viernes, 2 de febrero de 2024

«Nuestra hermana pequeña», «Después de la tormenta» y «El tercer asesinato», de Hirokazu Kore-eda o la familia desentrañada.

 

Título original: Sando-me no satsujin (The Third Murder)

Año: 2017

Duración: 120 min.

País: Japón

Dirección: Hirokazu Koreeda

Guion: Hirokazu Koreeda

Reparto: Masaharu Fukuyama; Kôji Yakusho; Suzu Hirose; Kôtarô Yoshida; Yuki Saito;

Shinnosuke Mitsushima; Izumi Matsuoka; Mikako Ichikawa; Isao Hashizume.

Música: Ludovico Einaudi

Fotografía: Mikiya Takimoto.

 






Título original: Umi yori mo mada fukaku

Año: 2016

Duración: 117 min.

País: Japón

Dirección: Hirokazu Koreeda

Guion: Hirokazu Koreeda

Reparto: Hiroshi Abe; Kirin Kiki; Yoko Maki; Lily Franky; Isao Hashizume; Sôsuke Ikematsu;  Satomi Kobayashi; Taiyô Yoshizawa; Kazuya Takahashi; Rie Minemura; Izumi Matsuoka: Kanji Furutachi; Daisuke Kuroda.

Música: Hanaregumi

Fotografía: Yutaka Yamasaki.

 







Título original: Umimachi Diary (Kamakura Diary)aka

Año: 2015

Duración: 128 min.

País: Japón

Dirección: Hirokazu Koreeda

Guion: Hirokazu Koreeda. Manga: Akimi Yoshida

Reparto: Haruka Ayase; Masami Nagasawa; Suzu Hirose; Kaho; Ryôhei Suzuki; Ryo Kase; Shin'ichi Tsutsumi; Kentarô Sakaguchi; Midoriko Kimura; Jun Fubuki; Kenji Masaki; shiro Maeda; Yuki Kimura; Shinobu Otake; Masumi Nomura.

Música: Yoko Kanno

Fotografía:  Mikiya Takimoto.

 

Un fin de semana con Hirozaku Kore-eda: una visión poliédrica de las siempre complejas relaciones familiares.

 

          El cine de Kore-eda tiene a la familia como núcleo esencial de sus historias. Ninguna familia es igual a otra en la manera de vivir sus desgracias, nos dijo Tolstoi, y el director japonés parece empeñado en demostrarlo con cada una de sus películas. De las muchas que afortunadamente tiene el espectador a su disposición en Filmin he escogido al azar las tres que ahora he reunido para proponer a los espectadores de este Ojo un fin de semana inmersivo en su cine, porque el autor lo merece y porque su modo de abordar la familia dice mucho de los tiempos que vivimos: la sociedad japonesa, aun con sus ritos tradicionales y sus maneras de vivir tan peculiares, tiene conflictos familiares perfectamente exportables a otras culturas, como lo prueba la buena acogida que tiene el director en Occidente y en algunos festivales de cine. Se trata de un cine muy lento, fiel a los ritmos propios de la realidad japonesa y en el que las historias van creciendo poco a poco, como si, aparentemente, no sucediera nada, cuando, en realidad, están sometidos a análisis y discusión experiencias vitales que a todos nos afectan en mayor o menor medida. A los amantes del cine japonés, sobre todo el de Ozu, las películas de Kore-eda le parecerán «clásicas», es decir, los personajes están bien definidos y lo importante de la historia son las relaciones que establecen entre ellos, casi nunca de un modo que haya un choque frontal, sino indirecto, con un lenguaje de sobreentendidos, de alusiones, de rodeos, incluso, que renuncian a ese choque tan clásico, sin embargo, del cine usamericano, por ejemplo, pongamos Agosto, de John Wells, entre tantas.

