Título original: Zalava
Año: 2021
Duración: 93 min.
País: Irán
Dirección: Arsalan Amiri
Guion: Arsalan Amiri,
Tahmineh Bahramalian, Ida Panahandeh
Música: Ramin Kousha
Fotografía: Mohammad Rasouli
Reparto: Navid Pourfaraj,
Pouria Rahimi, Baset Rezaei, Hoda Zeinolabedin.
En un pueblo
pegado a la ladera de un monte se suceden hechos extraños que los habitantes
del mismo achacan a la presencia de demonios que requieren la presencia de un
exorcista para poderse librar del maleficio. Junto a él, un destacamento del
ejército, con dos altas torres de vigilancia, domina la comarca y asegura la
paz y la tranquilidad en la ona. El sargento al mando ha sido trasladado a otro
destino, pero, justo cuando está a punto de marcharse, tras haber entregado su
arma reglamentaria, llegan noticias del pueblo que hablan de que este se ha
soliviantado por la presencia de los demonios y quieren resolverlo, como
siempre, disparando con sus armas legales contra quienes consideren que los
demonios se han apropiado de ellos. El sargento decide quedarse y enfrentarse a
las supersticiones de los pueblerinos, quienes celebran la visita del exorcista
Amardan que va a liberarlos del demonio, metiéndolo en una redoma, como en la
que estaba, antes de ser liberado, el Diablo Cojuelo de Luis Vélez de Guevara
en nuestro siglo XVII. Y así sucede, cuando aparece ante el pueblo diciendo que
lo ha encerrado en el frasco que exhibe y que los pueblerinos miran y aceptan con
total prevención y temor. El militar lo detiene y encarcela, para imponerse a
la superstición de los habitantes de la villa. El soldado que o acompaña, sin
embargo, da un cambiazo y deja el frasco con el demonio en el bolso de la
doctora y se lleva uno vacío al puesto de vigilancia. Amardan entra en crisis y
obliga al soldado a liberarlo para proteger al pueblo, porque lo más seguro es
que el demonio se haya escapado, lejos de él.
El terror, el pánico,
que se apodera de los ingenuos villanos es de una naturaleza que se ha de hacer
un ejercicio de velo diacronía para retroceder no ya a unos cuantos años atrás,
sino a la idiosincrasia de un pueblo encerrado en tradiciones como la de los
exorcismos de quienes los defienden contra las asechanzas del diablo, dispuesto
a acabar con personas y animales. De un lado, el sargento y la doctora que
atienda a la población representan una isla de racionalidad en un mundo
dominado por la superstición. Cuando él acaba en la casa/clínica de ella, se
desvelará un curioso secreto: que de niño estuvo en un orfanato y que la pareja
que lo adoptó, al descubrir que tenía seis dedos, lo devolvió inmediatamente al
orfanato, porque ello era una señal inequívoca de estar poseído por el demonio.
Recuerdo que no lejos de Irán, en Pakistán, hay una región en la que es hasta
normal nacer con seis dedos en las manos. Yo mismo tuve un alumno con ellos,
oriundo de esa región. Pero el propio apellido de una compañera en mi época de
funcionario de Hacienda, Seisdedos, da a entender que no es tan inusual ni
siquiera en España.
La película se
anuncia como una película de terror, como corresponde siempre que el diablo
anda haciendo de las suyas, pero lo fundamental en ella es que el terror no
emerge de ningún efecto especial ni de sustos recurrentes que nos estremezcan,
sino que nace propiamente del convencimiento absoluto de los vecinos de la
villa, por cuyas calles hay recorridos nocturnos que intimidan al más pintado,
pero nada en ellos suscita tanto miedo como hasta dónde pueden llegar esos
vecinos armados para defenderse del diablo que ha provocado la muerte de una
joven y la de algunos animales. La vuelta de Amardan, una suerte de oficinista
de los años 60, no acaba de convencer a los vecinos de que sea capa de «reducir
y atrapar» al diablo, por lo que deciden, una vez que se enteran de que el
frasco que lo contiene está en la clínica, prenderle fuego y acabar con la
vivienda y con los moradores. El enfrentamiento entre el sargento escéptico y
Amardan, quien pide tiempo para exorcizar al demonio en la clínica, se va a
sustanciar ante el coro de rifles de los vecinos y jueces en cuya decisión está
resolver de una u otra manera el asunto.
El retrato
antropológico de la superstición es uno de los grandes atractivos de la
película; del mismo modo que lo fue para nosotros el anacronismo de la familia
de Paco, El bajo —Niña Chica incluida—, en Los santos inocentes, de
Mario Camus. Y si bien en esta hay un atisbo de esperanza para las nuevas
generaciones, en Zalava no aparece por ningún lado, y todo acaba como
acaba, que es algo que ha de ver cada espectador.
Nadie entienda
que Zalava puede encasillarse, sin más, y aun con cierto desdén, en lo
que se ha dado en llamar cine «étnico», porque se cometería una injusticia
tremenda. Zalava es una película magnífica, con un guion estupendamente
desarrollado y con unas actuaciones apropiadísimas, sobre todo del dúo
protagonista, que tiene un diálogo amoroso bellísimo hacia el final de la
película. No se trata tanto de una película sobre el subdesarrollo, cuanto de
una visión antropológica de unas creencias populares en nada diferentes de las
que, hasta no hace mucho, han sido moneda corriente en pueblos apartados de nuestra
propia geografía. Recordemos El milagro, de Rossellini, con Fellini
interpretando a San José, por ejemplo, en la que una joven de un pequeño pueblo
cree haber sido preñada por Dios…
Con los ojos
sin prejuicio de quien se abre a toda las historias y a las maneras de narrar
que brinda el cine, estoy convencido de que no me quedaré solo en la alta
apreciación de esta película que, por muy remota y escondida que sea la
geografía en la que la historia transcurre, nos habla de estadios de la civilización
que, sin embargo, no nos son tan lejanos como a primera vista pudiera
parecernos.
¡Anímense!
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