domingo, 5 de diciembre de 2021

«The Florida Project», de Sean Baker o la zolesca «Tranche de vie».

Vidas en vía de derrota en la trastienda de la ilusión… 

Título original: The Florida Project

Año: 2017

Duración: 115 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Sean Baker

Guion: Sean Baker, Chris Bergoch

Música: Lorne Balfe

Fotografía: Alexis Zabé

Reparto: Brooklynn Prince, Willem Dafoe, Bria Vinaite, Caleb Landry Jones, Mela Murder, Valeria Cotto, Christopher Rivera, Macon Blair, Sandy Kane, Karren Karagulian, Lauren O'Quinn, Giovanni Rodriguez, Carl Bradfield, Betty Jeune, Cecilia Quinan, Andrew Romano, Samantha Parisi, Gary B. Gross.

 

         Si la vida es aquello que sucede cuando nada de relieve está pasando, de forma paralela al aforismo de Allen Saunders, usado por John Lennon en su canción Beautiful boy: «La vida es lo que te ocurre mientras tú estás haciendo otros planes», esta película es la perfecta ilustración de tal afirmación, casi axioma. Mínima anécdota para un retrato coral de ciertas vidas que sobreviven en los márgenes del sistema es el camino escogido por Sean Baker para una película «combativa» que no implica juicio moral alguno, porque hay una suerte de impasibilidad objetiva que nos va guiando por esas anécdotas del mismo modo que la vida transcurre cotidianamente. El solo hecho de decir dónde arruina una de las grandes sorpresas de la película, que se va intuyendo a medida que avanza su desarrollo costumbrista, sobre todo cuando llega la pareja de recién casados para pasar su luna de miel en los cutres apartamentos donde viven esos seres que sobreviven con algo más que dificultades al sempiterno ideal del sueño usamericano, no sin ese dramatismo inherente a la struggle for life de inveterado abolengo usamericano y que se cierra con esa huida a lo Thelma y Louise de… Sorry!

         La película se abre con las correrías de tres niños por los alrededores de una suerte de motel residencial donde viven sus respectivos padres, quienes, junto con el encargado de la gestión del mismo, interpretado excelsamente por Willem Dafoe, un papel completamente aparte de en los que estamos acostumbrados a verlo, se acabarán convirtiendo en los protagonistas de esta historia sin historia, plural y descarnada. De entre esas criaturas, pronto va a destacar la lideresa… que arrastra a los otros dos a una serie encadenada de tropelías que acabará con la paciencia del gerente, con la de una inquilina, a la que los niños le han llenado el capó y el cristal delantero del coche de escupitajos, y que acabarán evolucionando a una tensión entre las madres que se resolverá de muy malos modos y afectará, dramáticamente, al desarrollo de los hechos.

         He de confesar que la primera parte de la película, con secuencias alargadas en exceso, acaban despertando, también, la indignación de los espectadores ante la contemplación de las libertades transgresoras, nada graciosas, que se toma la lideresa al frente de su minúscula banda, producto de una radical falta de educación por parte de la madre. No tardamos en descubrir, sin embargo, cómo es la jovencísima madre de la niña para darnos cuenta del origen de la ausencia de límites a sus actos que «padece» la niña, quien está conformada por su madre en la libertad absoluta del propio capricho y en una suerte de «dureza existencial» absolutamente impropia en una criatura de unos siete u ocho años. La dificultad para pagar el alquiler en el motel residencial, que la lleva a ejercer la prostitución, cortina de por medio con la criatura, como en Marnie, la ladrona, de Hitchcock, por cierto, amén de los trapicheos de venta de perfumes de manteros a los clientes de los buenos hoteles de Orlando, (pido disculpas…), llevando en su venta a su hija con ella, nos da a entender lo que, en su caso, significa «sobrevivir».

 Después, sin embargo, de una trastada que va más allá del concepto, pues los niños se internan en unos apartamentos abandonados, una de las mejores secuencias de la película, y acaban prendiendo un fuego que se convertirá rápidamente en un voraz incendio al que han de acudir los bomberos para sofocarlo, contra la protesta de algunos vecinos que están hartos de la inseguridad que la okupacion de esas ruinas les deparan; después de eso, digo, una vecina y amiga de la madre de la lideresa, priva a su hijo de frecuentarla porque sabe que no va a acabar bien, dado el poder de seducción y dominio  que la niña ejerce sobre él. Esa vecina, que trabaja en un restaurante era, además, quien  siempre les proveía de comida gratuita, y, al dejar de hacerlo, no solo obliga a la madre a «buscarse la vida», sino que provoca un agrio enfrentamiento entre ambas madres.

No se ha de ser muy perspicaz para percatarse de que el abandono moral y material en que vive la niña ha de atraer la atención de los servicios sociales de la comunidad. Aunque el gerente ha protegido siempre a ambas, inspirado por la ternura que le provoca la criatura desamparada, lo cierto es que llega un momento en que su compasión no puede interferir la acción de la Justicia y ha de asistir, dolido pero aliviado, a esa acción que solo puede redundar en el beneficio de la pequeña, aunque, llegado ese momento, irrumpe el drama y la niña descarada y malencarada que hemos visto durante toda la película se derrumba como la niña pequeña que es, aunque lo hace resistiéndose, por supuesto, siguiendo el ejemplo materno en esa durísima lucha por la supervivencia en la que la ha entrenado a la perfección, como los pícaros educaban a sus hijos desde pequeños en delitos menores para entrenarse con vistas a otros mayores.

La película hace de la puesta en escena, dadas las correrías de los niños, en sus primeros días de vacaciones de verano, un auténtico decorado activo de la vida de los chiquillos y de los mayores. La cámara sigue sus idas y venidas con un gusto exquisito y una naturalidad absoluta, de tal manera que uno tiende a creer, sin más, que esta ante un documento, en vez de ante una ficción. A ello contribuye, además del escenario privilegiado de esa residencia tan particular, unas interpretaciones extraordinarias de la madre y su hija, así como la «contemplativa» del gerente. Brooklynn Prince, la niña, deja sin palabras al crítico; pero lo mismo sucede con su madre, la debutante Bria Vinaite, un dechado de perfección en la composición de una madre amantísima y, al mismo tiempo, un desastre de mujer. De Willem Dafoe ya hemos señalado su intervención en un papel tan atípico, y casi de cameo podría considerarse la aparición fugaz, pero convincente, como todo lo suyo, de  Caleb Landry Jones, el protagonista de Antiviral, de Brandon Cronenberg.

En conjunto, la obra, aunque peca de extensa, camina lentamente hacia un final metafórico que, como en los cuentos, nos hace ver la película, en el recuerdo, de un modo totalmente distinto, porque el lugar es el que es, y la secuencia final, totalmente ridleyscottiana, aunque en sentido inverso, impacta lo suyo y determina buena parte del sentido de la historia.

 

        

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