Título original: Sando-me no
satsujin (The Third Murder)
Año: 2017
Duración: 120 min.
País: Japón
Dirección: Hirokazu Koreeda
Guion: Hirokazu Koreeda
Reparto: Masaharu Fukuyama; Kôji
Yakusho; Suzu Hirose; Kôtarô Yoshida; Yuki Saito;
Shinnosuke Mitsushima; Izumi
Matsuoka; Mikako Ichikawa; Isao Hashizume.
Música: Ludovico Einaudi
Fotografía: Mikiya Takimoto.
Título original: Umi yori mo mada fukaku
Año: 2016
Duración: 117 min.
País: Japón
Dirección: Hirokazu Koreeda
Guion: Hirokazu Koreeda
Reparto: Hiroshi Abe; Kirin
Kiki; Yoko Maki; Lily Franky; Isao Hashizume; Sôsuke Ikematsu; Satomi Kobayashi; Taiyô Yoshizawa; Kazuya
Takahashi; Rie Minemura; Izumi Matsuoka: Kanji Furutachi; Daisuke Kuroda.
Música: Hanaregumi
Fotografía: Yutaka Yamasaki.
Título original: Umimachi
Diary (Kamakura Diary)aka
Año: 2015
Duración: 128 min.
País: Japón
Dirección: Hirokazu Koreeda
Guion: Hirokazu Koreeda.
Manga: Akimi Yoshida
Reparto: Haruka Ayase; Masami
Nagasawa; Suzu Hirose; Kaho; Ryôhei Suzuki; Ryo Kase; Shin'ichi Tsutsumi; Kentarô
Sakaguchi; Midoriko Kimura; Jun Fubuki; Kenji Masaki; shiro Maeda; Yuki Kimura;
Shinobu Otake; Masumi Nomura.
Música: Yoko Kanno
Fotografía: Mikiya Takimoto.
Un fin de
semana con Hirozaku Kore-eda: una visión poliédrica de las siempre complejas relaciones
familiares.
El cine de
Kore-eda tiene a la familia como núcleo esencial de sus historias. Ninguna
familia es igual a otra en la manera de vivir sus desgracias, nos dijo Tolstoi,
y el director japonés parece empeñado en demostrarlo con cada una de sus
películas. De las muchas que afortunadamente tiene el espectador a su
disposición en Filmin he escogido al azar las tres que ahora he reunido para
proponer a los espectadores de este Ojo un fin de semana inmersivo en su cine,
porque el autor lo merece y porque su modo de abordar la familia dice mucho de
los tiempos que vivimos: la sociedad japonesa, aun con sus ritos tradicionales
y sus maneras de vivir tan peculiares, tiene conflictos familiares
perfectamente exportables a otras culturas, como lo prueba la buena acogida que
tiene el director en Occidente y en algunos festivales de cine. Se trata de un
cine muy lento, fiel a los ritmos propios de la realidad japonesa y en el que
las historias van creciendo poco a poco, como si, aparentemente, no sucediera
nada, cuando, en realidad, están sometidos a análisis y discusión experiencias
vitales que a todos nos afectan en mayor o menor medida. A los amantes del cine
japonés, sobre todo el de Ozu, las películas de Kore-eda le parecerán «clásicas»,
es decir, los personajes están bien definidos y lo importante de la historia
son las relaciones que establecen entre ellos, casi nunca de un modo que haya
un choque frontal, sino indirecto, con un lenguaje de sobreentendidos, de
alusiones, de rodeos, incluso, que renuncian a ese choque tan clásico, sin embargo,
del cine usamericano, por ejemplo, pongamos Agosto, de John Wells, entre
tantas.
