Título original: Easy Living
Año: 1937
Duración: 91 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Mitchell Leisen
Guion: Preston Sturges. Historia: Vera Caspary
Música: Boris Morros
Fotografía: Ted Tetzlaff (B&W)
Reparto: Jean Arthur, Edward Arnold, Ray Milland, Luis Alberni, Mary Nash, Franklin Pangborn, William Demarest, Dennis O'Keefe.
Título original: Too Many Husbands
Año: 1940
Duración: 81 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Wesley Ruggles
Guion: Claude Binyon. Obra: William Somerset Maugham
Música: Friedrich Hollaender
Fotografía: Joseph Walker
Reparto: Jean Arthur, Fred MacMurray, Melvyn Douglas, Harry Davenport, Dorothy Peterson, Melville Cooper, Edgar Buchanan, Tom Dugan
Dos muestras de la mejor comedia usamericana de todos los tiempos con repartos de lujo para tramas desternillantes y dos direcciones aquilatadas: Leisen y Ruggles. Programa doble para la mejor tarde de cine amable de estas Navidades: Jean Arthur, Ray Milland, Edward Arnold, Melvyn Douglas, Fred MacMurray, etc.
Incomprensiblemente, creí que había
escrito la crítica de Easy Living y, al volverla a ver, me doy cuenta de
que no lo había hecho. Subsano, pues, tan cruel olvido y añado, de propina, una
comedia con la misma protagonista, película que, aun basada en una obra de
Somerset Maugham, no tuvo en su día ni el éxito ni la atención crítica que, a
mi parecer, merece. Está fuera de toda duda que Jean Arthur fue una de las
grandes actrices de Hollywood, como queda patente a través de una filmografía
que incluye títulos «esenciales» como Raíces profundas, de George Stevens,
Berlín Occidente, de Billy Wilder o Caballero sin espada, de Frank
Capra, entre otras, y aquí conviene recordar que debutó en una película muda de
Ford: Cameo Kirby, criticada en este Ojo. Estaba, pues, cuando rodó
estas dos películas en plena posesión de sus excelentes recursos
interpretativos, y gracias a ella, y a quienes la secundan en ambas, un
inigualable plantel de excelentes coprotagonistas y secundarios, estas dos películas
se ven hoy con una total satisfacción cinematográfica, siempre y cuando seamos
capaces de aceptar el código de la comedia sofisticada mezclada con la screwball
comedy e incluso, en ciertas partes de ambas, con el slapstick, como
la escena del restaurante de autoservicio, digna del mejor cine mudo de la
factoría Sennet.
Mitchell Leisen
es un elegante director de quien he criticado varias películas en este Ojo,
si bien no tiene el reconocimiento público que otros autores que todos
recordamos inmediatamente, cuando de mencionar directores de cine se trata. Al
frente de este Easy Living, y a partir de un inicio de película que deja
al espectador con la boca abierta, tras la huida a través de su casa, hasta la
azotea, de la mujer del protagonista con
un abrigo de visón que su marido le quiere arrebatar, lo que hace, para lanzarlo a continuación a
la calle justo cuando pasa en la parte descubierta de un autobús la protagonista, a quien le cae encima, Leisen
construye un artefacto perfectamente organizado para generar un crescendo
cómico que, desde tan maravilloso arranque, no baja jamás el nivel hasta llegar
al final. Preguntado un indio sij que se sienta tras ella qué demonios pasa, como
si él le hubiera lanzado el abrigo encima, este, hieráticamente, le responde: Kismet,
«el destino», y, a partir de ese momento, la vida de la muchacha se irá
complicando a cada paso que da. La aparición de un jovencísimo Ray Milland, aún
viviendo de la sopa boba del padre, pero deseoso de independizarse, quien
recuerda mucho, por cierto, al Hugh Grant que irrumpió triunfalmente en la
comedia, en la década de los 90, aumenta la vis cómica del conjunto de un modo
extraordinario, porque el papel de padre borrascoso de Edward Arnold no es la
primera vez que se le ve. Antes de continuar conviene recordar que, aunque la
historia es de Vera Caspary, la creadora de otra historia en la que se basó una
película mítica de Otto Preminger, Laura, el guion es de Preston Sturges,
el director de dos películas excelentes: la comedia loca El milagro de
Morgan Creek y la mundialmente aclamada Los viajes de Sullivan.
