Una violación en “manada” y un juicio que revela las miserias de una ciudad de provincias.
Título original: Town Without Pity
Año: 1961
Duración: 105 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Gottfried
Reinhardt
Guion: Silvia Reinhardt , George Hurdalek, Jan Lustig , Dalton Trumbo. Novela:
Manfred Gregor
Música: Dimitri Tiomkin
Fotografía: Kurt Hasse
Reparto: Kirk Douglas, Barbara Rutting, Christine Kaufmann, E.G.
Marshall, Hans Nielsen, Ingrid van Bergen, Robert Blake, Richard Jaeckel, Frank
Sutton, Karin Hardt, Gerhart Lippert, Mal Sondock, Alan Gifford, Max Haufler,
Rose Renée Roth.
Gottfried Reinhardt, ahora me
entero, al hacer la crítica de esta película suya, fue hijo de Max Reinhardt,
el gran innovador de la dramaturgia en el siglo XX en Alemania, y se avanzó a
su padre, con 19 años al viajar a Usamérica para estudiar -allí un año, donde sus
padres se reunirían con él, tras la toma del poder por Hitler. Empezó en la
industria como ayudante de Lubitsch, se ejercitó, después como guionista y
productor y llegó, finalmente a la dirección. Esta es la primera película suya
que veo y he de confesar que tiene todo el empaque del mejor cine clásico de
drama social hecho en Usamérica en los
años 40 y 50, del cual puede verse a esta película como una suerte de síntesis
lograda.
La historia,
crudísima, no puede ser de más actualidad: una joven que pasa la tarde en el
río con su novio algo puritano, cruza el río, tras un desencuentro con él,
llega a la otra orilla, se quita la parte superior del biquini y cuatro
soldados, ¡una manada!, en su día libre,
la descubren y la violan. El alto mando militar organiza enseguida, de
forma ejemplar, un juicio, con todas las formalidades de rigor, para castigar a
los culpables. El padre y las autoridades no se contentan con menos de la pena
de muerte. Pero llega el abogado defensor de los acusados, un papel ingrato para
un actor, pero desempeñado en toda su complejidad moral con la excelencia de un
actorazo como Kirk Douglas, y la cosa comienza a cambiar. Tras la inquisición
previa a la joven y la confirmación in situ, en el hospital, por parte
de ella, de los implicados en el delito, los abogados, se reúnen con la
autoridad y el padre e intentan negociar la petición de pena que pudiera
«satisfacer» a la parte agraviada y proponen la expulsión del ejército y veinte
años de cárcel. El padre y la autoridad municipal exigen, sin embargo, una
ejemplar condena a muerte. El abogado defensor lanza, entonces, un aviso: el
interrogatorio que él haga a la víctima, en el estrado, no será tan
complaciente como el del fiscal ni tan considerado, si de lo que se trata es de
salvar a sus clientes de morir ahorcados.
Estamos, pues,
ante un drama judicial clásico, en el que el abogado defensor ha de buscar una
línea de exculpación de sus defendidos que, en dura pugna con sus principios
morales, pasa por tratar de presentar a la acusada como una joven «ligera de
cascos» y propensa al placer del cuerpo y específicamente del sexo, lo que,
poco a poco, a través de los diferentes testimonios que consigue reunir, acaba
destruyendo la reputación de la chica y confirmando, en la convicción de sus
vecinos, la existencia de una cierta «provocación» a los soldados, por más que
los hechos con los que se inicia la película dejan bien a las claras que se
trata de una salvaje violación en grupo. No sucede como en Una joven
prometedora, en donde la violación se da a entender mediante las voces de
la grabación, pero el espectador no ve nada ni puede juzgar por sí mismo; del
mismo modo que en el juicio célebre sobre la «manada» primigenia, la de
Pamplona, solo el tribunal pudo ver lo que se grabó de los hechos y, a partir
de ahí, se llegó al polémico fallo judicial.
La película
tiene un blanco y negro tan especial como el de los grandes clásicos, y el
guion nos lleva de la evidencia del mal absoluto a la degradación social de la
malicia conciudadana, a la envidia, al puritanismo mal entendido y al machismo
militante que exculpa a cualquiera de la todopoderosa e irrefrenable tentación
de la carne… La salida de los soldados de una base polvorienta en su día libre
de servicio, abre la película con un retrato de su aburrimiento fuera del
servicio en un bar de la localidad alemana donde está instalada la base de
posguerra, pero esa misma banda sonora de Tiomkin, un consumado especialista,
se vuelve insufrible en otras partes de la película, y especialmente en el
supuesto subrayado dramático del interrogatorio de la joven. Al margen de esa
inadecuación, la película se sustenta en la poderosa interpretación de Kirk Douglas,
quien lleva el peso de la película en su tarea de investigación en los
entresijos de la pequeña localidad para buscar el lado menos favorable de la
víctima que pueda suspender la pena de muerte contra sus defendidos. La
poderosa mitología de la familia unida bajo la autoridad del patriarca se
resquebraja de un modo inapelable ante los ojos cómplices de quienes incluso
defienden a los soldados, como las prostitutas del burdel de la localidad.
Entre los soldados culpables hay, sin embargo, no pocas diferencias, y eso
anima también el juicio, porque en la declaración inicial de si se consideran
culpables o inocentes, uno de ellos insiste en declararse culpable, el único
que, al contemplar el cuerpo yacente y violado de la joven desnuda, le puso su
camisa sobre él, como si quisiera paliar el daño perpetrado, antes de alejarse
del lugar para no ser reconocidos ni asociados con su delito.
Ciudad sin
piedad es una película polémica, pero poco vista, por lo que indican las
críticas y votaciones en FilmAffinity, y la presencia de una periodista de un
medio sensacionalista que sigue muy de cerca el caso y al abogado defensor, con
quien coquetea sin mayor trascendencia, nos indica que un caso así se convierte
enseguida en una materia colectiva sobre la que nadie deja de tener o expresar
su opinión.
Es muy interesante
observar la reacción cruel y sin compasión alguna de los jóvenes de la
localidad, lo que, en cierto modo, prefigura un final que aún aumenta de forma considerable
la polémica sobre el caso, y de ello tenemos una prueba fehaciente en el
tratamiento mediático del caso de la «manada» de los Sanfermines. Así mismo, cuesta
aceptar que a 60 años vista de este rodaje, hayan sido tan tímidos los pasos
que las sociedades han dado respecto de delitos tan atroces y escalofriantes
como el de una violación en grupo.
Que Dalton
Trumbo rehiciera el guion original fue una imposición de Kirk Douglas, uno de
sus valedores en los duros tiempos de las represalias de McCarthy, y a fe que
se nota en muchos tramos de la película, porque el desarrollo del juicio tiene
un ritmo perfecto, y los golpes de efecto indispensables para el progreso del
caso hacia la sorpresa y el arrepentimiento incluso del propio abogado
defensor, que antepone el beneficio de sus clientes a sus propias inclinaciones
morales y a su instinto compasivo ante la barbarie del delito cometido.
Cine de
emociones fuertes, pero también de ideas sobre lo que es la Justicia, el
cometido y las exigencias de la misma. No deja buen sabor de boca, pero
ensancha el campo de las ideas y remacha ciertas convicciones democráticas
irrenunciables…
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