Epicedio del periodismo como «cuarto poder» que fue, antes de subordinarse al poder político como trinchera del sectarismo corrupto y distorsionador de lo real.
Título original: Deadline -
U.S.A.
Año: 1952
Duración: 87 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Richard Brooks
Guion: Richard Brooks
Música: Cyril J. Mockridge
Fotografía: Milton R.
Krasner (B&W)
Reparto: Humphrey Bogart, Ethel Barrymore, Kim Hunter, Ed Begley, Warren
Stevens, Paul Stewart, Martin Gabel, Joe De Santis, Joyce Mackenzie, Audrey
Christie, Fay Baker, Jim Backus.
Por lo que he leído sobre sus
dos primeras películas, Crisis y El milagro del cuadro, el salto artístico
de Richard Brooks en su tercera película, Deadline- USA, bien
puede calificarse como el del aprendizaje a la maestría, porque El cuarto
poder , a 70 años de distancia de su estreno, puede ser ya considerado como
uno de los títulos que acreditan a Brooks como uno de los grandes directores de
todos los tiempos. La pasión por el periodismo, por la libertad y por el
compromiso individual y profesional con la verdad tienen en esta película el
máximo exponente de veracidad. La historia gira en torno a una cabecera
periodística independiente que no logra sobrevivir
al fallecimiento de su creador y será vendida a un grupo que acabará con un
espíritu de servicio a la sociedad que determina la razón de ser del periodismo
auténtico, ese mismo que forma parte esencial de las señas de identidad de la
democracia usamericana. El cuarto poder es, en realidad, un epicedio
sobre esa clase de periodismo insobornable sin el cual no se entiende el
equilibrio de poderes en una sociedad democrática. Hace poco, The Post, de
Spielberg, nos contaba prácticamente la
misma historia, pero con un caso real. The Day es el periódico de El
cuarto poder y se inspira de forma clara en un diario, New York Sun,
fundado por Benjamin Day, de donde, probablemente, la elección del nombre del
diario, que fue vendido a una cadena en
la que se diluyó la idea original del mismo.
La descripción de
la redacción de un periódico clásico, en cuyo mismo edificio está la rotativa
que lo imprimirá, alcanza niveles de perfección costumbrista que solo pueden
compararse con los de las que veremos en las diferentes versione de The
front page o en Todos los hombres del presidente, de Pakula: un
dinamismo absoluto, una efervescencia de estar llevando la realidad a las
páginas, al servicio de la ciudadanía, que han querido imitar cuantos periódicos
se han creado en nuestro país desde la Transición, aunque todos ellos hayan
acabado como creadores de realidad en la trastienda del Poder, o de la oposición,
y al servicio de los poderosos que
administran o administrarán, cuando les llegue «su turno» las subvenciones. La
presencia magnética de Humphrey Bogart, curtido en mil batallas interpretativas,
recuerda la de Gene Evans al frente de Park Row, de Samuel Fuller, una
encendida loa de la causa social y democrática del periodismo, y sostiene, por
sí misma, buena parte de la película. Divorciado, sin haberse enterado, por su dedicación
en cuerpo y alma al periódico, solo cuando le comunican la venta del diario
hace un intento de regresar con su esposa para casarse de nuevo, aunque es
rechazado sin contemplaciones, pero con un desasosiego casi inexplicable. La
relación del Editor del diario con los dueños es de complicidad con la viuda
del creador y de cortesía distante con las hijas cuya mayoría de capital les da
poder para venderlo. La viuda decide ejercer un supuesto derecho de compra, y
dos viejos amigos corren en su ayuda financiera, cuando estos ven que en esa
adquisición hay cierto peligro, Bogart suelta «la frase» de la película: «Siempre
hay cierto peligro en la vida libre y en la prensa libre», para mí muy superior
a la reivindicación de la prensa que supone su pugilato particular con el mafioso
que controla a los políticos, cuando, frente a sus amenazas respecto de
publicar ciertos sucesos oscuros y mafiosos de su vida, Bogart le dice, «es la
prensa, baby, y no puede hacer nada al respecto». Ese mafioso, Rienzi de
apellido —excepto en la versión italiana, en la que se le puso un nombre polaco…—,
está encarnado por un secundario ilustre, Martin Gabel, quien, por recordar un
contexto parecido, el del periodismo,
interpretaba a un psiquiatra vienés en Primera plana, de Billy Wilder, una
radiografía del periodismo sensacionalista que escuece hoy tanto como cuando se
estrenó, hace 58 años.
Confieso que he
visto la película con una emoción singular, porque tenía todita la sensación de
que estaba viendo un periodismo hace mucho muerto y sepultado, del mismo modo
que, con mucha gracia, ofician, en el bar próximo a la redacción, las exequias
de The Day, responsos jocosos incluidos: una secuencia, por cierto,
llena de un gusto exquisito por la composición del plano y con un movimiento de
cámara que genera un dinamismo muy expresivo y no exento de profundidad
sentimental. El periodismo romántico, que hacía de la investigación y de la
búsqueda de la noticia en la calle su razón de ser, da sus últimas bocanadas. Y
los espectadores asisten a ese derrumbamiento con la esperanza de que el último
número del diario, una denuncia fundada de las prácticas mafiosas de Rienzi,
sea capaz de resistir el embate de la prensa sensacionalista que acabará con lo
que acaba siendo un diario que perdura en el tiempo: una institución. Es
entrañable la apología del periodismo que hace la madre de la starlette
asesinada por los sicarios de Rienzi: una inmigrante que aprendió a leer y
escribir con el periódico, por eso cree que, llegado el momento de colaborar
para el esclarecimiento del crimen de su hija, decida dirigirse antes al
periódico, ¡que tanto ha significado en su propia vida personal!, que a la
policía.
A título anecdótico,
porque el cine también juega con esos detalles prácticos de la vida cotidiana,
es digna de resaltar la habilidad con la que Bogart, en una secuencia, mientras
despacha los asuntos de la redacción, se compone la corbata de lazo, la
tradicional pajarita, para subir a la azotea, al piso superior de los dueños
del periódico, con una habilidad sin par. Pequeños detalles realistas que
potencian el sentido de veracidad de lo narrado.
No me explayo
sobre el desenlace, porque forma parte de una suerte de perspectiva de thriller
de la película que funciona a la perfección. El relativamente escaso metraje de
la cinta nos habla en todo momento de un sentido de la economía narrativa que
consigue un ritmo realmente trepidante, rara vez interrumpido, salvo por la
peripecia matrimonial del Editor y la resaca, junto a la viuda del propietario,
de la sentencia judicial que sella el destino de la venta del diario: Ahí
emerge Ethel Barrymore con toda sus cualidades interpretativas y compone una
secuencia memorable con Bogart, dos viejas glorias, ya, entonces, interpretando
de tú a tú el ocaso de una época y el suyo propio.
Lo dicho, quien
tiene aún un bello recuerdo de lo que llegó a ser el periodismo, ha de ver esta
película, aunque no pueda retener alguna lágrima en ciertos momentos, como la
defensa ante el juez de lo que significa el periódico y el periodismo. ¡No se
la pierdan!
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