miércoles, 22 de diciembre de 2021

«Una chica afortunada», de Mitchell Leisen y «Demasiados maridos», de Wesley Ruggles: maravillosa sesión doble inolvidable con Jean Arthur…

 

Título original: Easy Living

Año: 1937

Duración: 91 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Mitchell Leisen

Guion: Preston Sturges. Historia: Vera Caspary

Música: Boris Morros

Fotografía: Ted Tetzlaff (B&W)

Reparto: Jean Arthur, Edward Arnold, Ray Milland, Luis Alberni, Mary Nash, Franklin Pangborn, William Demarest, Dennis O'Keefe.






Título original: Too Many Husbands

Año: 1940

Duración: 81 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Wesley Ruggles

Guion: Claude Binyon. Obra: William Somerset Maugham

Música: Friedrich Hollaender

Fotografía: Joseph Walker

Reparto: Jean Arthur, Fred MacMurray, Melvyn Douglas, Harry Davenport, Dorothy Peterson, Melville Cooper, Edgar Buchanan, Tom Dugan


         Dos muestras de la mejor comedia usamericana de todos los tiempos con repartos de lujo para tramas desternillantes y dos direcciones aquilatadas: Leisen y Ruggles. Programa doble para la mejor tarde de cine amable de estas Navidades: Jean Arthur, Ray Milland, Edward Arnold, Melvyn Douglas, Fred MacMurray, etc.        

Incomprensiblemente, creí que había escrito la crítica de Easy Living y, al volverla a ver, me doy cuenta de que no lo había hecho. Subsano, pues, tan cruel olvido y añado, de propina, una comedia con la misma protagonista, película que, aun basada en una obra de Somerset Maugham, no tuvo en su día ni el éxito ni la atención crítica que, a mi parecer, merece. Está fuera de toda duda que Jean Arthur fue una de las grandes actrices de Hollywood, como queda patente a través de una filmografía que incluye títulos «esenciales» como Raíces profundas, de George Stevens, Berlín Occidente, de Billy Wilder o Caballero sin espada, de Frank Capra, entre otras, y aquí conviene recordar que debutó en una película muda de Ford: Cameo Kirby, criticada en este Ojo. Estaba, pues, cuando rodó estas dos películas en plena posesión de sus excelentes recursos interpretativos, y gracias a ella, y a quienes la secundan en ambas, un inigualable plantel de excelentes coprotagonistas y secundarios, estas dos películas se ven hoy con una total satisfacción cinematográfica, siempre y cuando seamos capaces de aceptar el código de la comedia sofisticada mezclada con la screwball comedy e incluso, en ciertas partes de ambas, con el slapstick, como la escena del restaurante de autoservicio, digna del mejor cine mudo de la factoría Sennet.

         Mitchell Leisen es un elegante director de quien he criticado varias películas en este Ojo, si bien no tiene el reconocimiento público que otros autores que todos recordamos inmediatamente, cuando de mencionar directores de cine se trata. Al frente de este Easy Living, y a partir de un inicio de película que deja al espectador con la boca abierta, tras la huida a través de su casa, hasta la azotea,  de la mujer del protagonista con un abrigo de visón que su marido le quiere arrebatar, lo que hace, para lanzarlo a continuación a la calle justo cuando pasa en la parte descubierta de un autobús  la protagonista, a quien le cae encima, Leisen construye un artefacto perfectamente organizado para generar un crescendo cómico que, desde tan maravilloso arranque, no baja jamás el nivel hasta llegar al final. Preguntado un indio sij que se sienta tras ella qué demonios pasa, como si él le hubiera lanzado el abrigo encima, este, hieráticamente, le responde: Kismet, «el destino», y, a partir de ese momento, la vida de la muchacha se irá complicando a cada paso que da. La aparición de un jovencísimo Ray Milland, aún viviendo de la sopa boba del padre, pero deseoso de independizarse, quien recuerda mucho, por cierto, al Hugh Grant que irrumpió triunfalmente en la comedia, en la década de los 90, aumenta la vis cómica del conjunto de un modo extraordinario, porque el papel de padre borrascoso de Edward Arnold no es la primera vez que se le ve. Antes de continuar conviene recordar que, aunque la historia es de Vera Caspary, la creadora de otra historia en la que se basó una película mítica de Otto Preminger, Laura, el guion es de Preston Sturges, el director de dos películas excelentes: la comedia loca El milagro de Morgan Creek y la mundialmente aclamada Los viajes de Sullivan. Estamos, pues, en las mejores manos para conseguir lo que, finalmente, la película logra: arrastrarnos, sin aliento, por una sucesión de enredos que nos mantienen continuamente la sonrisa en los labios y, a menudo, nos arranca incluso la carcajada. Que toda la película gire en torno a Jean Arthur es un éxito total, porque su representación de la inocencia y la ingenuidad es maravillosa.  Así mismo, la historia paralela del Hotel Louis permite mantener ese tejido maravilloso de gags que irán creciendo de modo vertiginoso hasta llegar a la temida bancarrota del banquero Arnold, pero conviene que no adelante mucho de la película, excepto que hará muy mal quien considere que no hay en esa comedia casi descerebrada una crítica sólida de un sistema en el que, por decirlo en términos de nuestro nefasto presidente de gobierno, muchos «se quedan atrás». No hay secuencia, desde las protagonizadas por el mayordomo -la lectura de la noticia en que se relaciona al banquero con la joven en la comida del servicio no tiene desperdicio…-, hasta la revista ultracristiana en que había comenzado a trabajar la protagonista, pasando por la ya citada escena inmortal en el autoservicio, que no contenga algún gag memorable. El del beso de los jóvenes, cuando comparten la suite palaciega del hotel, por ejemplo… En fin, me había equivocado, al creer que ya había escrito esta reseña, pero estoy convencido de que este entusiasmo que a mí me provoca será capaz de invitar a los espectadores a pasar una tarde deliciosa viéndola. Y aún les queda la siguiente…

