Adaptación de la primera novela corta de Philip Roth y debut estelar de Ali McGraw…
Título original: Goodbye, Columbus
Año: 1969
Duración: 102 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Larry Peerce
Guion: Arnold Schulman. Novela: Philip Roth
Música: Charles Fox
Fotografía: Enrique Bravo,
Gerald Hirschfeld
Reparto: Richard Benjamin, Ali MacGraw, Jack Klugman, Nan Martin,
Michael Meyers, Lori Shelle, Monroe Arnold, Kay Cummings, Sylvie Strause, Royce
Wallace.
Después de El incidente,
una película que ya critiqué en este Ojo de forma entusiasta, Larry
Peerce se atrevió con la obra primeriza de Philip Roth, Goodbye, Columbus,
un relato extenso que llevó a la pantalla el mismo año en que el escritor
publicó la obra que le consagró El lamento de Portnoy, que, tres años después, sería llevada al cine por Ernest
Lehman, el reputado guionista de Con la muerte en los talones, Chantaje
en Broadway (basado en una obra suya), West Side Story o ¿Quién teme a
Virginia Woolf? , y ello con la particularidad de que en ambas el
protagonista fue el mismo, Richard Benjamin, que encarnó tanto en una como en
otra, a la perfección, al antihéroe de Roth, trasunto de sí mismo, como en la
mayoría de sus novelas. De hecho, el comienzo de la película, con el
protagonista nada atlético en bañador, prendado de una belleza sirénida de
quien ni él mismo apostaría nada por que se fijara en él, ya da a entender ese
punto de distancia abismal entre la realidad y el deseo, pero, al mismo tiempo,
intuimos que lo mucho que el deseo puede hacer por cambiar la realidad, a
juzgar por el buen resultado que le da
la descarada intensidad con que logra arrancarle una cita, creyendo que a ella
lo acecha un joven alto y atlético que resulta ser, para su alivio, el hermano
de ella.
El protagonista
se ha licenciado del ejército, vive con sus tíos en un barrio popular y trabaja
en una biblioteca pública. Vive modestamente y sin necesidad ninguna de trazarse
planes para el futuro, pero sí de vivir en el presente y, como es bien lógico,
dada su edad, satisfacer el urgente deseo de tener relaciones sexuales con
quien pueda. Y ahí, a partir de la primera cita y un beso, se inicia una relación
«desigual» entre el joven y no solo su «novia» no oficial, sino con toda la
familia, tan particular como solo Roth sabe pintar ciertas familias judías
llenas de contradicciones y contrastes. La riqueza de la familia, ostentada mediante
una mansión tan lujosa como kitsch, y por su membresía del mejor club de la
zona, está basada, sin embargo, en un trabajo en el que el padre no se
distingue, como advertimos por sus «modales» en la mesa, que horrorizan a su «refinada»
esposa, de cualquier rudo trabajador como los que emplea en su negocio. El
protagonista, Neil, visita la casa y queda poco menos que en estado de choque
cuando advierte el caos que parece enseñorearse de la familia. La próxima
salida del hermano mayor para ir a estudiar a Columbus, a la Ohio State
University, se tuerce por un súbito matrimonio que ha de contraer por la «vía
rápida», lo que antiguamente llamábamos, «de penalty». La invitación de Brenda
a Neil para que pase un par de semanas con
ellos en la casa, provoca la indignación de la madre, la indiferencia
del padre, quien cree que «la niña» pronto se cansará de ese joven sin porvenir,
y el inequívoco acecho homosexual del hermano mayor, quien se insinúa con
cierto descaro al «novio» de su hermana. La hermana pequeña de ambos, un
compendió de los graves defectos de las niñas mimadas y echadas a perder por
una falta de educación y una complacencia absoluta ante los caprichos de la
criatura establecerá una graciosa relación con el invitado, quien incluso habrá
de quedarse al cuidado de ella una tarde, para su desesperación.
Para cuando
Neil se instala en la casa, él y Brenda ya han tenido relaciones sexuales
plenas que continúan, clandestinamente, en la casa, lo que da pie a algún gag
gracioso. Súbitamente, sin embargo, todo cambia cuando él se entera de que ella
ni toma las pastillas anticonceptivas ni lleva un diafragma, con el riesgo
consiguiente de que se quede embarazada. Recordemos que en 1969, apenas se
llevaban cuatro años del uso masivo de la píldora. La protagonista alega, por
ejemplo, que el uso de las pastillas la engorda…, y si por algo se caracteriza
ella es por la fobia a engordar. Por ese camino se abre una de las vías por la
que discurrirá la relación entre ambos, con la salida de ella de la ciudad para
ir a estudiar al College. Mucho antes, sin embargo, y se puede
considerar que esas secuencias son parte central de la película, asistimos a la
boda del hermano, celebrada por todo lo ato por los padres. Dicha boda, que
podría haber dado título a la película, aunque indirectamente se lo da, es todo
un muestrario sociológico de la comunidad judía, y ahí Roth entre sin piedad
con el bisturí bien afilado para trazar unos retratos que se acercan incluso al
esperpento. No solo los familiares y amigos quedan «retratados», sino también
la ligereza de cascos de la joven, una elipsis complicada por un montaje que, en
medio de ese alboroto, confunde al espectador, cuando la joven es arrastrada
por un muchachote que se la lleva fuera de foco, imaginamos con qué intención…,
y ella vuelve a aparecer, más tarde, como si nada, aunque ambos protagonistas
saben que ha ocurrido «algo», mientras Neil había de soportar estoicamente el
asedio sin paliativos del hermano del padre de la novia, alguien que se queja
amargamente de no haber prosperado tanto como su hermano, a pesar de ser más
inteligente que él.
En esta primera
narración de Roth y ello se ve claramente en la película, la sexualidad es la
estrella principal de la función. Los tiempos de cambio en la mentalidad de los
jóvenes en el año 1969 se cuelan por todas las rendijas de la historia y se
instala en la mirada erotizada del joven, lo que constituye el arranque visual
de la película, cuando las diversas partes de la anatomía femenina ocupan el
primer plano de la pantalla, casi en modo de cámara subjetiva, porque no
tardamos en atribuir esa atención tan focalizada a la mirada de Neil, quien,
por cierto, había sido invitado a esa piscina selecta de Purchase, N.Y. por su
prima, un rama de la familia enriquecida, como la de Brenda. La tensión entre
la apariencia social y las raíces forma parte, pues, de lo mejor de la narración,
y todo ello acaba revelándose, clamorosamente, en la boda. No niego que el
desenlace parezca algo forzado, pero hemos de entender que si los héroes de
Roth se caracterizan por algo no es precisamente por asumir responsabilidades
de las que no se creen que sean responsables o ni siquiera de compartirlas, en
un acto de generosidad… La estética de la película, muy de época, tiene ese toque
entre hortera y quiero y no puedo, propio de los ricos advenedizos, que la
lastra en parte, pero la dirección de Peerce es ágil y sabe adentrarse en las
psicologías de sus personajes, a los que retrata con la misma acidez con que
Roth escribió la narración. A guisa de anécdota, ¡qué llamativo resulta que
entre los métodos anticonceptivos que salen a colación, en ningún momento se
mencione el condón y, sobre todo, se haga depender exclusivamente de la mujer la
protección contra el embarazo no deseado!
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