Título original: The Killer That Stalked New York
Año: 1950
Duración: 79 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Earl McEvoy
Guion: Milton Lehman, Harry Essex
Reparto: Evelyn Keyes; Charles Korvin; Wlliam Bishop; Dorothy Malone; Lola
Albright;
Barry Kelley; Carl Benton Reid; Ludwig Donath; Art Smith; Whit Bissell; Roy
Roberts; Connie Gilchrist; Dan Riss.
Música: Hans J. SalterFotografía: Joseph F. Biroc
(B&W)
Título original: The Barefoot Mailman
Año: 1951
Duración: 83 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Earl McEvoy
Guion: James Gunn, Francis
Swann. Novela: Theodore Pratt
Reparto: Robert Cummings; Terry Moore; Jerome Courtland; John Russell; Will
Geer; Arthur Shields; Trevor Bardette; Arthur Space; Ellen Corby; Frank
Ferguson; Aldo Ray.
Música: George Duning
Fotografía: Ellis W. Carter.
Un thriller
con trasfondo epidémico y una comedia en
el Miami casi despoblado de 1890: dos de las tres únicas películas que rodó
Earl McEvoy.
No he
encontrado Cargo to Capetown en YouTube, la que completa el trío de
películas que dirigió McEvoy antes de fallecer a los 46 años, tras una carrera
brillante como asistente de dirección y, por el reparto y el avance, se me
antoja que acaso sea la más interesante de todas, con Broderick Crawford y John
Ireland, pero tiempo habrá para encontrarla. De momento me he acercado a las
dos disponibles: un thriller ambientado en el desarrollo de una epidemia de
viruela causada por la protagonista, una ladrona de joyas que acaba de llegar
de Cuba y ha traído con ella la epidemia, sin saberlo; y una comedia situada en
el salvaje y despoblado Miami de 1890, cuando el correo lo tenía que llevar a
pie un cartero, sorteando el peligro de los pantanos y los intentos de robo de
los amigos de lo ajeno y con poca vocación laboral.
Ya anticipo
que no son dos películas imprescindibles, uno de esos descubrimientos que tanto
nos alegran a los amantes del cine que, literalmente, somos capaces de ver
cualquier película, como la Bugambilia, de Indio Fernández que he
comenzado a ver esta madrugada, después de llevar a mi hijo al aeropuerto, y
que tanto promete. Mi interés ha radicado, sobre todo, tras haber visto ambas
películas, en la escasa información que he encontrado acerca del director y los
buenos directores a los que asistió como ayudante de dirección: Aldrich, S.
Sylvan Simon, Sam Wood, etc., y de quienes a buen seguro aprendió no poco,
porque, al margen de los valores propios de las dos películas que he visto,
nada puede reprochársele al director, quien ha sacado de ambos guiones dos
muestras de cine muy distinto, pero muy popular, porque en la base de su perspectiva
está contar sus historias de la manera más entretenida posible, algo que, a mi
parecer, consigue con creces.
The killer
that stalked New York tiene un planteamiento de cine negro, con una trama
de un robo de joyas que han de llegar desde Cuba para ser llevadas a un perista
encargado de revenderlas; pero la mujer y su marido, quien, por cierto, la engaña
con su hermana, un planteamiento que actuará sobre la trama de forma
determinante, porque la mujer, sin lugar donde meterse, deambulará, enferma y
contagiando a cuantos se cruzan con ella la viruela de la que es portadora, una
epidemia que nos hace la película muy cercana, dada la de covid de la que
acabamos de salir, como quien dice; la mujer y el marido, decía, lo que no
saben es que hay un inspector de aduanas que sigue a la mujer y el rastro de
las joyas, de modo que, tras algunas averiguaciones, acaban visitando al
perista, quien se amilana y renuncia, hasta que se calmen las cosas, a
encargarse de «mover» la mercancía. La fotografía de Joseph Biroc, un auténtico
maestro, consigue una visión de Nueva York muy potente, porque la cinta, que se
convierte de pronto en una película de desastres, dado el seguimiento que se
hace de la campaña de vacunación contra la viruela y los esfuerzos administrativos
y farmacéuticos que se ponen en marcha, nos ofrece una amplia panorámica de la
lucha de una ciudad contra el enemigo silencioso que se pasea por ella,
encarnado en la «paciente cero» a la que buscan las autoridades con un celo
extraordinario. En películas así, se encuentra uno, de repente, con sorpresas
como la de ver a Dorothy Malone en un papel casi de extra y con apenas tres
líneas, mientras que algunos personajes, como el doctor que encabeza la
búsqueda de la que había sido su paciente, sin descubrir entonces que estaba
infectada de viruela, tienen, a pesar de su rudeza y torpeza interpretativas
una presencia excesiva. La trama emocional que se superpone a la delictiva y el
enfrentamiento a muerte entre ambos esposos son puntos de notable interés en la historia, que se sigue con agrado, sobre todo por la muy acertada interpretación
de la protagonista Evelyn Keyes, la Suellen O’Hara de Lo que el viento se llevó,
de Víctor Fleming. Ella es quien, poco a poco, se hace dueña y señora de la película,
para bien de los espectadores que asistimos a su doble condición de fugitiva:
de la justicia y, sin desearlo, de las autoridades sanitarias. La parte de la
película que retrata el progreso de la epidemia y los esfuerzos de vacunación
son de una actualidad que solo por ello ya la hace acreedora a ser vista. Y,
por supuesto, la mejor fotografía del cine negro es su otro gran aliciente.
