miércoles, 29 de diciembre de 2021

«El poder del perro», de Jane Campion o las seducciones peligrosas.

 

Un western intimista en clave de drama familiar o la firme observancia de la lealtad.

 

Título original: The Power of the Dog

Año: 2021

Duración: 128 min.

País: Australia

Dirección: Jane Campion

Guion: Jane Campion. Novela: Thomas Savage

Música: Jonny Greenwood

Fotografía: Ari Wegner

Reparto: Benedict Cumberbatch, Jesse Plemons, Kirsten Dunst, Kodi Smit-McPhee, Thomasin McKenzie, Frances Conroy, Keith Carradine, Geneviève Lemon, Peter Carroll, Adam Beach, Karl Willetts, Yvette Parsons, Tatum Warren-Ngata, Maeson Stone Skuggedal, Ramontay McConnell, Daniel Cleary, Ella Hope-Higginsony otros.

 

         Es una excelente noticia que Jane Campion, después de más de diez años, tras la excelente Bright Star, criticada en este Ojo, sobre el malogrado poeta inglés John Keats haya vuelto a ponerse detrás de la cámara para dirigir una película sin renunciar a sus predilecciones temáticas y estilísticas. En el ínterin ha sucumbido a la tentación de las series televisivas, pero en El poder del perro se demuestra que el espacio del largo, con su personalísimo tempo lento tan marcado, habría de ser su hábitat esencial. En este caso, siguiendo, en parte, la tendencia actual de las mujeres que ruedan westerns complejos acerca de conflictos íntimos no del todo propios de los lugares comunes del género, Jane Campion se ha sumergido en el género, como lo hiciera no hace poco Chloé Zhao con El jinete, una película de planteamiento muy próximo al de esta, si bien Campion escoge la monumentalidad lírica del paisaje neozelandés para representar la Montana en la que se desarrolla la acción dramática de la película. Eso choca al espectador, porque, sin ser conocedor del paisaje de Montana, aunque el hombre, procedente del español «montaña» es lo suficientemente indicativo, no se hace a la idea de que las montañas que aparecen en la película se correspondan con las del Estado usamericano. Hay un juego estético, una perspectiva fotográfica tan precisa, que, repito, aun ignorando la geografía exacta de Montana, tendemos a pensar en paisajes de otras latitudes, como así ha resultado ser. Si insisto en este aspecto es porque la fusión de algunos personajes con la naturaleza es de tal magnitud en la novela que constituye, per se, una línea temática que refuerza el conflicto dramático de la película.

         La historia es relativamente sencilla, dos hermanos poseen un rancho con reses a las que amenaza una epidemia de ántrax, por lo que han de andar con  cuidado para que no les diezme la cabaña. El mayor de ellos, hierático pero eficaz Jesse Plemons, rompe la estrecha unidad existente entre ambos hermanos cuando decide casarse con la propietaria de un restaurante, una espléndida  Kirsten Dunst en su madurez humana e interpretativa, cuyo hijo, notablemente afeminado, trabaja con ella de camarero y quiere ser doctor como su padre, ya fallecido. El enfrentamiento agresivo y desconsiderado del hermano vaquero con la esposa y el hijo de esta se desata amargamente cuando ella se instala en la casa de ambos, invadiendo un espacio que, hasta ese momento, había sido algo así como el templo de ambos, por lo que la profanación del mismo desata una soterrada violencia que solo persigue un objetivo: echar a la intrusa. Phil, interpretado por Benedict Cumberbatch, acaso en el papel más sólido de su carrera,  de quien, desde un plano inicial en el que acaricia un recuerdo de su mentor, conocemos la adoración/devoción que siente por ese vaquero, «Bronco» Henry, que les enseñó a los hermanos los rudimentos del oficio, comenzará una suerte de campaña de acoso y derribo que arranca, antes del matrimonio de su hermano con la propietaria con la burla homófoba del hijo de Rose, Peter, interpretado por un casi irreconocible  Kodi Smit-McPhee, a quien vimos, como niño en la apocalíptica The Road,  de John Hillcoat y en la tenebrosa y brillante al tiempo Déjame entrar, de Matt Reeves. La ingenuidad del hijo, quien no capta, al principio, la humillación a que lo está sometiendo el vaquero, no tardará en disiparse cuando, después del matrimonio de su madre, él es enviado a la ciudad para estudiar medicina. De lo que sí es consciente, enseguida, es de la labor de zapa de Phil que ha conseguido que su cuñada se refugie en el alcoholismo para poder soportar la enorme presión de su enemigo privado y de las ansias de medro político de su esposo, razón por la cual la expone a una no deseada humillación cuando se empeña en que toque el piano para un senador a quien ha invitado a comer. Esa presencia del piano en la casa, y lo que supone para la anfitriona, en términos de fracaso personal, bien puede entenderse como un guiño paradójico de la autora a la película que la catapultó a la fama universal.

