martes, 27 de abril de 2021

«I’ll Give a Million» y «Luces de candilejas», de Walter Lang, revisitado…

 



Un verosímil antecedente de Plácido, de Berlanga y un  musical clásico con un número es-pec-ta-cu-lar de Marilyn Monroe…

 

Título original: I'll Give a Million

Año: 1938

Duración: 70 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Walter Lang

Guion: Boris Ingster, Milton Sperling. Argumento: Giaci Mondaini, Cesare Zavattini

Música: Cyril J. Mockridge

Fotografía: Lucien N. Andriot (B&W)

Reparto: Warner Baxter, Marjorie Weaver, Peter Lorre, Jean Hersholt, John Carradine, J. Edward Bromberg, Lynn Bari, Fritz Feld, Sig Ruman, Christian Rub, Paul Harvey, Charles Halton, Frank Reicher, Frank Dawson, Harry Hayden, Stanley Andrews.

 

Título original: There´s No Business Like Show Business

Año: 1954

Duración: 117 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Walter Lang

Guion: Phoebe Ephron, Henry Ephron. Historia: Lamar Trotti

Música: Irving Berlin

Fotografía: Leon Shamroy

Reparto: Ethel Merman, Dan Dailey, Donald O´Connor, Marilyn Monroe, Johnnie Ray, Mitzi Gaynor, Hugh O´Brian, Frank McHugh.

 

         Walter Lang no es uno de esos directores que suelan tener los cinéfilos en un altar, aunque bien pudiera ser considerado un excepcional autor de comedias satíricas y de musicales clásicos como Can-Can, la presente que aquí traigo, Luces de Candilejas y El rey y yo, todos ellos parte de la memoria sonora de los aficionados a ese género que aún nos ofrece grandes obras, y que ha resultado tan imperecedero como el western o el cine negro. Con anterioridad, critiqué en su día Niñera moderna, que me pareció una comedia llena de ingenio, con un guion medidísimo, y, en esa línea, si bien por la parte de la comedia sofisticada, hemos de encuadrar una obra como I’ll give a million, no estrenada en España y una película, a juzgar por la ausencia de comentadores y evaluadores de la misma en FilmAffinity muy poco o nada vista, aunque es el remake usamericano de la película italiana Darò un milione , de Mario Camerini, con Vittorio de Sica, que  o he tenido oportunidad de ver aún, salvo algunas escenas sueltas.

         La historia arranca en un yate en el que su millonario poseedor está atravesando una crisis existencial debido al profundo aburrimiento vital que le provoca estar forrado de millones, digámoslo en términos vulgares. Incluso una antigua novia se le acerca insinuándosele de nuevo para que nombre director de alguno de sus negocios a su marido, un auténtico inútil. Después de haber brindado por la amistad con quien considera que es el único amigo que le queda en el mundo, su viejo mayordomo, sale a tomar el aire a cubierta, y entonces reclaman su atención los gritos de socorro de alguien que se ahoga. No lo duda, se lanza al agua y acaba llevando hasta la orilla a quien, sin embargo, quería suicidarse, un vagabundo que había decidido poner fin a su vida. Estamos en la Costa Azul, en Francia. El millonario acaba confesando a su «salvado» que estaría dispuesto a dar un millón de francos a quien hiciera algo desinteresado por él. A la mañana siguiente del salvamento, el vagabundo descubre que su salvador ha desaparecido, llevándose sus ropas y que él tiene las suyas y el mucho dinero que llevaba en sus bolsillos.

Baste decir que el «salvado» es Peter Lorre en pleno uso de sus facultades interpretativas, quien ennoblece artísticamente la película con su sobresaliente actuación. Tras ser detenido y descubierto por un periodista, que le «arranca» la historia del millón de francos que donará a quien haga algo desinteresado por él, irreconocible bajo su nueva personalidad de vagabundo, la ciudad de la Costa Azul sufre una transformación: de repente, todos la codiciosa población local se vuelca en atenciones a los mendigos y, como en Plácido, casi cada familia, el gobernador incluido, se lleva un pobre a casa y lo trata a cuerpo de rey por si se diera la casualidad de que «el elegido» fuera el millonario disfrazado. La trama se refuerza con un crescendo que se magnifica por el «efecto llamada» que atrae a la ciudad a la auténtica Corte de los Milagros, entre los que se encuentra un brillante John Carradine, con inusitada vis cómica, si nos atenemos a los usuales papeles de villano que se le encomendaban, y lejos aún de su magnificente aparición en La diligencia, de Ford.

