La
delicadeza del amor maduro en un paisaje que cobra vida propia.
Título original: L'ombre
d'un mensonge
Año: 2021
Duración: 99 min.
País: Francia
Dirección: Bouli Lanners, Michelle Fairley, Tim Mielants
Guion: Bouli Lanners, Michelle Fairley, Stéphane Malandrin
Música: Pascal Humbert,
Sébastien Willemyns
Fotografía: Frank van den
Eeden
Reparto: Michelle Fairley, Bouli Lanners, Cal Macaninch, Clovis
Cornillac, Julian Glover, Andrew Still, Ainsley Jordan, Anne Kidd, Donald
Douglas, Therese Bradley.
De nuevo a vueltas con los
títulos infames con que algunas distribuidoras salen del paso para unas
películas para las que, acaso, lo mejor sea la traducción literal del título
original, en este caso La sombra de una mentira. En esta película,
además, parece casi obligado, porque la trama de la historia gira,
precisamente, alrededor de una mentira interesada que da pie a una bellísima
historia de amor en la edad madura.
No quisiera
entrar en la sinopsis argumental sin decir que el escenario escogido para la
misma, su definitiva «puesta en escena» se corresponde con una isla natural, la
parte de la islad e Lewis & Harris en la parte norte de las Hébridas, el
archipiélago escocés en el que tantas películas han hallado un set de rodaje
como ningún estudio les puede recrear. El amor con que la cámara se pasea por
los increíbles pasajes de la isla le da vida propia y se convierte en algo más
que un escenario, porque toda la vida de la isla parece condicionada por la
majestuosidad de dicho paisaje al que uno desea trasladarse en cuanto la
película nos ofrece las primeras imágenes del mismo. Y ahí gran parte del mérito se lo lleva el cinematografista Frank van den Eeden, desde luego, porque la película ha sabido captar una luz que revela tanto el paisaje como ciertas piezas oscuras en el interior de cada protagonista.
Luego tenemos
la maldad de las personas que habitan en él, superficial o profunda, da igual,
y es ese contraste, sin embargo, una de las líneas narrativas poderosas de esta
película rodada a seis manos y con una sola e idéntica sensibilidad. Tiene este
crítico la impresión de que si son tres los directores, ello se debe al trabajo
de elaboración conjunta del guion, el cual es posible que haya avanzado a
partir de las colaboraciones del trío director, sobre todo porque no hablamos
de una película discursiva, sino de un relato íntimo en el que los gestos, las
miradas y los silencios, en interior o exterior, van construyendo poco a poco
la historia.
Un hombre de
desconocido origen, más allá de ser hablante nativo del francés, vive sus días
en esta isla escocesa trabajando como ayudante de un ganadero, con cuyo nieto
trabaja. En una conversación de bar, el joven le dice que a su tía Millie, a
quien él aprecia enormemente, es conocida como «la dama de hielo», un apelativo
congruente con la condición de «vieja solterona» que parece haberse quedado,
como decimos en España, para vestir santos… Que la familia a la que la mujer pertenece
sea de estricta obediencia presbiteriana y que se respeten ciertas tradiciones
relativas a la misma, como la del uso de los sombreros las mujeres de esa confesión
cuando van a la iglesia, hemos de considerarla meramente anecdótica, pero
explica esa crueldad ínfima de las pequeñas comunidades que se ceban en cuantos
no parecen seguir los pasos de la comunidad.
En un momento
dado, el trabajador extranjero, de naturaleza muy reservada y extraña vida
anterior desconocida, sufre un ictus y está a punto de morir, pero sale bien
librado de él, si bien con una amnesia que va a favorecer la aparición de la
mentira que supone un motor narrativo muy poderoso, porque la mujer, desde que
tiene noticia del accidente, se moviliza para convertirse en la persona de
referencia del accidentado para el sistema de salud, a quien, por otra parte,
dado su hermetismo, no se le conoce ninguna relación familiar. Cuando vuelve de
Inverness, donde ha sido tratado, ella le revela que, antes de sufrir el ictus,
ambos eran amantes y él, poco a poco, a medida que va aceptando su nueva
situación de desmemoriado, empieza a ver de modo muy diferente a la mujer, con
quien, al final, acaba teniendo una relación amorosa e intensamente sexual que
cambia ambas vidas, la de ella y la de él.
Más tarde,
acaba apareciendo el hermano menor de Phil y es entones cuando descubre el espectador
que el protagonista es de origen belga y que su hermano quiere llevárselo de
vuelta a Bélgica con él. Pero ya es muy tarde. Phil y Millie han ido
aprendiendo a un re-conocerse que es, en realidad, un simple conocerse, y lo
hacen con el fondo de un paisaje en el que ambos se integran de manera parecida
a lo que el mar es para los peces. Poco a poco se va tejiendo su historia de
amor con el más delicado de los hilos, y ambos, además, saben expresarlo con una
pasmosa intensidad arrebatadora, a fuer de controlada. Las grandes pasiones no
nos empujan a la acción, sino, como la propia palabra indica, a la quietud
interior en la que los fenómenos no necesitan movimiento para sacudirnos y
conmocionarnos intensamente.
Ella vive con
el miedo no paralizante de que él recupere la memoria y descubra la mentira de
que ha sido víctima. Él, con el miedo a que a ese primer ataque le pueda seguir
otro que lo deje fuera de combate y acabe perdiéndolo todo. A Bouli Lanners no
lo conocía, pero sí a Michelle Fairley, a quien acabo de ver en Hidden
Agenda, de Ken Loach, pero ambos son capaces de echarse a los espectadores a
la espalda y recompensarlos espléndidamente con unas actuaciones medidas,
esenciales, sin artificio, propias del cine nórdico, tan especializado en la descripción
y el análisis de las relaciones de pareja, como las películas del propio
Bergman, tan aficionado él, además, a buscar exteriores de hondas raíces
significativas. Añádase al conflicto central una buena descripción del
presbiterianismo del lugar y nos sentimos, entonces, la mar de cómodos en ese
tipo de películas tan atractivas en que la acción se enmarca en una comunidad
minoritaria, con sus propias costumbres, con la que la protagonista entra en
conflicto
Cuando
selecciono una película en Filmin, nunca sé exactamente qué voy a ver, porque
tiene un catálogo de cine europeo tan amplio que no es infrecuente tropezar con
«novedades» como la presente; pero de lo que sí estoy seguro es de que
raramente ese catálogo me decepciona.
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