El poder del amor frente al fracaso, la tristeza y la escasez.
Título original: Kuolleet
Lehdet
Año: 2023
Duración: 81 min.
País: Finlandia
Dirección: Aki Kaurismäki
Guion: Aki Kaurismäki
Reparto: Alma Pöysti; Jussi
Vatanen; Janne Hyytiäinen; Nuppu Koivu; Sherwan Haji; Matti Onnismaa; Simon
Al-Bazoon; Martti Suosalo; Maustetytöt; Sakari Kuosmanen; Maria Heiskanen; Alina
Tomnikov; Juho Kuosmanen; Anna Karjalainen; Kaisa Karjalainen; Mika Nikander; Paula
Oinonen; Eero Ritala; Misha Jaari.
Fotografía: Timo Salminen.
La verdad es que desde que vi en 2002, Un hombre sin pasado, bien puede decirse que todas las críticas podrían ajustarse al patrón de la que hice para las dos películas que formaban con la anterior la llamada Trilogía de los perdedores(https://elojocosmologicodejuanpoz.blogspot.com/search?q=La+trilog%C3%ADa+de+los+perdedores). Porque si algo caracteriza a Kaurismäki, como a Ozu, es su perseverancia en la fidelidad a un estilo personal que hace de su cine algo inconfundible, personal, y acaso imitable, pero siempre insustituible. La fuente de la profundidad de su cine es la mirada con que son vistos sus personajes, más allá de la condición de estos. Kaurismäki no se complica la vida para crear unos planos, muy a menudo fijos, en los que los personajes ocupan el espacio casi como pidiendo permiso para hacerlo, como si fueran extraños que se han colado en la película y supieran que no son lo suficientemente importantes como para que la cámara se fije en ellos; pero, ¡milagro de milagros!, esa terrible «insignificancia» de los perdedores es, precisamente, lo que lleva a Kaurismäki a no perder plano de unas vidas sometidas a un férreo sistema social que reprime cualquier alteración del orden que infrinja los severos códigos laborales, sea el descuido de un producto caducado, sea la más peligrosa de beber alcohol durante la jornada laboral. La Finlandia de los perdedores que retrata el director tiene un punto patético muy difícil de entender para la gente del sur, para nosotros, mediterráneos ruidosos, alegres, dicharacheros y callejeros, siempre prontos a la sociabilidad aun con el mismísimo diablo. El bar de hombres solos dedicados exclusivamente a beber, como monjes de una extraña secta religiosa, tiene un aura de fracaso existencial absoluto que cuesta lo suyo digerirlo. Hay un hieratismo estatuario en los personajes de Kaurismäki que convierte muchas de sus escenas en cuadros pictóricos al estilo de algunos pintores tipo De Chirico, Magritte o Hooper. Roy Anderson, Canciones del segundo piso, por ejemplo, es un excelente deudor nato del director finlandés. Más aún por el uso que el director hace de los colores, siempre muy vivos y marcados, en un contraste feliz con los espíritus sombríos que dominan usualmente a sus personajes. Pero a ese hieratismo se suma un minimalismo llevado al extremo, como si la vida fuera una suerte de situación provisional sobre cuyo futuro somos incapaces de albergar la más mínima expectativa. Ahí está, por ejemplo, la invitación a cenar que la protagonista le hace al joven que sin darse ni cuenta pierde su teléfono y provoca un malentendido terrible que solo tras algún tiempo puede ser subsanado. Como va a tener un invitado, se ve en la necesidad de comprar la vajilla necesaria para otra persona. Un detalle hipersignificativo de la concepción de la vida que tienen los personajes solitarios y derrotados que se arrastran por la vida con la inercia del vivir pero sin la esperanza de realizarse en esa vida. El cine de Kaurismäki no excluye el humor, usualmente en forma de ironía muy mordaz, y la verdad es que no sé si en finlandés tienen un proverbio como el nuestro: «sin padre ni madre ni perro que le ladre», pero esa es la historia de la triste protagonista que ha perdido a su familia por el alcohol y está a punto de enamorarse de un alcohólico, quien, ante la perspectiva de que su drogadicción le arruine la vida, toma la necesidad de regenerarse y aspirar a hacerse acreedor a la buena suerte de haber encontrado a alguien con quien poder congeniar y vivir, aunque la cama que hay en casa de ella «es muy estrecha», como advierte enseguida.
Ese humor
aparece en esta película en forma metacinematográfica, entre otras ocasiones, cuando
en su primera cita van los dos a ver Los muertos no mueren, de Jim
Jarmusch y ella comenta, seria como un disgusto, que nunca se había reído tanto
en una película, y un par de espectadores que salen de la película antes que
ellos comentan que les ha recordada Banda aparte, de Godard. Y, sin humor,
como homenaje a Breve encuentro, de David Lean, ante cuyo cartel hablan
los personajes, y en la que parece haberse inspirado esta potente historia de
amor, algo más atrabiliaria que la de los ingleses.
