domingo, 11 de febrero de 2024

«Un segundo», de Zhang Yimou o la pasión cinéfila.

 

Un humilde acercamiento a la impactante presencia del cine en todas las vidas, las libres y las alienadas.

Título original: Yi miao zhongaka

Año: 2020

Duración: 104 min.

País:  China

Dirección: Zhang Yimou

Guion: Zhang Yimou, Jingzhi Zou. Novela: Yan Geling

Reparto:  Yi Zhang; Fan Wei; Liu Haocun; Yu Ailei; Li Xiaochuan; Yan Li; Liu Yunlong;

Riu Cao; Shaobo Zhang.

Música: Lao Zai

Fotografía: Zhao Xiaoding.

 

          Que Zhang Yimou forma parte de la Historia del Cine es una obviedad, pero sucede que, con el paso de los años, se decanta su cine hacia una sencillez no exenta de magnificencia que se centra no ya en lo extraordinario de la realidad, sino en lo más humilde, como ocurre con la historia mínima, llena de emoción y cine excelso que nos ha regalado. Que los directores de cine sean cinéfilos no siempre se cumple, pero no hay ningún gran director, de los que ocupan las altas jerarquías indiscutibles del séptimo arte que no lo sea. De ahí que, en un momento u otro, acaben rindiendo homenaje al arte no ya del que han vivido y para el que han creado obras inmortales, sino al que ha corrido por sus venas como la sangre que los animaba desde que quedaron hechizados por las veinticuatro imágenes por segundo. Cada cineasta lo expresa a su manera, Tornatore en Cine Paradiso, Bogdanovich en Target, Tim Burton en Ed Wood, Truffaut en La noche americana y Erice en Cerrar los ojos, traídas así, a bote pronto. Yimou ha escogido una humilde historia de perdedores y marginados, situada en la época represiva de la genocida Revolución Cultural del maoísmo, posterior a la Gran Hambruna del fallido «Salto adelante», para, a través de una anécdota mínima, el robo de una lata del servicio de películas que se sirven a las «unidades» o concentraciones populares películas de propaganda que son esperadas como el gran acontecimiento.

          Un hombre esquivo y sospechoso observa cómo una joven roba un rollo de película de la moto del encargado  que las lleva de pueblo en pueblo. Sin que sepamos que sea por otra razón que la honestidad, la persigue para  arrebatárselo y devolvérselo al motorista. Esa anécdota, ubicada en el majestuoso espacio de las zonas habitadas del desierto de Gobi, uno de los grandes personajes de la película, dadas las travesías que los personajes realizan a pie de una a otra aldea a través de las espectaculares dunas de uno de los grandes desiertos del mundo, nos entretendrá, con robos y contrarrobos entre la joven y el protagonista, hasta que llegan a la localidad donde un proyeccionista, apodado «Don Películas», a quien todos reverencian como a un sabio local, espera con ansiedad la llegada de las latas para la proyección de la película patriótica Hijos heroicos, sobre la Guerra de Corea, junto con el noticiero de rigor en el que se ensalza la labor del gobierno de Mao. Los contratiempos que sufre la entrega de los rollos culminará en el momento en que el hijo del proyeccionista entre en el pueblo con su carreta de bueyes, arrastrando los entretejidos rollos de película salidos de sus latas… La desoladora imagen de los fotogramas por tierra y lo que eso significa, que se haya de suspender la función, moviliza, bajo las órdenes de Don Películas a todo el pueblo para intentar una suerte de «operación limpieza» que les permita abrir el cine, una suerte de gran granero espaciosísimo donde caben todos los habitantes de la localidad, y cuyas tomas cenitales con la gente sentada para ver la película constituyen momentos emotivos de una cinta en la que Zhang Yimou los ofrece con generosidad, porque no tardaremos en saber el motivo del interés del vagabundo: va detrás de ver el noticiero número 22, donde aparece su hija «un segundo», hija a quien ha dejado de ver por haber sido condenado a trabajos forzados, manchando así el buen nombre de la familia, deshonra que la hija quiere apartar de la familia mediante el duro trabajo con solo catorce años en una comuna rural. La joven ladrona, por su parte, con quien el hombre contiende durante buena parte de la película, busca como loca robar los negativos de cualquier película o noticiero, a ella le es indiferente, porque quiere construirle una lámpara con ellos a su hermano pequeño, de quien se encarga, siendo ambos huérfanos. Como dice Don Películas, que tiene una lámpara así en la sala de proyección, se han «puesto de moda» las lámparas así.

          El proceso de limpieza de los rollos ocupa buena parte de la película y Yimou consigue unos planos bellísimos del esfuerzo colectivo, del ingenio y del amor con que todo el pueblo se vuelca para conseguir ver la película, exaltación heroica de los soldados chinos y coreanos contra el imperialismo yanqui. El momento del secado, cuando las mujeres con sus abanicos se acercan y Don Películas les enseña el modo grácil, ni fuerte ni lento, con que han de mover el abanico es un momento mágico. Del mismo modo que, cuando la personalidad del vagabundo se revela y Don Películas es amenazado por él, marcándole el cuello con un cuchillo, si tiene la tentación de delatarlo, el fugitivo le expresa su deseo de ver a su hija, para lo que el proyeccionista monta un bucle que le permite ver ese segundo repetido una y otra vez… ¡Qué amor al cine en esos preparativos para crear el bucle! El mismo que hay en los planos de la multitud cantando una canción patriótica de la película en orquestado coro mientras los soldados combaten…

          La película gana mucho cuando las historias personales del prófugo, la chica, con un hermano pequeño que sufre acoso por parte de otros jóvenes del pueblo y la de Don Películas, que explica la razón por la que su hijo, con una deficiencia mental por un golpe sufrido en la infancia, no ha podido evitar el percance de los rollos; cuando esas historias ocupan la atención del director y se activa la acción, porque, a pesar de la entente cordiale entre el fugitivo, que entiende de revelado de fotografías, y el proyeccionista, este está deseando que la policía lo capture para liberarse de su amenaza.

          No hay el más mínimo atisbo de glamur ni de exquisitez, como sí los hay en películas suyas como Las dagas voladoras, por ejemplo, sino una historia de miseria, hambre, persecución, miedo y abuso de poder. Con todo ello Zhang Yimou construye no solo una película llena de emociones y de bellos paisajes desérticos, sino un canto emocionado de amor al cine y cómo este ocupa un lugar central en la vida de los sometidos e incluso de los alienados por falta de instrucción, a pesar de que el exterminio llevado a cabo por los guardias rojos de Mao se autodenominara Revolución Cultural.

          La revolución, la única, es el momento mágico que la proyección de las imágenes en la pantalla supone para cuantos, si el proyeccionista las proyectara en un bucle sin fin, seguirían sentados sin moverse. De hecho, el bucle del segundo solo puede organizarlo cuando el cine se ha vaciado, porque de otro modo le hubiera sido imposible: la pantalla iluminada es la luz mágica que atrae a las falena.

          ¡Qué sorprendente el arte de Yimou para atraernos a su película y meternos en ella con elementos tan aparentemente pobres, insignificantes! Y qué sabiduría la suya para alternar el registro de la comedia con el del drama. Lo cierto, con todo, es que la película hubo de ser retirada del festival de Berlín por la censura del gobierno chino, por lo que ignoramos qué cortes debió sufrir la película parta que fuera autorizada su proyección…

No hay comentarios:

Publicar un comentario