumadores en activo, como si emergiera de un incendio recién sofocado, lo que parece la continuación de la presentación, cuando va con su coche por una autopista literalmente atrapado entre cuatro camiones, y el de delante comienza a expulsar por el tubo de escape un humo negro tan denso que lo priva incluso de la visión. Son pequeños detalles de ambientación que no dejan de tener una voluntad cómica muy conseguida. Las vacaciones se ven como la liberación de la urbe que te asfixia y se convierten en una aventura a medio camino entre el bricolaje y la terapia psicológica.

Fílmicamente, el rodaje en cinemascope permite unos planos elegantes y con colores muy marcados, lo que nos permite siempre una panorámica de conjunto que rara vez escoge el primer plano, como si lo importante fuera la manifestación social de la familia, no los traumas individuales de los sujetos que la componen. Con todo, ese «ideal» familiar es el que se hace pedazos en cuanto aparece un nieto que no soporta al bumpa que tiene por abuelo, de quien huye y de quien, teniéndolo a la vista, se defiende… o cuando todos, sin excepción, se quedan de brazos cruzados mientras él acabe subiendo el equipaje de quienes van llegando, la pareja empresarial incluida, aunque aquí con el añadido de que el empresario al llegar le pide a la esposa que el criado de servicio les suba el equipaje… ¡Exactamente!, ese criado es en quien están pensando… La película, insisto, tiene serias limitaciones de la época, 1962, pero incluso así se deja ver con creciente interés y no poca admiración por el artificio con  que se ha compuesto la obra para exprimir las situaciones cómicas al máximo. No es una de las grandes comedias de la historia del género, pero es una comedia que cumple casi todos los requisitos que admiramos en ellas.

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