Nuestra hermana
pequeña es un buen ejemplo del modo como van «creciendo» las historias en
las películas de Kore-eda, casi siempre a golpe de revelaciones que nos ofrecen
una visión muy distinta de los personajes que se nos muestran o de los
ausentes, porque no es infrecuente que los ausentes determinen sobremanera el
destino de los presentes. Tres hermanas que acuden al funeral de su padre
conocen a su hermanastra, quien, como vive con la última mujer de su padre, no
con su madre biológica, se siente desamparada. La hermana mayor, enfermera, que
ha hecho del cuidado de sus hermanas su propia vida, renunciando a llevar una
vida propia, en parte porque el doctor de quien está enamorada aún no se ha
divorciado, razón por la que no vive con él, sino con sus hermanas en la casa
de su abuela, aunque la madre sugiere, en el curso de la historia, que la va a
poner a la venta, por lo que deberían ir buscando dónde meterse. La convivencia
de las hermanas va revelan do los diferentes roles de cada cual y el ámbito
protector que generan para acompañar el desarrollo y la integración de su
hermanastra pequeña. La historia tiene un mucho de chejoviana, e incluso hay un
ciruelo en el jardín con cuyos frutos elaboran las hermanas un licor que será el
causante de la primera revelación de la muchacha contra su madre, aunque en estado
de embriaguez. La vida cotidiana se desarrolla ante nuestros ojos con un potencia
vital extraordinaria, y ello incluye las historias paralelas no solo de las
hermanas, sino de la dueña del restaurante donde las tres han ido desde que
nacieron y cuya dueña, enferma, se ve obligada a cerrarlo. Los ciclos de la
vida, la comunión con los frutos de la tierra y del mar, los primeros escarceos
amorosos de la hermana pequeña o las frustraciones de sus hermanas mayores, la
vida, en suma, está tratada por el director con eso que tanto se echa de menos
en la mayoría de películas: la «delicadeza». El tono íntimo de la confidencia,
las maneras suaves, exentas de crispación, la voz en susurro que puede incluso
maldecir del atolondramiento del padre de todas ellas, pero al que todas, a
pesar de su agitada historia sentimental, guardan un cariño no exento de
reproche, sobre todo si se lo compara con la madre, con quien ninguna de las
hijas parece congeniar demasiado. La casa familiar donde viven las tres solas,
ahora cuatro con la «hermana pequeña», en quien las tres se vuelcan con un amor
que va más allá del vínculo fraternal, funciona como un símbolo de la
pertenencia al lugar, como el epicentro indispensable desde el que poder
aspirar a llevar una vida propia.
Después de
la tormenta nos cuenta la historia de un perdedor que aspiró a la gloria
literaria y, después de una primera novela que pasa sin pena ni gloria ni
muchas ventas, se emplea en una agencia de detectives especializada en «matrimoniales»,
lo cual emplea para extorsionar a las víctimas de sus clientes y sacar unos
dineros con los que hacer frente a la pensión que ha de pasarle a su exmujer
para el hijo de ambos y también con los que satisfacer su ludopatía, principalmente
apostando a las carreras en el velódromo, una variante muy peculiar de las
clásicas apuestas de hipódromo o canódromo. Las relaciones del protagonista con
su madre, ¡una inconmensurable Kirin Kiki!, quien llena la pantalla con una
actuación tan genuinamente natural como, en nuestro cine, las de Pepe Isbert,
esa clase de representantes que nunca parecen actuar en las películas, sino
simplemente vivir su propia vida, con su esposa y con los empleados de su
oficina de detectives van configurando esa tristísima vida de un perdedor que la
ve pasar sin ser capaz ni de volver a escribir ni de reinventarse para
sobrevivir, por más que quiera mantener más estrecho contacto con su hijo, a
quien, a falta de éxitos propios, colma con caprichos que lo hunden en la
dependencia de la estafa, el sablazo o la deuda. Particularmente significativo
es el mensaje que le deja su hermana en un envoltorio donde su hermano,
alborozado, cree que su madre guarda su dinero. «Lástima. Tu hermana». Estamos,
pues, ante una película de corte casi
neorrealista, a juzgar por los padecimientos económicos del personaje, muy prometedor
y nada hacedor: paradójicamente, su novela se titula La mesa vacía,
aunque el profesor de música de la madre la confunde con una alusión aún más
hiriente: La casa vacía. La angustia que domina la vida del escritor
fracasado se comunica a su aspecto y a su vestimenta, de tal manera que,
incluso desde lejos, no engaña su torpe imitación del entusiasmo por mejorar en
el futuro. La última parte de la película inspira el título, porque, ante la
amenaza de un tifón, la exmujer y el hijo se quedan en casa de su madre hasta
que pase la tormenta. La situación es una oportunidad para la abuela de
recuperar lo que pudo, y parece que el diálogo íntimo de los exesposos puede
progresar en esa dirección… Y ahí suspendo el resumen. Conviene destacar que
todo lo relativo a sus trapicheos a través de la agencia añade a la película un
cierto aire de thriller que contrasta muy adecuadamente con su vida familiar,
lo que ameniza no poco la historia principal.
