Una ocasión desaprovechada, a pesar del buen sabor de boca que deja, para llevar a la pantalla toda la riqueza de una novela transgresora en su momento y, parece, por lo visto en Aló3, que también ahora…
Título original: Vida
privada
Año: 2017
País: España
Dirección: Sílvia Munt
Guion: Coral Cruz. Novela:
Josep Maria de Sagarra
Música: Jordi Nus
Fotografía: David Omedes
Reparto: Pablo Derqui,
Francesc Garrido, Aida Folch, Pedro Casablanc, Maria Molins, Diana Gómez, Àgata
Roca, Pep Cruz, Empar Ferrer, Nao Albet, Cristina Gebenat, Mingo Rafols, David
Bages, David Vert, Marta Angelat, Anna Güell, Gabriela Flores, Míriam Iscla,
Vicky Peña, Màrcia Cisteró, Carles Bigorra, Enric Ases, Eduard Muntada, Raimon
Molins, Jordi Puig, Anna Bellmunt, Anna González, Jordi Coromina, Ramón Mesull,
Jaume Carbonell, Carles Punyet, Pep Martínez, Sonia Sopera, Cristina Barbero,
Oriol Maymó.
Está claro que
cualquier título calla más de lo que dice, y ahí han de entrar los lectores
para desentrañar el contexto del mismo y dotarlo de significado. El «privada»
del título se ha de poner en relación, forzosamente, con el ámbito «público» en
que esa vida se inserta y se ha de inferir la relación dialéctica entre ambos.
La adaptación que han hecho Coral Cruz y Sílvia Munt de la prestigiosa obra de
Sagarra para Aló3, la televisión privada del secesionismo, pero pagada con dineros de todos los contribuyentes, prácticamente ha desdeñado el rico contexto social y político de la
misma para centrarse en las turbias relaciones amorosas y sexuales de los hijos
del marqués de Lloberola, una familia de la pequeña aristocracia venida a menos
y cuyos herederos tienen más de crápulas y vividores que, propiamente, de una clase alta emprendedora que mirara por el bien propio y la proyección económica
y cultural de Cataluña. Una obra de «interiores» como símbolo del secretismo de
las clases poderosas y de las que van dejando de serlo. El rico tejido coral de
la novela de Sagarra ha sido reducido en esta adaptación hasta casi la caquexia
narrativa, a fuerza de poner el foco de atención en las dos relaciones eróticas
de ambos hermanos. Sí que se refleja con absoluta propiedad el contexto
familiar, piadoso, del marqués, y el cínico y con doble moral de la baronesa y
sus amigas, una vertiente de la novela que nos e acaba de desarrollar en la
novela, excepto una salida a La criolla, el cabaret de moda en la Barcelona
depravada, y un remedo de fiestón “rave” bastante desangelado.
Como sucede con
todas las adaptaciones «de época», parece que toda la fuerza cinematográfica se
vaya en la puesta en escena, el vestuario y los detalles que captan los usos y
costumbres con total fidelidad al original, lo cual desguarnece el flanco del
argumento y le confiere a la película una suerte de aura de museo animado que a
pesar de la admiración que suscita en los espectadores, en modo alguno
sustituye los ejes de fuerza narrativa que vertebran la novela de Sagarra, amenísima
de leer y muy rica en la descripción de un cambio de época que llegará incluso
a los tiempos de la República. Está fuera de toda duda que una adaptación
televisiva coherente hubiera necesitado, como mínimo, entre ocho y diez capítulos,
en vez de la miniserie, de muy agradable visionado, pero muy insatisfactoria si
de lo que se trataba era de darle al espectador una versión fílmica de una
novela que escandalizó en su época y que, por algunos de sus contenidos, como
la burla irónica de los independentistas de entonces y los aristócratas y
burgueses arrimados a la Dictadura de Primo de Rivera, parece que sigue haciéndolo
en nuestros días.
Habiendo dejado
sentado que no estamos ante la totalidad de Vida privada, sino
ante una adaptación que privilegia lo que podríamos considerar como la parte de
la historia con mayor tirón popular, la miniserie se ve con gusto y aun con
placer, porque las interpretaciones son de mucha altura, sobre todo las de
Francesc Garrido y Pablo Derqui, que cargan con el peso de la película,
poniendo la cota interpretativa a muy alto nivel: la presencia, la gesticulación,
la dicción…, todo brilla extraordinariamente y consigue atraer a los espectadores
y que se interesen por los destinos de esos dos hermanos tan diferentes y,
sobre todo el pequeño, Guillem, un aspirante de escritor que solo se sabe que
lo es, en la miniserie, porque él lo revela en un momento dado, hurtándonos la
estupenda conversación que mantiene con su amigo abogado sobre sus proyectos literarios,
un contraste perfecto, ya puestos, entre quien se somete a la lucha por la vida
y quien se sube a la corriente de ella, llevado por el don de la oportunidad,
aunque esta incluya la depravación moral.
La selección de
escenarios de calidad, el vestuario y una iluminación casi expresionista de los
interiores en los que los personajes acaban revelando su verdadera naturaleza
son señales de una cuidada producción que quiere poner de relieve el lujo de
que participaban los nobles de la época, algo que se consigue casi más allá de
la perfección. El modernismo aparece por todos lados como una suerte de señal identificadora
de una clase social, y por ello mismo se echa de menos, por ejemplo, lo que
para la familia Lloberola, arruinada, supone el traslado de la familia a un
piso del Ensanche o que los hijos de Frederic se conviertan en trabajadores
para ganarse la vida que la herencia dilapidada de los marqueses no les podrá facilitar.
Aunque cumple
con lo esperado, Aida Folch no es actriz de mi predilección, si bien domina a
la perfección las escenas eróticas con Guillem, pero hay una suerte de atonía inexpresiva
en su dicción y en sus gestos que le quitan relieve al seductor personaje que
creó Sagarra. No obstante, ya digo, son meritorias las actuaciones de todo el
plantel, lo que contribuye a darle a la miniserie una solvencia y un empaque
que permite hablar de ella como una película atractiva, interesante, y, basándose
en esa excepcional fotografía, muy bien dirigida por Munt, quien coloca la
cámara donde debe y sabe sacarle un rendimiento magnífico a la puesta en
escena, tanto en el lujo modernista como en la relativa modestia de la casa de
la modista o en el triste final en sus bienes raíces del primogénito de los
Lloberola, un pobre hombre fiel a su insolvencia social. La narración, que se
abre con la venta del famoso “tapiz” de los Lloberola, metáfora de sus nobles
raíces, se cierra con el reingreso del mismo en la familia, pero en muy otras
circunstancias. La miniserie narra ese periplo y, aunque deja fuera de él, el
otro tapiz, el social, descrito por Sagarra, consigue atraer la atención de los
espectadores hacia esa inevitable decadencia de una clase social inadaptable a
los nuevos tiempos que se simbolizan en la llegada de la Segunda República.
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