Título original: Gruz 200
Año: 2007
Duración: 90 min.
País: Rusia
Dirección: Aleksei Balabánov
Guion: Aleksei Balabánov
Reparto: Agniya Kuznetsova; Aleksei
Poluyan; Aleksey Serebryakov; Leonid Gromov; Yuri Stepanov; Leonid Bichevin; Natalya
Akimova; Mikhail Skryabin.
Fotografía: Aleksandr
Simonov
Título original: Morfiy (Morphia)
Año: 2008
Duración: 110 min.
País: Rusia
Dirección: Aleksei Balabánov
Guion: Sergei Bodrov Jr.. Novela: Mikhail A.
Bulgakov
Reparto: Leonid Bichevin; Katarina Radivojevic; Ingeborga Dapkunaite; Sergey
Garmash; ; Aleksey Istomin; Aleksandr Mosin; Andrey Panin; Svetlana
Pismichenko;
Fotografía: Aleksandr
Simonov.
Título original: Ja tozhe khochu
Año: 2012
Duración: 83 min.
País: Rusia
Dirección: Aleksei Balabánov
Guion: Aleksei Balabánov
Reparto: Oleg Garkusha, Yuri
Matveyev, Aleksandr Mosin, Alisa Shitikova, Vyacheslav Ivanov, Aleksei
Balabanov
Música: Leonid Fyodorov
Fotografía: Aleksandr
Simonov.
Un director
excepcional prematuramente fallecido: Aleksei Balabánov. Dos obras maestras y
una curiosidad mafioso-religiosa.
Confieso que he descubierto a Balabánov porque lo tenía
guardado mi hijo en «para ver después». Curiosón como soy, y después del
reciente atracón soviético que me di, me he metido a comprobar cómo podría ser
el cine ruso de hoy al margen de los autores consagrados. La primera sorpresa, Cargo
200, me dejó tan impresionado que no lo dudé ni un minuto: «necesitaba» ver
más películas de un autor que tanto me había impresionado con una película a
medio camino entre El coleccionista, La matanza de Texas y Fargo,
con una ambientación social rusa que te permite ver el proceso de
descomposición de un régimen autoritario sustentado sobre la transgresión desde
el poder y sobre la arbitrariedad de las conductas, amén de sobre unas verdades
de catecismo soviético en el que, por lo que se ve en la película, ya nadie ni cree
ni observa su cumplimiento. La conversación inicial entre dos miembros
eminentes de la sociedad, un militar y un catedrático de «ateísmo» da paso a la
irrupción de las jóvenes generaciones enormemente distanciadas de sus mayores y
con unas actitudes vitales y una estética más cercana al modelo usamericano que
a otro posible. Para más inri, el joven protagonista, mafiosillo de algún
pelo…, lleva una llamativa camiseta con las siglas del país CCCP, aunque va a
ser el vehículo para que la hija del jefe político de la zona y miembro
eminente del Partido sea secuestrada en una granja en la que, poco antes, el
catedrático de ateísmo ha pedido ayuda para que le arreglen el coche, camino de
su casa. El granjero que domina a su mujer y a otros empleados es un ser
fervientemente religioso y acaba entablando una feroz batalla dialéctica con el
ateo profesional, si bien por el ambiente, por la atmósfera que rodea el comportamiento
de todos los personajes en la casa, el espectador tiene constantemente la
impresión de que el pobre catedrático no va a salir vivo de allí. Pero sale. Y
peor le va, como he dicho, a quienes llegan después: el joven novio de la hija
del militar y la amiga de esta, hija del jefe del Partido, con quien el
marchoso joven se ha liado en el baile. Ciego de vodka, el joven se desmorona
mientras el granjero pretende aprovecharse de la joven, a la que acaba escondiendo
su mujer en un cobertizo. Ello no obsta para que un enigmático personaje mudo
aparezca y se quede con el botín de la joven, a la que viola con el cuello
largo de una botella, después de haber matado sin contemplación alguna al
empleado que quería protegerla. Poco después se la lleva en un sidecar a un
complejo industrial donde vive con su madre, alcohólica, y encierra a la
muchacha, atándola a los barrotes de la cama donde la conserva como un animal.
