jueves, 5 de noviembre de 2015

Un tesoro olvidado de los Estudios Ealing: “Clamor de indignación”, de Charles Crichton



                    


Una variación genial de Emilio y los detectives: Clamor de indignación, una maravilla entrañable de Charles Crichton, el director de Un pez llamado Wanda.

Título original: Hue and Cry
Año: 1947
Duración: 82 min.
País: Reino Unido
Director: Charles Crichton
Guión: T.E.B. Clarke
Música: Georges Auric
Fotogra: Douglas Slocombe (B&W)
Reparto:  Alastair Sim, Harry Fowler, Douglas Barr, Joan Dowling, Jack Warner, Valerie White, Jack Lambert, Ian Dawson, Gerald Fox, David Simpson


            He de reconocer mi parcialidad respecto de la película de Charles Crichton que he tenido la suerte de ver ayer por la tarde en memorable sobremesa, gracias, de nuevo, a ese fondo inverosímil de obras maestras que encuentro rebuscando en mi filmoteca de segunda mano de la calle Tallers, a 2€ la pieza. Cuando agote la búsqueda en esa franja de precio sé que me esperan, de 7 para arriba clásicos inmortales que revisitaré con tanto gusto pero con menor sorpresa. De Crichton he guardado siempre un excelente recuerdo por las dos películas de él que he visto: Oro en barras (1951) y la desternillante Un pez llamado Wanda (1988). Y acaso dentro de unos días haya de comparecer aquí para valorar su drama El tercer secreto, de ámbito psiquiátrico, temática por la que siento predilección. Ahora lo que me ocupa es dar a conocer, porque no creo que sea una película que los aficionados tengan ni siquiera presente, este Clamor de indignación, traducción algo desafortunada de Hue and cry, que más propiamente habría de ser traducido como “poner el grito en el cielo”, un coloquialismo que no le iría nada mal a una película eminentemente popular. La cinta se rodó en 1948 en el Londres postbélico cuyos edificios en ruinas sirven como escenografía de una deliciosa aventura de detectives que se inicia de una manera absolutamente casual, que implica a una pandilla de jóvenes de diferentes edades y que se complica en un crescendo argumental que se sigue con auténtica pasión. El guion de la comedia plantea un ingenioso mecanismo mediante el cual los miembros de una banda de ladrones se citan para cometer sus acciones delictivas a partir de la alteración que sufre un popular cómic de relatos de misterio de aparición diaria. Por una coincidencia, la matrícula de un camión con la matrícula del camión del cómic que lee el protagonista, este cree que en la tienda donde ha dejado el camión su carga se comete algún delito. Pillado in fraganti por el dueño y avisada la policía, el chiquillo queda libre porque el dueño no puede acercarse a la comisaría a poner la denuncia, pues espera a un importante cliente. El comisario advierte la capacidad deductiva del joven y  lo recomienda para un empleo en el mercado, como mozo de cuerda. Las coincidencias se siguen sucediendo y, oliéndose la tostada, el joven, con sus amigos, comienzan una investigación que les llevará incluso a entrar en contacto con el creador del cómic, quien ignora que en la editorial se realicen pequeños cambios en su obra. La secuencia de la entrada en la casa del dibujante es de antología, un juego de sombras, sospechas y miedos que la particular psicología delirante del dibujante abona con su sola presencia. La película va evolucionando a golpe de contratiempos y de fracasos que, sin embargo, no logran desanimar al joven detective. Entran en contacto con un joven trabajador de la editorial y así descubren la adulteración de los originales y, a través de la persona que los realiza, una perfecta y divertida vampiresa canónica, tiran del hilo para llegar al jefe de la banda. Como la policía, en una maravillosa escena en unos grandes almacenes, seguida por la huida del lugar a través de las cloacas, les tiene echado el ojo y andan alerta sobre sus actividades, los chicos han de ingeniárselas para tomar la iniciativa, aun a pesar de arriesgar el físico en el intento. Diferentes peripecias llevarán a un desenlace del caso que le ahorro al lector, porque por fuerza, si soy capaz de transmitirle el placer que he experimentado viéndola, ha de acabar imitándome. Y no se arrepentirá. La puesta en escena, la brillante imaginación de los títulos de crédito, el detalle de los bocadillos en pantalla mientras el protagonista va leyendo el cómic en el transporte público camino de casa, por ejemplo, además de la visión del Londres de posguerra y de esos edificios destripados, en uno de los cuales comienza el fantástico desenlace de la película, hacen de Clamor de indignación una película a la altura, por ejemplo, del clásico en el que se inspira: Emilio y los detectives, con guion de Billy Wilder en su época alemana, una película basada en el bestseller del mismo nombre de un autor clásico: Erich Kästner, una película que vi con diez años y que me marcó profundamente, porque aprendí en ella, tan temprano, el valor y la fuerza de la solidaridad. La unión de los jóvenes defensores del bien contra la maldad de los adultos es un esquema que se reproduce en la película de Crichton siguiendo al pie de la letra el modelo de desenlace del clásico alemán de Gerhard Lamprecht. Ahora bien, el enfoque social de los jovencitos que vagabundean por los edificios en ruinas donde tienen su hábitat, con algunas escenas familiares soberbias, confiere a la película un sabor de época, el de la posguerra del maltratado Londres que se mezcla con una visión dinámica de la ciudad, como queriendo cicatrizar cuanto antes las heridas profundas de dicha guerra. Las escenas del mercado, por ejemplo, llenas de viveza y ritmo, donde el joven protagonista comienza a abrirse paso en el mundo laboral, son espléndidas. No hay, pues, ningún aspecto de la película que haya sufrido el más mínimo descuido. La interpretación de todos, actores y actrices tiene el nivel de calidad típicamente británico, suficientemente acreditado, muy al estilo del cine americano, en el que cada secundario constituye una lección maestra del arte de la interpretación. Me ha recordado mucho, en ese sentido, al David Lean anterior a la época de las superproducciones. En fin, un auténtico placer que volveré a saborear en cuanto pueda desagendar al resto de la familia para ponerme de nuevo, esta vez con ellos, ante el televisor.

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