Una película que devendrá tan clásica como Cautivos del mal, de Minnelli o Eva al desnudo, de su hermano, Joseph L. Mankiewicz.
Título original: Mank
Año: 2020
Duración: 132 min.
País: Estados Unidos
Dirección: David Fincher
Guion: Jack Fincher
Música: Trent Reznor, Atticus Ross
Fotografía: Erik Messerschmidt (B&W)
Reparto: Gary Oldman, Amanda Seyfried, Arliss Howard, Charles Dance, Tom
Burke, Lily Collins, Tuppence Middleton, Tom Pelphrey, Ferdinand Kingsley,
Jamie McShane, Joseph Cross, Sam Troughton, Toby Leonard Moore, Leven Rambin,
Madison West, Adam Shapiro, Monika Gossmann, Paul Fox, Jessie Cohen, Amie
Farrell, Alex Leontev, Stewart Skelton, Craig Robert Young, Derek Petropolis,
Jaclyn Bethany, Arlo Mertz.
David Fincher quería homenajear
a su padre, Jack Fincher, autor del guion, pero lo que ha hecho ha sido, aparte
de rendirle homenaje a él, realizando un guion brioso, de ritmo percutiente y
profundo calado psicológico, homenajear al propio cine clásico y a todo un
mundo, el cine de los grandes estudios, la «fábrica de sueños», mediante una
película en blanco y negro que captura la esencia de las grandes producciones,
como la propia Ciudadano Kane, que forman parte de nuestra educación
fímica, sentimental y hasta ideológica. Películas como Cautivos del mal,
de Minnelli o Eva al desnudo, de su hermano menor, Joseph L. Mankiewicz,
tienen un eco indudable en las maneras de filmar con que David Fincher levanta
el retrato biográfico de un autor ignorado para el gran público, pero con una
excelente reputación en Hollywood, al que aportó unas dosis de genialidad en
los guiones que crearon escuela, como lo prueba el propio Ben Hecht, con quien
colaboró y con quien coincidió como corresponsales ambos en el Berlín de los
años 1920 y 21, una estancia alemana que les puso en contacto con el mejor cine
que se estaba haciendo entones en el mundo: el del expresionismo. Herman,
conocido por Mank en el mundillo del cine, se nos presenta en su biografía
fílmica de modo muy objetivo, incluso en su dipsomanía que, finalmente, sería
la causa de su prematura muerte. Muy amigo de Marion Davis, a quien accedió a
través del sobrino de esta, Mankiewicz se instaló en los ambientes selectos del
mundo de la industria, gracias, también al suculento contrato que le ató a
Louis B. Mayer, como jefe de guionistas, y cuyo implacable retrato en los
primeros compases de la película es extraordinario, del mismo modo que lo son,
extraordinarias, todas las secuencias en las que, como en las celebraciones,
sea la del resultado de las elecciones para gobernador en California, sea la
cena en la «mansión» de Hearst, el magnate de la prensa que tomará,
posteriormente, como modelo para Ciudadano Kane, se capta una atmósfera con un
sabor clásico indiscutible. No hay más que recordar el paseo por el jardín de
la mansión con la «favorita» del magnate para darnos cuenta de cómo Fincher ha
sabido captar la índole megalómana del futuro personaje de su guion.
He de anticipar
cuanto antes que en 1991 Benjamin Ross rodó para la televisión una película, RKO
281. La batalla por Ciudadano Kane, en la que John Malkovich hacía el papel
de Mank, pero reconozco que, cuando la vi, en modo alguno su rol en la
película tenía el protagonismo que en esta de Fincher ¡y ni siquiera lo asocié
con su famoso hermano! De haber sido así, enseguida me hubiera ido a «investigar».
En la de Ross, el enfrentamiento se produce entre Hearst y Welles, y de ahí el
papel obligadamente subalterno de Mankiewicz, del que ahora lo redime Fincher
para contribuir al reconocimiento de sus indudables méritos y para completar el
retrato de un «segundón», acaso ensombrecido por la merecidísima fama de su
hermano mejor, a quien debemos películas tan inmortales como la que dirigió
Welles sobre el guion de su hermano.