A esas alturas del relato, no tardamos en averiguar que el secuestrador es
miembro de la policía a quien el jefe del partido exige que den con ella lo
antes posible. Así mismo, nos enteramos de a qué hace referencia el enigmático
título de la película, Cargo 200: a los cadáveres repatriados de la guerra de
Afganistán, que son distribuidos por sus lugares de origen para que los
entierren casi en la intimidad, sin hacer duelos públicos de ninguna clase. El
cadáver repatriado es, precisamente, el novio de la secuestrada, con quien
amenaza constantemente a su secuestrador, quien, en un alarde de humor
negrísimo, lleva el ataúd a su casa, lo abre, condecora al soldado fallecido y
después lo saca y lo acuesta en la cama donde mantiene a la joven secuestrada,
una joven que es violada por amigos del secuestrador, quien, por una peculiar
impotencia, se limita a contemplar la degradación de la joven. Y hasta ahí me
es lícito contar, porque las situaciones, que no construyen relato lineal
ninguno, parecen cuadros que describen con despiadado vigor la decadencia del
régimen soviético y el atisbo de las jóvenes mafias que, a nivel macroeconómico
van a dominar, años después, el paso de la URSS a la Rusia capitalista, pero
aún muy «sovietizada». La habilidad de Balabánov para construir espacios
opresivos es incomparable, y la guarida del policía secuestrador con la madre
alcoholizada y adicta a la televisión se lleva la palma, desde luego. Resulta
muy sorprendente la capacidad para crear atmósferas que comunican más a través
de los detalles que mediante una línea argumental expuesta a través de
diálogos. Y luego está el humor negro, presente a lo largo de toda la película,
con una intensidad que roza lo macabro, especialidad de la casa, como se puede
comprobar en el «clásico» del naturalismo que rodará a continuación: Morfina.
Frente a la anterior, Morfina es un
relato clásico, con una estética preciosista muy cuidada, que se advierte en la
recreación tanto de los interiores como en la visión panorámica de los espacios
naturales bellísimos bajo las diversas tormentas de nieve que son recurrentes
en la película. La singularidad de esta película «majestuosa» que hubiese hecho
las delicias del exquisito director de Doctor Zhivago estriba en que se
basa en varias narraciones de Mijail Bulgákov, el celebérrimo autor de El
maestro y Margarita, quien toma como materia narrativa su propia
experiencia como médico rural y su propia adicción a la morfina, tal y como
crudamente se retrata en la película. Podríamos considerar el relato como un
ejemplo de autoficción, aunque el protagonista Polyakov, tiene vida propia y un
destino muy otro que el del propio escritor, siempre díscolo bajo los soviets y
siempre en constante peligro de ser depurado por no someterse a la pleitesía
obligatoria. La película refleja la experiencia inicial de un médico que llega a
un centro médico ubicado en el más agreste de los lugares y cómo, para
enfrentarse a las adversidades profesionales, recurre a la morfina, a fin de
estar lo suficientemente calmado para aplicar los tratamientos adecuados a cada
caso. La crudeza de dichos «casos», desde la amputación de una pierna a una
traqueotomía, realizadas ambas con una verosimilitud impactante, parece
justificar la adicción del joven y agraciado doctor a quien no le faltan los
favores femeninos en su «destierro», aunque la progresión de la adicción a la
que se suma, por la curiosidad de experimentar qué se siente, la enfermera que
deviene su amante habitual. La vida cotidiana, pues, en un centro médico al que
llegan los pacientes en trineos llevados por caballos, el único medio de transporte
en un territorio permanentemente nevado en el que, para atender una urgencia se
aventura el doctor exponiéndose al peligro, en una secuencia maravillosa, de la
persecución de una manada de lobos a los que el doctor hace frente con la
pistola que siempre lleva en su maletín profesional, y que a mí me ha recordado
el pasaje muy parecido del Robinson Crusoe, cuando, atravesando los
Pirineos se ven asediados por otra manada. El trasfondo social de la historia
es la Revolución de los Soviets y a ella se hace referencia cuando el
protagonista y su médico ayudante llegan a la mansión de un noble en la que,
frente a las exquisiteces aristocráticas de los propietarios y sus desdenes
