viernes, 17 de diciembre de 2021

«The Beatles: Get Back», de Peter Jackson: «For the benefit of the truth and not only for fans…»


 Historia viva de un álbum, una película, Let it Be, y crónica de la separación definitiva del grupo musical más influyente de todos los tiempos habidos ¿y por haber?. 

Título original: The Beatles: Get Back

Año: 2021

Duración: 7 horas y 48 minutos.

País:  Reino Unido

Dirección: Peter Jackson

Música: The Beatles

Reparto: Documental, intervenciones de:  John Lennon, Paul McCartney, George Harrison, Ringo Starr y Billy Preston.

 

         ¡Bueno, bueno, bueno…! ¡Un tour por la vida, obra  y milagros de, a mi modesto entender, el grupo de música pop más influyente de todos los tiempos! En este caso el concepto de «fan» queda, obviamente, superado por el de «enamorado» de una música difícilmente superable, aunque haya miles de canciones que, objetivamente, puedan competir con todas las suyas en igualdad o superioridad de condiciones, pongamos por caso obras de Paul Simon, Bob Dylan, Don McLean, Billy Joel o  Elton John -cuyo apellido es, por cierto, un homenaje al Beatle-, entre otros. Está claro que, del mismo modo que en el documental se manifiestan personas a las que no les gusta la música de los Beatles, mientras ellos están dando su último miniconcierto juntos en el tejado de sus estudios de grabación, hay otras para quienes su música es, como dicen los cursis, «la banda sonora de su vida», y yo me cuento entre ellas, por edad y por sintonía, aunque oí antes a Elvis Presley y a Chubby Checker, por ejemplo, y siempre he sido un enamorado de la música soul y, especialmente, de Sittin’ on the Dock of the Bay, del prematuramente desaparecido Ottis Redding.

         En mi adolescencia mitómana, ¡quién no la ha tenido!, cuando era feliz e indocumentado, e impropiamente aléxico, me recuerdo preguntándome siempre: «¿y qué estará John Lennon haciendo en este preciso momento?» Era una manera de conectar mi vida con la de esos fab four lejanos cuyas voces me llegaban en discos que no siempre me podía permitir comprar. Y la vez que más cerca estuve de alguno de ellos fue en Boston a poco más de 300 km de la Nueva York donde un descerebrado acabó con la vida de Lennon. Cosas de jóvenes rebeldes y sin formación, ya digo.

         El documental de Peter Jackson, cuyo trilogía fílmica de El señor de los anillos, tan sombría, en modo alguno borró el determinante impacto que la trilogía novelística de Tolkien causó en mi incipiente dedicación artística, es una reedición de todo el material sobrante que desechó el director Michael Lindsay-Hogg para rodar su película Let it Be, que tanto me emocionó en su momento y que confirmó, sólidamente, ya entonces, la impresión de «canto del cisne» que suponía ese «forzado» álbum de The Beatles. Ahora, con esta inmersión literal en el día a día del último proyecto que logró reunirlos, no sin tensiones que afloraron con la renuncia de Harrison en mitad del proyecto, los espectadores, y sobre todo los seguidores del grupo, tienen una visión diáfana de ese día a día del grupo en ‘lena actividad, aunque con no pocas limitaciones. Tengamos presente que el impulso inicial fue rodar la grabación del álbum, para lo cual se escogió un desangelado espacio, los estudios Twickenham, que permitían un desplazamiento constante de las cámaras para captarlo «todo». Es evidente que someterse a esa suerte de «vigilancia» constante de las cámaras puede restar espontaneidad al comportamiento de los protagonistas, pero la película demuestra hasta la saciedad la profesionalidad de unos músicos acostumbrados durante su meteórica carrera a ser escrutados como un papiro de la ribera del Nilo. Es queja unánime de quienes han visto el documental de Peter Jackson que las tomas de las canciones cuyas grabaciones acabaron formando parte del álbum son cortadas inmisericordemente, privándonos de su disfrute completo. Al margen de que ello alargaría el documental, no me parece que entre los objetivos de Jackson esté que podamos oír la versión genuinamente original de los temas grabados, sino otros objetivos, acaso menos musicales y más humanos. Por otro lado, tampoco descarto que la negociación con Lindsay-Hogg haya llevado a ese resultado, porque tampoco se trataba de hacer una suerte de contra-Let it Be, con el documental, sino de crear una narrativa propia que permitiera acceder a los espectadores a un conocimiento del día a día de aquella experiencia, y en eso el documental de Jackson cumple sobradamente con sus propias expectativas.