         Demasiados maridos plantea una situación muy teatral, pero  la realización ágil de Ruggles resuelve de un modo dinámico lo que podría ser una carencia, aunque el método para ello sea muy simple: dejar actuar libremente en el plano a unos actores en estado de gracia. Son cinco, pero lo llenan todo: Jean Arthur es una casi recién casada con el mejor amigo de quien fuera su marido, ahogado en un viaje. No se la ve muy satisfecha, porque su marido está demasiado volcado en el trabajo. De repente, una llamada telefónica lo cambia todo: el marido ahogado y dado legalmente por muerto llama por teléfono para confirmar que ha regresado y que llegará en breve a «su» hogar, deseoso de abrazar de nuevo a su «esposa». He aquí una situación no prevista legalmente y que, antes de ser resuelta desde esa perspectiva, queda en manos de los personajes para adoptar, entre todos, una resolución a la nueva situación sobrevenida. El gran problema se convierte, de pronto, en una experiencia novedosa que la mujer quiere aprovechar para desquitarse del olvido negligente de ambos maridos: de casi no recibir atención ninguna, a tener dos hombres disputándosela como dos colegiales. Excuso decir que se trata de una comedia de diálogos, y que las réplicas y contrarréplicas velocísimas son la «salsa» de una comedia que  gana muchísimo con las interpretaciones del gran quinteto: Jean Arthur, Fred Mac Murray, Melvyn Douglas, el padre de ella, Harry Davenport, secundario ilustre, y el excelente mayordomo protagonizado por el actor británico Melville Cooper, cuyas apostillas entran dentro de la tradición del representado en Una chica afortunada por Robert Greig, otro especialista en esos papeles que son un clásico en el cine. Sin ser una comedia alocada, sí que hay momentos jocosos parecidos al slapstick, cuando, en una infantil competición, el primer marido comienza a saltar muebles en el salón para maravillar a su antigua mujer y marcar las diferencias con un hombre apoltronado y sin vigor, como su padrino de boda y actual marido de su mujer. He de reconocer que Fred MacMurray tiene un punto gracioso que siempre me ha sido difícil de encontrárselo en otras películas, aunque me ha parecido impecable en papeles como el de Perdición, de Billy Wilder. Ruggles sabía a quién escogía, porque le dirigió en su debut en el cine: The Gilded Lyly, con sólidos compañeros como Claudette Colbert y Ray Milland. Aquí, ya digo, a pesar de que los primeros planos se le resistan, las secuencias conjuntas con Melvyn Douglas resultan muy divertidas, porque este último, él sí, explota a fondo una vis cómica que comparte con Jean Arthur. No quiero desvelar hacia qué final nos lleva Maughan, pero no defraudará a quienes han seguido las variadas alternativas de un dilema que aquí se plantea en tono de comedia, pero que permite otros enfoques, por supuesto. En todo caso, estamos ante un programa doble para estas fiestas que a buen seguro no decepcionará a los buenos aficionados. No recuerdo ahora si Marías, un devoto de Mitchell Leisen, cuenta esta película entre sus favoritas. Debería, sin duda, y no solo por él, sino por la autora de la historia y el sin par guionista. ¡A disfrutar!

 


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