Dos películas diabólicas de 1961 con hechuras de serie B y actores de serie A: dos historias de muy distinta naturaleza y desigual atractivo, pero de placentera visión para aficionados al género luciferino.
Título original: Devil's
Partner
Año: 1961
Duración: 73 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Charles R.
Rondeau
Guion: Stanley Clements, Laura Jean Mathews
Música: Ronald Stein
Fotografía: Edward Cronjager
(B&W)
Reparto: Edgar Buchanan, Jean Allison, Richard Crane, Ed Nelson, Spencer
Carlisle, Byron Foulger, Claire Carleton, Brian O'Hara, Harry Fleer.
Título original: The Devil's Hand
Año: 1961
Duración: 71 min.
País: Estados Unidos
Dirección: William J. Hole
Jr.
Guion: Jo Heims
Música: Allyn Ferguson,
Michael Terr
Fotografía: Meredith M.
Nicholson (B&W)
Reparto: Linda Christian, Robert Alda, Ariadne Welter, Neil Hamilton,
Gere Craft, Jeanne Carmen, Julie Scott, Diana Spears, Gertrude Astor, Bruno
VeSota, Dick Lee, Jim Knight, Coleen Vico, Roy Wright, Ramona Ravez.
Reconozco que, como buen vicioso del cine que soy, soy
capaz de ver casi cualquier cosa, hasta que lo que vea me induzca a decir «hasta
aquí», que también me sucede, pero tengo mucho aguante, la verdad. En esta
ocasión, empecé a ver Devil’s Partner y los primeros compases de la película
captaron mi atención, porque entrábamos en un territorio, el de los conjuros al
Gran Buco que, con un eficaz juego de sombras, permitía intuir, si no se
malograba, una película decente, en B, pero decente… Y no me equivoqué. Confieso
que mi «tolerancia» en la cinta de correr aumenta, pero en esta ocasión, y tras
la muerte del viejo huraño que vive en su cabaña infecta, por la que las ratas
se pasean como Pedro por su casa, todo parecía obrar a favor de una historia
sencilla y llena no tanto de intriga como de atmósfera. La llegada de un
sobrino del viejo para tomar posesión de sus bienes, que sorprende al sheriff y
al médico del pueblo, las dos «fuerzas vivas» de la localidad, sobre todo el
médico, encarnado por un secundario habitual, Edgar Buchanan, siempre en
papeles de médico o de juez, que aquí adquiere más protagonismo y le da un
mayor «empaque» que el de ser un producto en B. Ed Nelson, que luego triunfaría
en la TV, en la serie Peyton Place, aporta una presencia y sobre todo una
mirada diabólica que mete el horror en el cuerpo a cualquier espectador, casi
tanto como el que aporta la presencia del inmortal John Cassavetes en La
semilla del diablo, de Polanski. A partir de la llegada del sobrino al
pueblo, comienza un reguero de muertes al que no halla la autoridad ninguna
explicación. Por otro lado, el protagonista, después de haber desfigurado
mediante el ataque de su propio perro, al dueño de la gasolinera, se ofrece a
sustituirlo en el negocio para que no cierre y comienza a tirarle los tejos a
su novia. Tardan lo suyo en atar cabos respecto de la llegada del sobrino y los
asesinatos, sobre todo porque algunos de ellos, como el del ataque del caballo
negro a una de las víctimas, quien da, con una inscripción en tierra, antes de
morir, la pista para estrechar el cerco al responsable, es inexplicable, se
mire como se mire… El blanco y negro, la sobriedad de la puesta en escena, el
vigor estupendo de las interpretaciones y una música que acompaña como un
personaje más la acción, son todos ellos ingredientes que han dado para algo
más que una película B, transformación del sobrino en su tío incluida, por más
que los efectos especiales, progresivos, como en las películas sobre el hombre-lobo,
nos hagan sonreír. Se trata de una película que ha de verse, en esos episodios
de las conjuras a Satán, con los ojos de la adolescencia y el miedo siempre legítimo
a lo desconocido. Insisto, aun con su sencillez argumental y de medios, Charles
R. Rondeau, experto director de series de TV consiguió en las apenas cuatro películas
que dirigió, y específicamente en esta, un resultado muy notable. La película
no se estrenó hasta que la compró Roger Corman, un productor y director con un
olfato especial para detectar que en ciertas producciones baratas había un espíritu
-y daba igual que fuera infernal- de excelencia que podría gustar a los
espectadores. Sí, muchos cinéfilos nos hemos «curtido» en programas dobles en
los que entraban como «ganga» estas producciones baratas, pero muy eficaces. Mi
cinta de correr viene a ser el sustituto de aquellos cines de doble sesión,
tristemente desaparecidos.
