jueves, 17 de diciembre de 2020

«Nieva en Benidorm», de Isabel Coixet o de buenas intenciones está empedrado… Benidorm.

 

La tragicómica historia de un nefelibata británico que deshiela la coraza de su soledad de guiri entre los rascacielos de Benidorm…

 

Título original:  Nieva en Benidorm

Año: 2020

Duración: 117 min.

País:  España

Dirección: Isabel Coixet

Guion: Isabel Coixet

Música: Alfonso de Vilallonga

Fotografía: Jean-Claude Larrieu

Reparto: Timothy Spall, Sarita Choudhury, Pedro Casablanc, Ana Torrent, Carmen Machi, Édgar Vittorino, Leonardo Ortizgris, Marc Almodovar, Kiva Murphy.

 

         Con producción de El Deseo, de los hermanos Almodóvar, Isabel Coixet reincide en la dimensión internacional de su cine y nos ofrece una película inglesa con dos partes muy bien diferenciadas, pero con serios problemas de guion, debidos, básicamente, a la indeterminación genérica de la película y, sobre todo, al desvío argumental que supone la búsqueda del hermano gemelo en Benidorm, una vez que, tras llegar a la ciudad alicantina y esperarlo en vano durante horas en el aeropuerto, este no se presenta. La película juega con los contrastes que ya se explicitan en el título, el cual ha de entenderse metafóricamente, porque «nieva en Benidorm» significa, literalmente, en medio de un calor bochornoso, «me quedé helado ante la realidad que se desveló ante mis ojos», y cuál sea el contenido de esa «realidad» es el verdadero tema de la película.

         Los primeros compases de la película, intimista y perfectamente interpretada por el siempre eminente Timothy Spall, quien acumula grandes interpretaciones desde su Turner inolvidable, como en la extraordinaria The party, de Sally Potter, directora bastante afín a la sensibilidad estética de Coixet, aunque quizás más atrevida que esta, recuerda, mucho, no obstante, una gran película de años atrás, que acaso pasó algo desapercibida: Still Life («Nunca es demasiado tarde…»), de Uberto Pasolini. La misma psicología del ser que vive en los márgenes de la realidad, sumido en la incomunicación y con serios problemas para desenvolverse en la vida cotidiana que se le aparece más como una agresión a su fragilidad que como un reto para desarrollarse individualmente. Eso nos da un personaje a la defensiva que, por arte y gracia del guion, acabará, ¡tan nórdico él!, como Bob Harris, el protagonista de Lost in Translation, de Sofía Coppola, en un Benidorm sin español hablado ni escrito y sin recursos psicológicos para lidiar con un submundo específico: el de los estafadores indeseables de medio pelo.

La historia de Peter Riordan, un trabajador de banca, aterrado por la crueldad de las exigencias bancarias respecto de sus fieles clientes en tiempos de crisis, a quien se le jubila anticipadamente para ahorrarse los costos correspondientes y «premiarlo», se complica cuando su primera decisión, tras contactar con su hermano, después de casi 10 años sin contacto alguno,  es aceptar su invitación de reunirse con él en Benidorm, donde tiene negocios, un club barato de Burlesque incluido. Estamos hablando de un hombre solo, aficionado a la meteorología y cazador fotográfico de nubes, una afición absolutamente congruente en un país como Gran Bretaña, pero que lo dejará «huérfano» cuando sus ojos sufran ante el agresivo sol mediterráneo de la costa alicantina y haya de cambiar la afición a la meteorología por la del investigador privado en que se ve forzado a convertirse para lograr dar con el paradero de su hermano, desaparecido como por ensalmo justo después de haber quedado con él.

