Un
humilde acercamiento a la impactante presencia del cine en todas las vidas, las
libres y las alienadas.
Título original: Yi miao
zhongaka
Año: 2020
Duración: 104 min.
País: China
Dirección: Zhang Yimou
Guion: Zhang Yimou, Jingzhi
Zou. Novela: Yan Geling
Reparto: Yi Zhang; Fan Wei; Liu Haocun; Yu Ailei; Li
Xiaochuan; Yan Li; Liu Yunlong;
Riu Cao; Shaobo Zhang.
Música: Lao Zai
Fotografía: Zhao Xiaoding.
Que Zhang
Yimou forma parte de la Historia del Cine es una obviedad, pero sucede que, con
el paso de los años, se decanta su cine hacia una sencillez no exenta de magnificencia
que se centra no ya en lo extraordinario de la realidad, sino en lo más
humilde, como ocurre con la historia mínima, llena de emoción y cine excelso
que nos ha regalado. Que los directores de cine sean cinéfilos no siempre se
cumple, pero no hay ningún gran director, de los que ocupan las altas jerarquías
indiscutibles del séptimo arte que no lo sea. De ahí que, en un momento u otro,
acaben rindiendo homenaje al arte no ya del que han vivido y para el que han
creado obras inmortales, sino al que ha corrido por sus venas como la sangre
que los animaba desde que quedaron hechizados por las veinticuatro imágenes por
segundo. Cada cineasta lo expresa a su manera, Tornatore en Cine Paradiso,
Bogdanovich en Target, Tim Burton en Ed Wood, Truffaut en La noche
americana y Erice en Cerrar los ojos, traídas así, a bote pronto.
Yimou ha escogido una humilde historia de perdedores y marginados, situada en
la época represiva de la genocida Revolución Cultural del maoísmo, posterior a
la Gran Hambruna del fallido «Salto adelante», para, a través de una anécdota mínima,
el robo de una lata del servicio de películas que se sirven a las «unidades» o
concentraciones populares películas de propaganda que son esperadas como el
gran acontecimiento.
Un hombre
esquivo y sospechoso observa cómo una joven roba un rollo de película de la
moto del encargado que las lleva de
pueblo en pueblo. Sin que sepamos que sea por otra razón que la honestidad, la
persigue para arrebatárselo y devolvérselo
al motorista. Esa anécdota, ubicada en el majestuoso espacio de las zonas
habitadas del desierto de Gobi, uno de los grandes personajes de la película,
dadas las travesías que los personajes realizan a pie de una a otra aldea a
través de las espectaculares dunas de uno de los grandes desiertos del mundo,
nos entretendrá, con robos y contrarrobos entre la joven y el protagonista,
hasta que llegan a la localidad donde un proyeccionista, apodado «Don Películas»,
a quien todos reverencian como a un sabio local, espera con ansiedad la llegada
de las latas para la proyección de la película patriótica Hijos heroicos,
sobre la Guerra de Corea, junto con el noticiero de rigor en el que se ensalza
la labor del gobierno de Mao. Los contratiempos que sufre la entrega de los
rollos culminará en el momento en que el hijo del proyeccionista entre en el
pueblo con su carreta de bueyes, arrastrando los entretejidos rollos de
película salidos de sus latas… La desoladora imagen de los fotogramas por
tierra y lo que eso significa, que se haya de suspender la función, moviliza,
bajo las órdenes de Don Películas a todo el pueblo para intentar una suerte de «operación
limpieza» que les permita abrir el cine, una suerte de gran granero
espaciosísimo donde caben todos los habitantes de la localidad, y cuyas tomas
cenitales con la gente sentada para ver la película constituyen momentos
emotivos de una cinta en la que Zhang Yimou los ofrece con generosidad, porque
no tardaremos en saber el motivo del interés del vagabundo: va detrás de ver el
noticiero número 22, donde aparece su hija «un segundo», hija a quien ha dejado
de ver por haber sido condenado a trabajos forzados, manchando así el buen nombre
de la familia, deshonra que la hija quiere apartar de la familia mediante el
duro trabajo con solo catorce años en una comuna rural. La joven ladrona, por
su parte, con quien el hombre contiende durante buena parte de la película,
busca como loca robar los negativos de cualquier película o noticiero, a ella
le es indiferente, porque quiere construirle una lámpara con ellos a su hermano
pequeño, de quien se encarga, siendo ambos huérfanos. Como dice Don Películas,
que tiene una lámpara así en la sala de proyección, se han «puesto de moda»
las lámparas así.
El proceso de
limpieza de los rollos ocupa buena parte de la película y Yimou consigue unos
planos bellísimos del esfuerzo colectivo, del ingenio y del amor con que todo
el pueblo se vuelca para conseguir ver la película, exaltación heroica de los
soldados chinos y coreanos contra el imperialismo yanqui. El momento del secado,
cuando las mujeres con sus abanicos se acercan y Don Películas les enseña el
modo grácil, ni fuerte ni lento, con que han de mover el abanico es un momento
mágico. Del mismo modo que, cuando la personalidad del vagabundo se revela y Don
Películas es amenazado por él, marcándole el cuello con un cuchillo, si tiene
la tentación de delatarlo, el fugitivo le expresa su deseo de ver a su hija,
para lo que el proyeccionista monta un bucle que le permite ver ese segundo
repetido una y otra vez… ¡Qué amor al cine en esos preparativos para crear el bucle!
El mismo que hay en los planos de la multitud cantando una canción patriótica
de la película en orquestado coro mientras los soldados combaten…
La película
gana mucho cuando las historias personales del prófugo, la chica, con un
hermano pequeño que sufre acoso por parte de otros jóvenes del pueblo y la de
Don Películas, que explica la razón por la que su hijo, con una deficiencia
mental por un golpe sufrido en la infancia, no ha podido evitar el percance de
los rollos; cuando esas historias ocupan la atención del director y se activa
la acción, porque, a pesar de la entente cordiale entre el fugitivo, que
entiende de revelado de fotografías, y el proyeccionista, este está deseando
que la policía lo capture para liberarse de su amenaza.
No hay el más
mínimo atisbo de glamur ni de exquisitez, como sí los hay en películas suyas
como Las dagas voladoras, por ejemplo, sino una historia de miseria, hambre,
persecución, miedo y abuso de poder. Con todo ello Zhang Yimou construye no
solo una película llena de emociones y de bellos paisajes desérticos, sino un
canto emocionado de amor al cine y cómo este ocupa un lugar central en la vida
de los sometidos e incluso de los alienados por falta de instrucción, a pesar
de que el exterminio llevado a cabo por los guardias rojos de Mao se
autodenominara Revolución Cultural.
La revolución,
la única, es el momento mágico que la proyección de las imágenes en la pantalla
supone para cuantos, si el proyeccionista las proyectara en un bucle sin fin,
seguirían sentados sin moverse. De hecho, el bucle del segundo solo puede
organizarlo cuando el cine se ha vaciado, porque de otro modo le hubiera sido
imposible: la pantalla iluminada es la luz mágica que atrae a las falena.
¡Qué
sorprendente el arte de Yimou para atraernos a su película y meternos en ella
con elementos tan aparentemente pobres, insignificantes! Y qué sabiduría la
suya para alternar el registro de la comedia con el del drama. Lo cierto, con
todo, es que la película hubo de ser retirada del festival de Berlín por la
censura del gobierno chino, por lo que ignoramos qué cortes debió sufrir la
película parta que fuera autorizada su proyección…
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