Una trama medida al milímetro para una venganza que no caduca…
Título: The Good Liar
Año: 2019
Duración: 109 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Bill Condon
Guion: Jeffrey Hatcher
(Novela: Nicholas Searle)
Música: Carter Burwell
Fotografía: Tobias A.
Schliessler
Reparto: Helen Mirren, Ian
McKellen, Russell Tovey, Jim Carter, Mark Lewis Jones, Jóhannes Haukur
Jóhannesson, Phil Dunster, Laurie Davidson, Michael Culkin, Aleksandar
Jovanovic, Athena Strates, Bessie Carter, Celine Buckens, Sonia Goswami, Ruth
Horrocks, Nell Williams, Stefan Kalipha, Dino Kelly, Jag Patel, Lily
Dodsworth-Evans, Stella Stocker, Julian Ferro.
Lo cierto es
que he dudado mucho de si debería escribir o no la crítica de la última película
de Bill Condon, que, como tantos otros estrenos, me pasó desapercibida en su
día y que ahora, gracias a Filmin recupero, no solo por el buen sabor que nos
dejó su aclamada Dioses y monstruos, también, como en esta, con Ian
McKellen y un sorprendente Brendan Fraser, sino porque Helen Mirren es una de
esas actrices que dignifica cualquier película en la que aparezca, como sucede
en esta.
El tonteo por
un programa de citas entre solteros a través del ordenador lleva al encuentro,
no sabemos si deliberado o fortuito de dos viejos que, finalmente, se conocen
en el terreno neutral de un restaurante. Parecen avenirse y la película seguirá
la evolución de sus citas con una información sorprendente sobre el veterano
don Juan de turno: se dedica, con otros compinches, a realizar estafas de alto
nivel con inversores que, supuestamente, buscan blanquear dinero. Esa actividad
delictiva va adquiriendo, a medida que avanza la película, caracteres cada vez
más siniestros, hasta que llega el momento en que incluso el asesinato emerge
como un fogonazo, dada la edad del protagonista…
La viuda, que
convive con su nieto, va dejando entrar en su vida al galanteador que la colma
de atenciones, si bien ella deja pronto bien claro que lo suyo no puede pasar
de la consoladora amistad, del companionship, a las relaciones sexuales,
para las que ella no está preparada, por el respeto a la memoria de su difunto
y por la muy especial unión que mantenía con él.
Poco a poco, y en eso la dosificación urdida
por el guionista es de una suma habilidad, supongo que en justa correlación con
el original novelístico, nos vamos enterando, por interesadas conversaciones
traídas a colación por el galán, de que ella posee un sabroso patrimonio que no
tiene invertido en nada que le rente lo que su asesor bursátil consigue para el
de él y que bien podría conseguir para el de ella. Con ese propósito, urde,
pues, una trama con su compinche de estafas para presentarlo como su
especialista en bolsa, capaz de sacarle al patrimonio conjunto de ambos una
rentabilidad de casi el veinte por ciento, siempre y cuando se avengan ambos a reunir
sus respectivos patrimonios en una sola cuenta a la que ambos podrían tener
acceso, por supuesto.
Todo esto se nos muestra con la
desconfianza del sobrino de ella, quien acaba reconociendo que la conducta del
galán no se las merece y quien se suma, por sorpresa, al viaje que los dos «amigos»
realizan a Berlín, para satisfacer un viejo deseo de ella de conocer esa
capital europea. A lo largo de esa estancia en la capital del viejo imperio
alemán, comienza el espectador a sospechar que hay algo que no encaja en el
hermoso relato de amistad compartida de los dos viejos, porque él ya se ha
instalado en casa de ella y comparte su vida como si de un matrimonio se
tratase, por eso nos parece natural que, una vez ganada la confianza de ella,
él perpetre la estafa morrocotuda que quiere llevar a cabo para desvalijarla.
Y ahí, con la celebración con cava de esa pingüe
inversión para el patrimonio de ambos, ahora unidos en una sola cuenta,
comienza otra película de la que a este crítico le está vedado el hecho mismo
de la sugerencia, la alusión o la muestra de indicios que permitan a los
espectadores llegar a conclusiones a las que solo pueden llegar ellos por si
mismos tras ver el desarrollo de los acontecimientos: una suerte de reedición
de Casa de juegos, de Mamet, a juzgar por los intríngulis retorcidos y
dramáticos que se esconden en la historia de los dos viejecitos afables, uno de
los cuales está dispuesto a desvalijar a la otra. Con antelación al «gran golpe»,
hemos podido comprobar la conducta mafiosa del galán con sus ambiciosos
colaboradores, lo que da a entender e peligro inherente a todo lo que con él
tenga que ver.
Condon sabe templar perfectamente el
desarrollo de la trama en su último tercio y el espectador ve, casi incrédulo,
el giro total que da la película, pasando de una película alemana de sobremesa
de La 1 de RTVE a un thriller psicológico más que cargadito de tintas…; pero,
insisto, sobre todo ello me está vedado ni siquiera insinuar nada.
Véanla y disfrutarán no solo de una película
inteligente, sino de una parte de la historia europea que aún no se ha
clausurado y que tanto nos ha hecho sufrir.
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