martes, 27 de febrero de 2024

«El hombre de la isla de Man», de Alfred Hitchcock o la tentación del melodrama.

 

Una rareza polémica en la filmografía de Sir Alfred: un estupendo triángulo amoroso que será revalorizado a pesar de que él despreció la película.

 

Título original: The Manxman

Año: 1929

Duración: 80 min.

País: Reino Unido

Dirección: Alfred Hitchcock

Guion: Eliot Stannard. Novela: Hall Caine

Reparto: Carl Brisson; Malcolm Keen; Anny Ondra; Randle Ayrton; Clare Greet; Wilfred Shine; Nellie Richards; Harry Terry; Kim Peacock.

Fotografía: Jack E. Cox (B&W).

 

          La segunda adaptación al cine de El hombre de la isla de Man —la primera fue rodada en 1916 por George Loane Tucker y fue un éxito tanto en Gran Bretaña como en Usamérica, aunque la película desapareció en el famoso incendio del almacén de la MGM en 1965 en la ciudad de Culver—, dirigida por Alfred Hithcock no ha despertado gran entusiasmo crítico, por el hecho de que él mismo la descalificara en la famosa entrevista suya con Truffaut. Se trata de su última película muda, y a lo mejor, más hitchcockista que el propio autor, me dispongo a defenderla de esa fama de película supuestamente «anodina». Debió influir en el juicio de Hitchcock las dificultades que supuso el rodaje en la isla de Man y el incordio de tener cerca al autor de la novela que la película adapta, el popular novelista de triángulos amorosos Hall Caine. De hecho, acabó trasladando el rodaje a Cornualles, harto de la especie de acoso que sufría por parte del novelista, disconforme con el enfoque que Hitchcock daba a la historia.

          La heroína de la historia fue la actriz checa Anny Ondra, a quien su deficiente inglés privó de participar, conm su propia voz,  en la primera película hablada de Hitchcock, Blackmail. A título anecdótico, en YouTube hay un gracioso testimonio de la prueba de sonido que hizo Ondra junto al director: https://www.youtube.com/watch?v=7Z8mSwzSQQk&ab_channel=BFI

y que redunda en la vieja obsesión del director con las mujeres rubias. Ondra, en todo caso, triunfó en el sonoro en Alemania, donde hizo más de cuarenta películas. Bien, pues la heroína en cuestión va a ser el codiciado objetivo amoroso de dos amigos de la infancia que se reencuentran, el uno como pescador y el otro como abogado, en una lucha en defensa de los derechos laborales de los pescadores. Poco a poco, se va trazando el conflicto futuro: ella, inicialmente propensa al coqueteo con el guapo marinero encarnado con justeza por Carl Brisson, acaba dirigiendo su atención al amigo abogado cuando el padre de Kate ha rechazado la propuesta matrimonial que le hace llegar precisamente a través del abogado, porque, en palabras del padre, no tiene recursos para mantener a su hija. Pete decide irse a África para hacer fortuna y le pide a su enamorada que le prometa esperarlo: todo ello en una atípica escena de balcón en la que el apuesto joven se sostiene de pie sobre los hombros de quien acabará convirtiéndose en su rival. Ella lo promete. Pero al poco de haberlo prometido, todo da a entender que se ha precipitado, y que no está segura, pero Pete ya ha partido. Philip recibe el encargo de «cuidar de ella» hasta que regrese. Es cierto que sucede lo inevitable cuando el amante se ausenta y no da señales de vida: que Philip acaba sucumbiendo a la pasión que Kate despierta en él. A ello se añade la noticia, llegada por telegrama, de que Pete ha muerto en un accidente en la mina de oro donde trabajaba. Es muy interesante en la novela el contraste de los dos enamorados: han de mostrar su pena por Pete y, al mismo tiempo, contener su júbilo por lo que de liberación tiene que puedan casarse libremente, como es su propósito. No tardan las cosas en torcerse, porque Pete, que sigue con vida, anuncia su inminente llegada. El encuentro entre los amantes, en una playa con acantilados donde Hitchcock consigue unos planos espectaculares en una correspondencia de picado y contrapicado, desde donde se saludan los jóvenes hasta que se reúnen en la playa y él le comunica que Pete sigue con vida y que está de camino. La cámara, mientras los amantes deploran su desdicha, enfoca en la línea del horizonte el buque en el que supuestamente viaja Pete, un contraste que acentúa el sufrimiento de ambos, porque Philip, como amigo íntimo que es de Pete, considera que Kate ha de cumplir la palabra dada.

          El honor a la palabra dada se convierte en el eje moral de la trama, hasta tal punto que acabará condicionando la vida de las tres personas que conforman el triángulo doblemente amoroso que abocará a todos sus componentes a la desgracia, como se anunciaba en el epígrafe bíblico que abre la película.

          La boda y la vida de casados de la pareja feliz lleva a Philip a «exiliarse» para seguir formándose laboralmente y poder volver de nuevo a la isla como juez único de la isla, donde es recibido por los pescadores, con Pete a la cabeza, como un héroe. ¿Qué complica, de nuevo, la trama? El embarazo de un  hijo que, obviamente, no será del marido, sino del amigo. Las escenas en las que la mujer «exige» a su amante que se aclare todo, que se lo digan a Pete, porque ella no puede seguir representado el papel de esposa abnegada y amante cuando, en realidad, está enamorada de Philip, se cuentan entre lo mejorcito de la película, por lo que hace al verismo de la interpretación y a la profundidad de los nobles sentimientos de la joven, dispuesta a que prevalezca la verdad sobre el «escándalo» que el juez quiere evitar. La imagen de los amantes con cara de funeral de tercera mientras Pete, entre ambos, quienes le dan la espalda, estalla de júbilo ante la inminente maternidad  bien podría haberse comercializado como el cartel de la película, porque resume a la perfección los entresijos de la situación. No relataré el final, pero sí que es un intento de suicidio de la joven en el que lo provoca, y en la corte presidida por el juez, donde se ha de resolver la trama. No adelanto nada, pero sí quiero hacer mención, por el año de la película, de la reacción de Pete cuando descubre que su esposa lo ha abandonado: centrarse en el cuidado de la hija de ambos con una dedicación extraña para los hombres de aquella época. Es posible que Hitchcock no haya hecho gala en la película de sus mejores virtudes, dada la ausencia del suspense que él dominó como nadie, pero que hay muchas partes de la película en la que advertimos que es él quien está detrás de la mirada de la cámara. Igualmente, la atmósfera del pueblo de pescadores, con sus viviendas modestas, la taberna donde Kate trabaja ayudando a sus padres y el conflicto de clase en dos direcciones, del tabernero hacia Pete y de la tía de Philip respecto de Kate ayudan a construir un retrato de la época muy respetuoso y eficaz.   

          Estoy convencido de que los aficionados al buen cine serán capaces de apreciar la excelente narrativa de la película, las excelentes actuaciones del trío protagonista y la evidente intensidad de los sentimientos que dominan a los personajes y les complican la vida hasta ni ellos mismos se imaginan. Y, por cierto, ¿es de las pocas películas del director inglés sin su clásico cameo? Si alguien lo ve, que indique minuto y resultado, por favor…                                                                                                  

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