The Barefoot Mailman comienza como una comedia amable en la que un gentleman desembarca en un punto de la costa de Florida con la intención de llegar hasta Miami, que, en 1890, aún ni siquiera era una «ciudad», sino un conjunto de casas y chozas que no alcanzarían el título de ciudad hasta 1896, seis años después del momento en que se sitúa la acción de la película, cuando tenía 300 habitantes. Acompaña, de vuelta, al cartero encargado de llevar el correo a pie entre las diferentes poblaciones, atravesando los Everglades, infestados de caimanes, lo que convierte la comedia, a su vez, en una película de aventuras, porque a través de ella flota la idea de haber construido una película de aventuras en los tiempos fundacionales de lo que hoy en día es el «balneario» privilegiado de Usamérica. La película homenajea a unos carteros que forman parte de la historia de Florida, como lo atestiguan monumentos como este:
A los dos personajes mencionados, el cartero y el gentleman Sylvan se une,
contra la opinión de ambos, una niña que busca, tras haberse escapado, volver a
su hogar. La que se presenta como una niña resulta ser una jovencita diecinueve
años que suscita el deseo, bien que casto y encubierto, de ambos hombres. La
situación, en cierto modo, recuerda la de Dos mulas y una mujer, de Don Siegel,
pero pronto nos apercibiremos de que el dandy tiene, tras el brillo glamuroso
de su simpatía y su buena planta seductora, unas intenciones delictivas que se
cifrarán en, amparado en la promesa de que él sabe que van a traer el
ferrocarril desde el norte hasta Miami, montar una estafa a los lugareños para
que participen en una sociedad que explote la venta de los terrenos que serán
necesarios para ese trazado. El dandi no es otro que Robert Cummings, cuyo
reconocido encanto y experiencia cinematográfica, ¡51 películas a sus espaldas!,
antes de embarcarse en esta amable e interesante comedia de McEvoy, garantizan
una solvencia extraordinaria y permiten pasar un rato estupendo en su compañía,
porque la trama picaresca para desplumar a las almas inocentes de la pretérita
Miami va progresando muy poco a poco, e incluso, en el colmo de la doble moral,
intentará, a espaldas del cartero, que ya se ha comprometido con la joven,
arrebatársela gracias al derroche de sus innegables encantos. La última parte
de la película, que bien podría calificarse de «histórica» por la década, 1890,
en la que transcurre la acción, supone el enfrentamiento entre los bandidos que
asaltan al cartero nada más empezar la película, y deriva rápidamente hacia una
suerte de película del far east…, dada la ley de las pistolas que rige
en tan salvaje región, casi cincuenta años antes de que lo haga en el otro extremo
del país, en el far west. La película está llena de pequeños detalles,
algunos de ellos de tipo costumbrista, que contribuyen a subir la calidad de la
película, aunque mucho me temo que los más severos especialistas no saquen a
esta, ni a la anterior, de las películas de serie B. En todo caso, lo que sí
puedo asegurar es que se trata de una B con sobrados puntos para convertirse en
A.
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