          Nuestra hermana pequeña es un buen ejemplo del modo como van «creciendo» las historias en las películas de Kore-eda, casi siempre a golpe de revelaciones que nos ofrecen una visión muy distinta de los personajes que se nos muestran o de los ausentes, porque no es infrecuente que los ausentes determinen sobremanera el destino de los presentes. Tres hermanas que acuden al funeral de su padre conocen a su hermanastra, quien, como vive con la última mujer de su padre, no con su madre biológica, se siente desamparada. La hermana mayor, enfermera, que ha hecho del cuidado de sus hermanas su propia vida, renunciando a llevar una vida propia, en parte porque el doctor de quien está enamorada aún no se ha divorciado, razón por la que no vive con él, sino con sus hermanas en la casa de su abuela, aunque la madre sugiere, en el curso de la historia, que la va a poner a la venta, por lo que deberían ir buscando dónde meterse. La convivencia de las hermanas va revelan do los diferentes roles de cada cual y el ámbito protector que generan para acompañar el desarrollo y la integración de su hermanastra pequeña. La historia tiene un mucho de chejoviana, e incluso hay un ciruelo en el jardín con cuyos frutos elaboran las hermanas un licor que será el causante de la primera revelación de la muchacha contra su madre, aunque en estado de embriaguez. La vida cotidiana se desarrolla ante nuestros ojos con un potencia vital extraordinaria, y ello incluye las historias paralelas no solo de las hermanas, sino de la dueña del restaurante donde las tres han ido desde que nacieron y cuya dueña, enferma, se ve obligada a cerrarlo. Los ciclos de la vida, la comunión con los frutos de la tierra y del mar, los primeros escarceos amorosos de la hermana pequeña o las frustraciones de sus hermanas mayores, la vida, en suma, está tratada por el director con eso que tanto se echa de menos en la mayoría de películas: la «delicadeza». El tono íntimo de la confidencia, las maneras suaves, exentas de crispación, la voz en susurro que puede incluso maldecir del atolondramiento del padre de todas ellas, pero al que todas, a pesar de su agitada historia sentimental, guardan un cariño no exento de reproche, sobre todo si se lo compara con la madre, con quien ninguna de las hijas parece congeniar demasiado. La casa familiar donde viven las tres solas, ahora cuatro con la «hermana pequeña», en quien las tres se vuelcan con un amor que va más allá del vínculo fraternal, funciona como un símbolo de la pertenencia al lugar, como el epicentro indispensable desde el que poder aspirar a llevar una vida propia.

          Después de la tormenta nos cuenta la historia de un perdedor que aspiró a la gloria literaria y, después de una primera novela que pasa sin pena ni gloria ni muchas ventas, se emplea en una agencia de detectives especializada en «matrimoniales», lo cual emplea para extorsionar a las víctimas de sus clientes y sacar unos dineros con los que hacer frente a la pensión que ha de pasarle a su exmujer para el hijo de ambos y también con los que satisfacer su ludopatía, principalmente apostando a las carreras en el velódromo, una variante muy peculiar de las clásicas apuestas de hipódromo o canódromo. Las relaciones del protagonista con su madre, ¡una inconmensurable Kirin Kiki!, quien llena la pantalla con una actuación tan genuinamente natural como, en nuestro cine, las de Pepe Isbert, esa clase de representantes que nunca parecen actuar en las películas, sino simplemente vivir su propia vida, con su esposa y con los empleados de su oficina de detectives van configurando esa tristísima vida de un perdedor que la ve pasar sin ser capaz ni de volver a escribir ni de reinventarse para sobrevivir, por más que quiera mantener más estrecho contacto con su hijo, a quien, a falta de éxitos propios, colma con caprichos que lo hunden en la dependencia de la estafa, el sablazo o la deuda. Particularmente significativo es el mensaje que le deja su hermana en un envoltorio donde su hermano, alborozado, cree que su madre guarda su dinero. «Lástima. Tu hermana». Estamos, pues,  ante una película de corte casi neorrealista, a juzgar por los padecimientos económicos del personaje, muy prometedor y nada hacedor: paradójicamente, su novela se titula La mesa vacía, aunque el profesor de música de la madre la confunde con una alusión aún más hiriente: La casa vacía. La angustia que domina la vida del escritor fracasado se comunica a su aspecto y a su vestimenta, de tal manera que, incluso desde lejos, no engaña su torpe imitación del entusiasmo por mejorar en el futuro. La última parte de la película inspira el título, porque, ante la amenaza de un tifón, la exmujer y el hijo se quedan en casa de su madre hasta que pase la tormenta. La situación es una oportunidad para la abuela de recuperar lo que pudo, y parece que el diálogo íntimo de los exesposos puede progresar en esa dirección… Y ahí suspendo el resumen. Conviene destacar que todo lo relativo a sus trapicheos a través de la agencia añade a la película un cierto aire de thriller que contrasta muy adecuadamente con su vida familiar, lo que ameniza no poco la historia principal.