Mank no
es solo el retrato de unas élites, una industria y un guion que le depararía un
merecido Oscar, sino, sobre todo, el retrato de Hollywood por dentro y la
historia de un hombre tan lúcido que hubo de refugiarse en el alcohol para
poder sobrellevar su espanto ante la realidad que le tocó vivir, Recordemos que
conoció de primerísima mano el Berlín de la derrota de la Primera Guerra
Mundial, con los severos mutilados en la guerra inundando, limosneros, las
principales arterias de la ciudad alemana y que, más tarde, vivió la terrible
depresión del crack bursátil del 29, lo que extendió la miseria de un
modo que en la película se manifiesta en el encuentro con el hombre-anuncio y
en la vertiente política de la película cifrada en la enemiga declarada del establishment
contra el candidato demócrata Upton Sinclair, el autor de Petróleo, la novela que llevó Paul Thomas Anderson al
cine con notable éxito bajo el título Pozos de ambición. De hecho, hay
un momento en la película en la que Mank asiste a la celebración de la
noche electoral junto a los magnates que le han declarado la guerra al «comunista»
y, antes de entrar, ha oído unos retazos de un mitin del candidato al que mira
con la doble mirada de la compasión y de la envidia, esto es, desde la lucidez
y desde la vergüenza, porque Mank sabe, en su fuero interno, cual «debería de
haber sido» el lado del que él hubiera debido formar parte.
La película,
con un ritmo febril que se serena, sin embargo, en las perforaciones íntimas
que sufre el personaje cuando se queda a solas consigo mismo y se sabe, como
así lo reconocen sus «amos», apenas un ingenioso bufón de la corte, nos ofrece
un retrato despiadado del protagonista, en modo alguno edulcorado, y nos
muestra lo que, sin lugar a dudas, es un premeditado proceso de autodestrucción
a cámara lenta, porque el hedonismo propio del personaje le impide las
soluciones drásticas: hay demasiado cinismo en su curtida vida como para no
saber sobrevivir en un mundo lleno de miseria moral como el que le rodea.
Fincher lo ha
tenido fácil, frente a otras producciones, porque la puesta en escena y la
elección de planes le viene dada por toda una tradición de fantásticas
producciones de ese mismo Hollywood al que desprecia, del que vive y del que se vengará en un guion
que retrata al César de entonces, al William Randolph Hearst a quien
inmortalizará, tan negativamente, Orson Welles en su Ciudadano Kane, que
muchos consideran la mejor película de la Historia del Cine, aunque ¡hay tantas
candidatas para ese codiciado lugar de eminencia! Una historia, la del magnate
y la película, que volvió a los medios cuando alá por el 74 nos enteramos del
secuestro de su nieta Patricia, convertida, después, poco menos que una *Robina
Hood, metralleta en mano, uno de los primeros casos del por entonces recién
nacido «síndrome de Estocolmo».
La película es
un torrente de citas, aludidos, juegos verbales y derroche de ingenio que
permite más de un visionado con el mismo placer del primero, y aun mejorado, si
se sabe, a posteriori, quiénes son los referentes de personajes menos conocidos
que los protagonistas y coprotagonistas. A título anecdótico, no está de más la
revelación exacta del referente de la palabra que en Ciudadano Kane se
atribuye a un trineo de la infancia del editor…, Rosebud… La estructura
del guion, que Fincher parece haber respetado escrupulosamente, juega en parte
con el lenguaje metacinematográfico, en parte con el documental de investigación
que precisa tiempos, lugares, movimientos, personas y mensajes, y, en parte,
con las películas de espionaje, atendiendo al secretismo que envuelve la
redacción del guion, para lo cual se «secuestra» al alcohólico y se le priva de
su munición, con el fin de que se cumplan los temidos plazos que, en el mundo
del cine, significan, ¡tan a menudo!, que ciertas obras vean o no la luz. ¡Y si
no, que se lo digan a Fincher, cuyo padre no ha llegado a ver transformado su
guion en película! Ahora, sin embargo, ahí está, con todos los honores y un
esmero cinematográfico que ya para siempre asociará esta película a los míticos
films que han tenido el cine por dentro como fuente de inspiración. Esa «fábrica
de los sueños» que tan lúcidamente analizó en su momento Ilya Ehrenburg, y cuya
lectura es altamente recomendable.
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