La nouvelle
vague al servicio de una exploración sobre la fama y la inanidad.
Título original: Vie privée
Año: 1962
Duración: 105 min.
País: Francia
Dirección: Louis Malle
Guion: Louis Malle,
Jean-Paul Rappeneau
Reparto: Brigitte Bardot;
Marcello Mastroianni; Ursula Kubler; Eléonore Hirt.
Música: Fiorenzo Carpi
Fotografía: Henri Decaë.
La
había visto hace mucho, y no guardaba muy buen recuerdo de ella. Ahora, sin
embargo, al revisitarla, he descubierto algunas virtudes que en aquel tiempo me
pasaron desapercibidas. Sigue sin parecerme una obra digna de un autor como Louis
Malle, en eso no he cambiado de opinión, pero cuando la vi ya había pasado
aquella efervescencia social que supuso la aparición estelar de BB, e incluso
me atrevería a decir que, para entonces, ya estaba retirada y era noticia más
como activista en favor de los animales que como actriz o cantante o modelo o
escritora. Su defensa de las focas y su activismo contra el método de captura
para no dañar su preciada piel dio la vuelta al mundo. Se han de haber visto
algunas películas suyas, como Y Dios creó a la mujer, Manina
(aquí traducida como La chica del bikini) rodada a sus dieciocho años, Los
joyeros del claro de luna, La verdad o El desprecio para
comprobar no solo su belleza, sino sus dotes interpretativas, de las que tan
poco ofrece en esta película cuyo interés estriba en el acercamiento temprano
al fenómeno devastador de la fama global. De hecho, y dado que la película de
Malle tiene un fuerte componente biográfico y un acercamiento casi documental a
las pasiones públicas que despertaba la actriz, objeto de los media y del
público en general, esta película parece la justificación de su posterior
desaparición de la vida social y su dedicación a los animales, como si hubiera
encontrado en la compañía de estos un poderoso consuelo del sufrimiento
padecido en la convivencia con los humanos.
La película se
plantea como una biografía del nacimiento, ascenso y consolidación de una
estrella de cine cuya vida frenética es seguida por la cámara como si de un
falso documental se tratase. De hecho, la carrera vertiginosa de la actriz
hacia el estrellato está representada en esta película por un montaje
hiperdinámico que engarza secuencias muy cortas que se suceden casi sin solución
de continuidad tras un fundido a negro que da paso a una continuación que
rompe, muy a menudo, no solo el espacio y el tiempo, sino también la cronología
y nos muestra, en la mayoría de los casos, una transformación de la
protagonista tanto en su peinado como en su vestuario o su maquillaje. Todo
ocurre muy velozmente, además, como su propia carrera, en la que todos parecen
tener algo que decir menos ella.
La
insatisfactoria relación con su madre, contra la que se rebela, está en el origen de su búsqueda de un modo de realización personal que la lleva desde el fracaso en el ballet, a la profesión de modelo y, casi de forma inevitable, al cine; aunque
posteriormente se reconcilien, a través del nuevo marido de la madre, quien la
acompaña para reunirse con el director de una revista de arte y traductor de
teatro, Marcello Mastroianni, quien supervisa en la bella ciudad de Spoleto una representación teatral basada en una traducción suya. Toda esta parte de la bella ciudad
italiana es lo mejor de la película, porque, huyendo del acoso inmisericorde a
su persona, allá donde vaya, Spoleto parece un refugio seguro, hasta que un fotógrafo,
amigo suyo de París, descubre al mundo su paradero y todo se vuelve una locura
para captar su imagen y averiguar su relación con su compañero, lo que pone en
absoluto segundo plano la obra de teatro.
Antes de Una
vida privada, Fellini ya había dado carta de naturaleza, a partir de La
dolce vita, a la figura de los paparazzi, los intrusivos y nada compasivos
fotógrafos, capaces de arriesgar la vida propia, ¡o la ajena!, como se vio en
el caso de Lady Di, para satisfacer la curiosidad de la gente por las personas
famosas; fama que ellos contribuían a aumentar o consolidar, por supuesto. En
todo caso, ambas películas son incomparables. La de Malle es una suerte de
aproximación nerviosa a la banalidad de un fracaso artístico cimentado en la
belleza y la gracia corporales, mientras que la de Fellini es una obra maestra
del cine, se mire como se mire. La de Malle sorprende por el color, por el
montaje, por la inanidad de buena parte de su metraje y por una tensión amorosa
entre un «monstruo» del cine, como Mastroianni y una actriz bastante limitada,
aunque hiperfotogénica y símbolo de una juventud desinhibida que preludia el
inconformismo político del inmediato 68 francés, con el que ella nada tuvo que
ver, como es obvio.
El retrato,
sin embargo, de la «celebridad» mediática, cuyo odioso extremo podríamos
cifrarlo en el asesinato de John Lennon a cargo de un fan suyo de abominable
recuerdo, Malle lo consigue muy satisfactoriamente, porque el asedio, el acoso,
el acecho constante, el hostigamiento
disfrazado de legítimo interés periodístico por la vida de los «famosos» que
devienen miembros de la familia de todo el mundo, y susceptibles de ser
asaltados para saber los pormenores de su propia vida: sus gustos, sus deseos,
sus opiniones, sus caprichos…, aparece en la película con un poder de
convicción absoluto, sin la más mínima exageración, y de ahí el autosecuestro
que han de sufrir para poder vivir al margen de ese celo curioso que asfixia,
que impide la mínima libertad individual a la que todos tenemos derecho y la «vida
privada» que le es indispensable a la persona para no sentirse como hacen
sentirse a la protagonista: una mercancía.
Me abstengo de
revelar el final, porque es posible que haya quien no la haya visto, y tiene
derecho a saber cómo se puede humanamente salir de ese callejón sin salida. No
quiero dejar de añadir, sin embargo, una nota sobre el modelo de intelectual europeo
de aquella época encarnado por Mastroianni: exquisito, cosmopolita y distante
de las clases populares, a las que sufre, como sufre la celebridad de su
amante, de quien la separa tanta cultura como años de vida y experiencia. Es
cierto, como he leído a algún crítico, que hay muy poca «química» entre la
Bardot y Mastroianni, pero entiendo que ello se debe a la ausencia de historia
y a la dificultad de meterse en la piel de un personaje que se deja seducir exclusivamente
por la belleza y la juventud de una celebridad artificial cimentada en la
publicidad y la difusión de su imagen
como todo reclamo. Con todo, y a
pesar de esa insustancialidad del personaje de la Bardot, la cámara de Malle,
demasiado objetiva, para mi gusto, no tiende a recrearse en los mejores ángulos
ni en los mejores planos que pueda extraer de su personaje: sacrifica la
recreación del personaje a una supuesta espontaneidad ante la cámara, lo que,
unido al montaje acelerado, nos da la sensación de que la protagonista es la
imagen constante de la fugacidad, un cuerpo en cambio cosmético constante; un
vacío locomotor. Y sí, se atisba, de vez en cuando, cierta profundidad en el
sentimiento de la protagonista, pero suele ser la del vacío entre dos espejos enfrentados, en medio
de los cuales se cuela a veces la protagonista para duplicarse hasta el
infinito en una cadena vacía de significado.
En tanto que cine de
anticipación de un fenómeno como el de la fama, de la que tanto se quejan las
estrellas de cualquier arte —¡y ahí está el impagable documento grabado en
vídeo de Fernando Fernán Gómez con un fan pesado y desconsiderado!— la película puede verse con
sumo provecho, pero ya aviso que no es una obra redonda y que buena parte del
metraje tiene un más que relativo interés.
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