lunes, 28 de diciembre de 2020

«Me hicieron un fugitivo», de Alberto Cavalcanti o el «underworld» londinense.

 

Un thriller brioso en el Londres de posguerra. La sombría historia de una venganza.

Título original: They Made Me a Fugitive

Año: 1947

Duración: 99 min.

País:  Reino Unido

Dirección: Alberto Cavalcanti

Guion: Noël Langley (Novela: Jackson Budd)

Música: Marius-François Gaillard

Fotografía: Otto Heller (B&W)

Reparto: Trevor Howard, Griffith Jones, Sally Gray, René Ray, Mary Merrall, Charles Farrell, Michael Brennan, Jack McNaughton, Cyril Smith, John Penrose, Eve Ashley, Phyllis Robins, Bill O'Connor, Maurice Denham, Vida Hope.

 

         Muy notable, el caso de Alberto Cavalcanti, brasileño enviado de joven a Europa por su padre y quien aparece en el cine francés casi de rebote, desde su profesión de arquitecto, para desembarcar en Londres como documentalista, productor y, finalmente, director, a cuya etapa pertenece esta película y un corto de la película coral Al  morir la noche, con una interpretación magistral de Michael Redgrave en el papel de ventrílocuo. Después volvió a Brasil y se convirtió en impulsor del nuevo cine brasileño. Finalmente, regresaría a Europa, donde acabó su carrera. Estamos, pues, ante un hombre polifacético y plurilingüe, si bien su verdadero lenguaje no contiene ni una sola palabra, porque son las imágenes, un lenguaje universal.

         A través de ella va a contarnos la historia de una evasión carcelaria y una venganza en los bajos fondos londinenses, en los que opera, bajo la cobertura de una empresa de pompas fúnebres, una red mafiosa de contrabando de todo tipo de género robado, con un jefe sin escrúpulos y un punto de sadismo que no suele ser habitual en las películas inglesas de la época. No es un Reservoir Dogs, está claro, pero hay no pocas escenas de insólita crueldad, rodadas con un verismo extraordinario, que, si no hielan el aliento, sí que imponen un severo respeto, sobre todo cuando afecta a las mujeres.

         En la película se mezclan varios ambientes, el de las pompas fúnebres, el de las variedades, el carcelario y una persecución policial del evadido que llevará todo a un desenlace no por previsible menos impactante. En cualquier caso, la historia del protagonista, con un joven Trevor Howard dando la exacta medida de su excelencia interpretativa, al que le cae una condena de la que solo se librará huyendo de la cárcel para ajustarle las cuentas al jefe mafioso, que ha dejado que lo culpen a él del asesinato de un policía en vez de al verdadero culpable. Por el camino, además, el jefe ha seducido a la despampanante novia del rival y se la ha birlado. La planificación nocturna de muchas escenas le otorga a la película esa seriedad tenebrista de los thrillers clásicos, sobre todo porque el espacio de la funeraria se brinda como pocos para ciertos momentos de violencia, entre ataúdes dispuestos para su uso, por ejemplo, en el final, que se corona en la azotea del edificio en la que, desde el primer plano de la película, antes de que la cámara descendiera al coche mortuorio del  que extraen un ataúd, los espectadores hemos divisado un monumental RIP que nos llama la atención, porque hasta que no baja la cámara no sabemos que allí mismo está el negocio-tapadera de las pompas fúnebres.

         Desde la huida del falso culpable, la tensión en la banda corre paralela a los esfuerzos del convicto para adelantarse en la búsqueda del jefe y de la banda, aunque siempre se pregunta el espectador cómo, un individuo asilado, va a encararse con ellos, quienes le superan en número y en armamento. Yo ahí lo dejo, porque los últimos veinte minutos de la película son electrizantes y están muy bien resueltos. Da gusto el modo como Cavalcanti hace suyo el lenguaje del thriller, sobre todo la iluminación, con sus claroscuros nocturnos que añaden dramatismo a las escenas, así como un movimiento de cámara en el que los zoom inversos, alejándose cobran un cierto protagonismo. La puesta en escena, ya lo creo haberlo dicho, colabora a la generación de la tensión, ya sea en el puerto, donde es asesinado un miembro de la banda que sabe demasiado, ya en la funeraria, ya en la casa de la actriz de donde huye el protagonista para acabar siendo capturado por la policía y, automáticamente, puesto en libertad para que los  lleve a la guarida del mafioso tras el que han dirigido sus pasos desde hace mucho.

         Estamos, pues, ante una película muy notable y extraña en la propia cinematografía inglesa, si bien, por las maneras de los facinerosos, hemos de buscarle las raíces en Usamérica, de donde toma, así mismo, un modo de narrar en el que se mezclan episodios de complejidad moral tan notable como el de la malcasada que, tras entrar el fugitivo en su casa, lo hospeda y lo agasaja con una sola condición, que liquide al borracho de su marido. Al final, la maldad de la mujer, que coge con una servilleta la pistola con las huellas del fugado, consigue «cargarle el muerto» al evadido y aumentar el cerco policial sobre él, del que se zafa con tanta habilidad como ardua será la localización del jefe de la banda. En fin, una película «de género», pero con unos intérpretes muy solventes y una dirección que ha bebido de los mejores ejemplos usamericanos, lo cual se agradece. Hasta el momento, las dos únicas películas que he visto de Cavalcanti son, ambas, dos piezas muy meritorias. Será cuestión de insistir…

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