         El último trabajo conjunto de los Beatles nos deja en la inopia de sus métodos de trabajo anteriores, imagino que muy distintos de lo que vemos en pantalla, pero no deja de ser sorprendente el modo como van naciendo las canciones ante nuestros ojos y oídos, y cómo los acuerdos logran imponerse a la fría distancia con que cada uno de ellos, excepto Paul, ve el imposible futuro del grupo como tal, no solo por las reticencias que todos manifiestan  actuar en directo, sino porque se aprecia física e intelectualmente que ya no forman una unidad creativa cada uno de ellos está más atento a su proyección individual, si bien lograron vencer todas esas adversidades para lograr un disco que, si no es «el mejor» de los Beatles, sí que contiene canciones extraordinarias. De hecho, son frecuentes las pullas que se lanzan unos a otros, como si hubieran abandonado sus negocios particulares y se vieran «forzados» a participar en este último trabajo.

         El dinamismo de la realización, en la que entra absolutamente todo, el trabajo de los técnicos, la elegante omnipresencia del productor George Martin, «el quinto beatle», aunque en el documental se bromea con lo del quinto Beatle para referirse al pianista y organista Billy Preston, que tan decisivamente contribuyó a darle entidad al último álbum de los Beatles, la no menor omnipresencia de Yoko Ono, pegada sumisa y autoritariamente a John Lennon de un modo que acaba poniendo nervioso al lucero del alba, la espontanea aparición de Peter Sellers, la inesperada presencia de un jovencísimo Allan Parsons, que trabajó como ingeniero de sonido en la producción del álbum, las esposas de Paul, George y Ringo, entre muchas otras personas, todo contribuye a dotar al documental de un aire fresco, espontáneo y lo más próximo posible a una armonía que solo tenía un sentido superficial en aquel entonces.

         De todo el material disponible, Jackson ha escogido, sobre todo, momentos de distensión, como las secuencias con la hija de Linda Eastman, o las continuas bromas con retranca entre Paul y John sobre la supervivencia del grupo. En la filmación sí que se aprecia que el alma mater del grupo en aquellos momentos finales era Paul McCartney, a quien mas debió de afectar la separación de la banda, porque estaba claro que era en ella donde él se veía realizado artísticamente. Es cierto, sin embargo, que la indispensable visión crítica nos obliga a contemplar a los cuatro de Liverpool como auténticos diosecillos a los que se consiente y se celebra cualquier salida de para de banco, y todos a su alrededor se mueven siguiendo los pasos de una coreografía de respeto sacrosanto a los ya no tan jóvenes músicos y sin dudar jamás de su condición secundaria en ese proyecto. Como el largo mes recogido en el documental da para mucho, tenemos la oportunidad de ver el «crecimiento» de algunas canciones, para las que, sorprendentemente, incluso usan los servicios de un letrista profesional al que recurren para ir rellenando las letras con los versos que se ajusten a la melodía. Lo que sí permanece de su veterana unión es la comunicación a través del humor constante e imaginativo, y no poco payaso por parte de Lennon, aunque no siempre tan gracioso como él cree que es. Se trata de jóvenes millonarios que se permiten cualquier capricho y que saben desde qué altura olímpico-artística se relacionan con los demás. Parte de esa naturalidad son los atuendos estrafalarios con que suelen acudir a la grabación, lo que contrasta, sin embargo, con las muy clásicas tostadas con mermelada y café o té a la que son tan aficionados. Fuman, también, en exceso, y de eso acabará muriendo George Harrison, por ejemplo.