         Aunque la película tiene un buen retrato de ambiente, lo que incluye no pocos personajes de escaso relieve, el drama se sustancia entre los cuatro principales y, mediado el metraje, entre los dos actores cuyo duelo va creciendo a medida que avanza la trama, porque no tardamos en descubrir la intensa pulsión homosexual del rudo vaquero que se ha reído del hijo de su cuñada y en este no tardamos en descubrir una capacidad de respuesta sobre la que no me puedo extender, porque afecta al desenlace de la película. En cualquier caso, la vuelta por vacaciones del joven a la casa del «terror» nos meterá de lleno en el planteamiento de ese irresuelto conflicto erótico, que la directora desvela, sobre todo, en la escena del baño de Phil, cuando este se acaricia eróticamente con una «prenda» de su mentor, después, eso sí, de haber contemplado, al pasar con su caballo, el baño de sus cowboys desnudos en el mismo río donde él se sumergirá, aunque en un espacio vedado a la curiosidad ajena, excepto para Peter, quien lo descubrirá en esa intimidad que Phil vedaba a todo el mundo.

         Todo parece indicar que Phil se ha propuesto hacer daño a su cuñada donde más le duele, en su hijo, a quien se acerca con la finalidad expresa de desfeminizarlo y convertirlo en un rudo cowboy, algo que asusta a su madre, a quien no le gusta que Peter frecuente la compañía del hombre que tanto la ha maltratado. El proceso de seducción, lleno de equívocos, es una maravillosa historia que progresa con la lentitud propia de los acercamientos ambiguos. Por otro lado, solo hay que ver la «planta» desgarbada de Peter, estrecho como las tablas de lavar, para darse cuenta de lo que puede costar convertirlo en aquello para lo que enseguida se intuye que no ha nacido, pero, para sorpresa del espectador, él parece muy complacido en esa «protección» de Phil, de quien, poco a poco, van cayendo las capas de agresividad machista para ofrecernos su cara más próxima a la ternura y a la afectividad. La inmersión de Peter no solo en el mundo de los cowboys, sino también en la naturaleza, en ese  decorado natural captado desde todos los ángulos fotográficos que permite su belleza monumental, nos deparará no pocas sorpresas, como la captura del conejo que, para pasmo y horror de la criada que le lleva una zanahoria, lo ve diseccionado en la mesa donde Peter hace prácticas de anatomía…

         La película no solo se centra en el conflicto dramático de los cuatro personajes, sino que nos muestra, ¡en 1925!, la paulatina modificación de lo que había sido una forma de vida casi inmodificada desde los tiempos de la conquista del oeste. Teóricamente, deberíamos hablar del ya tópico western «crepuscular», pero, el drama íntimo, con sus dosis de terror psicológico, va más allá de la descripción de ese mundo en retroceso. Es cierto que hay una evocación de aquel pasado glorioso representado por «Bronco» Henry, y no pocos «apuntes» sociológicos, como el uso de las botas o del sombrero, ¡no poco ridículo, por cierto, el que escoge el futuro doctor!, pero la película no se pierde en retratos de ambiente, sino que se centra en la acezante pugna de ambos personajes centrales, Phil y Peter.

         La exquisita fotografía, propia siempre de las películas de Campion, así como la lentitud indispensable para poder apreciar las evoluciones psicológicas de los personajes nos permiten seguir con atención el mundo interior de cada uno, por más que desconozcamos sus intenciones reales hasta que damos con la lectura del versículo que da título a la película. Todo lo dicho viene a significar que no se trata de una película de «acción» externa, sino de poderosa e intensa acción interna, mil veces más compleja que aquella y, por supuesto, mucho más interesante. Planean sobre ella las sombras de algunos Oscars, desde luego… Ya veremos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario