domingo, 20 de diciembre de 2020

«Devil’s Partner», de Charles R. Rondeau y «The Devil’s hand», de William J. Hole Jr o el diablo se filma con B…

         

Dos películas diabólicas de 1961 con hechuras de serie B y actores de serie A: dos historias de muy distinta naturaleza y desigual atractivo, pero de placentera visión para aficionados al género luciferino. 

 

Título original: Devil's Partner

Año: 1961

Duración: 73 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Charles R. Rondeau

Guion: Stanley Clements, Laura Jean Mathews

Música: Ronald Stein

Fotografía: Edward Cronjager (B&W)

Reparto: Edgar Buchanan, Jean Allison, Richard Crane, Ed Nelson, Spencer Carlisle, Byron Foulger, Claire Carleton, Brian O'Hara, Harry Fleer.


 


Título original:  The Devil's Hand

Año:  1961

Duración: 71 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: William J. Hole Jr.

Guion: Jo Heims

Música: Allyn Ferguson, Michael Terr

Fotografía: Meredith M. Nicholson (B&W)

Reparto: Linda Christian, Robert Alda, Ariadne Welter, Neil Hamilton, Gere Craft, Jeanne Carmen, Julie Scott, Diana Spears, Gertrude Astor, Bruno VeSota, Dick Lee, Jim Knight, Coleen Vico, Roy Wright, Ramona Ravez.

        

         Reconozco  que, como buen vicioso del cine que soy, soy capaz de ver casi cualquier cosa, hasta que lo que vea me induzca a decir «hasta aquí», que también me sucede, pero tengo mucho aguante, la verdad. En esta ocasión, empecé a ver Devil’s Partner y los primeros compases de la película captaron mi atención, porque entrábamos en un territorio, el de los conjuros al Gran Buco que, con un eficaz juego de sombras, permitía intuir, si no se malograba, una película decente, en B, pero decente… Y no me equivoqué. Confieso que mi «tolerancia» en la cinta de correr aumenta, pero en esta ocasión, y tras la muerte del viejo huraño que vive en su cabaña infecta, por la que las ratas se pasean como Pedro por su casa, todo parecía obrar a favor de una historia sencilla y llena no tanto de intriga como de atmósfera. La llegada de un sobrino del viejo para tomar posesión de sus bienes, que sorprende al sheriff y al médico del pueblo, las dos «fuerzas vivas» de la localidad, sobre todo el médico, encarnado por un secundario habitual, Edgar Buchanan, siempre en papeles de médico o de juez, que aquí adquiere más protagonismo y le da un mayor «empaque» que el de ser un producto en B. Ed Nelson, que luego triunfaría en la TV, en la serie Peyton Place, aporta una presencia y sobre todo una mirada diabólica que mete el horror en el cuerpo a cualquier espectador, casi tanto como el que aporta la presencia del inmortal John Cassavetes en La semilla del diablo, de Polanski. A partir de la llegada del sobrino al pueblo, comienza un reguero de muertes al que no halla la autoridad ninguna explicación. Por otro lado, el protagonista, después de haber desfigurado mediante el ataque de su propio perro, al dueño de la gasolinera, se ofrece a sustituirlo en el negocio para que no cierre y comienza a tirarle los tejos a su novia. Tardan lo suyo en atar cabos respecto de la llegada del sobrino y los asesinatos, sobre todo porque algunos de ellos, como el del ataque del caballo negro a una de las víctimas, quien da, con una inscripción en tierra, antes de morir, la pista para estrechar el cerco al responsable, es inexplicable, se mire como se mire… El blanco y negro, la sobriedad de la puesta en escena, el vigor estupendo de las interpretaciones y una música que acompaña como un personaje más la acción, son todos ellos ingredientes que han dado para algo más que una película B, transformación del sobrino en su tío incluida, por más que los efectos especiales, progresivos, como en las películas sobre el hombre-lobo, nos hagan sonreír. Se trata de una película que ha de verse, en esos episodios de las conjuras a Satán, con los ojos de la adolescencia y el miedo siempre legítimo a lo desconocido. Insisto, aun con su sencillez argumental y de medios, Charles R. Rondeau, experto director de series de TV consiguió en las apenas cuatro películas que dirigió, y específicamente en esta, un resultado muy notable. La película no se estrenó hasta que la compró Roger Corman, un productor y director con un olfato especial para detectar que en ciertas producciones baratas había un espíritu -y daba igual que fuera infernal- de excelencia que podría gustar a los espectadores. Sí, muchos cinéfilos nos hemos «curtido» en programas dobles en los que entraban como «ganga» estas producciones baratas, pero muy eficaces. Mi cinta de correr viene a ser el sustituto de aquellos cines de doble sesión, tristemente desaparecidos.

         The Devil’s Hand es bastante más floja que la anterior, porque aquella estaba rodada en un pequeño pueblo perdido en el mapa, donde el envenenamiento de las relaciones personales lo da la cercanía y la intimidad,  y esta segunda se mueve en un ambiente urbano en el que todo parece indicar que las cosas suceden aleatoriamente, por un fatum que, ¡vaya por Dios, o por Gamba…!, se encapricha de determinados personajes. Es lo que le pasa al novio de una chica que sufre insomnio y tiene visiones de una mujer que baila en la oscuridad hasta que es atraído misteriosamente hasta una casa de muñecas en cuyo escaparate distingue una muñeca con la cara de la protagonista de sus sueños. Lleva a su novia a la tienda para que se convenza de lo disparatado de la coincidencia, pero con lo que encuentra es con que el siniestro vendedor le dice que ya ha llegado su encargo y que lo había dejado pagado, ante la incredulidad de la novia. Más tarde descubren que hay otra muñeca con la exacta cara de la novia, pero el vendedor niega que se trate de la misma cara. A poco de salir de la tienda, el vendedor se reviste de un sobretodo, se coloca ante un altar y en un ceremonial vudú sin audiencia ni tambores ni fuego ni nada, salvo la frialdad del local de ceremonias donde se intuye que algo pasa después, clava una aguja en el corazón de la muñeca. La novia enseguida sufre el estoconazo y es llevada al hospital, donde queda ingresada para «determinar» el exacto alcance de la dolencia. Pues sí, el vendedor es el gran sacerdote del culto a Gamba, el dios del mal al que rinden culto en la trastienda. La gran sacerdotisa del culto es Linda Christian, cuya estatua desnuda preside la sala -la llevaron del jardín de su casa a los estudios, tras su separación de Tyrone Power. La protagonista, una vez que el protagonista, Robert Alda, el padre de Alan Alda, el célebre actor, es atraído por sus artes mágicas a su apartamento, consuma la «abducción» del personaje, al que integra en el culto a Gamba y con quien hace espléndidos negocios, olvidando por completo a su antigua novia. La novia, por cierto, es Ariadne Walter, la hermana en la vida real de Linda Christian. Neil Hamilton es el villano «de película», que solemos decir en el mundo real, y cumple a la perfección con el endeble papel que le toca en la endeble función de sectas satánicas en las que se somete a prueba a los miembros, para comprobar su lealtad al «proyecto». No faltan los tambores ni las danzas exóticas. Tampoco faltan los «saltos de cama» de Linda Christian, siempre al borde de que se le salgan los pezones, cuando recibe al protagonista. No en vano la película se llamaba, inicialmente La diosa desnuda, y era una de aquellas películas de terror y erotismo que tanto «alegraban» las salas de doble sesión en la España franquista. Con todo, a pesar de la falta de sustancia maléfica de la película, el rodaje es impecable y consigue mantener la atención del espectador, por más que el guion haga aguas por casi todos lados. He leído que Edgar G. Ulmer fue la principal apuesta del proceso, ¡y me relamo estéticamente solo de pensar en lo que el maestro le hubiera podido sacar a ese guion, después de las transformaciones de rigor! Que apareciera Bruno VeSota en un pequeño papel supongo que influyó para que Roger Corman comprara la película y la sumará a los productos de su «factoría». Sinceramente, no creo que decepcioné a quienes, en estas series B, nunca nos llamamos a engaño y podemos distinguir el grano de la paja… Es «otro» Cine de barrio, en efecto…

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