La tortuosa
historia de una alambicada venganza contra quienes defienden poco menos que un
renovado derecho de pernada…
Título original: Promising
Young Woman
Año: 2020
Duración: 113 min.
País: Reino Unido
Dirección: Emerald Fennell
Guion: Emerald Fennell
Música: Anthony B. Willis
Fotografía: Benjamin Kracun
Reparto: Carey Mulligan, Bo Burnham, Alison Brie, Connie Britton,
Jennifer Coolidge, Adam Brody, Laverne Cox, Clancy Brown, Angela Zhou,
Christopher Mintz-Plasse, Alfred Molina, Molly Shannon, Sam Richardson, Steve
Monroe, Casey Adams.
El comienzo de la película, con
la joven prometedora que se hace la borracha para acabar humillando,
posteriormente, a los desaprensivos incautos a quienes caza en los bares, las «buenas
personas» dispuestas a ayudarla y a llevarla a casa, pasando antes por la
propia de los samaritanos para «tomar la última copa», deja en el espectador un
cierto regusto de insatisfacción parecida a la de la droga que la policía le
endosa a un sospechoso para detenerlo por el tráfico de la misma. El retrato de
la joven «justiciera», un prototipo que encarnó en su momento Charles Bronson
con notable éxito en pantalla, pronto imitado, si bien puede rastrearse el
antecedente en la violenta película de Peckinpah, Perros de paja, se
abre paso dando al espectador muy pocas claves para entender su comportamiento.
Estamos, pues, ante una película que va
construyendo su relato poco a poco, lo que deja un cierto poso de insatisfacción
hasta el momento en que las contradicciones del personaje estallan, cuando es sorprendida por un joven compañero
de la Facultad de Medicina con quien estudió hasta que ella dejó los estudios por
un hecho que condicionó su vida y transformó su personalidad para convertirla en esa suerte de jokeresa
que destaco en el título, porque incluso la secuencia de su maquillaje ante el
espejo me parece un guiño inequívoco a la película Joker, de Todd
Phillips, si bien con una incrustación de youtuberesa que pone distancia
con el modelo.
La joven, la mejor alumna de su promoción
según el compañero que insiste en salir con ella desde que la reconoce en el
bar donde ella trabaja por un sueldo exiguo que ni siquiera le da para vivir
sola, razón por la cual ha de vivir con unos padres que, teniendo ella los 30
cumplidos, ven su presencia en la casa como una seria anomalía vital [algo que,
sin embargo, casi nos parece de lo más natural en España, país de jóvenes
parados o infraempleados]; la joven, iba diciendo, tiene bastante con esa situación
social sin expectativas, porque ha cifrado su objetivo vital en vengarse en
cabeza ajena de quienes cometieron el delito que transformó su vida: violar en
grupo a su mejor amiga en el transcurso de una de esas fiestas salvajes que la
directora Lone Scherfig nos mostró en una película que aborda esos
comportamientos de algunos universitarios ingleses de la élite social: The
Riot Club.
De forma paralela a sus venganzas
individuales, que se ajustan a un ritual teatral que domina a la perfección, la
joven, traumatizada por el destino de su amiga, quien después de haber sido violada
y haber denunciado los hechos, no fue creída, lo que la indujo al suicidio, oye
de boca de su compañero de Facultad que otro compañero de ambos, Al Monroe, se
va a casar. Al oír el nombre, advertimos una transfiguración en el rostro de la
protagonista: ese nombre ha reavivado la llama de la venganza que, dada su
estabilidad emocional actual —incluso les presenta al joven a sus padres—,
parecía irse apagando, algo que incluso la madre de su amiga, a quien va a
visitar, le pide por su propio bien, porque es evidente, y eso es algo que el
espectador comparte, que no se puede vivir con esa carga y ese deseo de
venganza toda la vida sin resultar muy dañado psicológicamente, a no ser que se
pueda cumplir el acto de la venganza y se experimente la liberación
correspondiente.
La película discurre, desde ese momento,
por un muy bien urdido plan de venganza que la protagonista ejecuta con la
frialdad de una asesina a sueldo, puesto que la película va derivando progresivamente
hacia el género del thriller. Su primera visita es al abogado que defendió a
los violadores, pero se encuentra con un hombre derrotado que le implora
perdón, y ella se lo concede. En esa «flaqueza» intuye el espectador que el
deseo de venganza no lo es todo en la protagonista, porque es capaz de la
comprensión e incluso el perdón, lo que, por fuerza, ha de volver más complejo
su proceder. Después sigue por una compañera de aquel grupo de jóvenes
estudiantes que ha tenido gemelos, sigue por la Decana de la Facultad que
amparo con su complicidad la violación, en beneficio de un joven al que «una
noche loca» no lo podía condenar socialmente de por vida. Y así va acercándose,
poco a poco, a su objetivo: Al Monroe.
Tras la «emboscada» que le tiende a la
madre de los gemelos, quien despierta, borracha, en una habitación de un hotel
junto a un hombre sin recordar absolutamente nada de lo que ha sucedido entre
ambos, la protagonista la tranquiliza y le dice que puede estar tranquila, que
no ha ocurrido nada que haya de lamentar. La excompañera le pasa entonces un móvil
antiguo que conservaba y en el que alguien, aquella noche, grabó la violación
de la joven…
A partir de aquí tendría que ponerle punto
y final a esta crítica, porque sería imperdonable destripar el desenlace, una
parte de la película en la que esta se crece, frente a un inicio titubeante y
muy artificial que no se sostenía ni tan siquiera desde el punto de vista de la
verosimilitud, porque o la protagonista era una psicópata o una amiga con un
sentido de la lealtad de las que hay una entre cien millones… El caso es que el
brillante giro argumental de la película nos permite asistir a una última parte
trepidante, emotiva y muy brillante desde el punto de vista de la trama y la
actuación, aunque las interpretaciones están muy ajustadas desde el inicio.
Insisto, no digo ni mu, pero desde ese momento, una grabación, además, que ni
siquiera se muestra, salvo en las reacciones doloridas y horrorizadas de la
protagonista, la película se redime de sus inicios ambiguos y alcanza una
densidad dramática y emocional muy potente. A algunos podría parecerles que se
inyecta algo de «moralina», lo que acercaría la película al cine «de tesis»,
pero creo sinceramente que salva ese escollo por lo mucho y trascendental que
ocurre. La sala de cine donde la vimos estaba abarrotada, con las distancias
pertinentes, eso sí.
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