El millonario, por su parte, acaba tropezando con una joven a quien se le ha escapado el mono, parte del circo en el que vive y en el que el protagonista acaba recalando y conociendo aquello que buscaba: la bondad desinteresada y, de soberbia propina, el amor de su vida. Claro que, como un buen guion que se precie exige, todo se complica de un modo absolutamente estupendo para que las diversas tramas paralelas acaben coincidiendo en un final como exigen las normas escritas de las grandes comedias. Y esta lo es. No por producción ni por un plantel de excelentes actores y actrices que, aun destacados en aquello años, como el ganador del Oscar, Warner Baxter, que trabajó con Ford en la estupenda Prisionero del odio, apenas tardaron unos pocos años en dedicarse a producciones B entre las que bien podría considerarse esta, aunque su Director sabe elevarla muy por encima  de la media y ofrecernos una aguda crítica social de la avaricia y el interés que  Berlanga llevaría en Plácido a la excelencia.

Aunque haya algo de envaramiento en el protagonista, lo cierto es que la creación de tramas paralelas, en una de las cuales Peter Lorre justifica por sí mismo la película, permiten una variedad que va más allá e la anécdota y se consiguen escenas no solo de gran comicidad, sino de acerada crítica social e institucional. A todo ello contribuye una fotografía muy expresiva, sobre todo de los rostros de los mendigos, como en el reconocimiento policial para que Lorre descubra quién es el millonario disfrazado, momento en el que emerge con total protagonismo, aunque breve, John Carradine. En fin, una comedia clásica que gustará a quienes estén de acuerdo conmigo en que las comedias usamericanas «fijaron» indeleblemente un género en el que, paradójicamente, han destacado directores de origen europeo.

Luces de candilejas, por su parte, es un clásico del cine musical, con un cinemascope que da cabida en el plano a la más inverosímil de las coreografías. Y en esta película   no solo las hay magníficas, sino incluso tan innovadoras como el trío entre Donald O´Connor, Marilyn Monroe y, Mitzi Gaynor, en el que se conjuga la sensualidad explosiva de Monroe y la comicidad innata del dúo Gaynor O’Connor. La historia, sin embargo, tiene un aire de crónica de la evolución del musical desde el tiempo del vodevil y las actuaciones casi en barracas de feria que es como nació el género en las que se sumaban a los números musicales los casi circenses y, sobre todo, los números concebidos como pequeñas historias, así como cualesquiera virtuosismos de todo tipo. La familia Donahue es una típica familia de cantantes y bailarines que va recorriendo el país con sus números, en los que van incluyendo a los hijos desde bien pequeños, hasta que deciden dejarlos internados para que reciban una educación que, sin embargo, no los apartará, una vez crecidos, de volver a los escenarios. Marilyn Monroe es una joven aspirante a convertirse en estrella y su camino se cruzará con el de los Donahue, lo que dará pie a la deriva emocional que se intercala, como la vocación religiosa de uno de los hijos, entre número y número, pero sin estorbar demasiado, aunque los padres, Ethel Merman y Dan Dailey, son dos profesionales como la copa de un pino e incluso en los momentos más melodramáticos de la historia saben dar el tipo para conferir a la historia una verosimilitud total. A pesar de su venerable edad, la película se sigue viendo con gusto, no solo porque la música sea de Irving Berlin, clásico entre clásico, como Cole Porter, sino porque hay números que han pasado a la historia del género, como el que da título a la película en inglés There´s No Business Like Show Business  o el seductor e incandescente con que Marilyn abre su participación en la película: After You Get What You Want You Don't Want It. Los aficionados al género saben que no se han de gastar muchas palabras para convencerlos de que la película es un estallido controlado de luz, color, ritmo, coreografía y melodías inolvidables, y todo ello con una visión del espectáculo por dentro que nos habla bien a las claras de lo que ha sido y sigue siendo el mundo del teatro en el mundo nuestro de cada día, pandemias aparte…

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