         Se trata de un documental que va progresando hacia la actuación en vivo que inmortalizaron en la película correspondiente. Tras barajar mil y un destino, y como ninguno quería viajar al extranjero para actuar, se aprecia cómo se le iluminan a Paul los ojos cuando aparece, ¡por fin!, la sugerencia de que actúen en la azotea de los estudios de Apple Corps. en la calle Savile Row de la ciudad de Londres, adonde finalmente se trasladaron para grabar las canciones, dada la imposibilidad de que todo funcionara, musicalmente, en lo estudios donde se habían instalado. Es cierto que Jackson rompe la dinámica de la actuación en el tejado con el uso de pantallas simultáneas para tratar de captar varias perspectivas de ese momento privilegiado, único, en el que los cuatro Beatles volvieran a actuar juntos antes de disolver el grupo, pero recordemos que su «montaje» del material grabado no atiende tanto a la dimensión musical de aquella grabación cuanto a captar un momento histórico de la Historia de la Música popular: la despedida musical y humana de cuatro jóvenes que revolucionaron el panorama musical desde su aparición en las listas de éxitos con Love me do. Desde esa perspectiva, hay mucho de psicológico y sociológico en el afán de Jackson, porque lo que le queda claro al espectador del documental es la impronta de las diferencias de personalidad que se aprecian en los cuatro componentes del grupo, y que serían las responsables de dicha separación, más allá de la dependencia pegajosa de Lennon de su nueva pareja, Yoko Ono. En la cinta puede verse, por ejemplo, la sincera alegría de sus compañeros porque, uno de los días de grabación, Lennon acoge la confidencia de que Ono acababa  de conseguir su divorcio de su anterior pareja, Anthony Cox, un músico de jazz usamericano, lo cual refrenda que la presencia de Ono, aunque enojosa, porque parecía «querer formar parte a toda costa» de un cuarteto que tenía su propia historia y sus propias convenciones, en modo alguno fue el motivo determinante de la separación del cuarteto.

         Cualquier espectador que haya seguido la carrera de los Beatles hallará en este excesivo metraje, muchos momentos en que sus ídolos muestran sus pies de barro, como no podía ser de otra manera, y ve lo mucho que de artificial hay en el proyecto de rodarlos como un reality show, pero, al mismo tiempo, y dado el conocimiento anterior y posterior de los miembros del grupo, qué duda cabe que habrá de caer en una afectación nostálgica inevitable. Se trata de un documento en el que los detalles suplen el hilo narrativo que no existe, y por eso se han de ver estas siete horas con redoblada atención, para no perderse nada. La presencia de Allan Parsons, por ejemplo, de quien no apareció ni rastro en la película de Lindsay-Hogg, la señala oportunamente Jackson con el rótulo correspondiente, lo que nos permite ponerle nombre a cuantos participaron de forma decisiva en aquella grabación y en el registro técnico del álbum. La puesta en escena de la película se atiene a la modificación permanente del espacio para lograr el mejor sonido grabado posible, lo cual no deja de ser un atractivo de primera magnitud del documental. Como el original se rodó en 16 mm, y en el documental se habla de pasarlo a 35mm para exhibirlo en cines, la adaptación técnica que ha hecho Jackson para ponerlo todo en un formato 16:9 ha mutilado, en cierta manera, la imagen, pero me temo que eso son apreciaciones técnicas que el común de los espectadores, como yo mismo, ni siquiera vamos a tener en cuenta, porque ha de decirse que la calidad de imagen y sonido es estupenda, y permite seguir el documental con total complacencia. Puede que no les guste a los puristas, pero a los seguidores no nos afectan lo más mínimo esas manipulaciones de Jackson. En los títulos de crédito queda claro que el documental se presenta al público con todas las bendiciones de los Beatles vivos y de los herederos de los fallecidos. Estamos hablando de un homenaje a un grupo inmortal. Y cuanta novedad tenga que ver con ellos tendrá siempre un nutrido grupo de espectadores, y no solo en quienes éramos jóvenes e indocumentados en aquellos años de comienzos de los 60, sino en las generaciones actuales que los siguen casi con la misma pasión con que lo hicieron sus padres en su momento: mis hijos, por ejemplo, sin ir más lejos. Aún tengo pendiente una audición con mi hija de la discografía completa del grupo mientras, al alimón, leemos-cantamos sus letras…¡De mañana no pasa que nos pongamos…!

 

 

 

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