Diferente: una rareza ad maiorem Alaria gloriam o una cinta
gay en la larga noche homófoba y liberticida de la España franquista.
Título
original: Diferente
Año:
1961
Duración:
102 min.
País:
España
Director:
Luis María Delgado
Guión:
Alfredo Alaria, Luis María Delgado, Jorge Griñán, Jesús Sáiz (Historia: Alfredo
Alaria)
Música:
Adolfo Waitzman
Fotografía:
Antonio Macasoli (B&W)
Reparto:
Alfredo Alaria, Manuel Monroy, Manuel Barrio, Julia Gutiérrez Caba, Gracita
Morales, Jesús Puente, Agustín González, Enrique San Francisco.
Hace unos días, en el ciclo
de cine español, pasaron la película con la que Miguel de Molina Esta es mi vida (1952) en la que el
cantaor de coplas español desplegaba ante los espectadores la riqueza algo
kitsch de su visión escenográfica de la canción española. Después le ha tocado
el turno a Alfredo Alaria que fue, y creo que se trata de una pura
coincidencia, primer bailarín de la compañía de Miguel de Molina. Ambas
películas son musicales, pero muy distintas. La de Alfredo Alaria bien podría
haberse titulado igualmente Esta es mi
vida, porque la idea original, el guion y la interpretación omnipresente –apenas
hay plano en que no salga– son del propio Alaria quien quiso revindicar a
través de la película su doble condición de artista y homosexual, como se
encarga de mostrar a través de los
títulos de crédito, cuando describe su cuarto y hallamos las referencias
inevitables a Lorca, Wilde, Andersen o Freud, el trávelin que lo sigue a lo largo
de la calle enfocándolo desde los genitales hasta el cuello, manteniendo en el
anonimato su persona, es suficientemente expresivo de cuanto ha de venir
después, si bien a lo largo de la película se rehúye cualquier alusión explícita,
salvo una harto expresiva cuya aparición solo puede entenderse desde la
circunstancia de que el censor hubiera cedido a una idéntica pasión gay y
hubiera pasado por alto una escena tan explícita como la mirada deseante que
lanza el protagonista en una obra en construcción de su progenitor a un
musculoso y culimarcado picapedrero que percute con el martillo hidráulico
sobre una piedra para romperla, al más puro estilo de la imaginería gay
desplegada en Querelle de Fassbinder.
A lo largo de la película se juega con la ambigüedad de la “diferencia” respecto
de la condición de artista, si bien las claves para entender el recto
significado sexual de la película son más que abundantes, como la escena en el
barco en la que el protagonista desengaña a una jovencísima Sandra Le Brocq
enamorada de él.
La película presenta la
estructura de un musical y la historia está continuamente salpicada con
representaciones que, con mayor o peor fortuna están directamente relacionadas
con la trama argumental. Alfredo Alaria hace una poderosa exhibición de su
talento de bailarín y coreógrafo que toca prácticamente todos los géneros,
desde el folclore argentino hasta el jazz moderno, pasando por una recreación
vodevilesca de las películas del cine mudo en la que, sin embargo, cede a la
tentación de cantar el hilo conductor de la coreografía, dejando claro que
cuanto le fue dado de potencia y gracilidad en el movimiento le fue arrebatado
en la voz. Ha de reconocerse enseguida que a la incapacidad canora de Alaria ha
de unírsele, salvo escasísimas escenas, la de actuar como un actor si no
brillante, al menos eficaz. Aquellos que vean en él un cuerpo adorable y aun
deseable es capaz que sean capaces de perdonarle sus miradas, muecas, sonrisas
y visajes que parecen no tener más destinatario que él mismo, a juzgar por la
impresión de vanidad satisfecha que exhibe en no pocos tramos de la historia,
si bien he de reconocer que en los momentos dramáticos gana muchos enteros, a
lo que acompaña una escenografía y una música muy adecuadas. La realización de
Luis María Delgado está al servicio constantemente del “divo”, y es curioso
leer en los títulos de crédito que Juan Estelrich fue su ayudante de dirección,
un meritoriaje que, tras otros con brillantes directores, Bardem. Berlanga,
Welles, Mann, etc., lo llevó a rodar El
anacoreta, con Fernando Fernán Gómez. Con este, por cierto, rodó Luis María
Delgado una película, Manicomio, que
anoto en la lista de las pendientes. Los números musicales, incluido el
estupendo del ritual de vudú , macumba, para ser exactos, en el sótano “de la
perdición” donde se reúnen los transgresores de las convencionalidades
burguesas, son quizás lo mejor de la película, si bien domina en casi todos ellos un regusto
kitsch que le confieren a la película su condición de rareza absoluta, un
estar, en todo, a medio camino de. Había oído hablar con anterioridad de la
película, por ser la primera que llevo a las pantallas de manera tan franca la
temática homosexual y, desde ese punto de vista, la película no defrauda, a pesar de sus muchas imperfecciones
y vasallajes a los caprichos, por así llamarlos, de la estrella principal. Para
los amantes del anecdotario, hay una escena en la que aparece Quique San
Francisco, de muy niño, con la mismita cara de ahora mismo, en un prodigio de
fidelidad facial identitaria.
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