El tercer
asesinato, la más reciente de las tres, es también la más estilizada
estéticamente y la Más compleja a nivel conceptual, porque se trata de una
película que ahonda en los límites de una cuestión peliaguda: cuándo la verdad
puede ser aceptada como tal, máxime si quien se confiesa en primera instancia
asesino de alguien va cambiando el relato y después alega que fue contratado
por la mujer del asesinado para ejecutarlo y, finalmente, niega toda
participación en los hechos. Se ha de
tener en cuenta que el ¿asesino? trabajaba para el asesinado y que, a medida
que vamos conociendo los extremos de la historia descubrimos un buen rimero de
datos que nos sorprenden y nos confunden. El protagonista, además, es un
abogado, hijo de un abogado que ya había defendido al mismo acusado treinta
años atrás y había logrado evitarle la pena de muerte. Nuestro punto de vista,
el de los espectadores, es el del abogado y su confusión es la nuestra. Todo
parece discurrir por los cauces de una defensa tradicional: buscar las
eximentes que alivien en parte la acusación de asesinato, pero se complica
cuando sabemos que la hija coja del asesinado —cojera sobre la que hay, como de
casi todo en esta película, dos versiones: la cojera de nacimiento y la
sobrevenida por haberse lanzado al vacío desde una terraza— ha visitado al asesino y que este también tuvo
una hija coja. Sí que hay algunas certezas, está claro, pero, de algún modo, lo
importante no es tanto cuanto se sabe como cuanto la dosis de verdad que hay en
ello. Y ahí es donde el abogado, una sobria interpretación muy sentida del inmenso
actor que es Masaharu Fukuyama, quien destacó primero como cantautor, se pierde
en un laberinto en el que se desvanece su fe en la Justicia, porque, realmente,
al menos en el caso que él ha llevado, ignora si se va a condenar a un inocente
o si este ha mentido para ser condenado y evitarle la condena a otra persona,
realizando un sacrificio que el abogado no alcanza a comprender exactamente,
excepto que el acusado ha jugado con él y con el caso para conseguir su
verdadero propósito: ser condenado, por más que haya dejado bien claro al
abogado que él es inocente. La película tiene una fotografía oscura y unos
encuadres con los que el director juega constantemente, sobre todo en las
entrevistas en la prisión, aprovechando tanto los reflejos en el cristal de
separación entre ambos como la disolución de la frontera con una toma lateral
que la hace desaparecer, quedando los rostros de ambos intérpretes a punto de
tocarse, en escenas de alto contenido filosófico. La historia de su cliente
lleva al abogado a reflexionar sobre su propia historia de padre negligente,
cuya hija es castigada en el colegio únicamente porque ella necesita llamar la
atención de su padre, confirmarle que existe. El tono sombrío de toda la
historia, que se suma a la más que terrible revelación de la joven
protagonista, interpretada por Suzu Hirose, quien con su belleza adolescente y
su intensa mirada imanta la atención de los espectadores, como ya hizo en Nuestra
hermana pequeña, que protagoniza junto a otras tres grandes actrices. Y esta
sí que es una característica del cine de Kore-eda que afecta a todas sus
películas, o, al menos, a las que yo he visto: una dirección de actores sobresaliente.
La capacidad expresiva de Fukuyama, aun dentro del espectro de la sobriedad,
del laconismo, es muy notable, y el director ha sabido captar en su mirada el
desconcierto existencial que nos provocan decisiones que, desde la razón y la lógica
no entendemos. Yo propongo un fin de semana Kore.edano con estas
tres muestras de su arte, pero yo seguiré viendo el resto de las que puedo ver
en Filmin, sobre todo la del intercambio de hijos en dos parejas por una
confusión hospitalaria de la que se dan cuenta pasados seis años: De tal
padre, tal hijo. Promete.
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