hacia la gente inferior, el protagonista opta por bajar a la cocina y compartir
el vodka con el servicio, poco antes de buscar un rincón donde inyectarse la
dosis de morfina que le pide el cuerpo. Aunque Bulgákov vivió su adicción
durante tres años, y luego nunca más volvió a recaer en ella, su protagonista sigue
una evolución muy diferentes, intento de rehabilitación incluida. Un tramo
final de la película que tendrá un desenlace que Balabánov describe como una fusión
entre el cine y la vida, de modo espectacular, y del que no puedo ni siquiera
insinuar nada. La majestuosa fotografía de la película, la recreación de
interiores y los paisajes son bazas determinantes para convencernos de que
estamos ante una película con voluntad de clásico, porque las actuaciones sobresalientes
de todo el elenco contribuyen poderosamente a persuadirnos de haber visto una
película hermosa, terrible y triste como pocas. Como escribió Bulgákov en el relato:
«La muerte de sed es una muerte paradisíaca, beatífica, en comparación con la
sed de morfina»
La más reciente de las tres películas,
Me Too, es una obra desconcertante, tensa y propia del género de las road
movies, pues sigue esa estructura. Con un inicio propio de una película
sobre mafiosos, el protagonista abate a tiros a cuatro jóvenes con quienes se
cruza en un callejón, la historia nos presenta a cuatro hombres y una mujer,
quien ejerce la prostitución a pesar de tener la carrera de Filosofía, que se
unen en un viaje hacia la felicidad teletransportada que se produce,
milagrosamente, en una vieja iglesia abandonada, en la que un misterioso rayo
luminoso abduce a aquellos que desean fervientemente la felicidad, ser transportados
hasta ella, hartos de llevar una vida sumida en la angustia, la desesperanza y
el sinsentido. El segundo personaje que aparece es un viejo músico moderno con
su guitarra a cuestas, quien expresa también su necesidad de conseguir esa
esquiva felicidad. Un músico muy religioso. Porque crisis existencial y
religión se entrecruzan en la película, y constituye un tema de fondo del director,
porque en Cargo 200 el catedrático de ateísmo acaba dirigiéndose a un
templo ortodoxo para interesarse qué ha de hacer para ser bautizado, acaso
después de saber que se ha salvado milagrosamente de su paso por la granja,
cuyos propietarios observa, al pasar con su coche, cómo son detenidos por la
policía. La película pasa por algunos lugares habituales de la vida rusa, como
una sauna y, después, «rescatan» a un compañero del «comandante», qu3e está
siendo sometido a una cura de rehabilitación tras haber sido abandonado por su
esposa a causa de su alcoholismo. El compañero recoge a su padre y los cuatro
hombres siguenm su camino. Después cogerán a una autoestopista, la prostituta.
Cuando llegan a las inmediaciones del templo en ruinas, hay un control militar en
el que se les indica que las mujeres no pueden pasar, excepto que hagan la travesía
desnudas y a pie, lo que ella hace sin dudarlo ni un segundo. Poco después, cuando la mujer se encuentra
con los hombres, el padre del alcohólico muere y su hijo lo entierra. El
discurso apocalíptico del protagonista mezcla teorías milenaristas, saberes
esotéricos y antiguas mitologías, un caldo de cultivo propio para buscar una
salida mística extrema, aunque no son pocas las advertencias, a través de otros
personajes secundarios, de que no todos son admitidos para la teletransportación,
y, de hecho, los alrededores helados del templo están llenos de cadáveres que
dan fe de que aunque sean muchos los llamados, pocos son los escogidos. En la
medida en que Me too es una película itinerante, con personajes poco
expresivos y desesperanzados, la realización de Balabánov se nutre de pequeños
detalles que permiten sumar a la peripecia metafísica de los personajes notas
de color ambiental que enriquecen la narración poderosamente. La querencia por
los planos amplios y la decadencia de edificios y espacios interiores
contribuyen a la sensación de degradación última que justifica, a su manera,
esa búsqueda metafísica milagrosa. Es destacable, además, la aparición del
propio director en la historia, quien se suma a esa búsqueda espiritual de la
felicidad de sus protagonistas, como le cuenta al mafioso, poco antes de morir
sin haber tenido la suerte de ser teletransportado.
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