domingo, 18 de abril de 2021

«Una joven prometedora», de Emerald Fennell o la «jokeresa» sacrificial…

 


La tortuosa historia de una alambicada venganza contra quienes defienden poco menos que un renovado  derecho de pernada…

 

Título original: Promising Young Woman

Año: 2020

Duración: 113 min.

País: Reino Unido

Dirección: Emerald Fennell

Guion: Emerald Fennell

Música: Anthony B. Willis

Fotografía: Benjamin Kracun

Reparto: Carey Mulligan, Bo Burnham, Alison Brie, Connie Britton, Jennifer Coolidge, Adam Brody, Laverne Cox, Clancy Brown, Angela Zhou, Christopher Mintz-Plasse, Alfred Molina, Molly Shannon, Sam Richardson, Steve Monroe, Casey Adams.

 

         El comienzo de la película, con la joven prometedora que se hace la borracha para acabar humillando, posteriormente, a los desaprensivos incautos a quienes caza en los bares, las «buenas personas» dispuestas a ayudarla y a llevarla a casa, pasando antes por la propia de los samaritanos para «tomar la última copa», deja en el espectador un cierto regusto de insatisfacción parecida a la de la droga que la policía le endosa a un sospechoso para detenerlo por el tráfico de la misma. El retrato de la joven «justiciera», un prototipo que encarnó en su momento Charles Bronson con notable éxito en pantalla, pronto imitado, si bien puede rastrearse el antecedente en la violenta película de Peckinpah, Perros de paja, se abre paso dando al espectador muy pocas claves para entender su comportamiento.

Estamos, pues, ante una película que va construyendo su relato poco a poco, lo que deja un cierto poso de insatisfacción hasta el momento en que las contradicciones del personaje estallan,  cuando es sorprendida por un joven compañero de la Facultad de Medicina con quien estudió hasta que ella dejó los estudios por un hecho que condicionó su vida y transformó su personalidad para  convertirla en esa suerte de jokeresa que destaco en el título, porque incluso la secuencia de su maquillaje ante el espejo me parece un guiño inequívoco a la película Joker, de Todd Phillips, si bien con una incrustación de youtuberesa que pone distancia con el modelo.

La joven, la mejor alumna de su promoción según el compañero que insiste en salir con ella desde que la reconoce en el bar donde ella trabaja por un sueldo exiguo que ni siquiera le da para vivir sola, razón por la cual ha de vivir con unos padres que, teniendo ella los 30 cumplidos, ven su presencia en la casa como una seria anomalía vital [algo que, sin embargo, casi nos parece de lo más natural en España, país de jóvenes parados o infraempleados]; la joven, iba diciendo, tiene bastante con esa situación social sin expectativas, porque ha cifrado su objetivo vital en vengarse en cabeza ajena de quienes cometieron el delito que transformó su vida: violar en grupo a su mejor amiga en el transcurso de una de esas fiestas salvajes que la directora Lone Scherfig nos mostró en una película que aborda esos comportamientos de algunos universitarios ingleses de la élite social: The Riot Club.

De forma paralela a sus venganzas individuales, que se ajustan a un ritual teatral que domina a la perfección, la joven, traumatizada por el destino de su amiga, quien después de haber sido violada y haber denunciado los hechos, no fue creída, lo que la indujo al suicidio, oye de boca de su compañero de Facultad que otro compañero de ambos, Al Monroe, se va a casar. Al oír el nombre, advertimos una transfiguración en el rostro de la protagonista: ese nombre ha reavivado la llama de la venganza que, dada su estabilidad emocional actual —incluso les presenta al joven a sus padres—, parecía irse apagando, algo que incluso la madre de su amiga, a quien va a visitar, le pide por su propio bien, porque es evidente, y eso es algo que el espectador comparte, que no se puede vivir con esa carga y ese deseo de venganza toda la vida sin resultar muy dañado psicológicamente, a no ser que se pueda cumplir el acto de la venganza y se experimente la liberación correspondiente.

La película discurre, desde ese momento, por un muy bien urdido plan de venganza que la protagonista ejecuta con la frialdad de una asesina a sueldo, puesto que la película va derivando progresivamente hacia el género del thriller. Su primera visita es al abogado que defendió a los violadores, pero se encuentra con un hombre derrotado que le implora perdón, y ella se lo concede. En esa «flaqueza» intuye el espectador que el deseo de venganza no lo es todo en la protagonista, porque es capaz de la comprensión e incluso el perdón, lo que, por fuerza, ha de volver más complejo su proceder. Después sigue por una compañera de aquel grupo de jóvenes estudiantes que ha tenido gemelos, sigue por la Decana de la Facultad que amparo con su complicidad la violación, en beneficio de un joven al que «una noche loca» no lo podía condenar socialmente de por vida. Y así va acercándose, poco a poco, a su objetivo: Al Monroe.

Tras la «emboscada» que le tiende a la madre de los gemelos, quien despierta, borracha, en una habitación de un hotel junto a un hombre sin recordar absolutamente nada de lo que ha sucedido entre ambos, la protagonista la tranquiliza y le dice que puede estar tranquila, que no ha ocurrido nada que haya de lamentar. La excompañera le pasa entonces un móvil antiguo que conservaba y en el que alguien, aquella noche, grabó la violación de la joven…

A partir de aquí tendría que ponerle punto y final a esta crítica, porque sería imperdonable destripar el desenlace, una parte de la película en la que esta se crece, frente a un inicio titubeante y muy artificial que no se sostenía ni tan siquiera desde el punto de vista de la verosimilitud, porque o la protagonista era una psicópata o una amiga con un sentido de la lealtad de las que hay una entre cien millones… El caso es que el brillante giro argumental de la película nos permite asistir a una última parte trepidante, emotiva y muy brillante desde el punto de vista de la trama y la actuación, aunque las interpretaciones están muy ajustadas desde el inicio. Insisto, no digo ni mu, pero desde ese momento, una grabación, además, que ni siquiera se muestra, salvo en las reacciones doloridas y horrorizadas de la protagonista, la película se redime de sus inicios ambiguos y alcanza una densidad dramática y emocional muy potente. A algunos podría parecerles que se inyecta algo de «moralina», lo que acercaría la película al cine «de tesis», pero creo sinceramente que salva ese escollo por lo mucho y trascendental que ocurre. La sala de cine donde la vimos estaba abarrotada, con las distancias pertinentes, eso sí.

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