jueves, 27 de enero de 2022

«Josie», de Eric England o el «noir» luminoso.

 

El poder adictivo de la venganza inyectada en los ojos que contemplan la muerte de cerca.

 

Título original: Josie

Año: 2018

Duración: 87 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Eric England

Guion: Anthony Ragnone II

Música: Raney Shockne

Fotografía: Zoe White

Reparto: Sophie Turner, Dylan McDermott, Jack Kilmer, Daeg Faerch, Kurt Fuller, Robin Bartlett, Aleh Neliubin.

 

         No pensaba hacer la crítica de esta película, pero, junto al poco eco crítico en Filmin y las malas críticas de los profesionales, me ha salido la vena robinjudesca y me he decidido a romper dos o tres teclas en su defensa, aunque la película se defiende a sí misma bastante bien, siempre que se acepten las inverosimilitudes de rigor, se aprecie el retrato de un microcosmos domiciliario muy particular de Usamérica —en este caso un motel en la línea de The Florida Project, de Sean Baker, pero a escala reducida— y se transija con unos caracteres herméticos que solo irán desarrollando su historia muy lentamente hasta el abrupto desenlace desde el que se inicia la historia sin revelar qué ha sucedido.

         Sucede a menudo, las historias que condensan el claro sentido de las mismas en los últimos minutos de metraje nos invitan a pensar que hemos sido «estafados» durante la hora y cuarta precedente, porque se nos podría haber puesto en antecedentes y nos hubieran sobrado escenas que los impacientes consideran «de relleno». Allá cada cual con su predilección por los tiempos de la narración, pero creo firmemente que Eric England acierta de lleno con el ritmo moroso que imprime a su narración, y el modo como vamos cayendo en las diferentes trampas que nos pone a los espectadores, para que creamos que estamos ante una película muy diferente de la que, en realidad, acaba siendo, pongamos Lolita, de Kubrick, por ejemplo.

         A un motel muy modesto en el que viven un hombre misántropo y amante de las tortugas, un matrimonio jubilado, y donde trabaja un jardinero hispano, llega una joven que se instala para asistir a la escuela, con la excusa de que sus padres la han enviado por delante para que no pierda el curso. Está claro que la presencia de la «extraña» no solo altera la vida del motel, porque imanta poderosamente la atención del hombre insociable y lo obliga a participar, por acompañarla, en ciertas reuniones a las que no suele asistir, y además «enciende», literalmente, el deseo de sus jóvenes compañeros de clase, quienes desean llevársela a la cama. El hombre trabaja como guardián en el aparcamiento de la escuela a la que asisten los jóvenes y tiene una tensa relación con ellas que va en aumento a cuenta del acercamiento de la extraña a uno de ellos, con el que intima. El hombre solitario y amante de la pesca, un tejano enamorado del country y con serias dificultades para la comunicación interpersonal, hasta aquí responde inequívocamente a un tópico que no por serlo deja de existir, se enamora perdidamente de la joven, pero no cuenta con que ella, precisamente por su juventud, se inclina más hacia una relación con el joven. Los celos, pues, al margen del enfrentamiento entre ambos, acabarán jugando un papel determinante en lo que, con todo, no es sino una pantalla perfectamente diseñada por la joven para conseguir su objetivo oculto, el cual me abstengo de revelar porque entonces sí que fastidiaría la película a cuantos se acercaran a ella, acaso llevaos, al parecer, por el renombre de la actriz, famosa por una serie de la que no he visto ni un capítulo, Juego de tronos. Será por eso, acaso, por lo que, sin recodar su lejana intervención en Mi otro yo, de Isabel Coixet, una floja película, la verdad, la he visto en esta con la sensación de descubrir una nueva actriz.

         Está fuera de toda duda que el director ha tenido como referente la Lolita de Kubrick, pero no es menos cierto que el microcosmos extravagante en que ha situado a los personajes le permite incidir en ciertos modos de vida usamericanos que describe con sutileza y buen humor corrosivo. Leídos los argumentos de sus otras películas, todas ellas dedicadas al horror «crudo», por así decir, quizás esta supone un giro hacia otro tipo de terror que mezcla la típica venganza del western con la sofisticación psicológica de las psicopatías, aunque todo ello se distribuya de forma escasamente homogénea a través de la película.

         Insisto, exhibiendo la generosidad pertinente para pasar por alto ciertos retorcimientos argumentales, algo efectistas, la película se aprecia mucho más desde el desenlace y, por supuesto, por el epílogo que lo deja todo meridianamente claro. Por supuesto que la morosidad del desarrollo puede cansar a los espectadores que no acaban de ver por dónde puede acabar derivando la historia, pero no es menos cierto que el retrato de los personajes, especialmente el del tejano  cojo que dejó por escrúpulos morales su profesión de funcionario de prisiones son muy acertadas y permiten, gracias a las buenas interpretaciones de Sophie Turner y de Dylan McDermott entrar en dos psicologías diametralmente opuestas.

         Tengan paciencia, pues, y disfruten del viaje, porque la recompensa merece la pena.

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