Título original: The Bad Sister
Año: 1931
Duración: 68 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Hobart Henley
Guion: Edwin H. Knopf, Tom Reed, Raymond L. Schrock. Novela: Booth
Tarkington
Música: David Broekman
Fotografía: Karl Freund
Reparto: Conrad Nagel, Sidney Fox, Bette Davis, ZaSu Pitts, Slim
Summerville, Charles Winninger, Emma Dunn, Humphrey Bogart, Bert Roach, David
Durand.
Título original: Hell's House
Año: 1932
Duración: 72 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Howard Higgin
Guion: Paul Gangelin, B. Harrison Orkow. Historia: Howard Higgin
Fotografía: Allen G. Siegler
(B&W)
Reparto: Bette Davis, Pat O'Brien, Junior Durkin, Frank Coghlan Jr.,
Emma Dunn, Charley Grapewin, Morgan Wallace, Hooper Atchley, Wallis Clark,
James A. Marcus.
Los inicios de
una estrella, Bette Davis, en dos películas de cierto mérito: un estudio de la
tiranía de la belleza y el drama de los correccionales carcelarios.
Mi intención era prestar atención al debut
de Bette Davis y a lo que, en poco menos de un año sería ya su sexta película,
en la que, en tan poco tiempo, ya aparecería por encima, en los títulos de
crédito, de un actor tan famoso como Pat O’Brien, en cuya haber se contaba una
primera y estupenda versión de The Front Page, de Lewis Milestone. Sin
embargo, mi sorpresa ha sido mayúscula, no solo por la aparición de un clásico
del cinematografismo, Karl Freund, toda una institución del expresionismo germánico,
sino, también, por la aparición de un joven Humphrey Bogart en un papel de
seductor estafador que cumple a la perfección.
La mala hermana
es, sin embargo, una suerte de vehículo de lucimiento para una debutante,
Sidney Fox, de la que nadie hoy se acuerda, frente a la legendaria carrera de
Bette Davis, la hermana «fea» que está enamorada del doctor que corteja a su
hermana hasta que llega el seductor Bogart y la persuade para meter a su padre
en una estafa de tomo y lomo. En ese ambiente familiar en el que se describe el
narcisismo egoísta y tiránico del «ojito derecho» de un padre, incapaz de
negarle nada a la interesada hija, destaca, con mucho, la interpretación
fabulosa de una criada que se considera injustamente tratada por esa hija y no
valorada por el resto de la familia. Se trata de un papel cómico en lo que
acabará teniendo más de tragedia que de comedia, pero interpretado por una de
las grandes actrices del más puro cine rodado nunca: me refiero a que ZaSu
Pitts fue la protagonista de uno de los grandes dramas de la Historia del cine:
Avaricia, de Erich von Stroheim, toda una institución del Séptimo Arte.
Su participación cómica sirve de contrapunto a la callada resignación de la
hija encarnada por Bette Davis y a los aires de gran señora de la hija
narcisista, cuyos retratos decoran la pared sobre el cabezal de la cama. No
tiene mucho papel, la Davis, y he leído en un crítico de Filmin que su madre se
salió del cine a media película, convencida de que ahí se había acabado la
historia cinematográfica de su hija. El enredo financiero que sustenta la trama
solo sirve para que todo el peso de la culpa, por haber falsificado la firma
del padre, caiga sobre una hija manipuladora, egoísta y desconsiderada, y en
ese sentido la película avanza con pulso firme por las recónditas cavernas de
una persona despreciable que, incluso después de haberse quitado de encima a su
viejo amante, por mor de dejarse camelar por el seductor Bogart, pretende,
después, volver al punto de partida, como si nada hubiera pasado. Por el medio,
el nacimiento de un nieto al matrimonio y la perdida de la hija en el parto,
que hará que la criatura sea criada en la casa familiar, redondean la vida de
una familia de clase media. El hermano pequeño, un briboncillo, tiene un a
intervención destacada en la revelación al doctor, mediante el diario que el
hermano le deja leer, del amor que por él siente la hermana «invisible». Se
advierte, para el buen espectador, la presencia de Karl Freund a los mandos de
la fotografía y la cámara, porque la película tiene un empaque clasicista que
va bastante más allá de una mera trama de serie B.
En Hell’s House,
a pesar de figurar como actriz destacada, el papel de la Davis es muy reducido,
y subordinado al de un Pat O’Brien que se encarga de utilizar en su provecho la
admiración que, con su verborrea, logra arrancar de un jovencito de 15 años que
ha llegado a la ciudad para vivir con sus tíos, porque su madre ha muerto,
atropellada por un automóvil en el pequeño pueblo agrícola donde tenían su
casa. La primera escena de la madre y el hijo me parece absolutamente fordiana,
aunque la película no tarda en derivar hacia lo que se plantea como firme denuncia:
las condiciones carcelarias de los correccionales donde acaban los pequeños delincuentes.
Estamos al final de la ley seca y un pequeño contrabandista de licor es
denunciado por una vecina, justo el día en que «coloca» al joven recién llegado
a la ciudad como ayudante para contestar un teléfono en un cuartucho miserable en
el que lo detienen los agentes antinarcóticos. Llevado ante el juez, y para no
denunciar a Mr. Kelly, quien cree él que es un hombre importantísimo, no lo
denuncia y es llevado a un correccional, donde habrá de estar tres años. Bette
Davis aparece como la novia de Mr. Kelly, con un vestuario y una presencia física
poco menos que de vampiresa, o ansí, aunque su papel es, insisto, casi
irrelevante. El joven Junior Durkin, desaparecido prematuramente a los 20 años
en un accidente de tráfico cuando viajaba en compañía de Jackie Coogan, amigo
suyo, y que resultó ileso, es el protagonista absoluto de la película y he de
confesar que es una delicia contemplarlo, tanto en su ingenuo papel de «amigo»
de Mr. Kelly, como en interno del correccional que vive experiencias muy
amargas, la muerte de uno de los compañeros incluida, quien fue llevado a una
celda de castigo por no revelar que era él quien había violado la norma de no
contactar de forma clandestina con el exterior a través de cartas. Junto a él,
tiene un destacadísimo papel Frank Coghlan Jr., que fue una de las estrellas
infantiles de los años 20 y 30 del pasado siglo. La escena de la muerte de
Shorty, el personaje que él representa, en brazos del representado por Durkin, es de un patetismo extraordinario y es
capaz de conmover al más duro de los duros que presuma de serlo. La película,
desde que el joven huérfano entra en el correccional, es la historia tremenda
de la explotación y represión de unos niños que más viven en un campo de
concentración y explotación laboral que en una institución que atienda a su
rehabilitación. La escena en la que el protagonista, como kapo encargado
de la vigilancia de sus compañeros, ha de sustituir a un guardián y controlar
el castigo de silencio y atención imperturbable que sufren los internos, ha de
formar parte, a mi entender, de las mejores secuencias del cine de denuncia
social, como toda la película en su conjunto. Me reservo el final, porque
estamos ante una película de uno de esos directores fundacionales de la
industria que merecería un reconocimiento mayor del que tiene, porque estamos
hablando de una obra totalmente desconocida para cualesquiera públicos. Véanla,
no se arrepentirán. Se lo garantizo. Ya digo que la cinta, por su propia trama,
más pertenece al género carcelario —intento de fuga incluido…— que al
melodrama, si bien participa de ambos, y en esa segunda parte es en la que
entra la fugaz aparición de una espectacular y modernísima Bette Davis, una
actriz de absoluta versatilidad.
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