La ley del contraste opera no solo a través del guion, por el enfrentamiento entre un personaje de su naturaleza frente a una realidad mediterránea, aunque salpicada con personajes relativamente «retorcidos», los socios fallidos de su hermano, la socia del cabaret, la limpiadora del hotel y de la casa de la socia, Alex, una mujer «de rompe y rasga» en una interpretación de Sarita Choudhury que nada tiene que ver con la que tanto apreciamos, aunque marginal, en la serie Homeland, y que se mueve un poco a remolque de una indeterminación notable en su caracterización. Lo mismo le ocurre a la «santera» Ana Torrent, con un papel determinante en la trama, pero escasamente perfilado en su participación en la historia, centrada en la relación de Peter y Alex, el encuentro nada romántico entre dos corazones helados, inmunes al romanticismo y pudiera sospecharse que incluso hasta a la ternura, aunque eso ha de descubrirlo el espectador por si mismo.

La oposición entre Manchester y Benidorm se sustancia por la vía indirecta de presentar la ciudad de vacaciones como una suerte de Nueva York de costa que permite un auténtico safari fotográfico de escenarios espectaculares, lo que me parece, al margen de la endeblez del guion y de ciertos juegos de postureo highbrowish, como lo relativo a Sylvia Plath, uno de los grandes atractivos de la película y, con vistas al público inglés, es la mejor carta de presentación: el ennoblecimiento artístico de esa ciudad de costa tan singular y a la que, por ello mismo, visité el verano pasado, aunque de paso, pero volveré. Coixet destaca de la ciudad los ambientes de las noches locas guiris con las que el personaje nada tiene que ver, porque es la antítesis de esos desmadres alcohólicos; pero sabe captar muchas otras realidades de la misma y, sobre todo, consigue planos de la red urbana junto al mar que, ciertamente, logran incitar al viajero a alojarse allí para disfrutarlas. Lo dejaba para el final, pero súmesele a la contemplación de esos paisajes urbanos y naturales la magnificente música de Alfonso de Vilallonga y entonces el disfrute se acrecienta extraordinariamente. Esa misma banda sonora sirve, fundamentalmente, para describir al personaje en Manchester, cuando estamos más cerca de Still Life que del «desorden» de una investigación con algunos cabos sueltos y muy poco interés para el objetivo final de la película: seguir de cerca el «deshielo» de la coraza de un ser solitario y huraño que se abre, por necesidad, al contacto con los demás. Parte de esa banda sonora han de considerarse, por otro lado, las actuaciones musicales del cabaret Burlesque que posee el hermano junto con la protagonista, Alex, escenas en la que aparece el propio Vilallonga, de por sí ya muy inclinado a ese género, como puede apreciarse en el vídeo Maldà State (Estat prop) colgado en Youtube.

Confieso que la película, a pesar de la sorpresa final implícita crípticamente en el hilo narrativo, pero no desarrollada, como un final de cuento, no de novela, se hace algo pesada a fuer de reiterativa, pero fílmicamente tiene imágenes muy poderosas y la interpretación  de Raspall, a pesar de los referentes, resulta convincente en el empeño de averiguar qué ha sido de su hermano. Los contrastes de los que hablaba al principio también se dan, espacialmente, Peter se instala en uno de los pisos más altos de la ciudad y ha de buscar a su hermano en los «bajos fondos» de unas actividades delictivas que están en el origen de su desaparición. Por cierto, en el hermoso edificio donde vive Alex, he creído reconocer el edificio de Ricardo Bofill, «La muralla roja», que no está en Benidorm, sino en Calpe, a muy pocos kilómetros de allí.

Es evidente que lo relativo a la jefa de policía y a su hermano carnicero, Carmen Machi y Pedro Casablanc, respectivamente, aportan una perspectiva española al relato que se resuelve con más o menos gracia en la entrevista de la policía y el hermano en funciones de detective, pero que aparecen muy desdibujados en una trama en la que aparecen no pocos clichés, como el conato de polvo salvaje con el encargado de los apartamentos donde vive el personaje, por ejemplo.

El final quizás haya sido el arranque orsoniano de la película, pero, aun así, es una imagen hermosa para una película ni más ni menos triste que la vida misma, porque se intuye un tímido principio de esperanza en el acercamiento entre Alex y Peter..

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