La película,
en el fondo, es una hermosa, triste y gozosa película de amor, y déjenme que
les chafe el final, porque tiene un final feliz que hace las delicias del espectador
que propiamente pierde el aliento ante vidas tan torcidas y desesperanzadas. No
destriparé el argumento, porque hay vaivenes propios de la fatalidad que
conviene recibir como se merecen, pero Kaurismäki eleva su habitual empatía con
los personajes a unos niveles de complicidad y de esperanza que no suelen ser
usuales en su cine. Seguir los meandros de esta insólita historia de amor, ¡tan
poco efusiva emocionalmente!, es un reto que depara una sutil felicidad última.
Si, además, la banda sonora acompaña el relato de forma tan ajustada, el
espectador, por adversa que sea la situación descrita en la pantalla, intuye
que en esa historia lo justo es que acaba abriéndose paso la esperanza, porque
la vida puede ser dura, e incluso cruel, puede ser desesperanzada, o aburrida,
y siempre injusta, pero no puede dejar que lo que a todas luces parece la última
oportunidad para el amor pase de largo, se desvanezca.
Imagino que no
deben de ser pocos los finlandeses que renieguen del cine de Kaurismäki, porque
la imagen que ofrece del país no es la mejor cara que a los «patriotas» les
gusta enseñar de su pequeño paraíso, pero sus personajes van más allá de su
nacionalidad y adquieren un significado universal, como universal es la historia
de amor extraño que protagonizan. Hay algo, además, del primer amor adolescente
en esta historia que aún la hace, a pesar de los pesares del contexto, más
entrañable y tierna; un algo que, sobre todo a través del trabajo de la actriz,
Alma Pöysti , con su virtuosismo expresivo extraordinario, nos emociona
profundamente.
Quienes no
conozcan a Kaurismäki, tienen con esta película una excelente oportunidad para
entrar en conocimiento de uno de los directores europeos más originales de los
últimos decenios.
Voy luego a la sala cuatro de los cines a ver Fallen Leaves. Hay una pequeña anécdota porque en la sala veo al entrar a tres o cuatro púberes con ganas de juerga comiendo palomitas y chuches, y su actitud era la de no callarse. Me he preguntado que qué hacían estos chicos en una película de Aki Kaurismaki. Era absurdo. En los cortos estaban molestando y riéndose. Les he pedido silencio, por favor, pero han seguido hasta que ha empezado la película con imágenes de la chica, Ansa, trabajando en el supermercado. Ellos seguían con la broma hasta que se han dado cuenta de que la película no era para ellos y se han levantado y han dicho que qué mierda de película y se han ido para mi alivio. He temido unos minutos que volvieran pero no han vuelto. No entiendo que hayan venido a una película así pero han tenido que pagar nueve euros cuarenta para entrar en el cine.
ResponderEliminarLa peli dura noventa minutos y es una sucesión de secuencias milimetradas que exponen a dos personajes en sus circunstancias de currantes en un mundo atroz para ellos. Holappa vive en una pensión y es echado del trabajo por alcohólico. Ansa es despedida también por llevarse un producto caducado. Se encuentran en un pub un día pero no se dicen nada. Otro día Ansa ve a Holappa dormido borracho en una estación de bus. Hasta que se encuentran y se proponen quedar. El primer día que se encuentran van juntos a ver La noche de los muertos vivientes y ella dice luego que es la vez que más se ha reído en el cine, aunque había demasiados zombies. La peli me ha hecho reír varias veces. Dentro de la tristeza del ambiente, de los personajes parcos, hay sentido del humor. Juntos han ido al cine y a lo largo de la película hay varios carteles alusivos a películas clásicas. Ella le da su teléfono pero no su nombre ni su dirección, y él pierde el papel con su número de teléfono. Todo tiene un aire precario y deteriorado: las pensiones, la casa de Ansa, los pubs, la fábrica y los talleres... Y se ve clara la reivindicación de la dignidad del proletariado enfrentada a la ferocidad de las empresas, del capitalismo. Holappa sigue bebiendo compulsivamente hasta que un día va a cenar a casa de Ansa y ella se da cuenta de que es alcohólico y dice que no quiere un borrachuzo en su vida. Él se enfada y se va, pero al tiempo, no sé si semanas, él quiere volver a verla y deja de beber y tira todo el alcohol que tiene, y la llama para quedar. Ella quiere verlo. Él le dice que está tan sobrio como una rata muerta. Cuando sale para quedar con ella, un tranvía lo atropella y queda en coma. Ella no sabe por qué no ha ido hasta que un amigo de él se lo dice. Ansa va a verlo a un hospital sórdido y lo cuida. Le lee revistas, aunque en una de ellas lo que ella le lee tiene un claro humor macabro. Ya digo que hay toques de humor muy chulos. Se recupera y se van juntos caminando. Algo que he recordado es que Ansa recoge un perrito al que iban a matar en la perrera. Es un cachorrito desvalido que se va con ella. Me ha producido una sensación de indefensión y de ternura.
Ya es equivocarse, ya... ¡Pues qué suerte que desistieran! No quiero ni imaginarme tener que soportar a esos zánganos durante toda la película. El final, Jose, con ese guiño de ella, el perro y alejándose hacia el punto de fuga como Chaplin -el nombre del perro- en sus comedias sentimentales me pareció un broche de oro.
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