sábado, 2 de octubre de 2021

«Complicidad sexual», de Larry Peerce: Philip Roth en pantalla.

 

Adaptación de la primera novela corta de Philip Roth y debut estelar de Ali McGraw…

 

Título original:  Goodbye, Columbus

Año: 1969

Duración: 102 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Larry Peerce

Guion: Arnold Schulman. Novela: Philip Roth

Música: Charles Fox

Fotografía: Enrique Bravo, Gerald Hirschfeld

Reparto: Richard Benjamin, Ali MacGraw, Jack Klugman, Nan Martin, Michael Meyers, Lori Shelle, Monroe Arnold, Kay Cummings, Sylvie Strause, Royce Wallace.

 

         Después de El incidente, una película que ya critiqué en este Ojo de forma entusiasta, Larry Peerce se atrevió con la obra primeriza de Philip Roth, Goodbye, Columbus, un relato extenso que llevó a la pantalla el mismo año en que el escritor publicó la obra que le consagró El lamento de Portnoy, que,  tres años después, sería llevada al cine por Ernest Lehman, el reputado guionista de Con la muerte en los talones, Chantaje en Broadway (basado en una obra suya), West Side Story o ¿Quién teme a Virginia Woolf? , y ello con la particularidad de que en ambas el protagonista fue el mismo, Richard Benjamin, que encarnó tanto en una como en otra, a la perfección, al antihéroe de Roth, trasunto de sí mismo, como en la mayoría de sus novelas. De hecho, el comienzo de la película, con el protagonista nada atlético en bañador, prendado de una belleza sirénida de quien ni él mismo apostaría nada por que se fijara en él, ya da a entender ese punto de distancia abismal entre la realidad y el deseo, pero, al mismo tiempo, intuimos que lo mucho que el deseo puede hacer por cambiar la realidad, a juzgar por el  buen resultado que le da la descarada intensidad con que logra arrancarle una cita, creyendo que a ella lo acecha un joven alto y atlético que resulta ser, para su alivio, el hermano de ella.

         El protagonista se ha licenciado del ejército, vive con sus tíos en un barrio popular y trabaja en una biblioteca pública. Vive modestamente y sin necesidad ninguna de trazarse planes para el futuro, pero sí de vivir en el presente y, como es bien lógico, dada su edad, satisfacer el urgente deseo de tener relaciones sexuales con quien pueda. Y ahí, a partir de la primera cita y un beso, se inicia una relación «desigual» entre el joven y no solo su «novia» no oficial, sino con toda la familia, tan particular como solo Roth sabe pintar ciertas familias judías llenas de contradicciones y contrastes. La riqueza de la familia, ostentada mediante una mansión tan lujosa como kitsch, y por su membresía del mejor club de la zona, está basada, sin embargo, en un trabajo en el que el padre no se distingue, como advertimos por sus «modales» en la mesa, que horrorizan a su «refinada» esposa, de cualquier rudo trabajador como los que emplea en su negocio. El protagonista, Neil, visita la casa y queda poco menos que en estado de choque cuando advierte el caos que parece enseñorearse de la familia. La próxima salida del hermano mayor para ir a estudiar a Columbus, a la Ohio State University, se tuerce por un súbito matrimonio que ha de contraer por la «vía rápida», lo que antiguamente llamábamos, «de penalty». La invitación de Brenda a Neil para que pase un par de semanas con  ellos en la casa, provoca la indignación de la madre, la indiferencia del padre, quien cree que «la niña» pronto se cansará de ese joven sin porvenir, y el inequívoco acecho homosexual del hermano mayor, quien se insinúa con cierto descaro al «novio» de su hermana. La hermana pequeña de ambos, un compendió de los graves defectos de las niñas mimadas y echadas a perder por una falta de educación y una complacencia absoluta ante los caprichos de la criatura establecerá una graciosa relación con el invitado, quien incluso habrá de quedarse al cuidado de ella una tarde, para su desesperación.

         Para cuando Neil se instala en la casa, él y Brenda ya han tenido relaciones sexuales plenas que continúan, clandestinamente, en la casa, lo que da pie a algún gag gracioso. Súbitamente, sin embargo, todo cambia cuando él se entera de que ella ni toma las pastillas anticonceptivas ni lleva un diafragma, con el riesgo consiguiente de que se quede embarazada. Recordemos que en 1969, apenas se llevaban cuatro años del uso masivo de la píldora. La protagonista alega, por ejemplo, que el uso de las pastillas la engorda…, y si por algo se caracteriza ella es por la fobia a engordar. Por ese camino se abre una de las vías por la que discurrirá la relación entre ambos, con la salida de ella de la ciudad para ir a estudiar al College. Mucho antes, sin embargo, y se puede considerar que esas secuencias son parte central de la película, asistimos a la boda del hermano, celebrada por todo lo ato por los padres. Dicha boda, que podría haber dado título a la película, aunque indirectamente se lo da, es todo un muestrario sociológico de la comunidad judía, y ahí Roth entre sin piedad con el bisturí bien afilado para trazar unos retratos que se acercan incluso al esperpento. No solo los familiares y amigos quedan «retratados», sino también la ligereza de cascos de la joven, una elipsis complicada por un montaje que, en medio de ese alboroto, confunde al espectador, cuando la joven es arrastrada por un muchachote que se la lleva fuera de foco, imaginamos con qué intención…, y ella vuelve a aparecer, más tarde, como si nada, aunque ambos protagonistas saben que ha ocurrido «algo», mientras Neil había de soportar estoicamente el asedio sin paliativos del hermano del padre de la novia, alguien que se queja amargamente de no haber prosperado tanto como su hermano, a pesar de ser más inteligente que él.

         En esta primera narración de Roth y ello se ve claramente en la película, la sexualidad es la estrella principal de la función. Los tiempos de cambio en la mentalidad de los jóvenes en el año 1969 se cuelan por todas las rendijas de la historia y se instala en la mirada erotizada del joven, lo que constituye el arranque visual de la película, cuando las diversas partes de la anatomía femenina ocupan el primer plano de la pantalla, casi en modo de cámara subjetiva, porque no tardamos en atribuir esa atención tan focalizada a la mirada de Neil, quien, por cierto, había sido invitado a esa piscina selecta de Purchase, N.Y. por su prima, un rama de la familia enriquecida, como la de Brenda. La tensión entre la apariencia social y las raíces forma parte, pues, de lo mejor de la narración, y todo ello acaba revelándose, clamorosamente, en la boda. No niego que el desenlace parezca algo forzado, pero hemos de entender que si los héroes de Roth se caracterizan por algo no es precisamente por asumir responsabilidades de las que no se creen que sean responsables o ni siquiera de compartirlas, en un acto de generosidad… La estética de la película, muy de época, tiene ese toque entre hortera y quiero y no puedo, propio de los ricos advenedizos, que la lastra en parte, pero la dirección de Peerce es ágil y sabe adentrarse en las psicologías de sus personajes, a los que retrata con la misma acidez con que Roth escribió la narración. A guisa de anécdota, ¡qué llamativo resulta que entre los métodos anticonceptivos que salen a colación, en ningún momento se mencione el condón y, sobre todo, se haga depender exclusivamente de la mujer la protección contra el embarazo no deseado!

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