The Devil’s Hand
es bastante más floja que la anterior, porque aquella estaba rodada en un pequeño
pueblo perdido en el mapa, donde el envenenamiento de las relaciones personales
lo da la cercanía y la intimidad, y esta
segunda se mueve en un ambiente urbano en el que todo parece indicar que las
cosas suceden aleatoriamente, por un fatum que, ¡vaya por Dios, o por
Gamba…!, se encapricha de determinados personajes. Es lo que le pasa al novio
de una chica que sufre insomnio y tiene visiones de una mujer que baila en la
oscuridad hasta que es atraído misteriosamente hasta una casa de muñecas en cuyo
escaparate distingue una muñeca con la cara de la protagonista de sus sueños.
Lleva a su novia a la tienda para que se convenza de lo disparatado de la coincidencia,
pero con lo que encuentra es con que el siniestro vendedor le dice que ya ha
llegado su encargo y que lo había dejado pagado, ante la incredulidad de la
novia. Más tarde descubren que hay otra muñeca con la exacta cara de la novia,
pero el vendedor niega que se trate de la misma cara. A poco de salir de la tienda,
el vendedor se reviste de un sobretodo, se coloca ante un altar y en un
ceremonial vudú sin audiencia ni tambores ni fuego ni nada, salvo la frialdad
del local de ceremonias donde se intuye que algo pasa después, clava una aguja
en el corazón de la muñeca. La novia enseguida sufre el estoconazo y es llevada
al hospital, donde queda ingresada para «determinar» el exacto alcance de la
dolencia. Pues sí, el vendedor es el gran sacerdote del culto a Gamba,
el dios del mal al que rinden culto en la trastienda. La gran sacerdotisa del
culto es Linda Christian, cuya estatua desnuda preside la sala -la llevaron del
jardín de su casa a los estudios, tras su separación de Tyrone Power. La protagonista,
una vez que el protagonista, Robert Alda, el padre de Alan Alda, el célebre
actor, es atraído por sus artes mágicas a su apartamento, consuma la «abducción»
del personaje, al que integra en el culto a Gamba y con quien hace espléndidos
negocios, olvidando por completo a su antigua novia. La novia, por cierto, es
Ariadne Walter, la hermana en la vida real de Linda Christian. Neil Hamilton es
el villano «de película», que solemos decir en el mundo real, y cumple a la
perfección con el endeble papel que le toca en la endeble función de sectas
satánicas en las que se somete a prueba a los miembros, para comprobar su
lealtad al «proyecto». No faltan los tambores ni las danzas exóticas. Tampoco
faltan los «saltos de cama» de Linda Christian, siempre al borde de que se le
salgan los pezones, cuando recibe al protagonista. No en vano la película se
llamaba, inicialmente La diosa desnuda, y era una de aquellas películas
de terror y erotismo que tanto «alegraban» las salas de doble sesión en la
España franquista. Con todo, a pesar de la falta de sustancia maléfica de la
película, el rodaje es impecable y consigue mantener la atención del
espectador, por más que el guion haga aguas por casi todos lados. He leído que
Edgar G. Ulmer fue la principal apuesta del proceso, ¡y me relamo estéticamente
solo de pensar en lo que el maestro le hubiera podido sacar a ese guion,
después de las transformaciones de rigor! Que apareciera Bruno VeSota en un
pequeño papel supongo que influyó para que Roger Corman comprara la película y
la sumará a los productos de su «factoría». Sinceramente, no creo que
decepcioné a quienes, en estas series B, nunca nos llamamos a engaño y podemos
distinguir el grano de la paja… Es «otro» Cine de barrio, en efecto…
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