          El tercer asesinato, la más reciente de las tres, es también la más estilizada estéticamente y la Más compleja a nivel conceptual, porque se trata de una película que ahonda en los límites de una cuestión peliaguda: cuándo la verdad puede ser aceptada como tal, máxime si quien se confiesa en primera instancia asesino de alguien va cambiando el relato y después alega que fue contratado por la mujer del asesinado para ejecutarlo y, finalmente, niega toda participación en los hechos.  Se ha de tener en cuenta que el ¿asesino? trabajaba para el asesinado y que, a medida que vamos conociendo los extremos de la historia descubrimos un buen rimero de datos que nos sorprenden y nos confunden. El protagonista, además, es un abogado, hijo de un abogado que ya había defendido al mismo acusado treinta años atrás y había logrado evitarle la pena de muerte. Nuestro punto de vista, el de los espectadores, es el del abogado y su confusión es la nuestra. Todo parece discurrir por los cauces de una defensa tradicional: buscar las eximentes que alivien en parte la acusación de asesinato, pero se complica cuando sabemos que la hija coja del asesinado —cojera sobre la que hay, como de casi todo en esta película, dos versiones: la cojera de nacimiento y la sobrevenida por haberse lanzado al vacío desde una terraza—  ha visitado al asesino y que este también tuvo una hija coja. Sí que hay algunas certezas, está claro, pero, de algún modo, lo importante no es tanto cuanto se sabe como cuanto la dosis de verdad que hay en ello. Y ahí es donde el abogado, una sobria interpretación muy sentida del inmenso actor que es Masaharu Fukuyama, quien destacó primero como cantautor, se pierde en un laberinto en el que se desvanece su fe en la Justicia, porque, realmente, al menos en el caso que él ha llevado, ignora si se va a condenar a un inocente o si este ha mentido para ser condenado y evitarle la condena a otra persona, realizando un sacrificio que el abogado no alcanza a comprender exactamente, excepto que el acusado ha jugado con él y con el caso para conseguir su verdadero propósito: ser condenado, por más que haya dejado bien claro al abogado que él es inocente. La película tiene una fotografía oscura y unos encuadres con los que el director juega constantemente, sobre todo en las entrevistas en la prisión, aprovechando tanto los reflejos en el cristal de separación entre ambos como la disolución de la frontera con una toma lateral que la hace desaparecer, quedando los rostros de ambos intérpretes a punto de tocarse, en escenas de alto contenido filosófico. La historia de su cliente lleva al abogado a reflexionar sobre su propia historia de padre negligente, cuya hija es castigada en el colegio únicamente porque ella necesita llamar la atención de su padre, confirmarle que existe. El tono sombrío de toda la historia, que se suma a la más que terrible revelación de la joven protagonista, interpretada por Suzu Hirose, quien con su belleza adolescente y su intensa mirada imanta la atención de los espectadores, como ya hizo en Nuestra hermana pequeña, que protagoniza junto a otras tres grandes actrices. Y esta sí que es una característica del cine de Kore-eda que afecta a todas sus películas, o, al menos, a las que yo he visto: una dirección de actores sobresaliente. La capacidad expresiva de Fukuyama, aun dentro del espectro de la sobriedad, del laconismo, es muy notable, y el director ha sabido captar en su mirada el desconcierto existencial que nos provocan decisiones que, desde la razón y la lógica no entendemos. Yo propongo un fin de semana Kore.edano con estas tres muestras de su arte, pero yo seguiré viendo el resto de las que puedo ver en Filmin, sobre todo la del intercambio de hijos en dos parejas por una confusión hospitalaria de la que se dan cuenta pasados seis años: De tal padre, tal hijo. Promete.

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