Estamos, pues, en las mejores manos para conseguir lo que, finalmente, la película
logra: arrastrarnos, sin aliento, por una sucesión de enredos que nos mantienen
continuamente la sonrisa en los labios y, a menudo, nos arranca incluso la
carcajada. Que toda la película gire en torno a Jean Arthur es un éxito total,
porque su representación de la inocencia y la ingenuidad es maravillosa. Así mismo, la historia paralela del Hotel Louis
permite mantener ese tejido maravilloso de gags que irán creciendo de modo
vertiginoso hasta llegar a la temida bancarrota del banquero Arnold, pero
conviene que no adelante mucho de la película, excepto que hará muy mal quien
considere que no hay en esa comedia casi descerebrada una crítica sólida de un
sistema en el que, por decirlo en términos de nuestro nefasto presidente de
gobierno, muchos «se quedan atrás». No hay secuencia, desde las protagonizadas
por el mayordomo -la lectura de la noticia en que se relaciona al banquero con
la joven en la comida del servicio no tiene desperdicio…-, hasta la revista
ultracristiana en que había comenzado a trabajar la protagonista, pasando por
la ya citada escena inmortal en el autoservicio, que no contenga algún gag
memorable. El del beso de los jóvenes, cuando comparten la suite palaciega del
hotel, por ejemplo… En fin, me había equivocado, al creer que ya había escrito
esta reseña, pero estoy convencido de que este entusiasmo que a mí me provoca
será capaz de invitar a los espectadores a pasar una tarde deliciosa viéndola. Y aún les
queda la siguiente…
Demasiados
maridos plantea una situación muy teatral, pero la realización ágil de Ruggles resuelve de un
modo dinámico lo que podría ser una carencia, aunque el método para ello sea
muy simple: dejar actuar libremente en el plano a unos actores en estado de
gracia. Son cinco, pero lo llenan todo: Jean Arthur es una casi recién casada
con el mejor amigo de quien fuera su marido, ahogado en un viaje. No se la ve
muy satisfecha, porque su marido está demasiado volcado en el trabajo. De
repente, una llamada telefónica lo cambia todo: el marido ahogado y dado
legalmente por muerto llama por teléfono para confirmar que ha regresado y que
llegará en breve a «su» hogar, deseoso de abrazar de nuevo a su «esposa». He
aquí una situación no prevista legalmente y que, antes de ser resuelta desde
esa perspectiva, queda en manos de los personajes para adoptar, entre todos,
una resolución a la nueva situación sobrevenida. El gran problema se convierte,
de pronto, en una experiencia novedosa que la mujer quiere aprovechar para
desquitarse del olvido negligente de ambos maridos: de casi no recibir atención
ninguna, a tener dos hombres disputándosela como dos colegiales. Excuso decir
que se trata de una comedia de diálogos, y que las réplicas y contrarréplicas velocísimas
son la «salsa» de una comedia que gana
muchísimo con las interpretaciones del gran quinteto: Jean Arthur, Fred Mac Murray, Melvyn
Douglas, el padre de ella, Harry Davenport, secundario ilustre, y el excelente mayordomo
protagonizado por el actor británico Melville Cooper, cuyas apostillas entran
dentro de la tradición del representado en Una chica afortunada por Robert
Greig, otro especialista en esos papeles que son un clásico en el cine. Sin ser
una comedia alocada, sí que hay momentos jocosos parecidos al slapstick,
cuando, en una infantil competición, el primer marido comienza a saltar muebles
en el salón para maravillar a su antigua mujer y marcar las diferencias con un
hombre apoltronado y sin vigor, como su padrino de boda y actual marido de su
mujer. He de reconocer que Fred MacMurray tiene un punto gracioso que siempre
me ha sido difícil de encontrárselo en otras películas, aunque me ha parecido
impecable en papeles como el de Perdición, de Billy Wilder. Ruggles sabía a quién
escogía, porque le dirigió en su debut en el cine: The Gilded Lyly, con
sólidos compañeros como Claudette Colbert y Ray Milland. Aquí, ya digo, a pesar
de que los primeros planos se le resistan, las secuencias conjuntas con Melvyn
Douglas resultan muy divertidas, porque este último, él sí, explota a fondo una
vis cómica que comparte con Jean Arthur. No quiero desvelar hacia qué final nos
lleva Maughan, pero no defraudará a quienes han seguido las variadas alternativas
de un dilema que aquí se plantea en tono de comedia, pero que permite otros
enfoques, por supuesto. En todo caso, estamos ante un programa doble para estas
fiestas que a buen seguro no decepcionará a los buenos aficionados. No recuerdo
ahora si Marías, un devoto de Mitchell Leisen, cuenta esta película entre sus
favoritas. Debería, sin duda, y no solo por él, sino por la autora de la
historia y el sin par guionista. ¡A disfrutar!
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